Un hombre entra por la puerta, yo ya estoy en una esquina de la cama hecho un ovillo, preparado para los golpes que probablemente me gane por decir no a cada una de sus demandas. Para mi sorpresa escucho pasos ir y venir y la puerta cerrarse de nuevo. Lentamente abro los ojos y dejo de abrazarme a mí mismo, observando un plato de puré en la mesita de mi izquierda y a un tipo desconocido apoyado en la puerta de entrada, con cara de desinterés.
Aun así me tapo con la manta, avergonzado por mi desnudez. Él no parece siquiera notar mi movimiento.
Me mira por encima del hombro y señala el plato, como si fuera estúpido.
—Es tu comida. Deberías estar agradecido de que el amo haya querido alimentarte, ayer dice que te comportaste como un niñato. —lo miro con los ojos abiertos como platos ¿Agradecido? Miro entonces el bol lleno de esa masa pringosa y maloliente y lo miro a él de nuevo.
Sí, ambas cosas me repugnan: los vampiros y su asquerosa comida. Mi sangre hierve a pesar del miedo: no me comporté como un niñato, sino como un maldito ser humano, con derechos humanos y libertad. Ese hijo de puta se encoge de hombros cuando le asesto una mirada furibunda.
El silencio media entre los dos hasta que mi estómago ruge como un león. Debería sentirme avergonzado, pero solo estoy profundamente enfadado. Tomo el plato cuando lo señala por segunda vez, dispuesto a intentar comer para seguir vivo. Cuando alzo la primer cucharada u aroma hediondo llega a mi nariz.
¡Es más mierda que comida! Lanzo el plato al suelo y se rompe en mil pedazos, la masa informe se pega al suelo, quedándose junta; esa cosa del demonio no es puré, es un ente con consciencia que desea conservar su integridad. Dios santo, que alguien acabe con esas gachas asesinas antes de que se reproduzcan.
Cuando mi alteración se calma alzo la vista y me topo con los ojos decepcionados del vampiro. Me había olvidado de él. Trago saliva, pero no parece enfadado.
—Ah, como quieras. —espeta antes de irse tranquilamente, sin atacarme o recoger el desorden o simplemente verse preocupado por mi ataque de ira.
Durante el resto del día nadie vuelve a entrar para traer más comida o para darme agua; tampoco nadie limpia el estropicio, pero a mí me da igual. No es mi problema.
Al final del día o lo que presupongo que lo es, pues no tengo ventanas para comprobar si el tiempo pasa como yo lo percibo, alguien gira el pomo. Sé quién es antes aún de que la puerta se abra. Solo hay un tipo en todo el lugar —al menos, que yo conozca— que se demora tanto en abrir las puertas, seguramente para quedarse al otro lado escuchando como mi corazón se dispara.
Como es previsible aparece en la habitación y me mira con magnificencia y diversión desde el marco de la puerta.
—¿Has decidido ya comportarte bien? —pregunta, altanero. Su gran sonrisa enmarcando sus colmillos.
Pronto esa expresión divertida desaparece, junto a un sonido pastoso y repulsivo. El vampiro mira al suelo y contempla ojiplático como su pie está hundido en puré de quién-sabe-qué. Lo saca de inmediato y su rostro se torna neutral de forma forzada pues, aunque trate de mantener una expresión serena, puedo advertir un pequeño tic en la ceja derecha y las arrugas cerca de su nariz, propias de una mueca poco agradable.
Está enfadado, jodidamente enfadado. Y yo, cómo no, estoy tan asustado que me arrepiento un poquito de haber tirado el puré al suelo, pero no de no habérmelo comido; de seguro esa cosa extraña habría digerido mis entrañas antes de que estas lo hicieran primero.
Coge con enfado la cadena que está atada en mi cuello y tira de mí hasta derrumbarme frente a sus pies. Arrodillado de nuevo me siento indefenso y sé que debo compensarlo, no puedo dejar que crea que me dominará tan fácilmente. Voy a abrir la boca para decirle que preferiría comerme su zapato manchado antes que obedecerle, pero de pronto algo interrumpe mis palabras. Y me alegro: es el sonido de mi cadena cayendo al suelo. La ha apretado en el puño tan fuerte que la ha partido por la mitad.
Por una vez me alegro de no haber hablado. Él me coge del pelo y me lanza contra la pared más cercana —y aterradora— de la habitación, la de la derecha. Choco contra ella poniendo las manos para disminuir el daño, pero no logro evitar el golpe del todo y cuando mi frente impacta en la pierda me mareo.
—¿Crees que puedes jugar conmigo? Te he dado una oportunidad para vivir, deberías ser agradecido. —solo con escuchar esas palabras una vorágine de sentimientos crece dentro de mí y deseo con toda mi alma ser lo suficientemente fuerte algún día para patearle el culo a este capullo; nunca lo seré, lo sé, pero no está mal soñar.
De nuevo no puedo replicar nada; me toma de las muñecas con sus puños y con el recuero de lo que le ha pasado a la cadena tengo suficiente para saber que estar callado es mi mejor opción. Cuando me libera hay otra cosa restringiéndome. Apretadas muñequeras de metal incrustadas en la pared, dispuestas a la suficiente distancia como para que mis brazos estén separados y yo me sienta desprotegido. Fantástico.
Él se aleja, parece que va a buscar algo. Me he quedado solo y todo está silencioso y sinceramente es más aterrador de lo que pensaba. No puedo parar de imaginar horribles destinos para mí porque, seamos sinceros, no me ha inmovilizado para simplemente dejarme así, ojalá. Sin embargo, no puedo hacer nada para evitar lo que sea que viene y eso lo hace más terrorífico.
Lo oigo acercarse de nuevo. Ya no tengo ganas de hablar y su silencio me incomoda y asusta a partes iguales. Prefiero las amenazas que su cumplimiento, de veras, pero él no parece coincidir en mi opinión. Tengo la boca seca y mi estómago duele como si alguien hiciera un nudo con los intestinos y lo apretase bien fuerte, como queriendo amarrar mi preocupación ahí, bien sujeta.
Algo silva en el aire, cortándolo; no tengo tiempo de preguntarme qué es, lo descubro rápido: un dolor punzante atraviesa todo el ancho de mi espalda, concentrándose en una línea que parece estar prendida en llamas. Ahí la piel arde y palpita, tratando de sanarse.
Un látigo, me está golpeando con un maldito látigo y yo solo puedo morderme el labio para no gritar. No he gritado esta primera vez, pero porque la sorpresa ha causado tanto estrago en mí que he sido incapaz de hacer algo más con mi dolor que llorarlo.
El segundo latigazo no se hace de esperar, ni el tercero. Mi cuerpo entero se retuerce en las ataduras y siento la sangre bajar de mis muñecas a mis brazos por el ímpetu con el que estoy forcejeando. Confundo el cuarto con el quinto y el sexto con los demás. Golpea con fuerza y cada vez más deprisa, no sé qué zona está afectada hasta que lo está la siguiente y entonces ambas duelen horriblemente. Al séptimo pierdo la cuenta. Los latigazos no se detienen ni un segundo y caen sobre mi espalda como una lluvia de lenguas de fuego. Siento la cuerda trenzada hundirse en mi piel y deslizarse fuerza de ella con un roce que provoca quemazón; el látigo suena en el aire en momentos que creo que me está golpeando y ya no puede sonar, pero aun así lo hace. El dolor parece venir de todos lados e instalarse en todos lados y aunque he mordido mi labio hasta hacerlo sangrar ahora estoy gritando porque no aguanto más.
Al que parece el duodécimo pierdo la consciencia.
Despierto en la cama, tumbado bocabajo y con unas perfectas vistas al suelo moteado de rojo. De nuevo hay una cadena en perfecto estado sosteniéndome en el lugar. Suspiro desesperado, no quiero que ese vampiro vuelva a aparecer porque, aunque pueda evitar sus castigos sometiéndome, no puedo evitar no hacerlo y eso me está matando. Dije que por mis ideales moriría; no sé si esta vida es peor que eso.
La puerta de abre rápido, otra persona me trae la comida hoy y sorprendentemente no tiene una pinta repulsiva. No es lo más suculento que he visto en mi vida, pero al menos luce comestible. No quiero aceptar nada que me den estos seres, pero cuando el plato toca la mesa mis manos actúan más rápido que mi cerebro.
Es humillante comer desnudo como un perro del plato de tu amo, pero ¡A la mierda! Cuando pruebo el primer bocado dejo de pensar para engullir y es que estoy francamente hambriento. No sé si es por el vacío en mi estómago o por mi estado mental inestable pero cuando me acabo el bocadillo pienso que es lo más rico que he probado nunca y nada más ver las migas del plato se me antojan y me lanzo a lamerlas.
—Le diré a Dunkel que has comido, seguro que eso sumará puntos a tu favor. —la dulce voz me interrumpe, haciendo que pare en seco mi pequeño banquete.
Me había olvidado de que estaba siendo observado, también de que estoy desnudo. Siento el rostro arder y dejo lentamente el plato en la mesa mientras me cubro con la sábana; tan siquiera soy capaz de mirar a la cara al jovencito después de la hilarante escena que acabo de montar para él.
—Te traeré después más comida, si comes así seguro que Dunkel estará realmente contento contigo.
—No tengo ningún interés en contentar a ese hijo de perra. —mascullo entre dientes. No quiero meterme en problemas, pero tampoco voy a quedarme callado.
Ese sujeto parece agradable, espero que no diga a Dunkel lo que acaba de oír. Se lleva las manos a la boca por mis palabras y acto seguido se ríe de forma relajada.
—Vaya, tenían razón. Sí que eres osado. —apunta mientras pasa por mi lado para recoger el plato vacío y dejar un vaso de agua. Lo miro de reojo.
Parece un adolescente, como yo, quizá un poco más alto y más robusto, pero con un aspecto igualmente quebradizo. Tiene un rostro aniñado. Y los ojos verdes.
Abro los ojos todo lo grande que puedo y lo tomo de la muñeca como acto reflejo, quizá apretando demasiado, pero él no parece notarlo.
—Eres humano... —susurro sin apartar mis ojos de los suyos, con el miedo de que después de parpadear su iris sea rojo y yo solo haya visto un cruel espejismo.
—¿Ahora te das cuenta? —pregunta riendo. Amablemente coloca su mano sobre la mía para tranquilizarme. Se sienta a mi lado en la cama y yo le suelto, abochornado por haberme comportado así.
—Pero... ¿Cómo...
—Cómo tú. —responde, risueño. No comprendo por qué está sonriendo.
—¿Eres un esclavo también? —asiente con un orgullo que soy incapaz de entender y aparta de su cuello el jersey que lleva, así como su cabello, mostrando un elegante collar de propiedad negro con una placa que lleva inscrito su nombre y el de su amo.
Es un complemento bonito, pero eso no le quita lo horrible a su condición.
—Sé que debes estar alucinando, pero me gusta serlo. Si pudiese escoger tener otra vida, no lo haría; soy feliz así, más feliz de lo que nunca pude imaginar. —un brillo se enciende en sus ojos y realmente parece que hable en serio, pero me niego a creerle. Es imposible que alguien decente disfrute siendo esclavo de un vampiro.
—Estás loco... —susurro, una mueca de asco recorriendo mi rostro y una diversión el suyo.
—Puedo asegurarte que no, pero es normal que pienses eso. Los vampiros no son tan malos como crees, espero que puedas darte cuenta.
—¿No son tan malos? Ellos iniciaron esta guerra y en ella nos matan, someten y torturan... ellos nos lo han quitado todo ¿Cómo dices que no son tan malos? ¿Es que no extrañas a tu familia o a tus amigos o simplemente a tu vida antes de todo esto? —hablo alterado, el calor llena todo mi cuerpo por los nervios y realmente me pican los ojos como cuando voy a llorar de impotencia. No puedo entender.
—¿Ellos iniciaron esta guerra? ¿Quién te contó semejante tontería? Este era territorio de los vampiros y un grupo de humanos de nuestro territorio se lo intentó arrebatar, es normal que se defiendan. —él deja un pequeño silencio para que yo hable, pero me he quedado sin palabras. Su explicación tiene lógica, pero el peso de la mía está ya anclado a mí.
Papá siempre me dijo que los vampiros eran seres viles y malvados que empezaron una guerra con los humanos por la simple diversión de matar y causar el caos. Nunca he puesto en duda en su versión y, aunque la otra suene más realista, no lo haré. Él tiene que estar equivocado, posiblemente le hayan lavado el cerebro o algo así.
—Además —prosigue—, ellos nos matan para defenderse o para vivir y créeme que si te someten es que te están dando una oportunidad muy buena. Dunkel llevaba ya años sin querer un esclavo, tienes suerte de que haya visto algo en ti. Espero que tú también puedas ver algo en todo esto. De todos modos, es normal que ahora estés así, no es tu culpa.
—Nunca, nunca... —un acceso de tos me corta y entonces bebo agua, mi garganta seca siente el líquido como la panacea de sus males y después ya puedo hablar. —Nunca voy a ver en esto más que una tortura. Ese hombre es el diablo.
—Dunkel no es muy amable, pero es bueno. Te ha castigado mucho, ¿verdad?
Sus ojos se apenan un poco y hace una mueca apretando los labios mientras señala mi rostro amoratado. Grandes manchas violáceas recorren mi rostro rubicundo y roban su color, al menos la hinchazón ha desaparecido. Después de asentir y que él examine mi cara con compasión, me volteo.
Escucho como sorbe aire con fuerza, entre los dientes y sé que mi espalda luce peor de lo que imaginé. No quiero verla, sinceramente, tengo más que de sobras con sentir como cualquier punto de ella punza insoportablemente con cada movimiento que hago.
—¿Quieres que lo desinfecte? Dunkel me dijo que tratase sus heridas y pensé que era solo lo de tu cara. —asiento apenado y él se marcha en silencio.
Vuelve en un periquete con un cubo con agua, jabón y un par de trapos, y un frasco con ungüento cetrino.
—Túmbate bocabajo. —lentamente intento mover mi cuerpo para quedar en esa posición sin enredarme en las mantas que uso para cubrir mi intimidad. No es tarea fácil hasta que él tira de la tela y me deja expuesto. Lo miro con sorpresa y él a mí con una carcajada pugnando visiblemente por salir. —No te avergüences, tenemos lo mismo y a mí también me hacen ir desnudo a veces. No pasa nada. —sus palabras me tranquilizan un poco y por ello logro ponerme en la posición requerida; sin embargo, también me horrorizan pues sigo sin entender como alguien que pasa por esas cosas puede amarlo.
Tengo tantas preguntas que me va a estallar la cabeza; tampoco quiero formularlas porque sé que su respuesta no me agradará en absoluto.
Mierda. Cuando pasa el trapo jabonoso por mi espalda chillo de forma patética. Él se detiene, dejándome respirar hondo. Ve que no digo nada y vuelve a empezar, sigue doliendo igual. Muerdo la almohada que hay frente a mí y la agarro hasta hundir mis dedos. Al menos puedo tener la certeza de que no tendré una infección.
—Has tenido que portarte muy mal para recibir latigazos así de fuertes ¿Qué sucedió?
—Le dije que no le obedecería nunca, tiré la comida al suelo y le grité. —enumero mientras noto cómo sus manos se deslizan cada vez más despacio por mis heridas hasta detenerse.
De un segundo a otro parece haberse convertido en una estatua, así que me giro para ver qué sucede. Tiene el rostro desencajado y si fuera anatómicamente posible su mandíbula estaría tocando el suelo.
—¿Y no te ha matado? Dios santo, Dunkel... él no suele tolerar ese tipo de cosas.
—Y yo no tolero ser esclavizado. Ambos nos jodemos, mira que bien. —respondo sarcástico. El ríe sorprendido, negando por la cabeza.
—¿Y por qué no quieres obedecer?
—Es humillante tener que servir a algo que detesto. —ahora me seca la espalda y puedo hablar mejor sin el picor del jabón penetrando en mis cortes. —¿No te sientes mal cuando tu lo haces?
—Yo sirvo para complacer y mi amo me complace a mí cuando lo hago. No hay nada de vergonzoso en algo tan justo.
Quiero replicarle, pero dicho así suena como si él tuviese razón. Además, no luce maltratado, sino al contrario, así que no puedo usar el daño físico como justificación de que esos seres son el demonio. Igualmente sé que tengo razón, aunque no halle palabras para demostrarlo.
El resto del rato solo reina el silencio, sobre todo cuando se embarra los dedos con la pasta verdosa y traza con ella todas las líneas rojas de mi espalda. La quemazón se hace más intensa, aunque pueda soportarle y, después, cuando se va, noto mis heridas refrescadas y menos tirantes. Casi puedo moverme con tranquilidad.
La próxima vez que la puerta rechina mi cuerpo entero se tensa. El pomo gira casi a cámara lenta y mientras sucede mis pensamientos se disparan. Quizá no es tan mala idea obedecer, no si voy a estar tan alegre y sano como el chico de antes; pero no creo que sea el caso, además él tiene el cerebro lavado o está hipnotizado o algo así y yo prefiero perder mi cuerpo a mi mente.
Dunkel aparece con sus característicos andares de gato. Lo ves plantado a unos metros de distancia y sin apenas darte cuenta de que está caminando reduce la distancia de forma fluida, inmediata y plausible. Pasa de estar a dos metros de ti a estar a dos centímetros de tu rostro y no sabes ni cómo ha sucedido: no has oído los pasos, lo has estado observando en todo momento y sin embargo ahí está.
Trago saliva aterrado por la cercanía y con ella me trago también todas mis palabras hostiles. Estoy muy dañado y no creo que pueda soportar un castigo más.
—Voltéate. —me dice. No parece una orden que deba temer, pero tampoco que quiera cumplir.
Él alza su mano y mi cuerpo se mueve por instinto, ladeándose. Cuando quiero darme cuenta su mano está mi cintura, empujando hasta el colchón hasta lograr tenerme tumbado bocabajo como él ha querido. Aprieto los puños, mantengo la posición y respiro hondo.
—Miquel ha curado tus heridas, por lo que veo. Espero que no tengas que darle más trabajo de aquí en adelante.
—Entonces no me lastimes. —digo en voz baja, apretando los dientes para no gritar hasta que mi garganta se rasgue. Mi tono sale con evidente ira contenida, pero he hablado bajito y él no parece muy molesto, solo algo curioso por mi cambio de tonalidad.
—Pórtate bien y no lo haré. —susurra en mi oído, todo mi cuerpo ardiendo y la sensación de peligro presente en todas mis células. Tiemblo como una hoja cuando su mano se desliza por mi espalda, acariciando en la parte baja de la cadera antes de dejarme.
—No quiero... —reconozco con lágrimas en los ojos. Estoy cansado de negarme, de resistir. Estoy cansado de luchar, pero si me rindo ¿Qué pensaría mi padre al verme? ¿Qué pensaría mi hermano? Mamá me perdonaría, ellos no y ellos son los únicos que están.
—¿No? Entonces seguiré castigándote, pequeño, hasta romper esa fuerza de voluntad en la que te escudas.
Lágrimas resbalan por mis mejillas mientras sus manos me toman con fuerza y vuelve a arrastrarme hasta las ataduras de la pared. No pataleo, ni le golpeo, ni me resisto. Es inútil ahora. Me avergüenzo tanto de ser tan dócil hoy, pero ¿qué más puedo hacer?
—Mírate... —dice, sonriendo mientras mis manos quedan sujetas a la pared y yo me dejo caer, sujeto por mis restricciones. Ahora estoy atado de cara a él, temo que los latigazos sean en mi vientre. Me da una arcad al pensar que pueden ser en mi cara. —... estás tan cerca de rendirte. Quieres rendirte ¿Por qué no lo haces? Soy tu amo, no tu verdugo.
