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 Apreté su cintura diminuta en mis manos y lo hice voltearse, quería ver sus ojos y librarme de toda duda porque después saltaría a sus malditos labios.

Cuando lo hize morí al contemplar la forma en que su rostro entero se había coloreado y en que había mordido su labio, tanto que lo dejó húmedo e hinchado de una manera que realmente me prendía.

- N-No sabes cuantas veces he fantaseado con este momento...- dijo tapándose la cara con las manos. Sus dedos eran alargados y bonitos, pero no tenían derecho a tapar su hermoso rostro y menos si portaba una expresión tan candente como pudorosa- Mierda, que verguenza...

- Los niños buenos no dicen palabrotas- reí aligerando el ambiente. Aproveché que él soltó también una risa nerviosa para acercarlo más a mi e inclinarme hacia su rostro.

- Que te jodan- exclamó riendo.- esto es demasiado como para que además tenga que cuidar mis palabras...-Se llevó una mano a la cabeza y desordenó el cabello que caía por sus rostro sudoroso- Oh, joder, solo espero que esto no sea una broma.

Pensé en decirle que no lo era, en jurárselo si era necesario pero mi boca podía aplacar su preocupación con algo mejor que palabras.

Alcé una mano para tomar su mejilla con ella y la acaricié lentamente mientras él cerraba los ojos a sabiendas de lo que venía. Quise morirme al verlo fruncir su bonito perfil en una mueca de inseguridad; yo le había hecho tanto daño que ahora él tenía miedo de ser amado.

No me extrañaba que no supiera reaccionar al cariño si todo lo que había recibido en su vida era pesar. Tan triste era que estuviera más preparado para los golpes que para las caricias. Y yo era tan culpable que me forcé a no llorar antes de besarlo.

Me acerqué lento y cuando nuestros labios rozaron primeramente él retrocedió asustado. Estaba ardiendo y a juzgar por su reacción, yo también le había quemado con ese simple toque.

Suspiró de forma helada en mis belfos y el deseo de fundir el hielo de su aliento con besos ardientes me consumió. Después yo le consumí a él.

Afirmé mi mano en su cintura y la de su mejilla pasó a su nuca, volviéndose lo suficientemente férrea como para mantenerlo preso de mi boca, pero lo suficientemente condescendiente como para que él se sintiera seguro.

Mis labios carnosos acabaron devorando por completo los suyos. Eran finos y rosados pero pese a su tamaño fútil dejaron una gran huella en mi. Su sabor dulce y tacto sedoso jamás se iría de mi mente ni aunque me arrancaran los recuerdos del cerebro.

Nunca iba a olvidar a qué sabía el cielo. Y me preguntó si él olvidaría como lo hacía el infierno.

Lo mordisqueé cuando noté que él también se atrevía a corresponderme, chupando y besando mi boca con una torpeza inesperada.

Santa mierda, sus besos eran tan adictivos que juro que moriría de sobredosis si pudiera. Lamí su labio inferior, demandando la entrada y aunque él comprendió al instante (pues gimió bajo y lleno de verguenza) tardó varios segundos en responder con su cuerpo.

Su lengua era pequeña y acarició la mía en un pudoroso vaivén que yo volví demandante y ansioso. Me adentré degustandolo y mientras lo hacía mi mano bajó hasta toparse con la orilla de su pequeña camisa y volvió a ascender, esta vez por dentro de ella.

Me separé a regañadientes cuando él quiso recobrar el aliento. Iba a asfixiarlo con mis besos si volvía a romper un contacto así.

Cuando nos separamos miré su rostro rubicundo, con el cabello alborotado y los labios inflamados por mi succiones y mordiscos y sentí que mis pantalones no eran suficiente ya para retenerme. Mierda, iba a estallar. Sonreí al notar que Lui también estaba así, solo que con el holgado pijama su excitación era más cómoda y afortunadamente más notoria para mi.

Empujé mis caderas al frente, moliéndolas contra las suyas; él ahogó un gemido y yo casi gruñí en su oído.

