¡Prefiero un hijo muerto antes que un hijo artista!
Louis despierta entre sudores fríos, respirando dificultosamente. Cuando se percata de que solo ha sido una pesadilla vuelve a tirarse sobre la cama y suspira, las palabras aún suenan vívidas dentro de su cabeza y teme que se hayan quedado grabadas a fuego. Se pasa la mano por el pelo, apartándolo de la cama y mira de soslayo el reloj; las tres de la mañana.
Duda que pueda volver a conciliar el sueño. Siempre es extraño dormir en una cama nueva y entre paredes que no te conocen; eso le hace sentir lejos de casa, pero ahora mismo es lo que necesita: huir de ese ambiente tóxico y poder cumplir su sueño o al menos tener la oportunidad de intentarlo.
Se levanta de la cama y saca una de las libretas por estrenar de dentro de su mochila, coge también un bolígrafo negro y se sienta en el suelo, apoyado contra la incómoda cama. No quiere ir el primer día de universidad soñoliento y pareciendo una especie de muerto viviente, pero demasiadas noches en vela en su vida le han enseñado que cuando sueña con sus padres, no vuelve a pegar ojo en toda la noche. Siente el pecho punzar con dolor y hace lo único que sabe para aliviarse: escribir.
Aunque la tinta salga intermitentemente, aunque el pulso le tiemble. Lo único que ha tenido nunca son sus palabras, así que solo ellas pueden acompañarlo en momentos duros.
La alarma suena y Louis da un bote, tropezándose y cayendo sobre la cama; los muelles crujen estruendosamente y los bultos del colchón hacen que la caída sea tan mala como si hubiese sucedido en el suelo. No recuerda haberse quedado dormido, pero eso es lo de menos. Cierra la libreta llena de palabras ininteligibles y manchas de lágrimas y la guarda de vuelta en la mochila. Ve la hora con cierta preocupación, así que simplemente se lava la cara con agua fría para despejarse y peina su cabello castaño con desgaire. Huye de su reflejo cuando sale del baño, luce tan desvaído que el azul intenso de sus ojos parece más bien un gris apagado.
Se da lástima a sí mismo, pero sabe que no tiene tiempo de auto compadecerse. Agarra sus cosas, junto a una manzana y un pequeño zumo antes de salir corriendo desde el motel donde ha dormido hasta la estación de tren. Después de llegar pasa una aburrida hora en el tren hasta que llega al campus.
Cuando por fin baja del transporte siente las piernas rígidas y doloridas, probablemente por la falta de sueño y porque ha pasado todo el viaje de pie al cederle el asiento a una anciana; no le molesta que ahora caminar sea un poco más difícil, la sonrisa agradecida de la mujer ha valido la pena para él. Además, el ama complacer a la gente, hacerlos felices.
—Disculpa. —dice tocando el hombro del primer tipo solitario que ve, puesto que odia acercarse a grandes grupos e interrumpir. Cuando el hombre se voltea no puede creerlo.
Es tan bello que baja instantáneamente la mirada, esperando llegar algún día a merecer esa visión hermosa. Tiene el cabello formado por hermosos rizos café, los ojos más verdes y más intensos que jamás haya visto y una sonrisa tan deslumbrante que el sol tendría envidia, además está coronada por un par de hoyuelos.
—¿Sucede algo? —pregunta con una voz gruesa, pero tranquila. Un escalofrío recorre el cuerpo entero de Louis y casi se le olvida cómo hablar.
—Es mi primer año, estoy buscando el aula ciento uno. —el tipo eleva mínimamente una de sus comisuras y señala con simpleza la entrada de la facultad.
Louis se siente ridículo cuando, a través de las puertas transparentes, puede observar que el aula ciento uno es justo la que está delante de todo.
Avergonzado, se sonroja y se marcha cabizbajo, tras hacer una pequeña reverencia pues las palabras no salen de su garganta. Se apresura a llegar al sitio, aunque va bien de tiempo; cuando entra al aula apenas hay veinte estudiantes repartidos de forma rala por el lugar. No quiere sentarse muy asilado y descollar entre los grupos de gente, pero tampoco va a irrumpir en uno de ellos y simplemente tratar de integrarse, él no es bueno en eso. Simplemente mira la gran aula y se queda petrificado cuando el sonido de la puerta hace que todos lo escruten durante un minuto. Una vez no tiene ojos en él, quemándole, decide sentarse al final, tras un pequeño grupo de gente.
Abre su libreta y trata de retomar su escritura donde la dejó en la madrugada, pero el sonido de la puerta lo distrae y, por curiosidad, mira; lo hace de reojo porque a él no le ha gustado que todas las cabezas se giran hacia él y no quiere hacer sentir incómodo a quien sea que ha entrado.
Se sorprende gratamente al ver el mismo cuerpo alto y escultural al que le ha pedido ayuda en la salida. El hombre no se detiene a mirar a nadie y simplemente se va el extremo más alejado y vacío del aula y se sienta, sin prestar mucha atención a su alrededor.
—¿Has visto a ese? —Louis escucha a un chico de la fila de delante hablar demasiado alto y no puede evitar fijarse en sus palabras. —¿No es muy mayor para estar aquí? ¿Qué tendrá? ¿Veinticinco años?
—Lo he visto antes, en la entrada. Ha venido con un puto Lamborghini, seguro que es un ricachón de mierda que solo estudia para matar el tiempo. Qué asco. —Louis se escandaliza por el odio en la voz del chico y suelta una pequeña exclamación.
Todos se voltean y lo miran con mala cara. El hombre que estaba hablando levanta una ceja, chasquea la lengua y se levanta; sus compañeros le imitan y todos se mueven unas filas más adelante. Louis no puede encontrarse más avergonzado; pega la cara a su libreta y oculta su rubor mientras se martiriza por haber llamado la atención de esos chicos. Realmente su intención no era espiar, pero estaban hablando de ese tipo y no ha podido evitar prestar atención.
La mirada de Louis cruza un campo de sillas vacías y observa al hombre. Luce más maduro que ellos, pero no desmejorado, es realmente hermoso y aunque sí advierte que viste con prendas que no lucen baratas, no le parece ninguna clase de fanfarrón. Algo en sus ojos le apena un poco, parece triste. No comprende por qué todos le miran y susurran cosas de él poniendo muecas de asco; él sabe que los ricos suelen ser imbéciles, pero él de veras no parece nadie malo.
Durante las clases no puede evitar mirarlo y quedarse embobado tanto en su belleza como en su aura segura y tranquila. A penúltima hora una de las profesoras termina la clase medio hora antes por una razón que Louis no atina a escuchar. En ese momento reúne el valor que le queda y se levanta.
Anda con torpeza hacia el chico, mira al suelo, a sus pies para ser más exacto, y tiene la sensación de que sus huesos se transforman en gelatina cuando está lo suficientemente cerca como para que el hombre levante la vista y lo vea acercarse. Louis saluda amablemente con su mano y se sienta a su lado. Aún sin mirarle a los ojos coloca las manos sobre sus muslos y trata de enderezar su postura para no dar una mala impresión.
—Gracias por lo antes...
—Harry, me llamo Harry. —le dice el hombre al ver el tono en que Louis termina su frase. De nuevo, la voz parece entrar por sus oídos y molerle el cerebro desde el interior. Es tan varonil y a la par dulce. —Y no hay de qué.
—Yo me llamo Louis, encantado. —sabe que extender la mano sería lo correcto en ese momento, pero es incapaz de moverse así que permanece estático.
Su vergüenza se aleja un poco cuando el tipo le sonríe y repite su nombre bajito, dejado que sus labios lo hagan sonar demasiado bien. Le gustaría ser tan maravilloso como su propio nombre en la boca del otro.
—No creo que debas juntarte conmigo si quieres hacer amigos, chico tímido, al resto de los compañeros parezco no agradarle. —dice casi riendo. Sus comisuras se elevan mostrando una sonrisa amarga y alza las cejas, como si le sorprendiese todo aquello.
—No pasa nada, es cruel que te juzguen ¿No te importa? —Louis observa ojiplático como se encoge de hombros; él casi se pone a llorar cuando esos chicos lo dejaron solo por haberlos escuchado.
—Solo me importa lo que piensa la gente a la que amo y que me ama a mí. —sentencia monótonamente, pero, aunque su frase está llena de convicción, también lo está de amargura. Louis se pregunta cómo alguien puede ser tan robusto.
—Supongo que esas personas deben pensar bien de ti si te aman. —ríe Louis, el rostro de Harry se curva en una sarcástica mueca.
—¿Personas? Solo hay una y soy yo mismo. El resto del mundo es como esos imbéciles. —dice extendiendo la palma con una pequeña rotación, abarcando así la clase entera.
El más pequeño de ambos se sorprende por una confesión así, pero también se siente un poco identificado; la única diferencia es que ni él mismo piensa bien de él.
—Oh... A mí me agradas. —confiesa tímidamente. El otro chico lo mira sonriendo y Louis baja la vista de nuevo, perseguido por el latir de su corazón resonando desde su garganta.
—Mírame a los ojos cuando me hables. —Louis se estremece, la voz de Harry suena suficientemente poderosa como para atravesarle y disparar su vista hacia arriba en un inmediato acto de obediencia. Harry está frunciendo el ceño y su expresión dura es demasiado peligrosa de ser mirada: atrapa y enloquece al corazón. —Ahora, repítelo.
—D-Digo que me agradas... —susurra el chico. La tentación de desviar la mirada lo atosiga, pero algo en la forma en que los iris verdes lo mantienen en el punto de mira le dice que no lo tiene permitido.
—Así está mejor. —concluye el extraño tipo, ahora con un tono más amable y un extraño brillo en su mirada desvaneciéndose.
El cuerpo de Louis se destensa un poco, siente que una tensión enorme ha sido liberada y ahora se encuentra a gusto y satisfecho de sí mismo, pero ¿Por qué?
El profesor de última hora llega, comenzando a hablar sobre futuras evaluaciones y fechas de entrega desde el primer segundo en que pone un pie dentro del aula. Todos copian rápidamente lo que dice en las agendas de la universidad.
Harry atiende a sus palabras después de abrir la suya, pero desiste en intentar apuntar esa enorme cantidad de tareas y exámenes. Deja el bolígrafo sobre la agenda con un resoplido de frustración y los dos segundos Louis le está pidiendo permiso para apuntar las cosas que él no ha podido. Tan pronto se lo da el chico toma el bolígrafo de Harry y, copiándolas de su propia agenda, anota todas las fechas en las de su compañero.
Cuando Harry le agradece en voz baja Louis parece la persona más feliz del mundo. Él ama hacer cosas por la gente que le gusta y aunque no conoce mucho a Harry, se siente tranquilo y seguro a su lado.
El profesor mete la lista de clase en el maletín y se despide, la clase ha terminado y también su primer día de clases. Louis empieza a recoger sus cosas, al igual que Harry; al primero le habría gustado compartir más tiempo con el segundo y conversar más, pero presupone que ahora cada uno irá por su lado.
—¿Vas a la cafetería a comer? —Louis realmente no sabía dónde comer, simplemente pensó que estaría bien coger comida rápida antes de ir al trabajo, pero cuando Harry le pregunta él solo asiente como si ese fuera su plan desde el principio. —Genial, yo también iré ahí.
—Uh, pero no sé dónde está.
—Da igual. Sígueme. —lo segundo suena más como una orden que como una sugerencia amistosa y Louis siente un revoloteo en el estómago.
Se levanta de golpe y cuando Harry echa a andar lo sigue con la cabeza baja y un poco por detrás de él. Siempre acostumbra a andar así con la gente, pero sorprendentemente a Harry no parece molestarle.
—Eres un chico muy servicial ¿No es así? —pregunta Harry poniéndose en la cola de la cafetería; una media sonrisa surca su rostro y Louis asiente, enrojeciendo. —Tus padres deben estar muy contentos contigo. —comenta con desacierto.
Louis hace una mueca agria y baja más la vista; sus nudillos palidecen cuando él aprieta los puños, intentando contener todas las emociones que vienen a él cuando piensa en sus padres.
—Solo me gusta satisfacer a la gente, por eso soy así. Y mis padres nunca están contentos con nada de lo que hago, da igual.
El rostro de Harry ensombrece un poco al escuchar eso y escruta a Louis con firmeza. Sus dedos jugando entre ellos, su cuerpo tembloroso y la mirada huidiza mientras habla, así como sus dientes apretados.
—Yo sí estoy contento contigo, te comportas como un buen chico. —la frase es extraña, incluso podría uno pensar que está fuera de lugar, pero al escuchar esas palabras el corazón de Louis salta de alegría.
Ambos avanzan lentamente mientras los empleados llenan los correspondientes huecos de sus bandejas con comida. Louis no siente que vaya a comerse todo eso y le duele tener que pagar por una cantidad que no desea, realmente no tiene mucho dinero, por no decir que el que tiene en el banco va precedido de un signo de resta.
Cuando les toca ser atendidos Harry pasa primero y de su cartera saca un billete de cincuenta, que debe rebuscar entre muchos otros más grandes. Los ojos de Louis saltan al ver esa enorme cantidad, pero la sorpresa real llega cuando habla.
—Cóbrame también lo suyo. —la mujer asiente y se retira, con el dinero en mano, antes de que Louis pueda reaccionar.
—¿Qué? No, no, no. —dice con los ojos llenos de preocupación. Tira de la manga del tipo alto que le está pagando la comida y Harry de voltea con una expresión ecuánime. —No hace falta, de veras, Dios mío, lo siento... Te lo devolveré y...
—Louis, cállate. Si quiero pagar por ti lo hago y lo único que vas a decir al respecto será ''gracias'', no ''lo siento'', no tienes nada de qué disculparte. —Louis esboza un agradecimiento con sus labios, pero nada audible sale de ellos.
Está claro que Harry tiene un carácter fuerte, pero no le desagrada. Ha pagado su comida y además no le ha dejado humillarse a sí mismo disculpándose y todo con ese tono tan varonil que convierte sus huesos en gelatina.
Cuando ambos se sientan juntos en la mesa un silencio incómodo de forma entre ellos y Louis se siente ansioso.
