Despierto con todo el cuerpo acartonado y lleno de pinchazos de dolor. Me deslizo en la cama hasta arrancar la manta fuera de mí, el calor me ahoga. Abro los ojos y la luz del día, que entra por la ventana, me ciega unos instantes, después puedo contemplar todo con precisión, pero solo hay una única cosa que desee ver.
Dunkel, desnudo y dormido sobre mi cama. Es tan hermoso. Un cuerpo digno de un dios, tan enorme y magno, tan musculoso pero pálido, tan contradictorio y tan capaz de someter a cualquier hombre que tenga en frente. Quiero arrodillarme, aunque él no está siquiera consciente.
Entonces reparo en algo que jamás pude ver: la piel de su pecho, de su abdomen, de sus costados, de su espalda, de sus muslos, de sus brazos... su piel, nívea como la porcelana, pero surcada por mil trazos.
Cicatrices longitudinales, profundas y antiguas a juzgar por su color algo más obscuro. No sé si debería darme asco, pero solo quiero acariciarlas, besarlas, lamerlas. Quiero adorar cada parte de su cuerpo y hacer un santuario para cada centímetro de su piel.
Me siento a su lado y dejo de pensar en él como mi amo; Dunkel es también una persona hecha de algo diferente al hielo o a la piedra, es un hombre de carne y hueso, y en la carne el dolor siempre deja marca. Alargo mi mano hacia si pecho y mis dedos oscilan sobre la piel tintada por viejas y agónicas heridas, tomo aire asegurándome de que está dormido y de nuevo bajo la mano, acaricio con cuidado. Su piel está tan fría, pero es tan suave, tan amable, solo las cicatrices se sienten algo diferentes: ahí la piel es algo áspera al acto y de no ser porque es imposible diría que hacen arder la punta de mis dedos, pero no es desagradable.
Sus ojos empiezan a abrirse lentamente y retiro la mano de golpe, esperando no haber estado haciendo algo que merezca un castigo; sea así o no él no parece darse cuenta. Se despereza un poco y se sienta en el bode de la cama, a mi lado.
Su enorme brazo me rodea, pasando por encima de mis hombros, y me acerca a él.
—Ayer por la noche estuviste genial, esclavo. Eres más de lo que nunca pude desear. —dice, besando mi frente con una ternura que jamás nadie esperaría de él.
Mi corazón revolotea nervioso dentro de mi estómago y sonrío estúpidamente. Entonces, mientras él mira distraídamente por la ventana, vuelvo a recorrer su cuerpo de arriba abajo. Es tan hermoso, tan vivo parece gracias a las cicatrices.
—Amo ¿Puedo preguntarte algo?
—Adelante. —me responde, pensativo mientras sus ojos siguen fijos en el exterior. No parece que está mirando nada realmente, sino que da la sensación de que está más atento a lo que no mira.
—Es sobre tus... tus cicatrices. —digo antes de tratad de alcanzar con una mano una específica que atraviesa todo su costado, topándose con las costillas cada poco.
Él suspira decepcionado y vuelve su vista hacia el interior de la sala, sin mirarme. Entonces se levanta dejándome solo y busca su ropa en la cama, aún alicaído.
—Lo sé, te habrás sorprendido. —dice metiendo una pierna en su pantalón, parece molesto. No sé qué hecho mal. —Por eso no encendí las luces anoche, son repugnantes. —la otra pierna queda oculta, amarra su pantalón a la cintura y siento una soga en mi cuello cuando se pone las mangas de la camisa y se dirige al pomo de la puerta.
Me tiro al suelo de rodillas tras él y tomo su pantalón para tirar de él débilmente y suplicarle que, por favor, me deje retenerlo unos instantes más.
—¡Amo! —lloro, pensando en esa horrible frase. Por eso apagó la luz.
Se vergüenza tanto que no es capaz de amarme desnudo, no es capaz de amarme si yo puedo verle. Se avergüenza tanto que siente que debe protegerse... de mí. Se me rompe el corazón.
Él se voltea hacia mí, yo sigo de rodillas y contemplo con horror desde abajo como empieza a abotonarse la camisa. La rabia sube por mi esófago y posee mi cuerpo. Ha visto tantas cosas en mí ¿Por qué no puede verse a él?
Alzo las manos tomando los extremos de la camisa y tiro de ellos con todas mis fuerzas. Los botones vuelan en el aire y caen al suelo sonando como piedrecillas. Me mira ojiplático y yo subo las manos a su abdomen, acariciándolo.
—Amo, no es así. Es precioso, su cuerpo es precioso. —los ojos se le abren en sorpresa, es la primera vez que le atrapo desprevenido y amo esa expresión extrañada en su rostro. Se ve tan humano, tan cercano a mí.
Subo mis manos por sus abdominales hasta llegar a los pectorales y las bajo, masajeando la helada piel con una devoción que yo jamás conocí antes. Siento que tocarle es un regalo de los dioses. Mis yemas besan cada pedazo de su piel y yo lloro pensando que él la ha odiado tanto que la escondió de mi anoche. Anoche, durante mi primera vez, un recuerdo tan importante y él no quería que yo recordase su cuerpo ¿Cómo ha podido pensar algo tan cruel?
Me yergo levemente para alcanzarle mejor y hundo mi rostro en su vientre duro, mis labios besan la piel maltrecha y de reojo veo que sus mejillas son invadidas por un leve rubor. Un titán sonrojado, es demasiado hermoso.
—Amo, su cuerpo es perfecto, así que por favor déjeme pedirle que no lo cubra más cuando esté conmigo. Es precioso, es precioso... —lloriqueo siguiendo con los besos. Él desvía su vista abochornada y acaricia mi cabeza con su mano.
Siempre me he preguntado cuantos cuerpos habrá hecho suyo, pero al parecer perdía la parte importante de la respuesta: el suyo no. Lo trata como a un enemigo, como a un oprobio, lo esconde, reniega de él. No entiendo por qué.
Su rostro viril con ese tono rubicundo en los lugares exactos se ve maravillosamente débil, pero no en el mal sentido: sigue siendo un ser magnificente que con solo un dedo puede tenerme bajo su voluntad o matarme por ella, pero sin embargo sigue siendo una persona. Esa expresión avergonzada es tan humana...
—De... de acuerdo. —accede él, dirigiendo al suelo una mirada apenada y continuando con sus caricias sobre mi pelo.
Vuelve a la orilla de la cama conmigo ahora que ya no puede escapar de mi vista y me deja quedarme arrodillado entre sus piernas adorando cada una de sus marcas terrosas.
—¿Cómo te las hiciste?
—Antes de ser un vampiro tuve otro tipo de vida. Una en la que fui obligado a luchar cada segundo por algo que ni siquiera quería. —esas palabras se me hacen tan familiares que duelen. —Te dije que conocía tu mirada. Eres parecido a mí en ese sentido, no podía matarte, no eras el enemigo, nunca elegiste serlo. —dejo de besar su cuerpo cuando acuna mi rostro entre sus manos y me mira directo a los ojos de nuevo, acariciando mis mejillas con los pulgares y diciéndome el te amo más silencioso del mundo.
—¿También estuviste en la guerra cuando eras humano?
—Nunca fui humano. Era un hombre lobo cuando nací, un alfa, pero uno que nació en una familia pobre. Vieron lo poderoso que era y simplemente acabé vendido a un capullo que organizaba peleas de lobos. Era luchar y vivir o morir, así escogí lo primero, aunque nunca sentí haber vivido demasiado. Un día los lobos empezaron a desaparecer, siempre los más corpulentos, como yo, así que un día seguí a todos los tipos grandes que pude hasta que la vi. Una vampiresa los asesinaba.
