20

 Dejo caer mis brazos con toda mi fuerza. Mi vida pasa por delante de mis ojos, incluso si no soy yo el que va a morir. No me había dado cuenta de que estaba llorando, pero no me arrepiento de lo que estoy haciendo, solo me pone inmensamente triste que sea necesario.

Cierro los ojos y siento la daga frenar en seco. Es extraño, siempre pensé que podría sentir en mis brazos la facilidad con la que el filo se hunde en la carne mientras se ralentiza. Puedo sentir el vientre debajo de mí hinchándose y deshincándose. Aún respira.

Abro los ojos. Dunkel está frente a nosotros, agachado, agarra la daga con cuidado, pinzando la hoja con dos dedos y deteniéndola a un centímetro del pecho de Bruce.

—Está bien, esclavo, has hecho lo que debías. —dice quitándome el arma. Rompo en llanto ¿Qué sucede? ¿Por qué no me deja matarlo? —Dijiste que estabas harto de luchar en una guerra que no te pertenecía, así que no pienso hacerte matar por ella. Ven conmigo, dejaremos a tu hermano con Samael, él se encargará de que no vuelva a causar nada como esto de nuevo.

Asiento, todavía temblando por la emoción del momento y llorando porque he matado a mi hermano; incluso si no lo he hecho, he decidido hacerlo y para mí es lo mismo.

Me toma de la mano gentilmente y me levanta, me estrecha junto a su cuerpo con fuerza y yo me abrazo a él, llorando a mares por qué recuerdo lo desolador que fue imaginar que no volvería a verlo de nuevo.

—Amo, Miquel...

—Lo sé, Gerald ha olido su sangre y nos ha desvelado a todos. Ahora él está en tu habitación, con el cuerpo de su esclavo. No dormirás más ahí ¿De acuerdo? Gerald no lo permitiría. —asiento con lágrimas en los ojos mientras pienso en mi prisión y hogar como un santuario para mi amigo, como una tumba donde Gerald irá a rezarle a ningún dios, sin esperanza.

Veo como Samael emerge de entra la penumbra y el silencio y coloca un collar en el cuello de mi hermano, así como una mordaza en su boca. Gruñe algo ininteligible, pero pronto se aleja tirando de él y todo sonido desaparece.

—Amo, lo siento tanto, lo siento...

—Deja de disculparte, es una orden. —muerdo mi labio para no seguir haciéndolo, duele tanto pensar que he perdido a Miquel, que Gerald le ha perdido de forma tan dolorosa como si yo perdiera a Dunkel.

Duele tanto que tratar de imaginarlo me abruma y hace las lágrimas me salten solas y mi corazón no pueda soportarlo.

Dunkel me carga como a un niño pequeño y me lleva dentro, en dirección contraria a mi habitación; pero puedo escuchar los lamentos que provienen de ahí.

Cuando un hombre fuerte llora es demasiado doloroso, devastador como el derrumbamiento de un muro impenetrable; su voz suena tan apagada y sin vida. No hay lágrimas para suplir una ausencia, no hay dolor que pueda llenar un vacío. Cuando alguien muere es simplemente irremplazable, por eso amamos tanto y cuando perdemos a una sola persona, perdemos tanto.

Me deja sobre su cómoda cama y se retira para buscar algo. Vuelve con un trapo húmedo y mientras soy incapaz de hablar retira toda la sangre seca que tengo en mi cuerpo.

Después me abraza y acaricia mi espalda para relajarme, haciendo que el índice viaje levemente por toda mi columna.

—Está bien, eres un buen chico. —dice entre susurros, con su nariz hundida en mi pelo y sus labios contra mi cabeza. Me siento tan protegido con él que cuando lloro no me siento débil, sino sincero.

—Iba a matar a mi hermano... iba a matarle...

—No pasa nada, no tienes que hacer eso, no te corresponde a ti esa responsabilidad. Nosotros nos ocuparemos de él, tú solo descansa.

—No... no lo entiendes. —lloro, abrazándolo todavía más fuerte, machando toda su camisa de lágrimas y hundiendo mi rostro en su pecho. Necesito su presencia, necesito su olor para poder respirar a gusto. —Iba a matarle porque dijo que él te mataría a ti... Yo... Yo... te amo, te amo tanto que no sé por qué y eso me confunde. —sollozo mientras entierro los dedos en sus costados, queriendo sentir su carne para calmar mi miedo a perderle.