- Y tú me llamabas maricón...-rió el chico conservando la poca compostura que le quedaba. Sus piernas temblaban como gelatina y de no ser por mi fuerte agarra habría caído de bruces en el suelo, pero conservó fuerzas para retarme.

Esa maldita sonrisa ladeada y socarrona en su rostra era demasiado sensual.

Simulé una estocada de nuevo, frotando nuestras erecciones y arrancando de él un gemido que salió más alto de lo que esperaba.

- ¿Decías? No te he oído bien.- me burlé mientras repetía el movimiento pélvico; se tapó la boca pero estaba muy lejos de silenciarse.

Su voz aguda, su maldita mirada inocente y aquella excitación salvaje que crecía en nuestras entrepiernas; todo era como un maldito sueño húmedo.

Sin miramientos desabroché mi bragueta, clamando por mi liberación. Me sentía tan apretado en mi propia ropa que estar duro resultaba doloroso. Lui se mordió el labio inferior y cuando mis tejanos se abrieron dejando a la vista los calzoncillos negros alargó la mano y me tocó.

Sus dedos pequeños alrededor de mi eje me hicieron estremecer. Se sentía tan endemoniadamente bien como incorrecto. Mi mano subió entonces, agarrando la tela de su camiseta para deshacerme de ella.

- ¿No te... dará asco?

- Cállate- le arranqué la prenda tan pronto como pude y en solo segundos todo su abdomen plano y delgado estaba a mi disposición.

Apreté sus caderas con fuerza y me incliné para besar su clavícula, mientras, su mano me estaba haciendo sentir glorioso. La deslizó por la ropa, apretando suficiente como para sentir mi tamaño.

- ¿Porque no pruebas debajo, eh?- lo noté dubitativo y durante un momento yo también lo estuve. Vi, gracias a su gloriosa desnudez, aquella marca en su brazo.

Él había dejado su sello en mi con mariposas en el estómago; sin embargo ¿Esa era la huella que yo dejaba en él?

Daba igual de cuando amor pudiera henchirlo, su piel siempre contaría una historia donde yo era el villano. Me lo pregunté entonces y me lo preguntó ahora también ¿Es nuestro amor más fuerte que nuestro odio?

Mi mente quedó despejada cuando me obedeció, relamiéndose. Pasó su mano por mi mis abdominales, siguiendo la línea de vello que conducía hasta mi hombría y la tomó con inseguridad y nerviosismo.

Bombeó mi polla necesitada, sorprendiéndose por no ser capaz de rodearla del todo y sin ser capaz de apartar la vista de ella. Tenía que dejar de mirar sus expresiones, si veía un milímetro más de su belleza acabaría corriéndome antes de tiempo.

Cerré los ojos y mordí cuello; hinque un poco los dientes, obligándolo a gritar desprevenido, después succioné con fuerza aquella tibia y candorosa piel. Un gemido pegajoso y largo salió de sus labios y cuando los míos se despegaron de su garganta, gruñendo, vi aquella hermosa marca violácea y rojiza adornado su piel.

No podía borrar su marca, pero le llenaría el cuerpo de otras para que la olvidase.

Aflojé el agarre en su cuerpo unos segundos cuando su mano comenzó a moverse más deprisa por toda mi longitud. Pasó un dedo por la húmeda punta, ya enrojecida, y volvió a retomar la tarea, masturbándome como probablemente él lo hacía al pensar en mi.

Entonces cayó de rodillas aún sosteniendo mi virilidad en sus manos y desde el suelo me miró a los ojos casi lloroso y lleno de temor.

Mierda, no sé como pera jodidamente sexual e inocente a la vez y eso solo hacía que llevarme al límite.

Quería permutar los golpes por besos y que si gritaba de nuevo fuera debajo de mí, no de mi puño.

Sonreí al verlo tan indefenso y deseoso, con mi hombría en ambas manos y los labios brillosos, acercándose para probar un poco más de mi. Alguien debía hacer a Lui ilegal, esa mirada hermosa y esa cara aniñada con toques de picardía eran mortales.

Se me iba a romper el corazón si seguía viendo esa maravilla y recordaba que yo había estado realmente cerca de arruinarla.

- N-No te rías de mí...- pidió viendo fijamente mi sonrisa de satisfacción.