—¿Ella te convirtió?
—Sí. —responde, una leve sonrisa melancólica en su rostro y la sombra de una lágrima sobre su línea de agua. Desde el suelo rodeo su abdomen, abrazándolo con ternura.
—¿Por qué no te mató como al resto?
—Porque fui el único que se lo pidió. Me dijo que si tanto quería la muerte me daría la vida, para que cambiase de opinión. Creo que me dio ambas. —ríe sin ganas. Comprendo que los recuerdos le duelen, pero me siento tan afortunado de ser yo en quien confíe para depositarlos. —Después ella se hartó de la vida y me pidió a mí que la matase; yo sí le hice caso. Me quedé tan solo después de eso.
—Yo estoy contigo.
—Lo sé. Ahora lo sé. —susurra levemente mientras siento la humedad caer y deslizarse por mi mejilla. No pienso mirarle mientras llora, sé que no él no querría.
Seca sus ojos con el dorso de la mano y se queda en silencio, respirando entre mi abrazo y mis besos en las heridas. Sus manos me acarician aún.
—Señor, se solicita una reunión temp... —un hombre abre la puerta de golpe, su expresión dura pasa a una preocupada cuando el cuerpo de Dunkel se tensa y vuelve el rostro hacia él con dureza. Desvía la vista y se aleja un poco de la puerta. —Siento haber interrumpido, mi señor, lo lamento.
—Continúa. —dice en tono firme. Ni un rastro del hombre asustado y solitario que había hace unos segundos. Dunkel es tan fuerte que le envidio.
—Los ejércitos humanos han tenido una actividad inusual en la zona de los licántropos, deberíamos hacer una reunión para planear los próximos ataques. Deberíamos acabar con el líder de los humanos antes de que lleguen a establecer una alianza. —el rostro de Dunkel cambia de repente a uno furibundo y se levanta, andando hacia ese hombre.
Caigo en la cuenta de que solo él conocerá el dolor de la traición si los hombres lobos deciden atacar. Me siento tan profundamente mal por Dunkel.
—Tráeme una camisa y avisa a los demás, tenemos que hacer algo pronto.
—Sí, señor. —dice el tipo, alterado, pero sin poder evitar lanzarme una mirada indiscreta llena de dudas; es normal, no creo que nadie espere ver al gran vampiro abrazado a su sumiso de forma tan dulce y tierna.
—Esclavo, puedes ponerte algo de ropa si lo deseas. Has sido un buen chico, lo mereces. Está en el segundo cajón. —asiento con fervor lanzándome a la ubicación que ha nombrado cuando el otro vampiro, rápido como el rayo, ya está de nuevo en la puerta con otra camisa para Dunkel.
Logro encontrar ropa interior de mi talla, así como unos pantalones apretados y una camisa holgada que llega hasta mis rodillas. Pienso que luzco ridículo hasta que Dunkel me mira y un brillo lascivo atraviesa sus ojos.
—Ven conmigo, esclavo. Ponte a mis pies durante la reunión y no hables sin permiso.
—Sí, amo.
En vez de quitar el enganche de mi correa de la pared, simplemente se acerca y quita el collar de mi cuello, dejándome libre y condenado a serlo por unos segundos. Su mano se coloca rápidamente en mi cuello rodeándolo mientras me conduce fuera de la habitación, sustituyendo así el metal por sus fríos dedos; me siento sosegado de nuevo.
—Irás sin collar mientras el peligro de que seamos atacado sea alto. Si sucede algo, puedes huir. —susurra en mi oído mientras nos aceramos a la gran mesa central del salón.
Quiero protestar y decir que sin él no iré a ninguna parte, pero sé que ahora no puedo hablar. Él se sienta en un extremo, con dos vampiros a un lado y otros dos al otro, presidiéndolos. Yo simplemente me postro en el suelo y siento algo de calma a pesar de las miradas sobre mi cuando me fijo en que a los pies de Gerald está Miquel. El chico me ve también y me saluda efusivamente con la mano, yo le respondo con una enorme sonrisa que se le contagia.
Cuando Dunkel empieza a hablar todos detenemos nuestra actividad para escucharle con la mayor atención posible.
—Lo único que sabemos por ahora es que los humanos están en la zona sur junto a su jefe y que quienes han ido a la zona licántropa son peones remplazables, simplemente sirven para negociar. Sul, tú tienes la misión de contactar con el grupo de vampiros con el que nos aliamos la última vez, avísales de esta incidencia y diles que rodeen la zona de los lobos sin que estos lo sepan, lo único que deben hacer es que ningún humano vivo llegue a ella nunca más, así interrumpiremos su comunicación por un tiempo, sin embargo, esto es solo algo temporal. El mayor problema es localizar al líder y hacer que muera o que se rinda, sin él sus tropas caerán, son solo ovejas sin voluntad que siguen a la manada, lo único que necesitamos es acabar con el tipo ¿Alguna idea?
El silencio reina en toda la habitación. Me siento un poco culpable por no sentir nada de turbación dentro de mí mientras se planea el asesinato de mi padre, pero me siento aún más culpable por lo que voy a hacer ahora.
—Yo tengo una. ¿Puedo hablar, amo?
Todas las miradas se dirigen hacia mí y todas, menos la de Gerald, acompañadas de un ceño fruncido y una mueca de desaprobación. Los ojos se desvían hacia mi amo cuando este habla.
—Adelante. —se escuchan murmullos de disconformidad por la sala y me avergüenzo siendo incapaz de hablar. —Silencio, si vais a hablar que sea para aportar algo y no para quejaros de que alguien más lo haga. Habla, esclavo.
—Yo... eh... —todos se inclinan sobre sus asientos como depredadores acechándome, desde abajo me siento eclipsado por las figuras colmilludas que intimidan esperando de mí un solo error para devorarme vivo. Mierda, incluso he olvidado qué iba a decir.
Dunkel carraspea un poco haciendo que todos se peguen en sus asientos y baja su mano para acariciar mi cabello. Una sensación tórrida nace en mi cuero cabelludo y resbala sobre mi como una cascada de estabilidad.
—Mi padre está obsesionado con mi hermano porque es muy bueno luchando, es como su hijo favorito y su arma favorita y está convencido de que será su sucesor, así que para él es más importante que su vida porque dice e él es el futuro de la guerra, así que si mi hermano es capturado papá sería capaz hasta de negociar con los vampiros y podríais aprovechar eso de algún modo, estará vulnerable. Mi hermano entrena siempre en el mismo lugar, es un sitio muy escondido, pero no está muy lejos y yo sé encontrarlo, solo hay que ir ahí y esperarle.
—Saldremos esta tarde a por él ¿Alguna objeción? —las cabezas se menean en un no al unísono y yo me siento halagado al ver como Gerald me sonríe con complicidad y los demás se muerden el labio, rabiosos por no poder criticar la utilidad de mi aportación.
—Amo, quiero pedir algo. Por favor, no mates a mi hermano.
—Se hará con él lo que a nosotros nos plazca, maldita bolsa de sangre.
—¡Sul! Tú no decides eso y tampoco tienes derecho a faltarle al respeto a mi esclavo, a partir de ahora eso es equivalente a faltarme al respeto a mi ¿Entiendes? —el hombre asiente, palideciendo y con su rostro cambiando de un visaje monstruoso a una mueca de terror diga de un humano a punto de ser comido por Dunkel. —Haré lo posible para que todo funcione sin tener que asesinar a tu hermano, esclavo. Gracias por tu ayuda, eres un buen chico.
En este momento no existe nada más que su voz y esas palabras, el resto del mundo puede irse al diablo mientras yo me quedo con los halagos del mío.
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