—¿Por qué no me cuentas algo sobre ti?
—¿Sobre mí? —pregunta el menor, sus ojos azules resplandeciendo hacia el tipo cuando escucha que tiene interés en él. —No veo que hay en mi vida que pueda resultarte interesante. Solo vengo de una familia humilde y muy trabajadora; mis padres siempre han querido que sea un abogado o un médico que los saque de la clase obrera, pero a mí no me gustaban esas cosas, por eso ahora vivo solo y estudio lo que siempre he querido.
Harry asiente viendo como los ojos del chico se van a un punto lejano de la mesa y un brillo hidráulico se instala en ellos. Comprende que la familia de Louis fue opresiva y manipuladora, como todo padre que ve a su hijo como un instrumento, así que decide no tocar de nuevo el tema por el momento.
—Es realmente valiente de tu parte hacer eso. Yo también me fui de casa a tu edad, aunque por otros motivos.
—¿Cuáles? —pregunta Louis por inercia, al ver el rostro severo de Harry comprende que ha sido una mala pregunta y se tapa la boca. —Da igual, si no...
—No, no pasa nada. Mi familia siempre ha sido fría y muy poco soñadora; yo nunca me quise conformar con estudiar lo obligatorio y después trabajar, así que cree mi propio local. El negocio fue creciendo y al final he ganado más dinero del que imaginé. Ahora que puedo y que mi red de locales prospera puedo tomarme la libertad de estudiar algo por el simple placer de hacerlo.
Louis escucha su historia apoyando la barbilla en la palma de su mano y un suspiro melancólico escapa de sus labios. Él también tiene sueños y ambiciones y desearía más que nada en el mundo tener la suerte de Harry y triunfar, aunque lo duda; ese hombre es tan poderoso e imponente; sin embargo, Louis es pequeño, dócil y odia dar órdenes como un gran jefe de empresa; tampoco ve nada malo en ello, pero sabe que se servidumbre no es para nada el camino del éxito.
—Eso es impresionante. —susurra con un pequeño ápice de admiración.
—También es impresionante luchar como tú lo haces por estudiar lo que quieres. —Louis se siente gratamente sorprendido por esas palabras y abre los ojos con desmesura. De ser un estudiante y trabajador a medio tiempo había oído muchas cosas, ninguna buena hasta el momento.
—Gracias, pero no creo que...
—Te he dado un cumplido, tómalo y punto. —ordena Harry con voz aguardentosa.
Louis simplemente asiente y sigue comiendo en silencio.
—¿Te gusta eso? —pregunta Harry divertido al ver que Louis empieza por el postre la comida.
—Sí, las fresas son mis favoritas. —dice el chico tapándose la boca y llevándose otra frutilla a los labios.
Harry pincha una de su plato y la mira con desinterés.
—Yo prefiero los melocotones, iré a por uno de postre. Te doy las mías. —sentencia señalando el montoncito de fresas de su bandeja.
Louis une sus manos con ilusión y sonríe, realmente le encanta esa fruta y hacía demasiado que no la comía por que no podía permitírselas, pero por otro lado Harry ya ha pagado su comida, así que aceptar el postre del hombre sería abusar de su amabilidad.
—No creo que sea justo que yo tome tu comida.
Harry rueda los ojos al escúchalo y lo mira alzando una ceja.
—Louis, abre la boca. Ahora. —el chico se alarma por el tono de nuevo. Harry siempre habla sosegado, pero a veces un aura oscura y atractiva envuelve sus palabras, como si no usase esa voz con todo el mundo.
Louis se ve obligado a obedecer, pronto el dulce sabor explota en sus papilas gustativas y toma la fresa con delicadeza del tenedor. Agradece justo después de tragar el alimento masticado y se avergüenza cuando el otro vuelve a pinchar una fresa en el tenedor. Esta vez no necesita que Harry le ordene para separar sus preciosos belfos.
—Buen chico. —susurra tan bajo que solo el otro puede escucharlo.
La piel se le eriza al instante y desea que su amigo le de otra frutilla más para poder escuchar esa frase de nuevo. Lamentablemente un pitido emerge su bolsillo y saca su móvil para comprobar que es hora de irse.
—Llego tarde al trabajo. —explica a Harry. —Me tengo que ir ¿Nos vemos mañana?
—Eso espero.
Cuando Harry le sonríe a Louis se le olvida por completo lo jodido que está por tener que trabajar hasta las diez de la noche y aun así no poder obtener todo el dinero que necesita para estudiar y tener un techo bajo el que dormir.
Puede que Harry no vaya a solucionarle la vida, pero cuando Louis llega a casa, agotado y con ganas de dormir para no despertar de nuevo, ve en el espejo que el azul marino de sus ojos está un poco más vivo que antes de conocerle.
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