12

 Louis despierta y lo primero que ve al abrir los ojos es nada. Alza sus manos hacia estos, pero una voz le detiene.

—No. —dice Harry, simple y llanamente. Reconoce el tono autoritario y aleja sus dedos de la cara, usándolos para palpar la cama y lograr sentarse en la orilla de esta, encarando a la voz que le habla. —Buen chico. Hoy es el último día de los siete —anuncia Harry, Louis no puede verle y es ahora más consciente del pañuelo apretándose entorno a su visión. —, difundí la noticia ayer y parece haber causado mucho impacto. No te asustes, el lugar estará lleno de gente ¡Incluso ha salido en la televisión! A nadie le importa mucho el tema del BDSM, pero les importo yo porque soy joven y tengo mucho dinero, pero no te preocupes por eso, no dejarán pasar periodistas al evento. Solo nosotros y quienes realmente quieran ver el maravilloso buen gusto que tengo.

Louis se sonroja y deja ir una leve risita, imagina los hoyuelos de Harry porque él siempre le corresponde las sonrisas. Un tacto suave se escurre entre sus dedos y se afirma; Louis, algo menos confuso, toma la mano que Harry le ofrece y la aprieta fuerza mientras se levanta de forma ciega.

—Quiero que lo primero que veas hoy, sea tu collar, bebé. Y que lo que simboliza sea en lo primero que pienses cada vez que abras los ojos a partir de hoy.

El corazón de Louis se derrite por las profundas palabras y Louis asiente, perdiéndose en la voz de Harry mientras este lo guía hacia la planta inferior.

—Ya pensaba en eso antes... —reconoce. Harry no responde, Louis sabe que está sonriendo bien grande y le gustaría tanto verlo que se plantea desobedecerle.

No lo hace, ama ser un buen chico para Harry y ama que el hombre esté orgulloso de él, le hace sentir válido y querido; le hace sentir tan bien que cuando está a su lado sigue sintiéndose así. Harry no le quiere —no únicamente—, Harry le ha enseñado a quererse.

Louis escucha las patas de una silla arrastrándose por el suelo, después la madera crujir bajo el peso de Harry. El hombre suelta su mano y lo atrae con un gran abrazo, haciéndolo sentarse sobre sus piernas. Una pequeña circunferencia fría se aprieta contra sus labios y Louis abre la boca en sorpresa, el objeto resbaloso entra y lo muerde con curiosidad. Sonríe, él ama las cerezas.

—Tienes que desayunar un poco antes de que nos vayamos, no quiero que mi hermoso sumiso se desmaye delante de todos. Yo soy el único que puede dejar tu cuerpo sin sentido ¿De acuerdo? —Louis sonríe y asiente, jugando con el hueso de la fruta en su boca.

—¿No te pone nervioso que vaya a haber tantas personas? —pregunta el chico, escupiendo el hueso en un bol que Harry prensa contra su barbilla.

—No, estoy acostumbrado a cosas así cuando organizo eventos, abro locales nuevos o amplío mi empresa. —Louis asiente, comprendiendo.

Sabe que Harry no recibe demasiada atención por el ámbito en que se maneja, pero para él más de una mirada sobre su cuerpo ya es realmente mucha atención, sobre todo si la mirada no es de su amo.

—¿Y si no les gusto? —pregunta con un poco de angustia en sus palabras, de repente se le traban y un enorme nudo baja a su garganta junto a las cerezas.

Una melódica risa posee sus oídos y sumerge su cavilante cerebro en un estado de relajación.

—Les gustarás y no lo haces, no importa; me gustas suficiente como para que no necesites agradar a nadie más aparte de a ti mismo, pequeño.

El chico se revuelve en sus brazos, nervioso y contento a la vez. Harry está siendo realmente dulce con él, ya a sabiendas de que volverá a casa con su sumiso luciendo el hermoso collar que le ha comprado. Louis puede notar la confianza de Harry y eso le hace sentir más relajado; no hay nada que pueda salir mal si su amo está apoyándole.

Cuando Harry lo sienta de copiloto y coloca una mano en su muslo durante todo el largo viaje, Louis teme que las cerezas vayan a volver para terminar sobre la tapicería de los asientos; sin embargo, Harry aprieta su muslo, le susurra que todo estará bien, y el color pálido de su rostro cambia a uno rubicundo y saludable.

