a reunión terminó hace tres horas de forma más o menos satisfactoria. Se decide finalmente que nos comunicaremos con el clan de vampiros amigo que restringe las interacciones entre el ejército de mi padre y los licántropos. Los vampiros del clan comunicarán a los licántropos que cuando los humanos vengan a negociar con ellos deben decirles que aquellos que capturaron a su hijo —a sus hijos, en realidad, pero a papá solo le importa Bruce— quieren negociar con él su vida y libertad en un sitio concreto a una hora concreta que nosotros comunicaremos a los licántropos en caso de que mi padre acepte la oferta. Para que esto sea posible los vampiros que impiden la comunicación entre lobos y humanos se retirarán para que estos puedan transmitir el mensaje.
Dunkel dice que es un plan arriesgado, no un mal plan, pero tampoco un buen plan. Es lo único que tenemos. Uno de los vampiros desconocidos es quien ha ido a notificar del plan al otro clan de chupasangres.
Ahora solo queda seguir esperándole.
Estoy en la habitación, solo, pues Dunkel ha ido a hablar con Samael. Al menos eso es lo que me ha dicho, porque sé que en el fondo esa era solo una forma gentil de decirme que va a torturar a mi hermano por horas. Desde que se fue he podido oír dos cosas: la primera es una voz grave gritando, dando órdenes y exigiendo respuestas, la voz de Samael; la segunda son los gruñidos y gritos de dolor de Bruce, acompañados mayormente por el conocido sonido del látigo.
Sé que necesitan saber por qué hizo eso, lo sé lo suficientemente bien como para escuchar a mi familia sufrir y desear que acabe su suplicio no solo por él, sino porque yo también quiero respuestas.
Salgo de la habitación, necesito tomar el aire después de todo lo que ha sucedido últimamente, despejarme en el jardín, aunque sin Miquel esta vez. Miquel... Paso por delante de mi antigua habitación y no escucho nada, absolutamente nada.
Sé que Gerald está ahí dentro con la misma certeza con la que sé que también lo está el cadáver de mi amigo. Mi mente es incapaz de crear la trágica imagen de un hombre abrazado al cuerpo sin vida de su único y eterno amor.
Me paro frente a la puerta y alzo los nudillos. Respiro hondo, los bajo. Soy demasiado cobarde como para dar unos toques y preguntar qué tal está.
—Lo... Lo siento, lo siento tantísimo. Ojalá pudiera hacer algo, realmente yo... solo... lo siento. —las palabras se me quedan bajo la lengua mezclándose con la saliva que trago.
¿Qué hay que yo pueda decir para aliviar su dolor? Nada, nada, sé que nada.
Salgo al exterior y no es como esperé. El aire fresco no me hace sentir mejor, el sol no me hace sentir mejor. Siento que me ahogo respire donde respire y que está oscuro como la noche, aunque la luz diurna me deslumbre.
En la lejanía veo una figura corpulenta corriendo con dificultad hacia aquí. El hombre cojo se aproxima más y reconozco que es vampiro al que esperamos.
Me alegraría de no ser por los arañazos en su piel y la sangre que salpica su ropa.
—Avisa... a Dunkel.
—¿Qué? ¿Qué ha pasado? —pregunto histérico tratando de sostenerlo mientras se desploma. Solo logro caer con él al suelo.
—No había vampiros impidiendo la comunicación entre lobos y vampiros, fueron descubiertos, estaban todos muertos. Los lobos... los lobos conocen el olor de la sangre de tu hermano... dile a Dunkel que no queda mucho tiempo.
Mis ojos se abren con sorpresa. Debí haberlo pensado antes, debí saber que si sangraba era para crear una señal olfativa para licántropos, pero es muy tarde para lamentarme.
Abro la puerta de la casa y entro, vacilando al dejar a ese hombre herido atrás.
—¡Amo! ¡Amo! —le llamo con lágrimas en los ojos y la voz crispada por los nervios.
No sé dónde está la habitación de Samael y no tengo tiempo de buscarla. Estoy nervioso, escucho aullidos en la lejanía y siento que el corazón me va a estallar.
Lo único que sé es donde esta Gerald.
Cuando abro la puerta de mi habitación la escena es tan dramática y dantesca que mi imaginación nunca le hizo sombra. Gerald arrodillado en el charco de sangre, con su boca roja como una cereza y el cuerpo inerte entre sus brazos, con la cabeza bamboleándose sobre el cuello rígido como si fuera una muñeca de trapo.
No logro intercambiar una sola palabra con él, no es necesario: señalo a la ventana y cuando la ve comprende al instante.
Guerreros humanos a lomos de gigantescos licántropos, encabezados todos por el hombre al que tanto detesto ahora.
Papá...
Comentarios
Publicar un comentario
Comenta: