5

 Despierto llorando por los recuerdos de ayer. Ni una pizca de deseo en ese ser maldito, solo venganza. Me ha hecho llegar al cielo y él se ha quedado en el infierno, ha sido tan humillante que me haya tocado por primera vez alguien que solo pretendía castigarme en vez de amarme... Doy lástima.

Las luces se encienden, la llama pasa de vela en vela hasta que todo se ilumina y contemplo con bochorno como mi cuerpo está cubierto por mi propia semilla. Veo a Miquel entrar y sonreírme y la humillación es tan grande que lucho con mis ataduras. No logro nada hasta que alzo mis piernas para tapar con ellas mi vientre.

—Oh, no, no. Tengo que limpiarte, son órdenes de Dunkel. Y no te pongas rojo, he visto muchas más cosas así que esto no es nuevo para mí, tranquilo. —explica con calma, bajando mis piernas poco a poco hasta dejarme expuesto. —Cuando pases más tiempo aquí me verás a mí en peores situaciones. —dice riendo mientras pasa una esponja suave por todo mi cuerpo, llevándose el rastro impuro de mi disfrute.

—Esto es humillante... mierda... —él le resta importancia con un gesto de manos y después me seca. Su trabajo es rápido y al menos no me hace sentir tan incómodo como creí que me sentiría.

—Tengo una sorpresa, ya verás. Ahora te quito la cuerda, pero tengo que llevarte con un collar. Lo siento, son órdenes y es mejor no desobedecer, ya sabes. —asiento, comprendiendo que sea lo que sea él no es culpable.

Permanezco tranquilo mientras ata un collar y una correa a mi garganta y la enrosca en sus nudillos. Después quita el nudo de mis muñecas con cierto esfuerzo y suspirando varias veces.

—Dunkel ha dicho que te portaste muy bien, así que te va a dejar tener otra habitación mejor. Sígueme. —aprecio su cortesía, pero es hasta irónica ¿Cómo no le voy a seguir si me lleva encadenado?

Abre la puerta de mi habitación y apenas creo que vaya a salir a fuera. Cuando doy un paso más allá del umbral de la puerta se me para la respiración y debo sosegarme para seguir. Paredes de piedra me rodean de nuevo y contemplo un pequeño pasillo por el que fluye un amplio tráfico de personas atareadas. Todas ellas son vampiros. Me cubro de repente el cuerpo desnudo y Miquel se ríe.

—No pasa nada, mira. —dice señalando a un chupasangre que va notoriamente más lento. Junto a él hay un chico encadenado y desnudo igual que yo, con los ojos perdido y un solo brazo. Verle no me ha tranquilizado en absoluto.

Como sea, Miquel avanza y yo le sigo renqueando un poco por el entumecimiento de mis piernas. Ascendemos por unas escaleras de madera y me hallo con la sorpresa de que nos encontramos en un sitio más bien pequeño y modesto, al parecer la zona más importante es la subterránea, mientras que la superior, a la vista de todos, podría pasar por la casa de algún residente humano.

Miquel me guía hacia una habitación y nada más entrar se me están a punto de saltar las lágrimas. Hay una ventana, con barrotes, pero una ventana, al fin y al cabo. La habitación es parecida a la de abajo, solo que algo más amplia y de madera, lo que la hace más acogedora. Miquel ancla la cadena a la pared mientras yo sostengo los barrotes y aprieto la cabeza contra ellos para sentir el sol en mi piel.

—Tienes la comida en la mesa. Me tengo que ir, me alegro de que te guste. —habla con prisas y una enternecedora sonrisa.

Tomo el bol de comida una vez se ha ido y lo apoyo en la repisa, como mirando al exterior. Prados verdes, árboles frondosos y el sol. Cuando termino simplemente me quedo observando, respirando el aire fresco que me había sido denegado.

