Con la música
al máximo y el sonido del bajo destrozándome los oídos empujé a unos cuantos
chicos que se interponían en mi camino, haciendo que el ruido que ocasionaban
al chocar con las taquillas interrumpiera mi música.
Lancé un par
de miradas con desdén a los pardillos, los frikis y los empollones. Como era de
esperar huyeron atemorizados porque sabían quién era yo. No solo conocían mi
nombre sino también mi reputación, porque un ‘’Jackson Smith’’ suena imponente,
pero un ‘’El matón de todo el instituto, terror de las nenas y mejor boxeador
del pueblo’’, tenía cierta musicalidad, como una buena y ruda canción que hacía
estremecerse al público.
Aquellos que
no se salían de lo común y que, por ende, consideraba inferiores, pero no
presas, solo apartaron la mirada deseando no convertirse en mis nuevos
objetivos y a lo lejos vi a mi última víctima: Louise. El pequeño niñito
indefenso tres años menor que yo que se sentaba en primera fila para atender
como un estúpido estudioso y al que nadie le hablaba, cosa que al inicio no
comprendí pues su dulce cara de pequeña chica andrógina me pareció que llamaría
bastante la atención.
Pero así era
mejor, si estaba solo podía atacarlo con más facilidad y realmente me daban
ganas de saltar como un tigre cuando lo tenía cerca, lo odiaba tanto.
Su estúpido
pelo negro y liso de emo, sus enormes y estúpidos ojos azules que siempre
miraban con tanta puta inocencia ¿Quién coño era inocente a los dieciséis?
Puto crío. Su
maldito cuerpo de enano delgaducho y su vocecita tierna de niño bueno ¡Como lo
odiaba!
Siempre solo
y con ese puchero tristón en sus carnosos labios, siempre disculpándose y
llorando en vez de plantar cara, siempre sacando las mejores notas sin siquiera
chulearse de ello ¡Era tan débil!
Lo odiaba, lo
odiaba, lo odiaba más que nada y cuando el rumor se hizo cierto ese odio
aumentó a un absoluto desprecio, aunque algo en mí se removió con un leve
cosquilleo, sí, me serviría para pasarlo bien.
Era primera
hora y tenía menos ganas de hacer clase de castellano que de follar en una cama
de pinchos estando yo debajo de una de esas zorritas que me iban detrás, tan
vulgares y accesibles ¿Dónde estaba el reto ahí? Me las tiraba y punto y aunque
era satisfactorio a mí se me daba bien seducir y convencer, pese a que nunca tenía
la oportunidad de ponerlo en práctica.
Decidí
saltarme la primera clase y decidí también que cierto enano se la saltaría
juntó a mí. Me acerqué de forma sigilosa a la pequeña espalda de Lui (así es
como yo le llamaba, pues a él le molestaba enormemente) y lo vi guardar sus
libros impolutos en la taquilla. La sacaba más de una cabeza y su nuca estaba a
la altura de mi pecho, era increíble cómo podía ser tan pequeño.
Aposté a que
sus caderas cabían perfectamente entre mis manos, a que podría rodearlas con facilidad
de lo menudo que era, pero ahora eso no me interesaba por ello ¿Porque iba a
tomar a un chico de la cintura?
Las náuseas
me invadieron, o algo parecido. Fue una sensación extraña en mi estómago
—Hola, Lui.
—susurré en su oído disfrutando gratamente de su sorpresa y su estremecimiento
repentino. El chico quiso huir y el timbre sonó haciéndole creer que se
salvaría —¿Dónde crees que vas?
—T-Toca
castellano…
—No, por una
clase que pierdas no pasa nada. —me fue fácil acorralarlo contra los casilleros
y amé como temblaba con fuerza y miraba al suelo. Estaba tan asustado que me
sentía un león a punto de comerse a su presa. —¿Sabes lo que me han contado de
ti?
Pregunté con
un tono divertido, inclinándome sobre su oreja para que viese quien tenía el
control.
El me miró
asustado y tembló más que antes, se frotó un brazo haciendo que su manga larga
se subiese unos centímetros dejando ver los moratones de hacía dos días, cuando
se había ganado una de mis famosas palizas ¿A quién coño se le ocurría chocar
conmigo en la cafetería y derramar mi refresco?
Ese imbécil a
veces se las ganaba y a veces no, aunque se las merecía por ser tan
malditamente odioso. Era como un osito de peluche al que quería destripar.
