Mi austero hogar no era nada comparado con la magnitud y la ostentosidad del campus universitario, parecía una ciudad de lujos y paredes de mármol esculpidas con esmero. Mamá y papá con su amorosa sencillez y sus sonrisas sinceras me habían despedido esa mañana.
Mamá había revuelto mi pelo y besado mi frente como cuando era pequeño y me deseaba buenas noches y papá me habría achuchado tan pero que tan fuerte que pensé que me dejaría la marca de sus brazos tatuada.
Acababa de cumplir la mayoría de edad e iba a vivir en el campus de la universidad por cuatro años, hasta que la carrera terminase, así que era de esperarse que para ellos los recuerdos de cuando yo era un bebé aflorasen, haciéndoles sentir nostalgia y vértigo por el acelerado paso del tiempo.
''Jimin se bueno'', ''Jimin cuídate'', ''No te metas en líos'', ''Estudia'', ''No te drogues'', ''No hagas amigos peligrosos'', ... Habían sido tantas las advertencias que recibí esa mañana que me reí fuertemente mientras cerraba la puerta, incluso me hacía gracia la hipocondría de mis progenitores mientras esperaba el tren, pero ahora, en medio del monstruoso campus frente a moles de edificios y un flujo denso de estudiantes con prisas me sentía inerme y asustado.
¿Donde estaba siquiera mi vila?
Quizá mis padres tenían razón y sí que seguía siendo un pequeño bebé. Uno que se cagaría en los pañales si los hubiera llevado en ese instante.
Estaba aterrado, todo era tan opulento, tan veloz y tan coreografiado que sentía que desentonaba.
Dejar mi hogar me entristecía un poco, pero tenía ya ganas de volar lejos del nido y sabía que llevaba conmigo un gran corazón heredado de mis padres y unos buenos valores aprendidos también de ellos. Éramos gente sencilla y despreocupada, quizá por eso aquel lugar me pareció el infierno con los primeros pasos que di en él.
Cada ladrillo podía valer más que mi casa, cada pieza de ropa de los demás alumnos más que todo mi armario, era excesivo. Había tantos caminos y tan pocas indicaciones que no, no me sentí libre, sino pequeñito y perdido.
Yo siempre había sido algo curioso, temerario e impulsivo, pero esa parte alocada de mi la anulaba la timidez y en ese momento eso mismo sucedía.
Todos andaban pisando fuerte, con pies decididos y la frente alta. Todos sabían a donde ir, menos yo.
Estuve alrededor de un par de horas dando vueltas sin sentido por el lugar y aquello simplemente parecía no tener fin. No había encontrado el edificio donde debía estar mi residencia estudiantil, pero al menos ahora ya sabía tres cosas:
La primera, que la cafetería central estaba al lado de la fuente más grande y majestuosa que mi cabeza había podido imaginar jamás. La segunda, que si preguntas a alguien de segundo o tercer año para que te de indicaciones, esta persona se reirá en tu cara como si una diferencia de apenas un par de años de edad fuera una enorme brecha entre la realeza y la escoria.
Y la tercera, que la parte de atrás de la biblioteca de revistas de la facultad de psicología servía únicamente para ir a montártelo con tu pareja (o para extraviarse, como yo, y acabar observando una escena casi sexual de la forma más incómoda del mundo).
No se como y no cuando (pero doy gracias a Dios, Buda y Bob Esponja por ello), pero logré encontrar mi vila y a partir de ahí las cosas fueron mucho más fáciles.
Mi edificio era el segundo, es decir, casi el más cercano a la entrada del lugar, y mi vivienda se hallaba tras la puerta veinticinco.
Por suerte de cada pomo colgaba un cartelito con los nombres de sus residentes, que podían ser de dos a cinco, pero afortunadamente yo solo tenía que compartir el lugar con otro chico.
Pensar en la idea de tener a cuatro adolescentes hormonados y fiesteros a mi alrededor en mis momentos de paz de intimidad me enervaba sumamente, yo amaba la tranquilidad. De hecho apreciaba mucho estar solo, en esos momentos íntimos me ponía a escribir y era feliz con ello.
Ya me lo habían dicho mis padres una vez y tenían razón; que ni todo el oro del mundo podrá hacer tan feliz a un hombre como una pluma y un papel se lo hacen a otro.
Y yo me sentía afortunado de ser ese otro hombre (hombrecito, en realidad).
- Park Ji Min- leí en voz alta, entrecerrando los ojos pues las letras del cartel rosa eran muy estéticas pero prácticamente ilegibles- Jeon Ju-
- ¡Jeon Jung Kook! Pero me puedes llamar Kookie porque me gustan mucho las galletas - me sorprendió una voz a mis espaldas, pero sin duda me volteé con una gran sonrisa para ver a mi afable compañero.
