Si el tiempo se midiese en función del dinero que tengo, estaríamos en años antes de cristo. Si fuese con la esperanza pasaría algo similar.
Sentado sobre la piedra, con los colores brillantes repasando mis marcados (demasiado) contornos, siento que no tengo nada que esperar ya del mundo; sin embargo, parece que esta navidad sí tendré regalo.
Veo su figura chata pero delgada, embotada en ropas extravagantes y alarmantes; ojos grandes y verdes como enredaderas que atrapan mi alma y... una sonrisa de nieve que detrás oculta una oscuridad incierta. Siento la tentación de levantarme a abrazarlo o algo parecido, pero no tengo fuerzas para moverme y cuando lo intento él ya se ha sentado a mi lado, como pasó un año atrás.
Un año, un maldito año. No sé por qué, pero me alegro tanto de verle que doy gracias a Dios por enviármelo, incluso cuando estoy convencido de que esa ha sido tarea del diablo.
—Pensé que no... volverías. —mi voz se corta unos segundos. Me duele la garganta el nudo tira hondo hundiéndose en mí y siento un vacío doloroso en el pecho y el estómago.
Él se percata de mi angustia, lo sé por su mirada divertida cuando me falla la dicción, pero la ignora y solo actúa como si nada.
—Lo bueno se hace esperar ¿no? —ríe entonces y coloca su mano en mi hombro de esa forma tan característica que tiene.
Me da un apretón y la retira con una liviana caricia. En este punto no sé si me recuerda a las garras de un ave carroñera o al abrazo de un ángel.
—¿Cómo es que no has venido en todo este tiempo? —pregunto sin temer parecer desesperado. Ya me da igual, con él da igual; no necesito aparentar y tampoco puedo: ve a través de mí.
No le preguntaré cómo ha sabido que me hallaría aquí de nuevo esta navidad o dónde ha estado. Sé que no me responderá, pero al menos me gustaría saber el motivo de mi agónica espera.
—Oh, yo siempre he estado ahí- se burla pinchando con su índice mi pecho. Intento reír su broma, pero me siento ansioso.
Maldición. No es divertido, es verdad; aunque no del todo, quizá él no ha permanecido en mi corazón, porque allí solo está la fe (o eso espero), pero sí en mi piel y en mi cerebro; acechando entre dobleces para colarse en cada sinapsis.
—Y hablando de estar, mira quién está aquí de nuevo.
Ahogué una arcada cuando las dos mujeres se besaron y su hija solo las miro sonriendo, como si eso estuviera bien. Repentinamente me invadió el recuerdo de mi primer beso y evité mirar al culpable de ello.
Tal vez aquella aberración no estaba bien, pero se sentía bien. Correcto es la palabra. Se supone que los homosexuales están influenciados por Satán, pero ¿Por qué se siente uno tan libre, tan dueño de sí mismo?
—Parece que algunas cosas nunca cambian... —me lamento, viendo como tras pedir más platos de los que les cabe en el estómago, consienten que la pequeña juegue con el pan y las patatas que les han traído por la espera.
Veo comida caer al suelo y pienso que, cuando se vayan, probablemente acabaré recogiéndola como si fuera un billete de lotería premiado.
Me pregunto en qué pensaba Dios cuando creó a ricos y pobre y, a los primeros, le dio tanta maldad como dinero mientras que a los segundos solo nos quedó el aguante y la fe. Pero no debo cuestionarme estas cosas; el señor es sabio y su lógica, seguro muy sofisticada y trascendente, está lejos de mi alcance.
—Eso parece... ¿Y tus cosas? ¿Has cambiado o sigues igual? —pregunta sacándome de mis pensamientos y dando con su dardo donde más duele.
Hacerme pensar sobre mi realidad debe estar considerado tortura.
—Yo diría que han cambiado, al menos tu aspecto lo ha hecho. —se mofa tomando mi lánguida muñeca y zarandeándola.
La piel apagada como ceniza baila cual trapo harapiento cuando la mueve; los huesos de debajo se notan tanto que las sombras que proyectan sobre lo que queda de mi carne me dan escalofríos. Ahora que apenas tengo más que pellejo y huesos me da miedo Lucian, si vuelve a encender lo que sea dentro de mí esta vez me consumiré con solo un pequeño chisporroteo.
—¿Cuánto has perdido?
—Uh... quince quilos, creo. Al menos eso fue hace tres meses, pero desde entonces he adelgazado más aún. Quizá son veinte ahora, no sé. Y también tengo ojeras y la piel como papel de lija... Estoy horrible ¿No es así —río apenado sabiendo la respuesta ¿Por qué me he preocupado siquiera en hacerle la pregunta? —Parezco un monstruo...
Hace un mes retiré los espejos de la iglesia, me dolía ver mi reflejo o más bien: apenas verlo. Ahora tampoco me reflejo en las superficies limpias, bruñidas con esmero: todo está sucio, descuidado y lleno de grietas porque no tengo fuerzas para limpiar el lugar ni dinero para pagar las reparaciones tan necesitadas.
—Mientras sea uno del infierno, me vale. Son los más divertidos- niego con la cabeza, cada vez sus ocurrencias me molestan menos y me divierten más; ya no tengo esperanzas de salvarlo, pero, a decir verdad, un Lucian pulido perdería su encanto- Dime ¿Esa alma cristiana tuya ha enflaquecido también?
—Ah, no. Está bien alimentada ella. —una sonrisa rota aparece en mi cara y pronto la desdibujo, los labios cortados me duelen al estirarlos y seguro que mis dientes ya están color cetrino, así que prefiero que él no los vea.
—Pues tiene poca carne donde agarrarse. —me mira de arriba abajo; agradezco que en sus ojos solo haya diversión porque ahora no soportaría que ese verde esmeralda estuviera cargado de algo como el asco —Dime ¿Tienes tú donde agarrarte?
—La iglesia se cae a pedazos... no me quedaré sin ella, al menos por ahora, pero cada vez es más incómodo vivir ahí. Apenas me llega el dinero y el poco que tengo...
—Te lo roba una chica en su cama de hospital... —la primera lágrima cae cuando le oigo mencionar a mi hermana y sus ojos recorren su camino hacia mi mejilla.
—La echarán del hospital si sigo así, no tengo donde llevarla. Morirá si eso... si eso pasa... Yo... ahora mismo estoy endeudado, si no pago en un mes... si no pago... Mierda. —muerdo mi lengua por la palabrota que acabo de decir, pero mi boca no puede soportar la ponzoña de tanto dolor. Dios ¿Qué hago con toda esta bilis? No puedo tragarla sin más y envenenarme por dentro; —ella morirá.
—Suena como buenas noticias. —le miro dolido. No suelo enfadarme por sus comentarios cínicos, pero ahora, mientras me ve llorar, ese ha sido un golpe muy bajo. Sin embargo, no parece querer ofenderme y mientras mis orbes anegadas le reprochan él solo saca un pañuelo del bolsillo de sus pantalones rasgados y me limpia el llanto con él.
Lo desliza suave por mi cara y noto el aroma a limpio y el tacto sedoso; me avergüenzo de mí mismo, de mis harapos hediondos, de mi piel áspera. De lo que poco que soy en comparación a él.
—Parece que a algunos Dios le da dinero y a otros, desgracias. No suena como un buen tipo ¿Verdad? —ríe él mientras retira el pañuelo húmedo, después, aunque mis lágrimas se detienen, me acaricia con la palma de su mano y me sonríe como a un niño —, pero no está bien hablar mal de alguien que ya ha muerto y por lo que sé, Dios ya ha muerto.
—Dios no nos da lo mismo a todos, pero nos da suficiente. Hay que estar agradecido. — digo cerrando los ojos mientras un largo suspiro se me escapa. —Lo segundo que has dicho... no creo que sea buena idea siquiera discutirlo. —su tacto abandona mi piel y siento que, con su piel, se lleva todo el calor que quedaba en mí.
Miro a las dos mujeres marcharse de nuevo dejando un festín de sobras a sus espaldas.
Si yo tuviera esa riqueza haría del mundo un lugar mejor; un lugar mejor donde yo pudiera vivir tranquilo con mi hermana, lejos de los recuerdos y el dolor. Un segundo cielo.
—Vaya, pues parece que Dios te ha dejado un regalito.
Salgo de mi ensimismamiento al oír esas palabras, señala al mismo sitio, solo que ahora la familia (de veras creo que no puedo llamar así a tal grupo de monstruosidades) ya no está. Se han marchado dejando la mesa sucia y las sillas desordenadas. El camarero ha entrado en el local y no logro ver nada especial.
—En el suelo. —aclara Lucian con voz irritada; aguzo la vista y veo un pequeño rectángulo oscuro, de piel al parecer.
Mi cerebro cansado tarda unos segundos en procesar qué es, los suficientes como para que Lucian se levante, silencioso, y traiga el objeto en sus manos. Lo lanza a las mías y lo recojo preguntándome si es lo que creo.
Contemplo una cartera tan cara que me costaría meses (sino años, sin exagerar) pagar y siento que su tacto entre mis dedos es de mayor calidad que el de las ropas que me resguardan pobremente del frío.
La lanzo al suelo por puro impulso, como si me quemara al tacto y Lucian se parte de risa por mi inocente gesto. Me horrorizo hacia lo que significa tener esa cartera en mis manos; o más bien dicho, mantenerla en ellas.
—No estarás insinuando....
—¿Yo? Si se te ocurre algo malo ha salido de tu cabecita, amigo. —dice sacando la lengua y pinchando con su dedo mi sien.
Me escandalizo al pensar que es cierto, que la posibilidad del hurto no la ha mencionado nadie más que yo mismo y recupero la cartera, más sosegado ahora.
—Hay que ir a devolvérsela- dijo levantándome del sitio.
Lucian toma mi muñeca y tira hacia él, haciéndome flaquear. Caigo de nuevo en mi anterior lugar y le veo relajado, acomodándose en el suelo.
—Se han ido hace un rato, no las alcanzarás y menos con esas piernas de palillo. Mira dentro, si hay DNI puedes llevarla a la policía para que la devuelvan.
—¡Buena idea! —exclamo sorprendido por su cooperación, al fin y al cabo sí es un buen chico.
Me apresuro a tirar de la cremallera y cuando lo hago y separo las paredes del objeto, su interior me deja estático, con la mandíbula casi rozando el suelo.
—Vaya... —silva el otro ante mi sorpresa. ¿Por qué él no parece impactado? —No hay DNI, pero sí... ¿Qué son? ¿Dos mil? ¿Tres mil? Oh, ya sé cuánto es: suficiente para saldar tus deudas por ahora ¿No?
Muerdo mi labio y mi vista se queda clavada en esos abundantes billetes que abultan más que mis manos mismas. Tiene razón, pero está mal, está tan mal...
Pero ¿Acaso no está mal que mi hermana sea echada del hospital y muera en silencio tras luchar toda una vida? ¿Que yo me deje la piel por Dios y solo reciba de su parte hambre y desmayos de los que desearía no despertar más? ¿Que quien más lo merece, menos tenga? Acaso... ¿Acaso no está peor lo que me sucederá si dejo esa cartera donde la he encontrado?
Es egoísta, es sucio, es vil. Sí y mil veces sí, no le negaré. Pero también es mi última opción y parece que a veces Dios se olvida de eso. Se olvida de que los humanos a los que ha creado, son, en el fondo, humano; de carne y hueso, con fe y hambre, con sueños rotos, con una esperanza que no está hecha a prueba de balas.
—Yo me voy, te dejo a solas con tu dilema, amigo. ¿O debería decir con tu decisión?
Su risa es lo único que resuena en las calles. No tengo fuerzas para despedirme y mis ojos están cansados de llorar.
Solo me quedo ahí, quieto e impasible como una estatua de mármol, solo que al final, cuando sus pasos son devorados por la distancia, guardo la cartera en mi bolsillo y me levanto para irme.
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