La puerta cruje ruidosamente y el sonido continúa un rato. Escucho como alguien entra y toma mi cadena como correa y sé, porque no he oído sus pasos, de quién se trata, pero soy incapaz de mirarlo a los ojos.

—Has sido bueno, así que ya no tengo motivos para que estés siempre encerrado. Vendrás conmigo a todos los lugares, sin hablar hasta que se te permita y te arrodillarás cuando yo me siente. Ahora sígueme.

—Yo... —empiezo a hablar, ansioso por decirle que no pienso cumplir sus demandas, pero me mira a los ojos y yo a él y los recuerdos golpean mi mente, así como el temor de perder lo poco que he obtenido. —Nada, amo. —me golpeo mentalmente por llamarle así, pero me sonríe y eso me parece tan maravilloso que por un instante olvido que es el enemigo.

Tomando la correa con autoridad, me dirige a la zona central de ese piso de la guarida. En ella hay una gran mesa rodeada por al menos doce sillas. Sobre la mesa un mapa pasmosamente detallado de la región está lleno de anotaciones y puntos coloreados.

Diferentes hombres empiezan a tomar asiento alrededor de la mesa y cuando yo y Dunkel —como se dice siempre, el burro detrás— nos aproximamos y él escoge una silla, todos los rostros apuntan hacia mí y siento como me escrutan. Algunos de ellos lamen sus colmillos de forma escalofriante y por acto reflejo me pego más al hombre a mi lado.

Él se sienta y yo permanezco a su lado, de pie y confundido.

—Arrodíllate, esclavo. —ordena con voz viril. Es inhumano que me haga postrarme cuando hay sillas de sobra, pero estando rodeado de más de una decena de vampiros que me devoran con la mirada no es la mejor situación para ser desobediente.

Aprieto dientes y puños y bajo al suelo con mis rodillas, contemplando como todos visten ropajes abundantes mientras mi desnudez expone lo que soy; o, mejor dicho, de quien soy.

—Parece que has sacado algo más que la victoria en tu última batalla. Una hermosa puta, pare ser más exactos. —comenta un tipo, risueño, mientras me señala y los demás ríen —Espero que tengas pensado compartir el botín.

—No creo que lo haga. —responde Dunkel secamente y por primera vez me alegro demasiado de oírlo hablar en ese tono tan cortante.

—Oh, vamos, mira qué bonito es, es obvio que no va a compartirlo. Yo también lo querría para mí, para follarlo hasta la saciedad y que nadie más lo toque. —trago saliva, asqueado y aterrado a partes iguales por la soltura que tiene ese hombre para decir semejantes cosas.

—Pues yo lo mataría, míralo. Que mala postura, y que débil ¿Por qué está temblando? Es patético. —lágrimas se acumulan en mis ojos al escucharle decir eso. Yo solo quiero ir a casa o al menos sobrevivir, hago lo mejor que puedo. Jamás pedí esto.

—Él es nuevo en esto, aún está aprendiendo. —miro a mi amo con sorpresa, sin creerme todavía la seriedad que le causan esos comentarios. Parece incluso que me esté defendiendo.

—Más razón aún para no permitirle malas conductas, además, es tierno, pero podrías haber tomado un esclavo menos vulgar. Es moreno, cabello castaño y ojos marrones; hay un montón de niños como ese en cualquier lado, no vale la pena que lo conserves.

Dunkel me mira de soslayo por las carcajadas de los demás y advierte que mis lágrimas están rodando por mis mejillas. Aprieta su puño y mi corazón se dispara, lo que genera una segunda oleada de risas. Seguro que cree que le estoy dejando en evidencia, seguro que cree que merezco uno de sus horribles castigos.

—Esclavo, vas al baño y límpiate la cara. Es la segunda habitación a la izquierda.

Me levanto tan rápido como puedo y cubriéndome el rostro salgo corriendo hacia el lugar. Las miradas no me abandonan hasta que desaparezco de la sala y me siento tan abochornado que no quiero salir de mi habitación nunca más. Ha sido horrible y me he sentido tan expuesto...

