—Sí, bueno.
Fue antes de que comenzaras a molestarme. Cuando te vi y me dijeron que eras el
repetidor me sorprendió tu edad de todas formas, pero me… gustaste tanto.
Después fue cuando tú te fijaste en mí de aquella… manera tan desagradable y,
bueno… No tenía amigos, mamá bebía mucho por aquel entonces, papá se había ido
con una chica de parís y su hijo, algo más pequeño que yo y… tu comenzaste a
molestarme en el colegio, el único sitio donde me sentía en paz. Una cosa llevó
a la otra y lo hice… diría que lo hice sin pensar, pero no es cierto. Pensé
mucho en ello, de hecho, dejé una nota que ya tenía preparada. En el hospital
dijeron que era un corte muy certero y que si estaba vivo era de milagro.
Le abracé sin pensármelo dos veces y susurré
muchas disculpas, aunque hacía ya unas horas que lo único que hacía era pedir
perdón, aunque Lui me dijera que no era necesario.
Él estaba
sosegado ahora y yo me hallaba llorando como un jodido bebé debilucho, pero
realmente me sentía tan condenadamente mal que deseé no haber nacido.
—Soy un hijo
de puta… —me lamenté mientras lo arrullaba entre mis brazos y él solo suspiraba
hastiado.
Parecía no
sentir ya dolor por su historia mil veces vivida, pero en verdad yo sabía que
debía dolerle incluso más que a mí. Quizás no le quedaban ya lágrimas.
—No te diré
que no. —dijo risueño y aunque yo reí por ello no logré cesar la caída de mis
lágrimas.
Ese día no
estudiamos, tampoco hablábamos. Dolía demasiado. Solo me pasé todo el rato en
la cama, abrazándolo cuando él se pasaba por la habitación una vez volvía de
hacer la compra u otras cosas.
—Hagamos como
que no hemos tenido esta conversación ¿Sí? Me duele recordarlo y con que lo
sepas y guardes el secreto me basta. No quiero hablar más de ello, nunca.
Accedí sin
titubear, parecía cansado, aunque el ritmo del día había sido lento y tortuoso.
Ojeras grandes, piel grisácea y ojos inyectados en sangre.
Lucía tan enfermo.
Por suerte al
siguiente amanecer despertó radiante y preparó huevos con salchichas para
desayunar. Quise ayudarle, pero mis intentos por preparar algo decente acabaron
con un chisporroteo de aceite caliente sobre mi piel y yo gritando como un
marica, como él cuando le golpeé en el pasado.
—Ven. —dijo
él rodando los ojos y sacando el pequeño botiquín de la mesa para acercarse a
mí.
Me había
quemado un poco y no era nada grave, solo pequeñas gotitas enrojecidas en mi
piel, pero sí que había una marca levemente preocupante de cuando ladeé la
sartén y un chorro de aceite se vertió en mi antebrazo.
Lui me curó
con mucho cuidado. Podía haberlo hecho de forma dolorosa y eficiente, por pura
venganza quizás, pero sin embargo pude ver como se esmeraba en que no me
doliera. Apenas sentí nada antes de que pegara una gasa con esparadrapo en mi
quemadura.
—Mucho boxeo,
pero pocos huevos, por lo que veo. —bromeó tomando la sartén por el mango y
rescatando el huevo frito que yo había desatendido.
Reí por el
doble sentido de esa frase, no me resultó hiriente para nada porque era Lui
quien bromeaba, pero de ser, por ejemplo, Jer, le había dado una buena torta y
ni decir que hubiese hecho si fuera alguien con quien no tenía confianza.
Mi teléfono
sonó, pero tardé en coger, impresionado porque Lui comenzó a cantar en voz baja
la letra de mi melodía.
—I can feel the animal inside… — su voz de
ángel sonaba tan cómica en contraste con los tonos raspados del verdadero
vocalista que me quedé ojiplático unos segundos — ¿No lo coges?
—¡Ah, si! —dije saliendo de mi estupor para contestar por fin sin siquiera
reparar en quién me llamaba.
—¡Cabronazo! ¡Fiesta, tías y alcohol gratis, esta noche! ¿Te apuntas?
—¿Jer? ¡Pues claro, joder! ¡Hace tanto que no salgo de fiesta! Bueno,
espera. Estoy con un amigo, le diré que venga.
—¿Un amigo? Pero si estoy con toda la pandilla ¿Quién es? —mi sangre se
congeló en ese preciso instante, una vez les dijera que era Lui quien estaba
conmigo no se me ocurría ninguna situación en que todo pudiera acabar bien,
pero supongo que años sin tocar un libro me jodieron el cerebro, así que
fui tan idiota de responder.
—Louise. —dije con simpleza, quedándome tan ancho como si acabara de
nombrar a cualquiera de mis colegas.
—¿El… el marica? ¿Qué coño haces tú con…
—Es mi profesor ahora, paso de repetir otro año, que le den al insti. Es un
tío enrollado, bueno, un buenazo mojigato, pero estará bien igual ¿Qué me
dices?