—Está bien. —dice él sonriéndome. Su mano peina mis cabellos y sus hoyuelos calman mi llanto. —No hay nada que confundir ahí, amar nunca está mal; no puede estarlo.

Se inclina hacia mi rostro, lo acuna con sus manos y veo como lentamente bate sus pestañas gruesas hasta que se acarician. Yo también cierro los ojos y me abandono.

Su respiración congela la mía, sus labios rozan los míos. Es un beso, el primer beso que me ha dado jamás mi amo.

Respiro rápido y él parece querer engullir todos mis suspiros, se abalanza a mi boca y con sus labios captura los míos. Los mueve suavemente cuando advierte que tiemblo, los besa despacio, los muerde con los colmillos sin herirme; los lame.

Su lengua acariciando mi belfo como seda, más insistente y menos tímida cada vez. La dejo entrar en mi boca.

Su lengua me prueba entero, buscando en todos los rincones de mi boca las palabras que no puedo, pero quiero decir; la mía también intenta seguir el ritmo, acaricia la suya con un húmedo y lábil contacto. Ambas se friccionan resbalosamente mientras labios blandos presionan los míos y se mueven.

Los pulgares acarician mis mejillas y el beso sigue, profundizándose, arrancando de mí todo dolor, todo recuerdo. Ahora mismo solo existen nuestros labios, nuestras lenguas y nuestras pieles ardientes. Solo somos nosotros y le beso en el que nos hacemos uno.

Nuestros labios se separan lentamente, con la piel rosada y húmeda reacia a hacerlo y quedándose pegada unos instantes. Ahora que he probado sus besos los necesito como necesito el aire para vivir.

Agarro con mis manos el cuello de su camisa y alargo mi cuero hacia él, hago que nuestros labios se toquen de nuevo antes de separarnos y él simplemente se sorprende y después me toma de las caderas para depositar un casto ósculo sobre mi boca.

—Ahora, esclavo, descansa. —ordena mientras me tumba en la cama.

No necesito que me lo diga, entre sus brazos me es imposible no encontrar el sosiego que todas mis noches necesitan.



—Esclavo, despierta. —dice Dunkel, besándome la frente mientras sus palabras logran activar mi cuerpo.

Me desperezo, aún amodorrado, y consigo abrir los ojos con dificultad. Me enternece ver un vaso de leche con galletas en el buró de mi derecha, pero la mueca sólidamente seria de Dunkel me extraña.

—¿Sucede algo? —pregunto incorporándome y bebiendo la leche al instante, mi estómago ruge y es vergonzoso.

—Hoy tenemos que reunirnos de nuevo para hablar sobre qué hacer ahora que tenemos a tu hermano. Samael asistirá a la reunión, junto a él. Será incómodo para ti, supongo, pero estaré a tu lado. —asiento con lentitud.

No es mi hermano quien me preocupa, él murió para mi anoche, es Gerald. No podré mirarle a los ojos cuando le vea sentado en la mesa sin nadie a sus pies.

—Puedo hacerlo, amo.

—Sé que puedes. —me responde poniéndose en pie. Yo todavía tengo medio vaso de leche y una galleta por terminar. —No tardes mucho, empezaremos en unos instantes.

—Sí, amo. —respondo mientras lo veo alejarse.

Cuando cierra la puerta y me quedo solo trato de mentalizarme para lo que viene. Engullo mi desayuno sin ganas de llegar tarde y destacar y salgo disparado por la puerta.

Afortunadamente solo Dunkel y otros dos vampiros a los que no conozco están ahí. Samael y Gerald todavía no han aparecido y me alegro, aunque eso solo suponga retrasar lo inevitable.

Samael aparece después de un par de minutos de murmullos y mi corazón se detiene cuando veo a Bruce con el collar puesto, la vista en el suelo y siguiendo a su nuevo amo con un paso marcial.

Cualquiera diría que está siendo sumiso, pero yo sé que él no es tan fácil de doblegar. Una sola noche no puede hacerle eso a él.

—Bien, empecemos. —dice Dunkel con convicción, los demás asienten.

Lo miro extrañado y después miro de nuevo el asiento vacío de Gerald. No ha venido y por cómo actúa mi amo, creo que no vendrá.

—Samael, tu esclavo ahora no es indispensable para planear nuestra propia estrategia ¿Crees que podrás controlarlo?

