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El enclenque había dejado su móvil al lado de la cama y había puesto una alarma a las diez y media para mí, así que me desperté intentando no aporrearlo hasta romperlo y simplemente miré a mi alrededor buscándolo con la mirada.

Oí el ruido del agua tras la puerta del baño y después su voz melódica tarareando una canción, así que supuse que estaría dándose una ducha y, para sernos sinceros, yo ya comenzaba a necesitar una.

—Cuando salgas de ahí déjame entrar, tengo que bañarme yo también.

Dije contra la puerta. El sonido del agua paró y se escucharon unos pasos sobre el suelo.

—¡Y-Ya he acabado! Cuando me haya cambiado te aviso para que entres. —gritó nervioso.

No le encontraba el sentido a aquello, si ya había acabado de lavarse ¿Porque no podía entrar yo a hacerlo? Era una pérdida de tiempo esperar a que acabara de ponerse la ropa.

Entré sin decir nada y afortunadamente la puerta no tenía seguro.

Lo vi delante de mis ojos. Pálido, escuálido y desnudo, envuelto en una nube lechosa de vaho. Parecía un ángel caído del cielo.

Ambos éramos hombres y teníamos lo mismo (yo más que él, claramente) así que no tenía sentido ocultarse, pero cuando me vio delante suyo se tapó, pudoroso, y comenzó a gritar mientras su cara tomaba un color rojo nada sano.

—¡Fuera, fuera, fuera!

—Tranquilízate, empollón. Solo vengo a ducharme. No voy a empotrarte contra la mampara, aunque lo desees ¿Sabes? —él solo se puso más rojo y me arrojó una zapatilla como si yo no fuera el chico más peligroso de todo el pueblo.

Lejos de tomar represalias solo me reí al ver lo que los nervios habían provocado en él.

Después se calmó y bajó la cabeza mientras se ponía su apretada ropa interior.

Dios santo, su pequeño culito prieto era mejor que el de todas las chicas a las que jamás me había follado ¡Como lo odiaba, a él y a su cuerpo confuso de chica delgaducha!

—Patético. —solté señalando a su entrepierna —Normal que seas gay, ninguna mujer vería eso sin reírse.

No me di cuenta de cuando había empezado, pero estaba llorando.

—N-No te burles más de mi… Po-Por favor, no en mi casa, en mi intimidad… Yo jamás te he hecho nada malo, pero… a-ayer cuando hablábamos pensé que incluso podríamos ser amigos, pe-pero… —su voz se rompió en un segundo y lo sentí sollozar. Se tapó la boca con una mano para acallarse, pero no lo consiguió —Da igual... tendría que habérmelo esperado… t-tú eres el matón y yo solo una mierdecilla.

Murmuró ante de marcharse encajando la puerta casi sin fuerzas. Y en su brazo vi algo extraño ¿Un tatuaje quizás? No lo supe, jamás le veía bien porque vestía con manga larga y llevaba muchas pulseras, pero ahora eso daba igual, era simple curiosidad.

Golpeé los azulejos de la ducha mientras el agua caía sobre mí y aunque me estuviera quemando aumenté la temperatura. Lo merecía.

Era gilipollas.

 

 

 

 

 

 

 

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