Estoy arrodillado frente al enemigo, mi ejecución es inminente y aunque mi pelotón entero yace muerto detrás de mí, cientos de hombres fallecidos por seguir mis órdenes, sangrando porque confiaban en un líder que detesta serlo, aunque mi misión era no fallar del mismo modo en que mi deber es vengarme, no soy capaz ni de sentir lástima por los muertos ni de levantar la cabeza y ver a mi verdugo.
—¿Este es el líder del pelotón? —pregunta la misma voz que ha ordenado al pequeño ejército de vampiros que maten a los supervivientes, pero que a mí no me toquen. —¿Me estáis gastando una broma? Es un niño todavía.
Muerdo mi labio para no decirle que cumplí la mayoría de edad hace un año, no creo que eso cambie su opinión sobre mí, además si él cree que apenas soy un chiquillo es posible que me deje vivir. Papá dice que son monstruos, que no conocen la piedad, pero estoy tan desesperado por no ser devorado que es mejor opción dudar de lo que creo que seguir creyendo si eso me deja en un camino que solo lleva a la muerte.
—Lo sé, pero él comandaba al grupo. Varios lo han confesado después de ser torturados, además tiene la insignia en el pecho. No hay duda, aunque sea algo inusual.
—Bien, da igual que sea joven. El enemigo es el enemigo, así que me ocuparé de él. Podéis retiraros. Id a casa, llegaré cuando termine.
¿Terminar? ¿Terminar el qué? Si voy a morir no debería siquiera llevarle un par de segundos asesinarme, no entiendo por qué necesita tiempo para ocuparse de mí y ojalá no deba averiguarlo. Ese hombre solo, junto a sus cinco vampiros, ha acabado con mis cien hombres. Más de setenta de las muertes han sido únicamente obra suya, no necesita ahora tiempo para ocuparse de mí, el más indefenso de todo el ejército.
—Si vas a matarme, hazlo ya. Monstruo. —mi voz sale entrecortada. La ira me llena la boca, pero el miedo lo hace con mi cuerpo y él lo sabe.
Ríe alto y mi humillación pesa sobre los hombros. Sabe que tengo miedo.
—Que valiente para ser un niño. —dice sincero, aunque en su voz un deje de sarcasmo me hiere. Ya me lo dijo papá: como las bestias salvajes, ellos huelen el miedo que causan. Sabe que estoy a dos palabras suyas o menos de hacérmelo encima ¡Maldita sea! —Me gustan los valientes, no tiene sentido domar o matar a una fiera si esta no opone resistencia. Así que puedes decir algo más si quieres antes de morir. Te permito luchar hasta el último segundo, aunque sea con palabras.
¿Qué me permite luchar? ¡Me obliga! Por culpa de su existencia estoy obligado a luchar y no es un lujo, no es un capricho, es una necesidad. Daría mi alma por dejar de luchar, daría mi vida entera. Y eso haré.
—Solo mátame. Estoy harto de esta guerra, prefiero morir ya. —murmuro. Mi mirada cae al suelo y veo mis propias rodillas llenas de la sangre de otros. Una arcada me hace doblegarme todavía más al pensar que todo quienes me tenían que proteger están muertos, son ya tan inútiles como las piedras de este campo.
Estoy a su merced. No puedo evitar llorar.
—Cualquiera diría que no sabes qué es la muerte siquiera, pero te la daré de todos modos. Mírame, quiero antes de morir veas a quien le pertenece tu vida. —trago saliva. No quiero mirar, no quiero verle.
Son monstruos con rostros monstruosos, aberraciones de la naturaleza y la justicia. Cuando mis ojos se topen con sus ojos color sangre y sus colmillos afilados y largos me ahogaré en el horror y mi último segundo de vida será una pesadilla.
—Mírame. —susurra, bajando hasta mi altura y poniendo su mano en mi nuca.
Con una lenta y gélida caricia sube hasta mi coronilla, entierra sus dedos en mi cabello café, suficientemente largo para ser agarrado y jalado, y tira de él para que le mire.
Oh, santo infierno.
No son demonios porque son horrendos, son demonios porque son demasiado bellos para este mundo. Su pelo negro cae como la noche sobre el día, acaricia sedosamente su piel blanca y se pierde en sus hombros, mezclándose con la negrura de su atuendo. Su cara es masculina, ruda, pero no es vulgar. En cada toque salvaje hay cierta finura. Como una bestia esculpida por un artista: aunque sea aterrador no puede evitar ser bello.
Labios gruesos y colmillos asomando por ellos. Como rosas con espinas, hechos para besar, pero incapaces de algo mejor que hacer sangrar. No me extraña que sean asesinos los vampiros: algo tan bello solo puede ser una trampa.
Y los ojos. Dios santo, los ojos. Son pequeños y algo rasgados, pero no necesitan ser grandes orbes de búho para impresionar. Son negros, totalmente. Como un abismo donde uno debe perderse, siento que me ven, que ven a través de mí, que me devoran, que me ahogan, que me hunden en esa oscuridad sepulcral y aunque quiero dejar de mirarlos para no volverme absolutamente loco, no puedo.
Pronto no puedo ver nada más que el negro de sus ojos, no existe la luz del sol o la de su rostro pálido. Estoy sumido en una noche continua, cegado. Y siento que, aunque en ellos o hay más que oscuridad, también miran. Me miran.
Entorna los ojos, después lo abre un poco más que antes y vuelve a su posición inicial. Algo parece sorprenderle. Se incorpora rompiendo el contacto y cuando vuelvo en mí mismo me pregunto cuando he empezado a llorar así. Estoy empapado, desesperado. Pero no intento ocultarlo, si voy a morir al menos no me reprimiré.
—Levántate. —me ordena. No quiero obedecerle, si voy a morir no lo haré complaciendo al ser más abyecto de la tierra.
Su cuerpo será pura seducción, pero conozco el alma podrida que le subyace y jamás le serviré, aunque mi carne se someta cuando ve la suya. Además, no podría obedecer, aunque quisiera, las piernas me tiemblan y no soy capaz de ponerme en pie.
—He dicho que te levantes. —repite, su voz aguardentosa y masculina eriza todo el vello de mi cuerpo e inconscientemente me tenso y tiro un poco de mí, casi intentando levantarme.
—No. Si vas a matarme hazlo, pero no cumpliré las órdenes se un monstruo como tú.
—No voy a matarte. Uno no debería matar a sus esclavos. Ahora, levántate.
Esclavo. Me ha llamado esclavo. De repente todo el mundo se me cae a los pies y aunque antes me aterraba, ahora la muerte me parece mi única salvación. Mi cabeza da vueltas. Seré arrancado de mi tierra y llevado a territorio enemigo. Me levanto inercialmente, para huir. Estaré en un sitio donde solo latirá mi corazón y el de los demás desearán mi sufrimiento. No alcanzo a dar un paso, me tambaleo. Voy a ser esclavizado, torturado. Soy un objeto ahora, un objeto para un demonio cruel. Me caigo al suelo, todo está borroso, no sé si por las lágrimas o por el mareo. Voy a ser de un vampiro. El ser que más odio en el mundo. Seré suyo.
El vómito sale de mí como una expiración necesitada. Quema mi garganta y se derrama sobre la sangre y los cadáveres. Me arrastro por el suelo, sabiendo que no hay escapatoria.
Una mano coge mi cuello. Soy su esclavo. Sin derechos, sin piedad. Estoy mareado. Todo está negro, como sus ojos.
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