Louis está demasiado nervioso, así que cuando el motor del coche calla, su mente empieza a gritar; a decirle que no tendrá tiempo de aceptar a Harry porque los demás no le aceptarán a él, a decirle que cuando deba decir sí su lengua no sabrá cómo hacer el trabajo y hará que Harry quede como un tonto y él como el mal sumiso que odia pensar que es. Quizá incluso derrama una bebida sobre Harry por los nervios, o el collar le resbala de las manos y cae haciéndose añicos, o pisa a alguien sin querer y crea problemas, o se pone tan nervioso que le vomita encima a su amo delante de una multitud que lo va a juzgar por cada bocana de aire que tome.

Dios, está tan al límite que cuando Harry le conduce desde el coche a un interior con calefacción, Louis siente un nudo en el estómago al notar en de su nuca deshacerse; no quiere quitarse la venda, va a llorar y no quiere hacerlo; van a juzgarle incluso por sus lágrimas. Recuerdos vienen a su mente, gritos, insultos, decepción y las lágrimas que no quiere derramar ahora. ¡¿Y ahora por qué lloras?! Eres un inútil, de verdad. Sienta la ansiedad pegándosele al paladar, la voz de su madre tan vívida como si la llevase tatuada en los tímpanos.

No es bueno para nada, ni siquiera para amar.

—¿Louis, estás bien? —dice Harry, su mano sobre el hombro, murmullos acercándose a ambos y la venda mojándose lentamente.

—Estoy nervioso. —confiesa con voz entrecortada. Harry arranca la venda y Louis se siente abrumado por la luz y las personas, pero no tiene un segundo para mirarlas.

Es volteado rápidamente, su rostro acaba contra el cuerpo de Harry y aunque todos pueden verle, se siente protegido.

—Todo estará bien, Louis. Te quiero. — susurra en su oído, con voz tan baja que siente como si fueran dos amantes hablando bajo la intimidad de las sábanas.

Louis solo asiente y una risa nerviosa escapa de él. Harry, ha dicho que le quiere, es demasiado bueno para estar llorando en este momento. Enjuga sus lágrimas como puede y después alza la cabeza para mirar a Harry a los ojos y sonreír sinceramente.

—Yo también te quiero. —le murmura, acurrucándose contra su pecho y con sus ojos encendidos por un brillo hermoso.

—Ven sígueme, haremos esto y después, cuando volvamos a casa, todo el mundo sabrá que te tengo en mi vida.

Harry anda hacia el centro de la sala, donde una tarima circular levemente elevada deja a la vista a quien suba a ella; nadie se atreve a acercarse demasiado, sin embargo, todos la rodean de forma irregular. Louis sigue a Harry con la cabeza bajada, las manos junas y la cabeza en lo bien que dormirá esa noche sintiendo el frío collar contra su piel.

Harry pone un pie sobre la tarima de madera, el sonido hueco resuena en toda la sala y los cientos de miradas se vuelven en su dirección. El silencio ocupa todas las bocas desterrando los murmullos, el rumor de la sala se disipa dejando solo el sonido imponente de los pasos de Harry andando hacia el centro y el de los de Louis, como un débil eco que le sigue.

Algo no anda bien, Louis no sabe qué es, pero cuando su mirada surca el mar de espectadores, siente que hay algo malo en ellos. Ha visto algo y no comprende que es, pero la resulta familiar le produce nauseas. Está temblando.

Harry se coloca delante de él, apoya las manos en los hombros con total seriedad y empuja levemente, ordenándole de forma muda que se postre; el sonido de sus rodillas al tocar el suelo inunda toda la sala, parece rebotar por las paredes y dispararse en su cabeza hasta que le causa dolor. Louis no se siente bien, solo quiere que Harry le meta en el coche de nuevo y le aleje de lo que sea que tanto rechazo le causa.

—Louis Tomlinson ¿Quieres ser mío?

Su voz, fuerte y seca, aturde a todos los oyentes. Louis puede sentirla apretar su piel con posesividad, hacer hormiguear los labios deseando arrancar un sí. Sí, amo, sí, amo ¡Sí!

Las palabras se atoran en su garganta, sus ojos brillan con impaciencia y la mueca de Louis se endurece, esperando una respuesta y esperando que todos los demás la oigan.

