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Golpeé la taquilla aun cuando al chico le quedaban un par de libros por coger, cerrándola de golpe y abollándola un poco quizás. Dio un salto asustado en su sitio y miró al suelo, ya sabía quién se hallaba delante suyo proyectando una demoníaca y enorme sombra.

Se aferró a sus libros de ciencias con fuerza, aplastándolos contra su pequeño torso con sus brazos pequeñitos y adorables, como si eso fuera a protegerlo de algo.

—Po-por favor… Déjame en paz. —se atrevió a pedir y aunque normalmente se habría ganado una enorme paliza y un pasaje directo para que su cara visitara el fondo de los inodoros de la escuela, no fui mi severo. Aunque lo odiara no dejaría salir mi rabia de golpe, tenía algo que conseguir.

Lo tomé del cuello tan fuerte que se puso rojo al instante y lo aplasté contra la taquilla magullada. Me enorgullecía saber que yo había causado esa abolladura enorme y que yo era el único responsable de su miedo.

—¿Desde cuándo tú dices lo que yo tengo que hacer, eh, maricón de mierda?

Se quedó totalmente callado, estaba claro que no podía hablar mientras mi mano lo sostuviera lejos del suelo y se aferrara a su dulce y pequeño cuello con tanta fuerza.

Lo solté y cuando golpeó el suelo pensé en patearlo, pero no lo hice.

El timbre sonó y todos los asquerosos alumnos que se habían quedado ahí fingiendo que no nos habían visto se fueron a sus respectivas casas, las clases ya habían acabado.

—Necesito que me hagas un favor, eh ¿A que lo harás? ¿No quieres que te parta esa bocha chupapollas que tienes, verdad?

Lui negó con lágrimas en los ojos mientras rebuscaba algo en su mochila. El muy jodido estaba llorando de nuevo ¡Tan jodidamente débil! ¡Lo odiaba tanto!

— T—Toma, el trabajo de biología, pero no me pegues… yo no…

Se lo arrebaté con violencia de las manos, ni me había enterado de que existía ese maldito trabajo, pero me vendría de perlas tener el que ese niño había hecho para mi así que había conseguido más de lo que venía buscando.

—Te quería decir otra cosa, pero me quedaré con esto de todos modos ¿No te molesta, a que no? —pregunté sonriendo satíricamente mientras alzaba las hojas en mi mano, a una altura suficiente como para que el maldito enclenque no llegara a ellas ni saltando.

Apenas trató de recuperarlas, supongo que porque la última vez que lo hizo lo mandé a la enfermería. Algo me hizo sentir mal al recordar aquello, dolía ¿Sería nostalgia porque hacía tiempo que no le causaba lesiones de gravedad?

—Bien, a partir de ahora vas a ser mi profesor particular y te vas a encargar de que apruebe todas y cada una de las materias ¿Está claro?

Palideció al instante, nunca le había visto tan preocupado, ni siquiera cuando los golpes se avecinaban y él lo sabía.

—¡¿Q-Qué?! ¡No puedo hacer eso!

Era la primera vez en su corta vida que me gritaba y la primera vez en la mía que una persona que no fueran mis padres ni mi entrenador personal me gritaba. Justo después de chillarme de esa forma se tapó la boca instintivamente con sus pequeñas manitas y comenzó a temblar, al igual que yo. La diferencia radicaba en que yo temblaba de pura ira y el de terror.

Lo tomé por el pelo con fuerza, zarandeándolo y haciéndole gritar de dolor, cosa que amplió la sonrisa en mi cara, aunque no tanto como debería.

Oh sí, aprendería a base de golpes quien mandaba en esa maldita escuela. Aunque claramente jamás lo golpearía como realmente era capaz, mi fuerza era demasiado superior a la suya y también mi peso de puro músculo que seguro que triplicaba el suyo de piel y hueso. Si realmente hubiera llegado a pegarle con, como máximo, la mitad de mi fuerza real, lo habría matado y eso era algo que no quería.

Espera ¿No quería? ¡Pero si lo odiaba!

El niño comenzó a llorar cuando lo obligué a arrodillarse en el suelo y, de un rodillazo, le crucé la cara consiguiendo que su labio sangrara un poco.

Me sentí mal ¡Pero vamos, era solo un poco de sangre! No comprendí el porqué de ese mal cuerpo que se me quedó tras ver sus labios, tiernos y rosados, teñirse de ese rojo alarmante.

Si seguía en la escuela algún profesor acabaría saliendo a ver el porqué de tanto escándalo en horas extraescolares, cuando se supone que el instituto debe estar vacío y los alumnos en sus casas o por ahí haciendo cualquier cosa. O estudiando, cómo el maldito empollón debía hacer.

Lo arrastré del pelo hasta la salida y cada vez lo notaba más desesperado, la calle estaba ya vacía, pero él solo se revolvía pidiendo ayuda y agarrando cualquier objeto con tal de frenar mi avance, aunque eso supusiera un doloroso tirón de pelo para él.

Y es que no lo entendía ¿Porque se ponía de ese modo? No es como si fuera a matarle o algo así, simplemente quería sus clases particulares para aprobar el curso ¿Era para tanto? Es cierto que era ciertamente rudo y siempre he usado la violencia como medio para mis fines, pero ¿Tan malo era?

Finalmente golpeé la parte trasera de su cabeza con un árbol y me agaché a su altura, acorralándolo así de forma más intimidante.

—¿Acaso me estás llamando imbécil, maldita marica estúpida? Tus jodidas notas podrán ser mejores que las mías, pero como vuelvas a insinuar algo así un diez no te va a salvar de que te dé una paliza de muerte, no soy imbécil ¿Entiendes? Porque como vuelvas a desobedecer algo de lo que yo te digo te haré la vida imposible.

—Y-Ya lo haces… —murmuró él, llorando ahora de una forma más calmada. Sentí que en ese momento sus lágrimas, aunque fueran por mi culpa, no las habían causado mis golpes.

¿Tanto daño le hacía? Pues claro que sí, pero ¿Por qué me dolía a mí también? Algo iba mal, dolía. Quizás era que mis nudillos se habían resentido y por eso me lastimaba hacerle daño. Claro, debía ser eso.

—Cállate ya, maricón de mierda. Ahora vamos a ir a tu puta casa y durante este mes de fiesta voy a vivir en tu puta casa y más te vale que en ese tiempo me hayas convertido en un estudiante con una media de cinco raspado. Porque si no lo consigues te juro que no vas a salir del hospital.

Ciertamente eso de pasar el mes festivo en su casa se me había ocurrido sobre la marcha, pero como a veces hacía cosas así con mis amigos para poder estar lejos de mis padres me pareció una buena idea fusionar eso con las actuales ventajas que me traería ese crío. Además, hacía ya tiempo que no veía a mis amigos y cada vez soportaba menos su compañía y la imagen degenerada y bobalicona de mí mismo que me daban.

Pensé que sería mejor alejarme de ellos si no quería quedarme con menos neuronas y repetir curso otra vez.

A veces les miraba a la cara y me sentía identificado y, en vez de estar orgulloso de ser otra temida masa de músculos como ellos, solo veía la palabra fracaso grabada en sus caras y sentía náuseas.

—¿Pe-pero qué le voy a decir a mi madre de…

—Eso es tu problema. Porque como no cumplas lo que te he dicho estarás metido en un lío y créeme, no quieres que vuelva a pillarte desprevenido en clase de gimnasia ¿Verdad?

El chico negó con el rostro rojo, recordando la vez en que le dejé inconsciente de un balonazo malintencionado en un partido de básquet. Todos me dijeron que no pasaba nada, que un error lo tiene cualquiera, pero es que realmente mi puntería siempre había sido impecable.

—Así me gusta. —sonreí complacido al ver su carita aniñado y perfecta liberarse de las anteriores lágrimas cuando de las enjugó con el dorso de la mano. —Ahora vamos a tu casa y espero que me des unas buenas clases ¿Queda claro, marica?

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