—Él es ahora un chico obediente, créeme. ¿Verdad que sí, humano? —pregunta tirando de la correa de Bruce.

Él levanta el mentón y alzando la mirada pasa por los ojos de todos los presentes. Yo me espanto ante su iris oliváceo lleno de ira, sé que no va a ser obediente, puedo distinguir en su mirada cuando contiene la furia hasta casi reventar. Y sé que explotará ya.

—Sí, mi amo. —¿Qué? ¿Qué acaba de decir? Lo miro ojiplático mientras él baja la mirada al suelo, esa mirada cargada de desprecio ¿Qué pretende?

—Deberíamos aprovechar al rehén para establecer una falsa negociación que termine en una emboscada. Para ello debería primero comunicarnos con el líder e ir a su territorio no es una opción por el riesgo que supone, así que debemos atraer al líder ¿Alguna idea?

Pienso sobre ello, pero esta vez no logro una intervención brillante como la última. Me preocupa ver a todos callados, cavilando sobre el futuro de su raza y sobre lo que pueden hacer para salvarlo.

—¿Utilizar a un humano neutral como intermediario? —propone uno de los tipos, con cara de no estar muy seguro de sí mismo.

—No. Antes de poder decir su mensaje ya estaría muerto. El grupo es demasiado radical, así que matan a humanos neutrales y vampiros indistintamente, no tendría ninguna oportunidad.

Bruce levanta la vista de nuevo. Aún más rabia, aún más sed de venganza. Se levanta, poniéndose de pie frente a todos los presentes.

Las miradas se clavan en él, yo no puedo respirar. Va a hacer algo y no sé el qué, pero me preocupa. Con temor, tomo la mano de Dunkel y la aprieto.

—Si queréis que mi padre venga a vosotros es muy sencillo. Demasiado. —dice serio, las comisuras de su boca arrugadas como si reprimiera una mueca.

No entiendo qué sucede o por qué ahora presta su ayuda, si es eso lo que hace.

—Habla, esclavo. —ordena Samael. El aludido asiente cortésmente con la cabeza.

Todos nos quedamos expectantes, preguntándolos qué dirá. Nadie espera algo así.

Dirige su cabeza con rapidez hacia el brazo mutilado y de un mordisco arranca un trozo de piel de la muñeca. Samael se levanta pronto para inmovilizarlo y los demás presentes saltan de sus sillas con sorpresa. Yo me pongo en pie de un repullo y extiendo una mano hacia él por instinto.

¿Qué diablos?

Un vampiro le da a beber una gota de su sangre y mi hermano se retuerce entre las manos de su captor. Puedo ver las venas reventadas uniéndose de nuevo y cuando escupe el trozo de carne manchada y gelatinosa sobre la mesa aún quedan fibras musculares entre sus dientes. Parece un animal salvaje, pero su sonrisa me dice que esto no es solo un arranque súbito de locura.

—¿En qué mierda estás pensando? —pregunta Samael mientras abofetea a Bruce. Él solo responde con una afilada sonrisa y un silencio aún más cortante.

Puedo ver la cara de Samael enrojecer de rabia.

—Señor, voy a llevarme a este esclavo y darle una lección. Disculpa este incidente. —dice el vampiro retirándose con la cadena en sus manos y el collar tirando violentamente del cuello de Bruce.

—¿Por qué haría algo así? —se pregunta Dunkel en voz alta, con la vista perdida en la madera de la mesa y las manos unidas.

—Se habrá vuelto loco, todo esto es mucho para un humano. —responde el mismo tipo que habló antes, de nuevo encogiendo los hombros con cierta inseguridad.

—O quizá quieres suicidarse, no me extrañaría; muchos lo hacen. —responde su compañero.

Un pequeño silencio incomodo se forma después de esos comentarios y yo me atrevo a hablar, en vista de que mi amo sigue ensimismado.

—Bruce no es así. Conozco demasiado bien la clase de persona que es, hay algún motivo para eso, pero no sé cuál. Él jamás se suicidaría y de hacerlo lo haría peleando, que es como ha vivido siempre y de volverse loco no se haría daño a sí mismo, atacaría a los demás. Él no ha hecho eso solo porque sí.

Todos me miran y asienten, incluso aquellos que me odian por ser humano, todos saben que debe haber una razón para un acto tan dantesco, pero averiguarla es ya otra cosa diferente y, al parecer, imposible.

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