Miro en el espejo mis ojos enrojecidos por el oprobio y me salpico la cara con agua helada, esperando que eso le devuelva la templanza a mi espíritu porque de veras no quiero volver ahí y seguir en ridículo. La puerta se abre y veo a Dunkel en el espejo. Me quedo mudo mientras una de sus manos se aferra a mi cintura y la otra a mi cuello.

Sus dedos no aprietan en absoluto, permanecen ahí con tranquilidad y acarician lentamente. Temo que esta sea la calma antes de la tormenta, temo ser castigado.

—Has sido un buen chico. Ahora he conseguido que mis hombres se centren, puedes volver y no te dirán nada. — susurra en mi oído de repente me relajo por sus palabras, confiando en él. No tengo nada más a lo que aferrarme, aunque este hombre me aterre.

Me duele admitirlo, pero desde que cumplo sus órdenes me he quitado un peso de encima. Me siento en paz.

Soy llevado de nuevo al lugar de antes y me arrodillo donde lo hube hecho minutos atrás. De nuevo todos me miran, pero Dunkel inicia una conversación sobre la guerra y sus próximas estrategias.

Sé que será aburrido así que simplemente miro al suelo e intento pensar en otras cosas. Cuando mis ojos bajan a la alfombra y luzco alicaído noto una mano sobre mí. Dunkel habla con total seriedad, el rostro firme y su mirada aguda mientras escruta a sus compañeros y juzga sus aportaciones, sin embargo, su mano acaricia amablemente mi pelo y me hace sentir bien.

Cuando me quiero dar cuenta la reunión ha terminado y él separa su mano de mi cabeza. El -cuerpo cabelludo me hormiguea y mi piel anhela sus dedos enredados en las hebras café.

—Creemos que hay un grupo de humanos acampando por aquí cerca, aunque no es nada seguro. De todos modos, yo y dos hombres más iremos a acabar con ellos si así; nadie puede descubrir este lugar. Tú puedes salir si quieres, te encontrarás con Miquel, el ama tomar el sol. Pero no intentes escapar, puedo olerte a quilómetros y si te atrapo te haré algo mucho peor que poner un anillo en tu pene y no dejar que disfrutes.

Mi columna se tensa por sus palabras y de ella emerge un escalofrío que me deja temblando un rato. El tono de su amenaza, así como su ceño levemente fruncido no dejan lugar a dudas: cumplirá su palabra si yo trato de huir. Asiento mirándolo fijamente, en signo de comprensión.

Él me da una pequeña mirada seria y se va hacia el exterior. Cuando mi cuerpo se tranquiliza lo suficiente como para andar sobre piernas que no sean gelatina, salgo y ya no hay rastro de él. Por suerte, en la lejanía distingo la pequeña figura de Miquel y me acerco.

—¿Se han ido ya Dunkel y Gerald?

—¿Gerald? —le pregunto, tratando de recordar si he oído ese nombre antes. Mi memoria lo niega.

—Ah, es mi amo. Me dijo que iría con Dunkel y un chico más a ver si había enemigos cerca o algo así ¿Se han ido ya? —asiento; su rostro cambia de feliz a consternado. Me siento con él en el suelo y lo miro morderse una uña —Estoy algo preocupado. Hay pocos vampiros así que suelen ir en grupos muy pequeños para enfrentar a grupos grandes y cuando saben a qué se enfrentan planean bien las cosas, pero a veces se equivocan o no saben cuántos enemigos tendrán y vuelven heridos. Alguna vez hay vampiros que no han vuelto.

Nunca pensé de ese modo en los vampiros. Cuando alguien moría en las trincheras el luto se vivía para todos. Soldados que nunca vuelven a casa. Pero cuando lográbamos matar a un enemigo —y eso pasó unas diez veces o menos— se formaba una gran fiesta, nadie pensó que él también tenía a alguien que le esperase en casa y que lloraría por su ausencia. Pienso en Dunkel, en cómo debería alegrarme si muere en batalla. Lo único que puedo sentir es un nudo en la garganta.