No respondió,
solo cerró los ojos como un pequeño animalito cuando tomé uno de los mechones
de su pelo y lo acaricié jugando con él como si fuese mío, que quedase claro
que yo haría lo que quisiera con él.
—Pues mira,
me han dicho que parte de empollón eres un puto maricón. Dime Lui ¿Eres un puto
maricón? ¿Por eso apruebas, pones cara de niño bueno y después se la comes a
los profes? Oye ¿Quieres otra paliza? Ya sabes, por ser un maricón.
El solo negó
asustado mientras sus ojos se llenaban de lágrimas otra vez. Un revoloteo
molesto nació en mi estómago cuando me miró y una presión en el pecho me hizo
fruncir el ceño. Jodido maricón.
—Pues
entonces ¿Porque no te agachas y me la chupas? Con lo puta que eres te
encantará. —murmuré creyendo que esa imagen formaría en mi cabeza una idea
nauseabunda, pero no fue así.
—Jackson…
Déjame en paz, n-no he hecho nada… —susurró en un leve suspiro dejando que el
cálido aliento chocase contra mi pecho del que tan orgulloso me sentía. Grande
y fuerte.
Y Lui era
pequeño y buenecito. Seguro que mis padres le habrían preferido a él como hijo
y estarían orgullosos.
Orgullosos de
un puto maricón empollón.
—Ser un puto
engendro gay te parece poco, ¿eh? —pregunté avanzando un paso. Odie sus
lágrimas cayendo por sus níveas mejillas, desde sus ojos cristalinos y tan
bonitos como los de un gato. Lo odiaba —Venga, va. —dije mientras sentía pasos
a mi espalda.
Ahí venían
Jeremy, Mark y Till, mi pandilla, mis matones conocidos como ‘’Los macarras’’.
Sus risas me
confirmaron que estaba haciendo un buen trabajo y eso me alentó así que tomé al
muchacho de la camisa, arrugándola y acercándolo a mi más.
Olía a limpio
y, aunque sin perfume, también tenía cierto aroma dulce. Me asqueó, o eso creo,
simplemente sentí una sensación de hormigueo en la nariz de la que deseé
deshacerme de inmediato.
—Va mariconcito,
agáchate y chúpamela. Eso te encantará, seguro —el muy cabrón se atrevió a
mirarme mientras lloraba.
Las ganas de
partirle su hermosa cara movieron mi puño, pero no lo hice, solo le tomé del
cuello y presioné con fuerza hasta hacer que se arrodillara ante mí y entonces
lo tomé del pelo con fuerza, escuchándolo gritar con su suave y odiosa voz.
—¡Mirad
chicos! —grité yo atrayendo la atención de mis primitivos amigos, quienes
rieron mientras dirigía la bonita cara contra mi paquete una y otra vez —El mariquita
ahora es mi puta. —dije sonriendo mientras le empujaba consiguiendo dejarle en
el suelo.
Trato de
levantarse y Jer le dio una patada que lo tumbó de nuevo. Reí, aunque no me
resultó demasiado chistoso, pero simplemente es lo que debía hacer. Ellos
siempre reían cuando yo golpeaba a alguien, aunque a veces lo hacía sin poner
ningún toque humorístico en ello.
—Ya te
gustaría serlo. —le dije mientras escupía al suelo, aunque desgraciadamente no
atiné en él.
Tampoco fui a
la hora siguiente, pero no fue para meterme con nadie y mucho menos con el
enano chupa pollas, no. Tuve que ir al baño a desahogarme porque sin que
ninguna de las zorras de clase se me hubiese siquiera arrimado, yo ya estaba a
punto de reventar en mis pantalones. Jamás me había sentido tan jodidamente
cachondo y fue penoso culminar con uno de los mejores orgasmos de mi vida en
los putos baños de la escuela.
No comprendí
qué mierdas le pasaba a mi cuerpo ¿Es que acaso mis putas hormonas encontraban
algo sexy en los sucios pasillos de aquella escuela de mierda? Fuese lo que
fuese hizo que la sangre me hirviera ¡Yo era el único dueño de mi propio
cuerpo! Nadie le había dado a mi pene autonomía suficiente como para empalmarse
cuando yo ni siquiera pensaba en nada sexual.
Estaba
cabreado, alguien debía pagar por ello.
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