—Eres un monstruo...
—Si es lo que tu opinas, tendré que serlo. —sonríe de nuevo. Sus hoyuelos son tan atractivos pero su sonrisa tan peligrosa. Me esfuerzo por no mirarle a los ojos, esos pozos negros donde veo mi perdición; mi sumisión.
Se va unos minutos, respiro con calma por primera vez desde que ha tocado la puerta. Vuelve, con una mano a la espalda y la otra sosteniendo un pedazo de tela negra y brillosa.
Cubre mis ojos con el suave material. Retengo la respiración. No veo absolutamente nada y eso empeora las cosas. Anuda la tela en la parte posterior de mi cabeza y se aleja un poco, hasta que no puedo oírle además de no poder verle. Por un momento escucho el látigo silbar en el aire y gimo aterrado, tensándome en un intento vano por protegerme. Nunca llega el golpe, ha sido solo mi imaginación o un ardid suyo. No lo sé, no lo sabré nunca.
Me cuesta más respirar y empiezo a sudar. El silencio me está volviendo loco, el no sentir el castigo sobre mí me está volviendo loco. Quiero pase algo ya, que acabe pronto y pueda olvidarlo lo antes posible. ¿Cómo este hombre puede torturarme sin mover siquiera un dedo?
—¿Asustado? — pregunta, acercándose un par de pasos. Nunca se le oye caminar, pero esta vez ha hecho el ruido a posta. Quiere que sepa que está cerca de mí. Asiento con lentitud y no obtengo respuesta. No veo cómo sonríe, pero sí puedo sentirlo. Sé que lo hace. —Los latigazos causan un gran impacto y heridas duraderas, así que pensé que eso te espabilaría. Me equivoqué, pero no vas a aguantar para siempre. No voy a usar el látigo más, no quiero romper tu cuerpo, pero hay otras formas de tortura ¿Lo sabías? Un poco de dolor puede causarte tanto si es en las zonas adecuadas.
Grito cuando noto algo frío en mi clavícula. El ríe, deslizándolo hacia abajo con gracilidad. Es su dedo. Me está acariciando. Ahora mismo pasa las yemas por mi pecho con lentitud, erizándome todo el bello del cuerpo y cortándome la respiración, pero podría agarrar mi carne con su fuerza y destrozar mi cuerpo, y yo no podría hacer nada para evitarlo. Estoy tan a su merced que no puedo evitar llorar, empapando el pañuelo negro. Su mano sigue bajando, los dedos se detienen en mi vientre, rodean mi ombligo y la palma entera de su mano reposa sobre el calor de mi piel. Se desliza a un lado y me toma por la cadera con un poco más de fuerza. Su poder colosal dispuesto para tomarme con cuidado, es tan inestable y terrorífico, pero sus caricias dejan un cosquilleo que mi piel no quiere olvidar.
Grito de golpe me retuerzo. Su mano, impasible, agarra mi cintura para detener mi movimiento y yo lloro por el dolor reciente. Algo frío aprieta mi pezón, clavándose en él de forma gradual e insoportable. Siento la sangre ir a la zona, quemando mi cuerpo a su paso y haciendo mi pecho más sensible.
—Quítalo... quítalo... —suplico entre escalofríos. Pequeñas descargas salen disparadas del objeto metálico que me aprieta y recorren todo mi cuerpo, haciéndome estremecer. — ¡Quítalo! —grito con el segundo. Mi otro lado está ahora igual de dolorido y cada segundo que pasa empeora.
Siento mis pezones pulsar contra el objeto, arder y la piel se hunde de forma horrenda. Todo mi cuerpo duele a pesar de que la agresión está en zonas diminutas.
—Compórtate y lo haré. Quiero que me llames amo y que pidas por favor que lo quite, entonces quizá lo haga.
—No piens... no pienso hacerlo... —una de las extrañas pinzas es jalada hacia abajo y no puedo siquiera gritar. Palidezco por el dolor. Un rayo de dolor atraviesa mi pecho cuando es soltada y vuelve a su posición original, dando lugar a un pequeño rebote. Estrellas se arremolinan en el pañuelo y creo que voy a vomitar.
Me siento mareado, duele tanto que no sé ni cómo hablar.
—¿Por qué te resistes tanto a obedecer? No lo entiendo. Serás premiado si eres bueno para mí. —ni siquiera quiero ser compensado, solo dejar de ser maltratado. Duele, todo duele tanto que la oferta se hace más tentadora a cada segundo.
Me muerdo el labio para no aceptar. Moriré antes de servirles, moriré antes de servir a seres sin sentimientos, que solo saben hacer daño y hacer la guerra.
—No voy... a servir a un monstruo que solo sabe provocar sufrimiento... Te odio, jamás te obedeceré. —digo con mi último aliento antes de gritar de nuevo. La presión sobre mis pezones se hace insoportable y la existencia entera de mi cuerpo se reduce a ellos, a toda la quemazón que se reúne en esa zona.
—Oh ¿Es solo eso? ¿Es porque crees que somos malvados y que servirnos es ilegítimo? —asiento como puedo. Gotas de sudor resbalan por todo mi cuerpo y noto las venas de mi cuello y cabeza hinchadas, palpitantes. Mientras la presión aumenta mi cuerpo no puede seguir procesándolo. —Voy a darte esta noche y un poco del día de mañana para que pienses. Si sigues siendo tan obstinado voy a cambiar esas cosas que dices. Te enseñaré que el dolor no es lo único que sabemos causar.
Quiero replicar algo, pero no entiendo a qué se refiere ni puedo intentar entenderlo. Un aullido de dolor sale desde lo más profundo de mi garganta cuando el monstruo me arranca las pinzas. La sensación queda grabada en mi piel y se repite como un eco doloroso que se va apagando poco a poco. Él se va, para guardar los objetos.
Me he quedado solo y únicamente ahora es cuando me doy el lujo de sollozar y balbucear súplicas. No podré soportar ni un segundo más de esto, pero debo ser fuerte, aguantar, luchar. En cualquier momento mi padre vendrá a por mí y me rescatará y ¿Con qué cara le miraré si estoy arrodillado delante del enemigo?
—Verás que la sumisión es un regalo, no solo para mí. —susurra su voz en mi oído, todo mi cuerpo se tensa por su tono y siento que me deshago por el tono grave.
Desliza con delicadeza la venda fuera de mis ojos, se despega dificultosamente por las lágrimas que la empapan. La luz me confunde durante un primer momento, después el mundo deja de ser un borrón para mostrarse lúcido y lo que veo es su cara. Delante de mí, viendo con curiosidad el enrojecimiento de mi mirada y las lágrimas perlando mis pestañas.
Cuando el negro de sus ojos me atrapa siento una extraña calma. El llanto cesa y solo puedo concentrarme en esa mirada hermética: mira y mira, pero no sé lo que ve, siente o piensa. Ojos tintados de negro, para que nadie vea el alma a través de ellos, pero con una mirada inciden en la tuya como una flecha. Es aterrador dicho poder y un escalofrío me sube por la columna al mirarlo.
Es tan bello, tan misterioso y, aunque de aspecto taimado, sincero en cierto modo. No puedo odiarle cuando lo miro a los ojos; y ese debería ser el momento en que más le detesto.
—Hoy dormirás así, mañana alguien vendrá a lavarte y liberarte después ¿Quieres que sea Miquel o un vampiro?
—M-Miquel... —susurro con el corazón en la garganta. Me alegro de poder escoger, pero se siente tan mal hacerlo, limitarme a las opciones del vampiro como si estuviera aceptando algo.
Él asiente, después va hacia la puerta, apagando las velas, y antes de cerrar susurra:
—No llores, esto lo estás escogiendo tú. Todo este dolor te lo infliges tú.
Comentarios
Publicar un comentario
Comenta: