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—Vamos putita, trágatelo. —susurré mientras aquella maricona solo lloraba, ahogándose.

Mis compañeros simiescos reían y aplaudían tras de mí, no me percaté de cuando llegaron, pero seguramente había sido hacía unos diez minutos, cuando la cafetería de la escuela se había vaciado por el sonar del timbre que indicaba el inicio de las clases.

Me manoteó, el muy imbécil trató de pegarme sin darse cuenta de que sus finas, pálidas y preciosas manos de princesa apenas me hicieron cosquillas considerando que un brazo mío era más ancho que el cuádruple de uno suyo.

Era tan menudo y estaba tan indefenso, tan a la intemperie. Lo odiaba, odiaba esas lágrimas de niño débil y desvalido, esa voz ahogada hermosa y afeminada que me suplicaba.

Comenzó a toser violentamente y empujé más al fondo, que supiera quien mandaba, quién era superior. Ahora sus dieces no le salvarían y su matrícula de honor no le valdría para defenderse. Eso demostraba que yo era mejor ¿No es así?

—¡Vamos Jackson! ¡Hasta que se ahogue! —me animó Jeremy, pero no sentí, como de costumbre, la fuerza que normalmente me infundían sus palabras.

¿Porque me sentía mal por el apoyo que recibía? Casi me daba rabia que esos estúpidos sin media neurona me alentaran.

El pequeño comenzó a ponerse rojo. Su boca de ángel no era lugar para algo tan grueso y creo que ya rozaba la garganta. Seguramente si empujaba más tendría arcadas y comenzaría a ahogarse.

Fue extraño, aquella idea no me pareció divertida y eso que cualquier tipo de sufrimiento causado a esa zorra traga-libros me había dado un inmenso placer siempre.

Lo sostuve con ambas manos, rígido, dentro de su boca y pensé en la opción de seguir empujando entre sus labios, pero me sentí ciertamente hastiado.

Solo estaba divirtiéndome un poco, no era nada malo ¿Cierto? Y si así era ¡A la mierda!

 

Simplemente saqué el plátano de su boca y volví a dejarlo sobre su intacta bandeja de comida.

Estaba totalmente babeado y me resultó repugnante, seguro que si no tenía cuidado y tocaba su saliva me contagiaría el SIDA, o peor: Su homosexualidad.

Hecho una patética bola en el suelo, pidió a gritos la patada en las costillas que le propiné.

Gritó de dolor con su suave y angelical voz y, por algún motivo, me sentí mal. Seguramente fue porque no le había hecho chillar suficientemente fuerte como para contentarme con las consecuencias de mis actos, pero de todas formas no le seguí pegando, no me sentía de humor como para hacer eso, aunque aquel hubiera sido un buen día.

—Nos vamos, tíos. No quiero seguir respirando el mismo aire que esta mierda homosexual.

Sentencié antes de darme la vuelta y dirigirme a los portones de la cafetería.

Escuché un quejido tras de mí y de nuevo las risas faunescas de mis amigos. Eran estúpidas, realmente sus carcajadas me parecían un sonido aborrecible y bobo que cada vez hacía que se hinchasen más las pelotas, casi quería hacerlos callar a ostias.

Me volteé violentamente para ver que estaba sucediendo y para mi sorpresa Jeremy había arrojado todo el contenido de la bandeja de comida por encima de Lui.

Ese día, para la desgracia del empollón, nos habían servido el consistente e intragable puré de patatas de Elisa junto con un poco de carne quemada que, a mi parecer, era cartón churrascado. Esa mezcla más densa que la silicona líquida había logrado impregnar la ropa fea y desaliñada del niño, además de un liso y lacio pelo.

Por si fuera poco, creo que también le entró algo de eso en el ojo pues se lo rascaba insistentemente.

Todos me miraron esperando una risa de mi parte como confirmación de que éramos un grupo que se apoyaba mutuamente, pero sin poder evitarlo mi boca se convirtió en una tensa línea y hablé por instinto.

—¿Qué coño crees que haces?

Apreté los puños por puro instinto, no sabía por qué, pero estaba terriblemente cabreado.

—Darle su merecido al chupapollas.

Explicó Jer como si fuera una obviedad, todos rieron, como cuando yo decía algo ofensivo sobre la sexualidad de Lui, pero esta vez no me pareció en absoluto gracioso.

Me acerqué a él y tomando la bandeja de plástico le asesté un porrazo en la cabeza. Jer se quejó cuando partí aquel trozo de plástico contra su cráneo, pero dudo mucho que algo dentro de su coco se hubiera dañado. De hecho, no creo que haya algo más que aire y revistas porno dentro de su hueca cabeza de jugador de rugby.

—Vámonos ya, joder. Quiero fumar y tu solo estás aquí haciéndome perder el tiempo, deja ya de jugar con la maricona y vamos a hacer algo. —sentencié mientras todos asentían, dándome la razón y admitiendo esa excusa para mi excéntrico comportamiento.

Sin duda debía ser eso, el tabaco. Tenía tanta necesidad de fumarme un canuto que por eso me había molestado que otro se metiera con el niñato.

 

 

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