—Oh, claro. Dile que venga. —contestó en un tono que me dejó algo
extrañado. No parecía para nada confuso o sorprendido, más bien había algo en
sus palabras que me sonó a complicidad.
Incluso parecía haberlo complacido con aquello, aunque no comprendí muy
bien porqué.
—Bueno, ya has oído.
—N-No pienso ir. Ni loco, no.
Sonreí de forma ladeada, consiguiendo ponerle nervioso y no respondí, ya
tenía algo planeado para aquel chiquillo rebelde.
No es que hiciera las cosas para fastidiarle o incomodarle rodeándolo de
gente, pero me parecía que era muy triste una vida sin amigos. Casi tan triste
como una vida con amigos estúpidos como los míos. Yo solo llevaba unos días con
él y me sentía tan feliz de tenerlo a mi lado que deseaba enmendar mi error y
conseguir que Lui fuera a fiestas, lo pasara bien e hiciera más amigos. Quizás
así podía llevar una vida más plena. No es que quisiera arruinarle los
estudios, ni mucho menos, pero él mismo lo decía: le sobraba mucho tiempo y
aunque lo usara para sus hobbies, en parte, también lo usaba mayoritariamente
para llorar y lamentarse (lo sabía desde que le espiaba) así que me reté a
cambiar esas horas de angustia por risas.
Y si finalmente resultaba que no se llevaba bien con nadie más, no tenía
problema en ser su único amigo, le intentaría hacer feliz con todas mis
fuerzas.
Oh, sí. Lui iría a esa fiesta.
— ¿Y cómo es que te sabías esa canción?
— Me gusta ese grupo. A veces estudio con disturbed de fondo o sino con
bullet for my valentine o grupos así.
—¿A-A ti te gusta ese tipo de música?
—No todos los niños buenos y empollones escuchamos Mozart y la banda sonora
de dora la exploradora ¿Sabes?
Enarcó una ceja e hizo cara de asco, una mueca que me pareció muy divertida
junto con su cómica frase, y así seguimos toda la tarde hasta que Lui comenzó a
llorar de la risa y yo sentía que el estómago me iba a estallar ¡Dolía reírse
tanto!
Era un chico amable, divertido y bonito. Me llenaba mucho más que un porro,
un par de tetas y mis colegas soltando burradas en un banco. No había sitio
donde prefiera más estar que con Lui y eso era algo nuevo en mi: Jamás estaba
en los sitios por plena voluntad, nunca me encontraba a gusto, solo iba de aquí
para allá, estancándome pasajeramente en los lugares y con la compañía que
conseguía disgustarme un poco menos que las otras opciones.
Me sentí feliz, por primera vez.
—¡Mierda! —exclamó el chico al ver que ya eran las siete de la tarde —Tengo
que ir al supermercado a por algo de cenar ¡Voy corriendo! —chilló antes de
desaparecer ante mis narices.
Me parecía cómico escucharle decir palabrotas como si no fuera un angelito.
Eso le hacía más normal. Pero no me refiero a más convencional o vulgar, sino
más humano, más como alguien con quien se puede disfrutar en vez una simple
máquina de trabajar, que es como siempre le había visto. Aunque iba a ser, de
por vida, un bicho raro.
Y me gustaba que lo fuera.
Más tarde, cuando Lui volvió, me sorprendió leyendo un libro que había
tomado de su cómoda y andando en círculos por toda la habitación con los
nervios a flor de piel. Siempre me había reído de la gente que leía y aborrecía
la literatura, pero para ser sincero, criticaba sin conocer. Aquella era la
primera vez que tenía una novela entre las manos y amé cada palabra.
Me sentía en otro mundo cuando leía y esa capacidad de, con simples
palabras, sumergirte en otra realidad, me resultaba maravillosa. Un sentimiento
casi más fuerte que estar hasta las cejas de cocaína, una desconexión del mundo
más brutal, como si me arrancaran de él.
Me avergoncé cuando le confesé a Lui que había páginas que debía releer
varias veces y que algunas palabras las había buscado en el diccionario.
—Soy un poco tonto. —reí explicándole aquello.
—¡Que va! Si es el primero libro que lees no vas a ser el mejor en ello, tu
sigue.
—¿Y mientras tu qué harás?
—Mirarte. Eres muy expresivo así que según la cara que pongas intentaré
adivinar por qué parte del libro vas. Es divertido. Cuando he venido tenías
cara de… de que te daba pena Oskar.
—Sí, era la escena del árbol… ¿Así es como te he hecho sentir yo?
—Deja el tema.
Me sentí desolado, de las decenas de libros que Lui tenía tuve que coger
ese, que narraba tan explícitamente los abusos que Oskar sufría en su escuela.
Los matones del libro me resultaron repugnantes, pero no pude evitar verme en
ellos.
Seguí leyendo ‘’Déjame entrar’’ hasta la hora de la cena y después ejecuté
mi plan maestro.
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