- Deberías ser tú quien se riera de mí por haberte llamado marica y estar ahora tan desesperado por follar tu maldita boca.

- ¡N-No puedes decir esas cosas, maldición!

- ¿No? Pues permíteme hacerlas- sonreí burlón y agarré su cabello, pronto aquel jalón que le di en el pelo se convirtió en una caricia y es que cuando me vi envuelto en sus labios pensé que no era digno de tocar a aquel ángel.

Era tan bueno que apenas pude aguantar y me sentí frustrado y avergonzado por ello. Era hermoso, demasiado.

Su pelo suave y sedoso enredándose en finas hebras contra mis dedos, apegándose a su frente mientras el sudor bajaba por su cara que parecía hecha de porcelana. Esos ojos pequeños y brillosos, ocultos bajo cejas finas pero insinuantes, rodeados de tupidas pestañas que se batían con la sensualidad de una maniobra perfecta y seductora; esa nariz fina, perfecta, enmarcada por dos pómulos lo suficientemente marcados para ser masculinos y lo suficientemente suaves para tener un toque andrógino y confuso en ellos; esas malditas mejillas rojas por el pudor ¿Como se atrevían a sonrojarse si mi miembro se marcaba a través de ellas, preso en el placer de su boca?

Los labios, Dios, sus labios finos y deleitosos rodeando mi hombría, tragando aquel pedazo enorme de carne erecta y venosa, acogiéndola en un lugar cálido y húmedo que me hacía sentir excitado hasta límites que desconocía.

Ya entendía porque lo había golpeado en el pasado: era tan genial que daba rabia. ¿Quien no envidiaría a esa cosa hermosa y menuda?

Pobre de él, el precio por su valía era su indefensión y, como un bobo, yo me había aprovechado de ello.

Acuné su rostro entre mis manos y comencé a dar pasmosos embates, empujando mis caderas hacia él y mi pene hacia donde su garganta era capaz de rodearme.

Apenas unas estocadas más tarde noté que su mirada y la mía chocaban con una intensidad que me derritió.

Sentí un hormigueo inconfundible en mi vientre y mis músculos se tensaron; su preciosa cara acabó manchada por las hebras lechosas de mi semilla y mi voz rota por el jodido gemido ronco que me provocó aquel fulminante clímax.

Incluso me temblaban las piernas, me sentía un maldito primerizo.

- Oh, peq- Iba a acercarme a él y besarlo profundamente pero antes de que me diera cuenta corrió con los ojos anegados en lágrimas hacia el baño.

Echó el pestillo y aunque mi cuerpo aún poseía la ligereza propia de quien acaba de tener un orgasmo, los hombros parecieron pesarme demasiado. Corrí tras él, preocupado.

No sabía como, pero siempre acababa haciéndole daño de una forma u otra.

No sé si realmente merecía a Lui.

- ¿Estás...estás bien? ¿He hecho algo mal?- pregunté al otro lado de la puerta. Un sollozo se escuchó y después una risa sarcástica.

- No, yo... e-es que tú has estado antes con muchas chicas y yo... Joder... debe haber sido la mamada más lastimosa que te han hecho nunca, que maldita verguenza...- golpeé mi cabeza contra la puerta y me eché a reír. Ese maldito niño acabaría conmigo.

- Ha sido la mejor que me han hecho, idiota. Igual que el beso, ha sido el mejor. Sal de ahí, tú no has acabado- inquirí con toco picarón, entonces escuché un suspiro que estaba entre el alivio y el temor.

- Y-Yo... es que... es que me corrido mientras te hacía eso... ¡Mierda! Que verguenza... Me quedaré a vivir en el baño, no pienso salir nunca. Por favor, comprímeme sandwiches y pasalos por el hueco de debajo de la puerta diariamente, no quiero morir de hambre.

- Te voy a comprimir la cabeza si no sales de ahí.- dije retador, dando un golpe en la puerta que la hizo temblar.

Se escuchó un ruido metálico y después su cabezita asomó por detrás del marco. Mierda, era tan adorable que quería estrujarlo hasta que se le saltaran los malditos ojos.


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