Durante esa comida solo se escuchaba el sonido de los cubiertos chocando entre ellos y contra los platos. La incomodidad era tan palpable como la incertidumbre y el color de nuestras mejillas mostraba que ambos teníamos la misma pregunta que hacer.
- ¿Re-recuerdas algo de anoche?- preguntó el chico mientras soplaba su sopa antes de llevarse a la boca una cucharada- Estábamos muy borrachos...
- No sé ¿Tú recuerdas algo?
- Tam-tampoco lo sé...- dijo avergonzado.
Los dos mentíamos mal y los dos nos percatamos del embuste ajeno, pero tal vez era mejor dejarlo así.
- ¿Que tal los ejercicios?- pregunté con la zozobra danzando debajo de mi piel. Lui me había hecho un simulacro de exámen ahora que solo quedaba una semana para reiniciar las clases y sentía que aunque había mejorado notoriamente no era suficiente.
- ¡Tienes bien seis de diez, has aprobado!- Dijo poniéndose en pie y tendiéndome las hojas llenas de correcciones en rojo.
No me fijé ni mínimamente en el papel y me lancé a abrazar al chico por el júbilo que sentía. Lo rodeé con mis brazos y me puse a dar vueltas hasta que las hojas acabaron desparramadas por la habitación y sus pies dejaron de tocar el suelo.
Me tiré a la cama con él todavía preso en mi abrazo y después de que pasaran unos minutos y yo me sintiera en el cielo, él carraspeó.
- E-Esto es raro...-musitó. De nuevo veía en la rojez de su rostro que estaba a gusto aunque sus sentimientos le parecieran vergonzosos, entonces ¿Por qué parecía siempre querer alejarse de mi?
Lo solté cuando me dijo eso y asentí alicaído. Ambos sabíamos desde hacía varias noches que un recuerdo quemaba en nuestras cabezas demandando completarse.
El beso. Ambos lo habíamos admitido pero solo yo lo buscaba. Lui parecía siempre tan consternado, tan preocupado, que su disfrute se cortaba cuando nuestra distancia disminuía. Como si lo que sentíamos tuviese solo derecho a existir en nuestras cabezas.
Me apenaba saber que en siete días yo volvería a casa y él permanecería solo por las tardes en una habitación donde estaba acostumbrado a llorar.
Confié en que antes de que pasaran los siete condenados días algo sucedería y nuestra separación se convertiría en algo más, en una promesa de volverlos a sentir; sin embargo no sucedió. Fue mi culpa y lo sé.
Por esperar que sucediera algo, como si el tiempo por sí solo fuera a hacerlo suceder.
Fueron siete días hermosos junto a él, cada vez más cercanos y más cariñosos. Habíamos vuelto a dormir abrazados en múltiples ocasiones y cada vez que yo sacaba una buena calificación lo abrazaba y después tomaba su mano por largo rato. Acaricié su cabeza con dulzura y una vez besé su sien cuando los recuerdos horrendos volvían a su mente, recordándome el monstruo que no dejaba de ser.
Pero aunque hubo oportunidades, no hubo suficiente valor.
Ahora, quedaba solo una noche y no sé que me asustaba más, la idea de apresurarme demasiado o la dejar pasar mi última oportunidad.
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