Era unos centímetros más alto que yo, aunque tampoco me sorprendía, no es como si yo no fuera bajito. Tenía aparentemente mi misma edad y aunque parecía algo más definido y tonificado que yo, podía apreciar que era un chico delgaducho.
Me sentí identificado al verlo, en cierto modo, y eso me hizo sentir seguro.
- Encantado- le dije nervioso, pensando apresuradamente en buscar un tema de conversación para no quedar como un soso o un rarito.
Por suerte él sacó uno.
- ¿Ya has entrado?- preguntó curioso señalando la puerta color chocolate, que hacía juego con los ojos de ambos. Negué suavemente- ¡Pues vamos, me muero por ver como es!
Exclamó abriendo la puerta de golpe. Yo también sentí curiosidad así que tan pronto como pude me adentré.
Su pelo castaño claro resplandeció cuando el chico corrió las enormes cortinas del ventanal del salón, alumbrando todo el lugar gracias a la luz natural.
Me gustaba, me gustaba mucho. Era sencillo, acogedor y parecía muy ordenado. En el salón había una pequeña televisión, un sofá para dos, una mesa pequeña con un par de sillas y una apertura grande que dirigía a la cocina. Era modesta pero útil, con armarios que tenían una vajilla muy básica, un mini refrigerador, un microondas y poco más.
Después de ver esa parte tan superficial de la casa miré a Jungkook y lo vi totalmente radiante y emocionado.
- ¡Has visto qué ventana tan grande! ¡Con toda la luz que entra podré tener un montón de plantas! ¡Muchísimas! Incluso yo podría hacer la fotosíntesis así.
Reí por su comentario mientras lo dejaba cerrar los ojos y disfrutar del calor del sol en su piel. No me lo había dicho pero ya podía intuir que aquel chico amaba la naturaleza.
- Voy a ver las habitaciones- comenté abriendo una de las dos puertas que habían a un lado del salón principal.
Una de las puertas conducía a un cuarto chiquitito que solo tenía un buró, una lamparita pequeña sobre este y una cama inflable en el suelo junto a un par de mantas. Supuse entonces que esa habitación sería para invitados o para emergencias así que tampoco le presté mucha atención. Además lucía triste y fría y me hacía decar la sola idea de pasar una noche entre esas paredes color crema de gotelé.
El asomó la cabeza como un pequeño roedor a la estancia mientras yo salía y con una mueca de disgusto bastante chistosa me sacó una sonrisa y se fue a la otra habitación, la nuestra.
Era un dormitorio mediano con dos camas individuales en el centro, separadas por un buró grande. A un lado había un armario más que suficiente para ambos y al otro un escritorio amplio junto a la puerta del baño.
Entré al baño cuando escuché a Kookie lanzarse a la cama como si la vida le fuera en ello.
- ¡ME QUEDO CON LA CAMA MÁS MULLIDA!
Chilló saltando sobre esta mientras los muelles chillaban torturados. Oh, no, no dejaría que eso quedase así.
De un almohadazo lo derrumbé y ocupé su lugar, abrazándome al colchón con todas mis fuerzas.
- ¡De eso nada!- sentencié dándole en el rostro con el cojín de MI cama. El golpe fue blando pero no se lo esperaba y la cara de susto que se le quedó, junto a su pelo desordenado y de científico loco, me hicieron carcajearme hasta mi estómago dolió.
- ¡Oye! ¡No es muy bonito reírse de la cara de tu compañero! Y menos cuando es el rey del ataque de cosquillas por sorpresa...
- No es una sorpresa si lo anuncias, tonto.- se quedó pensativo, aún sentado en el suelo mientras mis manos tomaban las sábanas por si decidía apropiarse de la cómoda cama.
- Touché.- se dio por vencido, alzando el puño en símbolo de una próxima venganza (una de cosquillas, supuse).- ¿Quieres ir a la cafetería? Me muero de hambre y hoy la presentación a los nuevos alumnos se hará en horario de tarde así que tenemos tiempo de sobra.
Asentí levantándome de la cama mientras él iba al baño a solucionar el desastre que yo había causado en su cabello. De todos modos no se veía feo, solo desarreglado, pero poseía una belleza andrógina que no podía negar y que a veces la gente señalaba en mi.
- ¡Hey!- lo llamé, pensando en lo emocionado que había lucido antes ante la idea de llenar el salón de vegetación- ¿Te gustan mucho las plantas, no?
- ¡Sí, me encantan!- exclamó cual niño, y es que su tono de voz me devolvió literalmente al recuerdo de mi mismo abriendo regalos en navidad cuando era solo un crío.- ¡Y los animales! ¡Y los bichos, com tu!
- ¡EH, OYE!- me enojé, mirándolo con el ceño fruncido y viendo mi figura tras la suya en el espejo. ¿A quién quería engañar? Yo enfadado daba menos miedo que un cachorrito gruñendo.
- Es mi venganza por lo de antes- me guiñó un ojo, risueño y le seguí la broma fingiendo mandarle un beso.- Me gusta tu pelo, me recuerda a los claveles naranjas de mi abuela.
Agradecí con las mejillas rojas por el cumplido, no era la primera vez que alguien me comparaban con algo delicado como una florecilla, pero siempre reaccionaba igual, era inevitable para mi ser tímido con esas cosas.
Mi pelo era teñido, sí, pero lo amaba totalmente. Era de un tono anaranjado muy leve que parecía combinar con el tono blanco cremoso de mi piel y con mis labios sonrosados, además mis ojos oscuros resaltaban por tanta luminosidad y eso me favorecía bastante. No era vanidoso, ni mucho menos, pero me gustaba mi aspecto. No era atractivo, pero sí bonito o adorable y eso no me desagradaba, de hecho iba a juego con mi personalidad calmada y buena.
Fuimos a la cafetería y ya sentados en una mesa Jungkook me observaba tan boquiabierto que se le caían las migajas de galleta de entre los labios.
- ¿Que pasa?- le pregunté curioso abriendo una de las tres pizzas que había cogido para comer.
- Que vas a comer lo suficiente como para causarle obesidad mórbida a un elefante.
- Oh, vamos, no es para tanto chico de las galletas- me reí, probando el primer bocado.
El queso fundido me abrasó la lengua pero estaba tan bueno que en vez de escupir comencé a intentar soplar con la comida aún en mi boca, pareciendo un completo gilipollas y haciendo a Kookie reírse de mí.
Disfrutó del espectáculo hasta llorar de la risa y poco a poco a mi se me enfrió la pizza lo suficiente como para poder comerla sin sufrir. Sinceramente, la comida me perdía, era un placer que no podía negarme ¡¿A quien no le encanta comer, maldita sea?!
Di gracias a la genética por dotarme de un metabolismo más veloz que sonic.
- Bueno, supongo que comes tanto porque aún tienes que crecer.- de burló Kookie mientras yo lo asesinaba con la mirada ¡Por favor, solo era unos tres centímetros más alto que yo!
- Le dijo un pitufo a otro...
- ¡Eh! ¡Yo soy más alto que mi ego!- reprendió, golpeando la mesa con poca fuerza.
Ambos reímos cuando en su intento de seriedad derramó el zumo que había pedido sobre sus pantalones blancos. Bueno, al menos sabía que yo no era el único patán ahí.
Me lo pasé genial comiendo con Jeon y sinceramente sentía que podía hacer un buen amigo alguna vez en mi vida. No es como si nunca hubiese tenido amigos pero eran de aquí y allá, iban y venían, supongo que eran buenos recuerdos, pero jamás fueron grandes amigos.
Eso sí, hice amistades cortas pero intensas gracias a que toda mi vida gocé de una gran libertad. Mis padres jamás habían sido muy fanáticos del control ni de las normas así que yo hacía lo que quería e iba a donde se me antojaba todo el día (por suerte jamás usé esa falta de limitaciones para hacer algo malo, yo no era así para nada), así que eso me permitía conocer a una enorme diversidad de personas.
Pero de todas ellas, Jungkook era de los que más cómodo me habían hecho sentir en poco rato.
- ¿Entonces fue tu abuela la que te enseñó tanto de plantas y animales?- le pregunté después de que me hubiera soltado un demasiado largo discurso sobre cómo regar unas flores cuyo nombre ya se me había olvidado. No es como si el tema me importase, pero se le veía muy emocionado hablando de ello así que no quería quitarle su ilusión.
- ¡Si! Ella tenía una casa en el campo con montones de plantas y como estaba al lado de un bosque había muchos animalitos allí y a veces yo iba a verlos y eran hermosos siempre.
- ¿Y tu donde vivías?
- ¿Eh? Allí, ya te lo he dicho.
- ¿Tus padres y tu vivíais en casa de tu abuela?- pregunté extrañado. Eso habría sido propio de una familia en apuros económicos, pero a Jeon Jungkook se le veía, aunque no fuera presumido, alguien de bastante dinero.
- Ah, no. Mis padres no me quisieron tener nunca así que mi abuela fue quien me crío siempre, incluso hace un par de años, cuando murió, siguió cuidándome. Me dejó una herencia suficiente como para vivir bien para siempre. Por eso me puedo permitir estar en el campus, si es lo que te preguntabas.
- Oh.- no supe qué decir realmente, había soltado aquello como quien cuenta sus vacaciones de verano pero había algo muy trágico en lo que decía y yo, que había vivido en una familia amorosa, no podía ni imaginar lo doloroso que se sentiría uno al ser rechazado por sus propios padres- Lo siento, no quería...
- No es nada triste eso, sí es lo que te preocupa. Mi abuela me enseñó todo, a amar toda vida y a ser feliz con poco aunque lo tuviera todo, así que me hace feliz que no me criaran mis padres. Obtuve algo mejor, mucho mejor.