—S...

—No. Él debería decir que no y tú no tendrías que estar haciendo esa pregunta, en primer lugar. —aguardentosa, profunda, cercana. Louis gira su cabeza mecánicamente hasta el portador de esa voz.

Lo encuentra ahí, parado de forma irreverente, con los brazos cruzados sobre el pecho y una esposa ornamental colgada de uno de ellos, con una mueca de disgusto en su cara y un gesto de asentimiento que parece programado en su cuello, como si se tratase uno de esos monigotes horteras a los que la cabeza les tiembla siempre.

—Papá... —gimotea lastimeramente Louis. Los pequeños ojillos recubiertos de arrugas lo miran afiladamente, haciendo que las palabras nunca salgan.

—Él es un niño que todavía no sabe lo que quiere. Este no es un buen futuro para él. Louis, ven aquí, vas a venir a casa y a dejar tu tontería de carrera y de novio y vas a hacer algo bueno para ti, aún quedan plazas en medicina.

El corazón de Louis se estruja dentro de su pecho y las lágrimas se acumulan en sus ojos. La voz de su padre es como una soga que se le ata al cuello y tira de él hacia su antiguo infierno, una soga que no puede quitarse y que no deja espacio para el collar de Louis.

Hace un amago de levantarse, pero Harry coloca una mano en su hombro, dejándolo arrodillado. Louis no puede siquiera hablar, pero lo mira con los ojos llenos de agradecimiento.

—¡Louis, ven ahora mismo! —grita el padre, la madre niega con la cabeza, decepcionada. Siempre ha sido así: él solo tiene reclamos para Louis y ella nunca se esmeró en siquiera dirigirle la palabra. —¿Te hemos dado la vida y así nos lo agradeces? Nunca haces lo que decimos ¡Eres una decepción!

Un sollozo se escucha y el ceño del padre de Louis se frunce aún más, multiplicando las ya existentes arrugas. A Harry no le gusta ese hombre, tiene los ojos diminutos como una rata y la boca seca y agrietada, no parece un padre, sino un enterrador.

—Louis no irá a ninguna parte. Él no tiene por qué hacer lo que dices para complacer a nadie y él no es propiedad de nadie, aunque sea usted su padre. —declara Harry, su voz imponiéndose a la marea de cuchicheos que las intervenciones de los padres han causado.

—¿No es un poco hipócrita eso viniendo de ti? —lanza la madre, Harry queda paralizado en el lugar por el comentario. La señora alza una ceja cuando el dominante balbucea.

Louis escucha algunas risas y muchas sorpresas por lo humillante que ha sido eso último para su amo. Se le saltan las lágrimas al pensar que su madre es capaz de arruinar también la vida de la persona a la que ama. Se pone en pie sin titubearlo, con las piernas hechas de gelatina, pero la voz de convicciones.

—¡No es hipócrita! Yo soy de Harry y le obedezco porque él solo ordena cosas que son buenas para mí, porque él me quiere y servirle me hace feliz. Esto no tiene nada que ver con el egoísmo de esclavizar a alguien sin elección para que sea lo que te conviene; esto no tiene nada que ver con lo que vosotros lleváis haciendo toda la vida. —su madre abre la boca con disgusto y la multitud vuelve a reír ahora, mirándola. Se le pone la cara roja y el marido aprieta la mandíbula hasta tensar tanto el rostro que parece hecho de cartón. Louis sabe que no van a decir nada más, él nunca les ha replicado así que no estaban preparados para esto— Y sí, Harry, quiero ser tuyo.

El hombre sonríe, la multitud aplaude hasta que sus padres se disipan entre la gente y desaparecen por fin de su vida, de sus pesadillas y de su mente. Harry extiende la palma de la mano abierta y alguien deja sobre ella un hermoso collar plateado con un candado en el centro. En las tiras que lo unen Louis puede leer su nombre y el de su amo, así como el de la fecha de hoy.

—Has grabado nuestros nombres... —susurra maravillado, pasando los dedos por las líneas curvas que se hunden en el metal.

—Sí, tardan siete días en hacerlo. —le explica Harry con una enorme sonrisa.

Los hoyuelos aparecen frente a los ojos de Louis y el frío envuelve su cuello. Por primera vez, se siente libre.


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