—Estará bien. —trato de consolarlo. Él me sonríe, aunque un ápice de tristeza aún es visible en sus ojos.

—Claro que lo estará, Gerald es tan fuerte... —suspira mientras apoya su cabeza en las palmas de las manos y mira al cielo, como un enamorado ¿Lo estará realmente?

—¿No te da miedo tu, em... tu amo? —él me mira francamente sorprendido y entonces rompe a reír.

—¿Gerald? Por Dios, ¡no! Es decir, claro que tengo miedo cuando me gano un castigo, pero sé que él jamás me haría demasiado daño. Cuida de mí, por eso es mi amo. Además, a él le debo todo.

—Pero, te alejó de tu familia...

—¿Qué? No, esa no es mi historia. Mi familia era del bando neutral, del que está a favor de dejarle a los vampiros su territorio, pero nuestro hogar estaba demasiado cerca de una base militar humana. Nos molestaron por no implicarnos en la guerra y cuando los vampiros atacaron su base, algunos soldados aprovecharon el caos para vengarse de quienes no estábamos de su bando. Mataron a mi familia y a mí me dieron por muerto cuando me apuñalaron en el hombro. Cuando todo acabó los vampiros estaban ocupándose de los enemigos que habían sobrevivido y Gerald me encontró junto a mi familia, supo por las heridas y por nuestro aspecto que no éramos del bando enemigo, así que me dijo que podía curarme y dejarme ahí o llevarme con él.

—Y escogiste ir con él.

—No lo dudé ni un instante. —lo miro, la forma en la que alza la mirada con orgullo, el relucir de sus ojos cuando habla de un monstruo como si fuera un héroe. No entiendo por qué un ser que no siente haría algo así por alguien.

—¿Y todo este tema de las órdenes y los castigos no te molesta? —pregunto con curiosidad. Una cosa es estar agradecido y querer compensarlo, la otra entregarle tu libertad y vida entera a alguien; además, entre ambas hay un enorme trecho.

—También hay premios, no te olvides. Y no, no me molesta; de hecho, me gusta demasiado. Me gusta complacerle y saber que él estará ahí para mí, me hace sentir seguro. —Dunkel también me hizo sentir seguro a mí cuando me defendió delante de los demás, pero quizá mi sumisión es un precio demasiado alto a pagar. Además, yo no disfruto estas cosas; al menos no debería. —Tú tienes miedo de Dunkel ¿Verdad?

—Sí, no sé cómo sentirme respecto a él, pero el miedo es algo que sí tengo claro. Debería odiarle.

—¿Por qué insistes tanto en eso? Pareces un loro repitiendo algo que ha oído muchas veces, ni siquiera suena como si tu hubieras pensado eso genuinamente. —ese dardo da de lleno en mi corazón.

Recuerdo los entrenamientos militares, a papá repitiendo sus discursos una y otra vez y a mi hermano entrando mientras yo solo planificaba porque soy muy débil para luchar; recuerdo que cada vez que daba un golpe o un espadazo mi padre gritaba incansablemente ''¡Piensa que es un vampiro, piensa que es un vampiro! ¡Mátalo, merece morir!'' y yo escuchaba desde mi mesa de estudio, planificando estrategias mientras lo único que tenía en mente eran esas palabras.

—Uno de esos monstruos mató a mi madre. —le explico.

—Y un monstruo también mató a mi familia, pero el mío no tenía colmillos, el mío tenía tu ideología y aquí estoy, hablando contigo sin juzgarte de asesino.

—Lo siento... —es lo único que puedo decirle. Sueno tan estúpido, pero mi corazón ha sido encauzado para pensar que lo único correcto es odiar a los vampiros.

—No es conmigo con quien deberías disculparte.

Comentarios