-Eso es muy bonito- murmuré sinceramente. Kookie, con la barbilla apoyada en su mano y sus infantiles ojos café mirándome, me pareció alguien muy adulto durante breves instantes. Como si no tuviera los pantalones manchados de zumo o como si minutos atrás no me hubiera amenazado con un ataque de cosquillas.
Tenía esas dos polaridades, ahí lo aprendí, que cuando no era un niño, se comportaba como todo un hombre hecho y derecho, totalmente responsable.
- ¿Vas a comerte eso?- me preguntó señalando mi última y tercera pizza.
- Sí.- dije achinando los ojos mientras abrazaba la caja- Es mía, mi bebé. No me lo quitarás- lo vi intentar tomar un trozo de pizza de los que además tenían más queso y la retiré mientras gruñía imitando un gato.
- Espero que te indigestión- me dijo sacándome el dedo corazón.
- Y yo que también se te caiga el café en los pantalones.- comente dando un enorme bocado a mi apetitosa comida. Él levantó la taza humeante y se la llevó a los labios.
Sus ojos se fijaron en algo detrás de mí y se abrieron desmesuradamente. Escupió el café en su taza de nuevo comenzando a tener violentas toses y, sin importar si tropezaba con alguien o algo se levantó bruscamente.
- ¡T-Tengo que ir al ba-baño!- chilló antes de salir corriendo como alma que lleva el diablo, sin mirarme a los ojos en ningún momento, sino fijándose en un punto alto detrás de mí.
Me volteé para saber qué era exactamente lo que le había causado tanta impresión a mi amigo como para provocarle tremendo cambio de humor.
Y juro que se me paró el puto corazón.
No se si se me había aparecido el diablo o el mismísimo Dios, pero jamás olvidaré el primer momento en que le ví de pie justo delante mío, a tan pocos centímetros de mi piel que podía sentir su presencia helada.
La piel blanca como la nieve, perfecta, lisa, casi bruñida. Su altura no era destacable, de hecho era casi como yo, más bajito que Kookie incluso, pero sin embargo imponía tanto que la necesidad de hacerle una reverencia me poseyó e incluso sentí que debía disculparme por mirarle largo rato, como si no fuera digno de tal cosa.
Su cuerpo era delgado pero él sí dejaba entrever músculos muy definidos y grandes, tan poderosos que sentí escalofríos mientras mis ojos subían por los muslos anchos y llegaban a los brazos abultados de manos enormes, a los hombros de gran envergadura, al cuello de nuez marcada y, oh, joder, al rostro.
Su maldita cara era hipnótica, hermosa y aterradora. Debía tener unos seis años más que yo y tenía aspecto de merecer ser respetado pero es que además algo me decía, algo en sus gestos, en su porte, en su simple presencia, que era poderoso y peligroso, que debía tener cuidado.
Pero ¿Cómo alejarse de algo así? Su mentón afilado y definido, su quijada dura,sus labios gruesos, pálidos e incluso levemente violáceos y juntos en una línea apática e inexpresiva, su nariz fina pero para nada femenina, sus ojos... sus ojos oscuros, grandes, rasgados y fijos en mí.
Pensé que me atravesaría con esos ojos casi negros, como pozos, coronados por pestañas gruesas, escoltados por cejas definidas e insinuantes.
Aparté mi mirada de repente, notando como hasta mis orejas ardían y escuché un resoplido de su boca. Por el rabillo del ojo vi como su flequillo negro como el alquitrán se movía sobre su rostro.
Algo en él me daba escalofríos y me hacía sentir aterrado por algún motivo. Algo fallaba y es que precisamente eso era que no habían fallos algunos en él. Parecía de piedra, tanto que me asusté cuando se movió para alejarse de mi.
No escuché sus pies contra el suelo, aunque lo vi andar.
Lo miré mientras se iba, sin sus ojos retadores sobre los míos me sentía menos inquieto, pero la sensación de zozobra no abandonaba mi cuerpo aún. Su cuerpo era grande, proporcionado y tan atractivo que aseguré que cualquier chica desearía estar bajo él y bajo sus músculos, pero sin embargo, algo me decía que eso no sucedería aunque miles de ellas se lo suplicasen.
Como si supiese que lo estaba mirando se paró en seco y sus ojos volvieron a los míos. Apenas me di cuenta de cuándo había girado su cabeza, pero él ya estaba mirándome y su iris, aunque estábamos a más de tres mesas de cafetería de distancia (¿Como había andado tan rápido?), parecía rozar el mío.
Gemí de miedo, pero tan bajito que yo mismo dudé de haber producido ese sonido y realmente habría pensado que no lo había hecho de no ser porque ese hombre sonrió. Sonrió como si lo hubiera escuchado.
Me preocupé tras un largo rato, Kook no volvía del baño y las clases empezarían en diez minutos. No quería llegar tarde pero tampoco iba a dejar tirado al primer amigo que allí hacía. Como por obra del señor vi a Kook empujar la puerta de los baños y dirigirse de nuevo a mi mesa y aunque estaba más calmado, no lucía igual. Estaba algo pálido, miraba mucho a los lados y tenía los ojos algo enrojecidos. Dudaba que fuese alergia o algo así, pero me abstuve de preguntar. Quizá me mintió y fue a llorar porque el tema de su familia sí le afectaba, así que decidí que no removería más sus viejos recuerdos.
Aún así todo había sucedido cuando él vio a ese chico. No podía quedarme con la duda.
- ¿Kookie? ¿Chico galleta? ¿Estás bien?
- ¿Eh? ¡Oh, sí! Solo, tenía una urgencia.
- ¿De veras? Pensé que había sido por el tipo ese- dije señalando con el dedo al susodicho. Estaba de espaldas así que pensé que no pasaba nada pero de todos modos Kook me agarró la mano casi con violencia, obligándome a bajar mi dedo acusador.
- ¿Q-Que? ¡N-No, que va! Yo, he, tenía que... uhg... ¡Que cagar! ¡Sí eso, tenía que ir a cagar y por eso me he ido así de rápido!- dijo obviamente improvisando, con una risa nerviosa que no me tranquilizó para nada.- Suga no tiene nada que ver en esto, él...
- ¿Suga? ¿Entonces conoces al chico?- Torcí la cabeza curioso. Ese chico era claramente mayor y nosotros en cambio éramos estudiantes de primer año, así que quedaban descartadas todas las posibilidades de que Kook lo conociera por algo relacionado por los estudios y eso hacía las cosas muy extrañas.
Jungkook me había contado que vivió con su abuela hasta que murió, a los dieciséis, en una casa apartada de todo, así que no tenía amigos. Después se compró una casita modesta en un barrio tranquilo donde vivió dos años más, hasta entrar en la universidad, pero por lo que me había contado, en esa época tampoco hizo nada más que no fuera asistir a las clases de bachillerato, así que no tenía mucho sentido. ¿Donde había conocido a ese chico?
- ¡QUE, NO! ¡No lo conozco, de nada! Solo, solo... No se, se su nombre... Y ya está.
- ¿Y... ya está? ¿Como vas a saber el nombre de alguien sin motivo?- era evidente que me estaba mintiendo (y lo hacía fatal, casi peor que yo), pero de todos modos seguí insistiendo, aunque no se porqué. Estaba claro que no me diría la verdad.
Gotas de sudor resbalaban por su frente y yo sin embargo seguía sin comprender a qué venía tanto drama.
- Quizás soy adivino ¿Te leo el futuro o algo? - Bromeó y yo, al ver que intentaba alejarse del tema, no me opuse.
- Venga, va.- me tomó de la mano y examinó mi palma como si de verdad fuera capazes al líneas de mi dermir de definir mi destino.
Apretó sus sienes con los dedos, fingiendo máxima concentración e intentó imitar sonidos místicos con la boca, quedando verdaderamente ridículo, cosa que me sacó una sonrisa.
- Veo... veo... Que si sigues comiendo así te dará diabetes.
- Y si tu me sigues mintiendo así te crecerá la nariz- lancé mi indirecta en forma de broma, pero desde luego no le hizo gracia alguna.
Por suerte para él ya era la hora de iniciar las clases y Kookie me cogió de la muñeca para arrastrarme con él a una avalancha de estudiantes que corrían sin control hacia las aulas.
La primera clase que nos tocaba era de las más aburridas de todas, historia de la filosofía medieval. Amaba la filosofía, por algo estaba en esa carrera, pero la historia para mi era como un día sin comer chocolate: El sufrimiento máximo.
Ambos especulamos sobre cuál sería el mejor sitio para pasar nuestras clases y como fuimos los primero en llegar al aula pudimos decidir entre un amplio abanico de posibilidades. Finalmente llegamos a la conclusión de que el lugar de primera fila que estaba al lado de la ventana y del radiador sería la mejor opción para poder estar atentos en clase y para no pasar ni frío en invierno ni calor en verano.
Nos sentamos juntos allí mientras que unos pocos alumnos (la carrera no tenía una gran demanda precisamente) comenzaron a ocupar aleatoriamente otros asientos, hasta que sucedió lo impensable.
El tal Suga entró por la puerta, observó el panorama y se sentó. Se sentó detrás de mí.
-Kookie que fuerte, que fuerte, que fuerte- comencé a hiperventilar poniéndome yo también nervioso y es que ese hombre imponente, aterrador y afrodisíacamente guapo me ponía los pelos de punta y no estaba seguro de si lo quería cerca mío o a un maldito kilómetro.
Kook tenía una cara de espanto que no tenía ni punto de comparación con la mía. Estaba temblando, sudando y parecía que los ojos se le saldrían de las cuencas.
- No, no...-murmuró muy bajito mientras juntaba ambas manos, casi como si rezara, y se ponía más pálido que Suga, cosa que era mucho decir.
- Eh ¿Qué sucede?- pregunté tratando de conservar la compostura. Había por lo menor veinte asientos libres y muy alejados de mí ¿Porque coño se había puesto ahí?
- Es solo... me da miedo ese tipo.- confesó para acto seguido morderse el labio tan fuerte que de no haber parado precisamente en el momento justo, se habría hecho sangre.
- A mi también- le dije entre risitas- Pero vamos, no es para tanto- le animé, todo con un hilillo de voz pues se encontraba cerca nuestro.
Por suerte estábamos susurrando así que nadie más que nosotros escucharía nuestra conversación.
- No se lo que te sucede con el tipo, pero a mi me parece interesante. Es decir, me da curiosidad saber qué clase de persona es.- Aunque Kook me miró como si fuera un loco y vociferase sandeces yo seguí hablando, era terriblemente sincero y demasiado parlanchín.- En verdad mola, parece uno de esos típicos villanos misteriosos y muy atractivos de las películas.
Comenté mirando al techo, imaginándome la historia que había tras su rostro ecuánime o tras su escalofriante sonrisa de diablo.
Una mano se posó en mi hombro causando descargas de terror y electricidad por todo mi cuerpo. Los dedo me llegaban hastas las clavículas y me sentía inerme.
Me giré despacio para contemplar como Suga me tocaba con su palma helada y sus yemas estaban casi sobre mi piel. Llevaba una camiseta muy gruesa para el frío, pero él me hacía sentir tan desnudo.
- Gracias por lo de atractivo, aunque no soy un villano.- comentó dejando de lado su seriedad unos segundos para sonreírme como lo había hecho antes. Se burlaba de mi.
¿Como me había oído?
Tenía la garganta seca y la boca pastosa, no sabía ni cómo responder pero por suerte el profesor llegó y pude girarme, escapando de su agarre y su intensa mirada. Lo primero que el maestro debió ver al entrar en el aula fue mi cara completamente roja.
Me giré de nuevo durante esa hora y media de clase, solo lo hice una vez pero me bastó par darme cuenta de que Suga no era trigo limpio.
Lo pillé mirándome fijamente, casi con hambre, y juraría haber visto una intermitencia roja en su iris. Como cuando uno tiene un televisor estropeado y entre rallajos sintoniza, durante un instante, un canal de televisión y uno se da cuenta de eso pero sabe que ha sucedido muy rápido de todas formas.
Yo lo sabía, sus ojos se habían puesto rojos.
Era de noche y no estaba acostumbrado a no dormir en mi cama, con el sonido de mamá tecleando o el de papá viendo la tele arrullándome desde el fondo del pasillo, pero de todos modos me sentí cómodo en ese lugar; las cobijas me hacían sentir cálido y la cama era cómoda. Cómoda y la más mullida de allí.
Sentí algo extraño, quizás el sonido de mantas rozándose o se tela escurriéndose sobre piel humana y pensé que simplemente Jungkook estaría moviéndose porque él tampoco podría dormir.
Cerré los ojos y sobre mis párpados la oscuridad pareció hacerse más densa, como si algo se elevara frente a mi. Alarmado abrí los ojos de nuevo y vi una silueta alta de pie delante mi cama.
No pude distinguir nada, era demasiado tarde: Sus manos me habían alcanzado.
Y de mi boca brotaron las mas altas carcajadas.
- ¡Ataque sorpresa de cosquillas nocturnas!- gritó Jungkook mientras sus dedos bailaban sobre mi piel, presionando los huecos precisos entre mis notorias cosquillas para hacerme estallar de risa.
Fue una noche divertida a raíz de eso. Neutralicé a mi adversario golpeándolo con la almohada en la cara hasta que desistió en su ataque y finalmente charlas y vimos películas de terror mientras yo comía palomitas, nachos y patatas de bolsa sobre las cuales Kookie decía lo de siempre.
Al día siguiente volví a ver a Suga en la cafetería, sentado solo en una mesa y haciendo lo mismo que el día anterior: Nada. Literalmente, no comió ninguno de los dos días, ni siquiera entre clases.
Más tarde ese día un chico advirtió una mancha roja en el cuello de su camiseta blanca y tuvo el valor de comentárselo. El pálido e imponente hombre le agradeció y se excusó diciendo que sería salsa de tomate del mediodía. Pero no había comido salsa de tomate. No había comido, directamente.
- ¡Oh vamos!- dije yo poniendo los ojos en blanco mientras Kook y yo salíamos de la biblioteca.- Ese tío es un misterior. Serio, no come, manchas rojas... Yo creo que es un asesino en serie o algo así, no me digas que no lo parece...
- Jimin- dijo Kookie, parando en seco y usando un tono que nunca antes había oído en él- No me hace gracia, para ya con eso. Ese tipo no es interesante, deja ya tus tonterías.
