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 —¿Estás despierto? ¿Lo estás? Oh, sí, has abierto los ojos. Definitivamente estás despierto. ¿Hola? O no. ¿Estás despierto? —lo vocecilla de Miquel es bonita, pero ahora mismo me irrita.

Me desperezo y froto mis ojos antes de incorporarme en la cama y mirarlo.

—¿Qué ha pasado? ¿Q... ¿Por qué estás desnudo? —pregunto abriendo los ojos mientras la curiosidad y el morbo no me dejan apartarlos de su cuerpo.

Es tan pálido, delicado y huesudo; además está lleno de líneas rojas, latigazos seguramente; están en todos lados, como pinceladas furiosas.

—Parte de mi castigo por salir de casa. Gerald tampoco está siendo muy duro, sabe que le ayudé y que si desobedecí fue por una buena razón.

¿Qué? ¿De qué está habl... ¡La batalla! —Los recuerdos vuelven a mí y la confusión me abandona, dejando lugar a una vorágine de sentimientos.

—¡Dunkel! ¡¿Dónde está Dunkel?! —pregunto saltando de la cama como un poseso.

Él pone sus manos en mi pecho y empuja, obligándome a reposar.

—Tranquilo, está bien. Cuando heriste al líder la lucha no duró mucho más. Sin alguien que les guíe esos ejércitos son inútiles, así que se retiraron. No habrían ganado de todos modos.

—Pero... —es demasiada información en mi cabeza. Me alegro de saber que todo está bien, pero necesito ver a mi amo, sentirle, preguntarle, decirle que lo lamento. —Su brazo...

Miquel señala mi cuello. Aparto el collar con las manos y mis dedos palpan la piel. Aprieto los dientes ante el dolor, bajo mis yemas dos hendiduras pequeñas sangran un poco.

—Te mordió hace poco, ahora está curándose. Tardará solo unas horas, además también bebió sangre de algunos soldados que no pudieron escapar a tiempo, así que no es la gran cosa para él, aunque para nosotros perder un brazo sea catastrófico.

Me dejo caer en la cama de nuevo, golpeo el colchón con mi cuerpo y suspiro de alivio.

—¿Está enfadado conmigo?

—No, pero te va a castigar de todos modos.

—Lo sé, desobedecí. Pero da igual, mientras él esté bien.

—Tú también tienes que estarlo. —lo miro con duda, torciendo la cabeza en señal de confusión.

Él se acomoda mejor, sentándose a mi lado en la cama para comenzar a explicar. Ahí advierto que él luce en su pene un anillo como el mío y me pregunto cómo hará él para aguantar, quizá algún día el pudor se marche y me deje preguntarle esas cosas.

—Para tu amo eres tan importante como él lo es para ti. Por eso yo ataque desde un lugar seguro. No solo me importa mi vida porque es mi vida, sino porque es la felicidad de Gerald, cuidarte a ti es también cuidar de tu amo. Recuérdalo, no somos objetos para ellos.

Las palabras llegan profundo a mi corazón. No somos objetos. Tampoco somos soldados sin corazón, eso algo que papá nunca sabrá.

Asiento, pues comprendo, pero no puedo responder. Tengo miedo de que si digo algo mi voz salga quebrada. Tengo miedo de que, si abro la boca, solo haya gritos.

Tengo miedo de hablar en nombre una vida que apenas ha empezado a vivirse.

Apuesto a que Miquel no entiende porque lloro; no pasa nada, yo tampoco, son solo los recuerdos, duelen pese a que han pasado.

Él me abraza firmemente y me estrecha contra su cuerpo.

—Sea lo que sea, ya pasó. —dice mientras mueve su cuerpo en un vaivén pueril. Nos mecemos juntos, abrazados, piel con piel y alma con alma.

Miquel hace que sienta que no estoy tan solo en el mundo, que el problema de toda mi vida no soy yo, sino la vida que intenté vivir. Nunca he tenido un mejor amigo, nunca he tenido un amigo, de hecho, pero estoy seguro de que Miquel luce como uno.

—¿Puedo ver a Dunkel? —pregunto, sosteniendo la cadena que me une a la pared y me impide irme, necesito tanto que mis ojos sepan que está vivo.

—Él dijo que deseaba estar solo hasta recuperarse. Cuando su brazo vuelva a la normalidad él vendrá, mientras esperas deberías comer, espera, traeré algo.

Se marcha en un segundo, su espalda toda fustigada y su trasero morado por los golpes se me presentan como un extraño espectáculo.

Me parece horroroso hasta que me levanto y veo en el espejo que lo orgulloso que estoy de mi castigo se traduce en mi piel de la misma forma en que la suya. ¿Cuántas veces habré juzgado los ojos de los demás sin saber que aquellos desde los que miro son iguales?

Cuando vuelve me encuentra observándome, moviéndome como si fuera un extraño, conociendo a mi reflejo.

—Cuesta creer ¿A que sí? —se acerca a mí por detrás y deja los dos platos de comida en el suelo, frente a nosotros, entonces se une a mi imagen en el espejo.

—¿Eh?

—La primera vez que ves cómo queda tu cuerpo después de un castigo cuesta creer que eres tú. Y cuesta creer que las marcas puedan verse tan bien en alguien.

Vuelvo a mirarme, él se siente en el suelo. Rojo, violáceo, hermoso. Nadie pensaría así, ni yo mismo antes de verme a mí.

Me siento con él, quiero comer y descansar la mente un rato porque desde que estoy aquí no ha parado de funcionar ni un solo segundo.

—Si alguien de tu bando volviera ¿Te escaparías?

—No, estoy en casa. —él me sonríe, tomando una cucharada de puré de patatas, su mirada huye de la mía y se ríe.

—Has cambiado mucho, cuando llegaste eras tan ruidoso, tan infeliz. No eras tú, estabas enfadado contigo mismo por no ser. Ahora incluso yo me siento orgulloso de ti, incluso Gerard dijo que se sentía orgulloso. Dunkel no lo dice, se le nota demasiado que lo está.

Escondo mi rubor dejando que el pelo tape mi cara rubicunda, él me mira a través de los mechones y sé que sabe lo que estoy sintiendo. Él ya ha estado en mi sitio.

—¿Gerald no me odia? —pregunto de repente, sorprendiéndome a mí mismo. —Parecía tan enfadado por lo que hice y por cómo hice sentir a Dunkel...

—Dunkel te ha perdonado, Gerald también. Él nunca podría desaprobar algo que Dunkel diga o piense, para él es su dios.

—Le convirtió ¿No? No sé nada sobre eso, pero sé que pasó.

—Sí... el pasado de Dunkel no lo sabe nadie, ni Gerald, pero él sí sabe el suyo propio y lo que compartió con él. Lo echaron de su casa, por loco dicen. Solo era gay, empezó a prostituirse a los trece, conoció a Dunkel a los dieciocho. Él mataba a prostitutas porque llamaba poco la atención, Gerald se dio cuenta y un día fue a pedirle que le matase. En parte lo hizo.

Me quedo mudo, pensando en esa historia. No soy capaz de imaginar Gerald sin Miquel ni a Dunkel sin nosotros. Ahora eso es todo lo que son, todo lo que somos, y estamos completos.

Siento que el pasado nunca se va, pero que hay que tener un presente que deseemos recordar y sé que Gerald no lo tuvo a los quince años, ahora sí.

—¿Y nadie sabe nada sobre Dunkel? —él niega, su boca forma una delgada línea —Nunca habla de ello y evita las preguntas. No insistimos, sabemos que es inútil, Gerald lo hizo cuando le conoció y él jamás dijo una sola palabra.

No hay secretos entre nosotros, recuerdo que él me lo dijo. Entre yo y él tampoco, pero ¿Y entre él y yo? No es un secreto si nunca he pensado que hay siquiera una verdad por conocer, pero ahora me doy cuenta: quiero a Dunkel, pero querría saber quién fue, de donde vino.

La curiosidad siempre ha estado ahí, pero por alguna razón nunca pensé que preguntar fuese una opción, al fin y al cabo, me han criado para pensar, no para hablar.

—¿Crees que él me lo diría si le pregunto?

—Sí. —responde sin pensar, tan antitético a lo que ha dicho segundos atrás. Pero es que yo para él soy diferente del resto del mundo y eso me llena de una alegría que jamás podré explicar.

Yo soy yo y eso es algo que nadie va a poder quitarme.

Comemos en silencio, nos miramos y sonreímos, después vemos en el espejo que nuestras sonrisas nos desnudan más que la falta de ropa. Lo veo a él cuando sonríe, en vez de verle cuando sus genitales están al aire y sus piernas no están cubiertas, lo veo a él cuando expresa, no cuando enseña. Lo veo no en su piel, sino en las pecas escondidas en lugares profanos. Me pregunto si es por eso por lo que Dunkel me hace ir sin ropa, para verme.

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