El panorama es dantesco e increíble. Cinco vampiros y más de doscientos hombres y mujeres. Armas contra colmillos, sangre contra sed de ella. Miquel cae de rodillas cuando ve lo que sucede, yo doy un paso al frente.
—¿Ves a Gerald y Dunkel? —pregunto pasando la vista por todo el campo de batalla.
Él rota la cabeza varias veces, igual que yo, y finalmente asiente, tirando de mi ropa como un niño ansioso.
—¡Ahí, ahí! —grita. Sigo la dirección de su dedo y se me para el corazón al verlos luchando como hermanos de sangre. Y es que, en el fondo, son hermanos de sangre.
Espalda con espalda, ambos se cubren a ellos mismo y buscan con la mirada presas. Su brutalidad, lejos de repugnarme, me fascina.
Gerald está pisando el cuello de un soldado y en menos de un segundo su bota llega a la tierra y la sangre se desparrama por los lados, grumosa y llena de polvo de huesos. En su boca la cara de un hombre lucha por liberase de los colmillos; cuando lo hace su rostro deformado sangra a borbotones hasta que cae al suelo, muerto como una piedra.
Dunkel tiene a un hombre como brazalete, su derecha hundida en su estómago hasta el codo, el tipo pataleando sin llegar al suelo, con los intestinos desparramándose, húmedos, por la mano de Dunkel. En la otra mano tiene a un oponente luchando contra esta, la batalla se decide en un movimiento. Largas uñas se hunden en las cuencas de los ojos; el luchador llora sangre y convulsiona, el vampiro empuja hasta los nudillos y revuelve sus dedos dentro de su cráneo, haciendo puré su cerebro.
—No te separes de mí, vamos a ayudarlos. —digo tomándole de la mano a Miquel y descendiendo por una ladera discreta.
Es camino así es más largo, pero ellos están en un extremo de la batalla y si rodeamos la masacre será más fácil entrar en el juego que si cruzamos por en medio, arriesgando nuestras vidas.
Miquel ya no llora, solo veo sus ojos fijos en su amante como si todo lo que existiese en el mundo fuera él. Está pisando cadáveres pastosos, irreconocibles y vomitivos, pero parece no darse cuenta de nada: del sonido que hacen sus pies al hundirse en entrañas frescas, del crujido de los huesos o la textura lábil del cartílago, de los dientes que se pegan a su suela, del pelo sanguinolento que los acompaña, que a veces, cuando andamos sobre los restos de la batalla y pisamos una herida abierta y supurante, hundiendo la suela en los pulmones o el talón en las tripas, el cadáver todavía no lo es y nos mira con los ojos desorbitados mientras hace algún sonido aterrador que pretende ser una súplica.
Finalmente llegamos a la zona, escondidos tras unos árboles, observamos cómo nuestros amos tratan de defenderse y como cada vez son más y más los atacantes que se dirigen a ellos dos por su fuerza y la amenaza que suponen. No sé cuánto más podrán aguantar, pero sé que no podrán hacerlo por siempre.
—Soy muy bueno con el arco, puedo subirme al árbol y atacar desde aquí, estaré seguro ¿Tú que harás? —pregunta mientras empieza a poner sus pies en el tronco. Mierda, yo tengo una pésima puntería. Lo mejor que sé es usar los puñales y aun así soy de lo peor en ello. —No entres ¿Vale? Es demasiado peligroso. —asiento, solo para tranquilizarle.
Me alejo un poco para buscar otros puntos desde los que pueda ser útil, ocultándome mientras contemplo como mi amo masacra sin piedad a los hombres que arremeten contra él. Algunos logran rasguñarle, pero nadie sale vivo después de acercarse a él.
Es tan poderoso, tan temible. Tan mío como yo soy suyo.
Las flechas de Miquel salen sin previo aviso y antes de que Gerald pueda aplastar el cráneo a un hombre que se acerca alzando un hacha, este cae con el cuello atravesado.
—¡No! —chilla con horror el vampiro, reconociendo la técnica, la flecha o quizá por una corazonada. Mira directo al árbol y se separa de Dunkel cuando, por culpa de la distracción, los hombres se meten entre ambos.
Algunos atacan a Gerald, tiene la espalda desprotegida ahora, pero su esclavo se ocupa con presteza de ellos y no parece tener grandes problemas en la lucha.
Sin embargo, los soldados han reconocido el peligro que entraña Dunkel y la maravillosa oportunidad que supondría matarlo, así que el número de oponentes que tiene es injusto.
Doy un paso al frente, quiero ayudarlo y no sé cómo. No sé cómo luchar para proteger aquello que quiero.
En mi vida no he luchado por mi bando jamás, he peleado como un perro siguiendo órdenes. Ahora estoy paralizado.
Avanzo un paso más y saco mi puñal cuando veo que un hombre desgarra el gemelo de Dunkel con una lanza. Apoyado en un pie y su rodilla homóloga, sigue luchando, pero nadie cubre sus espaldas.
Entonces papá aparece detrás de él, una estaca en una mano y el sigilo bajo sus pies. Se acerca hasta que solo es necesario un movimiento preciso, demasiado rápido como para que Dunkel libere sus manos de los cuerpos que batalla y le detenga.
No pienso en nada, solo actúo.
—¡Amo! —el grito sale solo de mi garganta, tan desgarrador que parece haber viajado en el tiempo, venir de un futuro donde aquel a quien llamo ya no camina entre los vivos.
Mis piernas corren hacia la escena y se impulsan, salto, con la espalda de mi padre como objetivo.
El hombre que me ha dado la vida, el hombre que me ha criado y educado. El hombre que me ha creado y moldeado para ser quien no soy.
Frunzo el ceño y me doy cuenta de que nunca he dudado menos en mi vida. Mi mano es firme, se dirige a donde debe.
El filo traspasa la carne, el omóplato y se hunde hasta la empuñadura.
Acabo de darme cuenta de algo. Mataría por Dunkel.
Mi padre cae al suelo con mil alaridos de dolor y el vampiro se voltea hacia mí. Un hombre arrastra a mi padre lejos de la escena, otro alza la espada, fijando su ruta en mi cuello.
De repente olvido como seguir peleando. Es el fin.
Una sombra enorme me amuralla y no puedo ver que ha sucedido. Después comprendo. El cadáver de mi atacante en el suelo. El brazo de Dunkel, en el suelo.
Yo cierro los ojos cuando veo la sangre salir de lo que queda de su miembro. Caigo, al suelo.
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