Estaba tan serio e irritado que me dejó parado en el sitio, clavado en el suelo. Y él se fue, sin mi.
Pensé sobre ello mientras andaba solo hacia la vila. Algo sucedía, pero no era capaz de saber el que.
Esa noche Kook se fue a dormir sin decirme nada, no es que estuviera enojado, como podría haber parecido en un principio, sino que se notaba que eso que lo alejaba de mí era la preocupación. No fue, a altas horas de la madrugada, un asalto de cosquillas lo que me despertó, sino otra cosa, algo que se presentó en mis sueños con tanta vehemencia que cualquiera habría pensado que era real. Y es que quizá no fue un sueño.
El sonido la brisa entrando por el ventanal del comedor que yo había cerrado previamente, pasos sutiles pero presenciales, el sonido de la manta de Kookie abandonando su cuerpo con lentitud y después jadeos y llantos y ahogados.
Una figura muy alta y que parecía haber sido sacada de una fotografía en blanco y negro, cirniéndose sobre el lecho de mi compañero. Ojos rojos, sangre roja.
Lo vi en la noche, entre la neblina del sueño y la incertidumbre, con un pie en la realidad y el otro en el mundo onírico y, pensé que había sido una pesadilla. Cuando amaneció ya apenas recordaba aquello.
Yo y Jungkook (al igual que Suga y el resto de alumnos que compartían clase con nosotros) estábamos inscritos en el turno de tarde, así que las clases iniciaban tras la comida y nos teníamos necesidad de ponernos el despertador por la mañana, por eso no me sorprendió que Kook durmiera aún cuando yo ya estaba vestido y listo para salir a la biblioteca a estudiar de buena mañana.
Volví a la vila hacia la una tras haber tenido que trabajar un aburridísimo texto de Ética a Nicómaco. Cuando entré en la habitación me asusté al ver a Kookie a esas horas en la cama tirado como un muerto.
Mis nervios crispados se calmaron cuando su pecho subió y bajó lentamente y abrió los ojos despegando dificultosamente los párpados por el chillido que yo había emitido al verle en tl estado.
- ¿Kookie, estás bien?- la respuesta era su misma imagen: palidez extrema, ojeras oscuras, ojos rojos y manos temblorosas. Una clara forma de anunciar un ''no'' en mayúsculas.
- Estoy algo débil, no creo que vaya a clase hoy...- su voz sonaba más ronca de lo normal y las palabras estaban entrecortadas. Me rompía el corazón verlo así, tan indefenso y enfermo.
- Te pasaré los apuntes ¿Quieres que te traiga la comida aquí?
- Sí- dijo él algo más animado- Gracias... Siento haber estado tan borde ayer...
- No pasa nada, perdonado- le interrumpí antes de que pudiera siquiera excusarse. Lo veía en sus ojos y en su bondad: había una excusa para tal comportamento, un motivo real (aunque yo jamás fuese a saberlo).- ¿Qué quieres que te traiga de comer?
Estuvo pensativo pero al menos ya lucía algo menos desvaído.
- Lo mismo que tomes tu.
- Pero yo como mucho ¿No te acuerdas?
- Ya, lo sé.- Se mordió el labio y miró al suelo.
Eso sí me preocupó. ¿Donde se habían ido sus energías como para que necesitase ahora semejante cantidad de comida y tanto reposo?
Comí solo ese día, viendo desde lejos como Suga estaba por ahí y de nuevo no comía. Kook estaba dormido cuando volví pero le deje la comida (dos kebabs con todo y patatas fritas en grandes cantidades) en la mesita de noche que estaba entre nuestras camas.
Ese día las clases fueron aunque interesante, insulsas. Heché mucho de menos los comentarios puntuales de Kookie, pero aún así me sentí orgulloso de todo lo que había aprendido. Eso sí, sin el apoyo moral de mi amigo se me había hecho muy duro soportar las clases teniendo detrás a un atractivo pero potencial psicópata que me miraba con cara de pocos amigos.
Mientras recogía mis cosas divisé al chico que tiempo atrás había advertido al extraño Suga de su mancha roja en la camiseta y me apresuré para llegar hasta donde él.
- ¡Hey! ¡Hola! Me llamo Jungkook- dije mientras sonreía inocentemente. Él me sonrió de vuelta.
- Oh, hola, encantado. ¿No te encantan estas clases?
- Sí, son geniales. Sobretodo lógica, me hace sentir seguro de lo que se. Metafísica también me emociona, pero es mareante y da la sensación de incerteza... Igualmente, son maravillosas.
- Y que lo digas...- dijo él estando un poco ido. Era rarito, pero todos en esa carrera lo eran. Lo éramos, mejor dicho.
- Una pregunta ¿Eres amigo de Suga?- me lancé directo al tema, no se me daba bien ir con rodeos y sinceramente mi curiosidad a veces me hacía poco juicioso.
- ¿Suga? ¡Ah! Te refieres a Min YoonGi.No, no, solo lo conozco de vista. Casi nadie le llama así- rió- ese apodo... creo que le molesta. Ya sabes, por la ironía.- en ese punto de la conversación mi interlocutor hablaba como si se tratase de lo más comentado del mundo, pero sinceramente yo no me estaba enterando de nada.
- ¿Que ironía?
- ¿No lo sabes?¿No has oído los rumores? Es conocido por eso.
- No, no he oído nada... Por eso te preguntaba por él, soy un... Bueno, un cotilla supongo- ambos reímos por aquello y me sentí aliviado de ver como el chico se tomaba bien que yo quisiera información sobre ese chico. No había mentido, soy un chismoso, pero no iba a decirle a un desconocido que Suga me daba mala espina y que quería investigarlo porque soy un jodido paranoico curioso con demasiada imaginación.
- Te cuento. Ya habrás notado que tiene veinticuatro, es mayor que nosotros. Eso es porque esta es su segund carrera, antes él era el mejor estudiante de la facultad de medicina, eso sí, era un amargado total, siempre con cara larga y cabreado las veinticuatro horas del día.
- ¿Como ahora?- el chico rió suavemente, pero negó.
- Antes era agresivo y problemático, parecía lleno de odio. Ahora es solo frío y distante y si no buscas problemas con él no los tendrás, pero apuesto a que si alguien lo molesta no acabará bien. Lo interesante de esta historia es que dio ese cambio de personalidad cuando su padre murió. Nadie sabe cómo sucedió pero a raíz de eso dejó medicina, desapareció un par de años y ha aparecido ahora en filosofía, más calmado.
Necesité unas cuantas horas para reflexionar sobre toda aquella información. Era una historia incompleta, obscura y susceptible de miles de interpretaciones, cada una peor que la anterior.
Esa misma tarde, al volver a la vila y ver a mi compañero mucho más recuperado, decidí contarle lo que había averiguado.
No se sorprendió en absoluto, era como si ya lo supiera, pero pareció tan preocupado por el hecho de oír semejante relato de mis labios que tuvo que ir al baño a vomitar.
Después de ese episodio no volví a mencionar a Yoongi delante de Kookie en toda la tarde y su mejoría no se hizo esperar. Decidimos ir al parque a tomar el fresco después de aquel largo día y mientras ambos estábamos tumbados en el pasto el móvil de Kookie comenzó a sonar. No respondió la llamada allí, sino que se fue tan lejos que cuando me levanté no pude encontrarlo con la mirada.
El chico se demoraba mucho, pero pensé que debía ser algo importante, así que no pensé en ir a buscarlo, mas me moví del sitio porque debía ir al baño.
Nada más entrar en el aseo de hombres escuché una voz conocida proveniente del último cubículo y se me congeló la sangre al atender a sus palabras. A sus lloros, mejor dicho.
- ¡P-Por favor! Lo siento, de verdad lo siento... N-No os causará problemas, pero por favor, no, otra vez no... No podré soportar, lo de anoche... ¡Tae, por favor! Lo mantendré alejado, lo juro, por favor...
JungKook se calló de golpe y supe que había apagado el teléfono cuando escuché el pestillo de su cubículo correrse. Sin atender a mis necesidades físicas eché a correr hasta el lugar donde ambos nos hallábamos antes. No quería que Kook pensara que lo había estado espiando, lo había hecho, sí ¡Pero no a propósito! además, me sentía acongojado por él y por su situación, aunque no la comprendiera.
Me tumbé sobre la hierba y sentí mi corazón a mil, desbocado dentro de mi pecho por la reciente carrera. Kookie llegó con una sonrisa radiante pintada en los labios. De no ser por sus ojos rojos y mi extraño encuentro en el baño, habría dicho que estaba genial.
- ¿Quién era?- pregunté, esperando la mentira, pero aún me decepcioné cuando llegó:
- Oh, mi tía.- esta vez había sonado convincente, parecía como si realmente tuviese que esforzarse en mentirme.
Él me había dicho que ya no tenía família. De todos modos, lo dejé pasar.
Esa noche, antes de irme a la cama, traté de despejarme un poco escribiendo, pero mi mano parecía moverse en una sola dirección. Toda tinta formulaba descripciones de un personaje real. Escribía sobre Suga, aunque no quisiera. No me lo podía sacar de la cabeza y no dormí tranquilo hasta que mi imaginación plasmó todo tipo de pensamientos macabros.
Volví terrible lo que conocía y dramático lo que desconocía, creé una hipérbole fantasiosa de mi paranoica imaginación.
Historias donde Yoongi estaba metido en cosas serias, en cosas ilegales. Historias donde su padre se enteraba y solo había una forma de cerrarle la boca. Historias donde Yoongi mataba a su propio padre.
Pero eran una tontería, simplemente se trataba de que yo era muy creativo.
Comentarios
Publicar un comentario
Comenta: