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Era sábado y normalmente habría pasado toda la mañana durmiendo como una marmota en mi habitación hasta que mis padres me despertaran a gritos por ser un ‘’vago e inútil’’ y toda la tarde en el gimnasio dando palizas y repartiendo ostias en el ring; sin embargo, ese día había cambiado mi rutina de forma automática, ni siquiera me había planteado porqué lo hacía.

Había puesto el despertador a las siete de la mañana y no tenía ni pajolera idea de porqué ¡No me levanto tan pronto ni los días que tengo clase! Pero de todos modos el ruido de la alarma no me resuelto un ensordecedor pitido del infierno, de hecho, me levanté feliz y pasé toda la mañana en el gimnasio luciéndome y demostrándole a los demás luchadores que yo era el mejor y más fuerte. Salí bastante animado de allí y fui a comer con unos compañeros de boxeo. No les conocía y a juzgar por su forma superficial y estúpida de hablar no me iban a caer demasiado bien, pero tenía en mente que si iba con ellos conseguiría la comida gratis así que accedí. Eran estúpidos niños ricos y pijos que siempre pagaban lo de los demás más por lucirse que por bondad, pero sus intenciones me importaban menos que un cojón de mono, solo quería aprovecharme.

Pasé por casa para darme una ducha y pensé en lo que había pasado días atrás en la cafetería, desde hacía tiempo y sobre todo desde ese día, mis amigos no paraban de decirme que me comportaba extraño, aunque sinceramente los ignoraba totalmente. Algunas veces me decían de quedar y salía de mí, tan natural que me asustaba, decirles una excusa falsa para poder quedarme en casa o ir a espiar a Lui.

Ese jodido enclenque odioso, por su culpa pasaba menos tiempo con mis colegas. Si es que todo eran más razones para odiarle.

También se me pasó algo por la cabeza, un recuerdo nada grato de la última vez que había estado con mis amigos fumando en el descampado de las afueras del pueblo. Jer se atrevió a burlarse de mí por comenzar a estudiar e incluso me comparó con mi pequeña y bonita víctima. Por suerte un puñetazo de mi parte le dejó bien claras un par de cosas: Que de mí no se reía nadie y que debería llevar puntos en la ceja durante, por lo menos, unos cinco meses.

Ciertamente reconocí que eso de sacar tan buenas notas tenía mérito ¡Ponerse delante de un libro y aprender era más difícil que ganar en los concursos de boxeo! Esa mierda era más dura de lo que había pensado y si fuera por mi no habría vuelto a tocar un libro nunca más en mi vida, pero mis padres me habían amenazado con enviarme a un internado de niños ricos, de esos que van trajeado y llevan pajarita y, además, ¡Sería un internado solo de hombres!

Menudo sacrilegio, podía estar todo el día rodeado de finolis si quería, de hecho, preferiría vivir así que, con mis padres, pero sin una buena mujer a la que empotrar me volvería loco de atar y eso era algo que no podía permitirme bajo ninguna circunstancia.

Ya me imaginaba ahí, usando una hortera pajarita azul y hablando con palabras de tiquismiquis, mientras pensaba en tirarme a maestras octogenarias por pura desesperación ¡Qué asco!

Y eso sucedería a menos que aprobará todo el curso. Por suerte me habían avisado con antelación y solo había pasado un trimestre, es decir, un tercio del curso, pero aun así iba mal encaminado pues había suspendido todas las malditas asignaturas.

No se me ocurría ninguna solución a eso y parecía que estudiar no era lo mío, pero de repente, mientras observaba a Lui desde la calle, una idea se presentó en mi cabeza y me pareció, como poco, magnífica.

 

 

 

 

 

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