-Elisa Rondane...-pronunció Jay lentamente, dejando la lengua deslizarse por los dientes de forma liviana pero calmosamente. Saboreando aquel nombre como un ácido limón de esos que arden en la lengua pero cuyo picor se vuelve un cosquilleo adictivo.- Con un nombre no podremos hacer nada a menos que me deis un ordenador programado para el rastreo.
Suspiró, crujiendo los dedos al estirarlos tras entrelazarlos con los de la mano contraria. El vampiro soltó un rugido lacónico, se sentía fastidiado; era normal, no había dormido bien aquel día, matar al cerdo había sido un trabajo rápido, pero sin embargo la sensación de éxtasis por la venganza y de adrenaliza por la sangre le causaron una mezcla de excitación y hambre que no pudo apaciguar.
Simplemente se había tumbado junto al menor en la cama y lo había abrazado por la cintura lentamente, con tanto cuidado que a veces dudaba de la veracidad de su tacto y la piel fina bajo sus dedos parecía tan leve como un soplido de viento.
Había olído su cuello mientras dormía y eso no había ayudado en nada, simplemente acabó por dormir dándole la espalda al niño, de lo contrario habría hincado el diente a su pulso calmado y arrullador o habría apretado sus caderas hasta sentir el crujido del hueso y no podía permitirse algo así.
Jamás iba a romperlo, por nada del mundo. Ataría sus instintos con cadenas de plata y pondría un bozal en su voracidad, pero no le haría daño a Leo.
-Ah- dijo el pequeño golpeándose la cara con la palma de la mano- ¡Mierda! En el Centro de Investigación teníamos un montón de esos ordenadores que usabas tu para hacer esas cosas de hackers... Pero ahora... ¡Menuda mierda!
- Esa boca, jovencito- recriminó Jay apuntándolo con el dedo acusadoramente mientras el chico simplemente ignoraba su regañina y se desplomaba en la cama.
- Esa boca está hecha para las cosas sucias, déjale decir palabrotas.
- ¡¿Q-QUE MIERDA ACABAS DE DECIR?!- Jay, inmediatamente, se incorporó de la cama retando al vampiro sin miedo por primera vez; todo esto mientras Leo tenía una especie de mezcla entre ataque de risa y de vergüenza.
-No creo que sea buena idea gritarle un vampiro, estúpido humano- Ludolf simplemente tuvo que levantarse de la cama para que el otro perdiera la pelea de forma fulminante.
Lo sobrepasó proyectando su sombra de gran envergadura sobre la posible presa y Jay solo pudo cerrar la boca como respuesta, de tal forma que parecía que sus labios pesaran por el pavor.
Se tocó el cuello con la mano, sentía picazón allí donde el vampiro había apretado días atrás. Pasaba frecuentemente y notaba que aquella sensación desagradable se acentuaba cuando sentía terror por culpa del otro.
- No te preocupes Jay, lo dice de broma.
- No lo hago- respondió el vampiro de forma fría y apática, demasiado como para tratarse de una ironía camuflada.
- O-Oye Jay ¿Crees que nos aceptarían el otro centro de investigación? No sería mala idea i-ir a un de por aquí cerca- cambió drásticamente el tema, sintiendo la mirada penetrante del vampiro sobre su nuca y comenzando a sudar vergonzosamente por ello.
El calor en sus mejillas le hizo creer que estas estaban realmente quemándose.
- Podría ser buena idea, pero la sanguij... Digo, Ludolf- rectificó con voz flanqueando al ver la matadora mirada de aquel cuyo apodo no parecía muy digno- no sería bien recibido de primeras. Debería ir yo primero al lugar, explicar la situación y llamarte para avisar en caso de que nos dejen quedarnos allí. El sitio está a menos de media hora, no tardaría demasiado. Iré ahora, de hecho.
Los presentes asintieron, Leo con más fervor que felicidad y Ludolf con más aburrimiento que interés, pero le hacía sentir bien ver que su chico se alegraba de avanzar cada vez más en la caza de brujas. Y a él, en cierto modo, también le agradaba la idea de arrancarles el cuello a quienes podrían haber matado a Leo. Tenía ganas de destriparlas vivas y sacar los intestinos como cuerdas resbalosas delante de sus gelatinosos y enrojecidos ojos. Pero eso tendría que esperar.
Jay se arregló lo máximo que sus condiciones y el lastimoso espejo del lugar le permitieron, pues quería dar una buena impresión y no parecer un vagabundo chiflado, y se fue tan pronto como pudo. Ciertamente quería estar lejos de esos dos un tiempo, le dolía verlos juntos.
Recordaba con dulzura la forma en la que Leo, de bien pequeño, se sentaba en su regazo y él lo abrazaba con ternura, contándole cuentos de grandes monstruos y mitos de dioses todopoderosos, su mente guardaba con cautela el recuerdo del tacto de su piel aniñada, siempre estaba cálido y era suave como los pijamas peludos y mullidos que solía usar.
Era algo pueril, Leo le recordaba a un pequeño peluche abrazable, a un niño. A su niño, su hermano, casi su hijo. Y ahora simplemente emponzoñaba esos recuerdos con la idea de que la piel lechosa del menor se rompiera bajo colmillos, se llenara del sudor que le provocaría ese hombre y se corrompiera con besos húmedos y tactos violentos. Sentía el dolor de un niño que ve su juguete favorito roído entre las mandíbulas del perro del vecino.
De camino al centro de investigación esos pensamientos no abandonaron su mente, pero último fue como un hachazo, cuando se le presentó en el centro de la cabeza lo dejó estático en medio de la calle y no pudo andar de nuevo hasta que su nariz se quedó rosa y sus ojos comenzaron a ponerse húmedos y a poblarse de hilos escarlata.
Esa imagen fue suficiente para que su corazón doliera al punto de pasar al plano físico: Leo muerto en brazos de la bestia.
-¿Porque se acelera?- preguntó de repente el vampiro, apoyando su mejilla en la palma de la mano para poder acomodarse mejor mientras miraba al mortal.
- ¿Por qué la gente pisa el acelerador? ¿De qué hablas?- cuestionó el chico mientras seguía tumbado en la cama, desparramado con cansancio sobre las sábanas.
El vampiro simplemente sonrió de forma aterradora y muy sensual y gateó hasta estar sobre él.
Rió tranquilo y eso relajó al chico, le ayudó a vislumbrar ese toque humano tras el rostro de muñeco y los ojos y dientes de monstruo.
Allí, tan grande y musculoso encima suyo, parecía un depredador capaz de acabar con él en segundos, de arrebatarle la vida sin esfuerzo ni remordimiento. Un animal.
- Cuando nos quedamos solos, es como cuando entrabas al sitio donde estaba atado. Tu corazón se acelera mucho y eso me parece tierno, dime ¿Porque ahora va cada vez...más y... más... rápido?- murmuró lento ciñéndose sobre él.
Su cuerpo pasó de apoyarse en sus rodillas hincadas y manos firmes a hacerlo en las piernas flexionadas y en sus codos, acortando significativamente la distancia entre ambos. Podrían sentir el uno la respiración del otro y mientras que la del vampiro era un viento constante y regular, el menor era un huracán que se atragantaba con el aire como un pececito.
Su magnificente cuerpo se volcó más sobre la presa y logró el roce de sus pieles vagamente expuestas. Sus manos grandes ya no estaban cómodamente apoyadas sobre la almohada, ahora una jugaba con el pelo oscuro del chico; lo enredaba en su falange describiendo círculos, simulando un tirabuzón que tiraba del cuello cabelludo en la medida justa como para provocar descargas placenteras de dolor y cosquillas.
La otra mano, más atrevida e igualmente segura, simplemente acariciaba su clavícula, que aún ser puro hueso, temblaba como gelatina junto al muchachito. La piel fría junto a la finura de las caricias que describía el vampiro sobre su piel le hacían sentir como si tuviera el filo de un cuchillo paseándose sobre su cuerpo y se tensó por ello.
- Solo me...me pongo nervioso, eso es todo...
- Oh, venga, a veces estás tan atrevido conmigo, con tus bromas sexuales- Ludolf rió unos instantes, poniéndose fieramente serio de nuevo y apuñalando los orbes café con sus ojos de sangre y fuego que tanto terror infundían.- Parece que se te olvida que tu eres solo un mocoso humano, que podría destrozarte si quisiera y que, de hecho, quiero. ¿Ves? Ahora va más rápido- de nuevo, esa sonrisa tan de villano y modelo a la vez, condenadamente perfecta y maliciosa- Dime ¿Te asusto?
- ¡Claro que no, sanguijuela engreída!- Leo se preparó para defenderse en caso de que el vampiro usara su velocidad sobrehumana para tomar sus muñecas o su cintura, pero a diferencia de lo que él esperaba, Ludolf solo bajó lento hacia su cuello y susurró ahí.
- Pequeño niño asustado... Puedo oler el miedo que tienes ahora mismo, Leo. No te hagas el valiente conmigo- un lametón en su cuello lo hizo estremecerse.
La lengua se deslizó lenta hasta el lóbulo, dejando un rastro de frío y humedad que Leo compensó con un calor de mil demonios. Un pequeño mordisco en la oreje le hizo gemir de forma femeninamente aguda y muy bajito, pero Ludolf lo había oído a la perfección y deseó tener a ese maldito crío debajo de su cuerpo chillando y jadeando sin control mientras era follado sin piedad alguna por él.
- N-No me hago el valiente, lo soy- se removió, consiguiendo que de forma fortuita su entrepierna menuda pero erecta diera contra la del cuerpo apretado contra él.
El vampiro se mordió el labio consiguiendo que una gota de sangre manchara la mejilla del menor y después jadeó de forma ruda en la oreja del otro, ganándose un escalofrío temeroso como recompensa por su virilidad.
- ¿Acaso quieres jugar?
El chiquillo no se dignó a contestar, sentía demasiado verguenza para ello y se negaba a quedar en ridículo delante de Ludolf, le demostraría que él podía no temerle. ¡Ja! ¿Que se había creído ese vampiro? ¿Que podía tenerlo como a un conejito asustado y suplicante con solo chasquear los dedos?
Pues así era, pero Leo intentó aparentar.
- Leo, Leo, Leo... Provocar a un vampiro es peligroso, nosotros quemamos más que cualquier fuego con el que puedas jugar- deleitosamente sus labios se movían dulces como la miel y dejaron un tierno beso en los rosados y blanditos del menor, como nubes de fresa.
El chico de pelo alborotado, derramado sobre la cama, se puso rojo como un tomate cuando una mano capaz de rodearle la cintura comenzó a acariciarle el vientre por dentro de la ropa.
- Si eso es una metáfora de que si te enciendo me follarás, ha-hazlo- sentenció cruzándose de brazos y mirándolo directamente a la cara.
Esperó sentir esos ojos envolverle en una mirada ardiente pero fría y punzante, se preparó para que sus ojos no lloriquearan por pudor y terror ante esos ojos fieros de cazador, pero sin embargo sobre la lujuria y la dominancia de esos ojos hechos para mirar desde arriba, percibió algo más.
Había en ellos una seriedad inusual, cosa que era sorprendente pues el vampiro parecía tomarse cada segundo de su vida infinita como un juego, una burla.
- Esta vez te lo perdonaré porque no sabes lo que dices, pero jamás me hagas una invitación así. No hasta que sepas lo que eso supone, criajo de mierda- su ceño se frunció y aunque su tono era severo el chico se sintió relajado al sentir una mano sosteniéndole el rostro y simplemente deslizando el pulgar como una caricia íntima y perfecta- Tener sexo con un vampiro es diferente. Estamos desbocados, descontrolados, aunque yo me controlo por ti. Pero si ahora te tomara perdería la noción de quienes somos, te destrozaría hasta hacerte llorar y sangrar y acabaría matándote con los colmillos mientras te follo tan jodidamente fuerte que simplemente perderías el conocimiento.
- ¿En-entonces tu y yo nunca...
- Sí, sucederá. Pero yo tendré que controlarme mucho y aún así... Será doloroso, soy grande y fiero, lo sabes. Si te niegas lo entiendo, no tenemos porque hacer nada que no quieras. Al fin y al cabo soy el cazador y tu la presa, en todos los ámbitos, estarías indefenso y te lastimaría, tu primera vez sería... como si estuvieras siendo cazado.
- Me da igual, quizás ahora me he asustado con eso y no... no estoy listo. Pero quiero pe-perder la vir... bueno, ya me entiendes... contigo. Solo quiero estar contigo y quiero sentirte y... me das miedo, mucho y se que tu naturaleza es herirme, pero confío en ti.- Ludolf fue rápido al limpiar un par de lágrimas nerviosas que se formaron en los ojos del menor.
Le parecía tan placentero que alguien aceptara atarse a él incluso a sabiendas de que aquello implicaría dolor. Se sentía como un rosa siendo sostenida por las espinas por una mano firme y llena de sangre y heridas.
- Lo haremos entonces, no ahora, pero pasará. Estarás asustado y eso me gusta, sabes que me atraen cosas peculiares. De hecho si no tuviera un gusto raro no estaría con un imbécil humano como tu.
- ¿Co-cosas peculiares?- preguntó el menor mientras el otro simplemente describía círculos en su barriga con la mano, de forma lenta y tranquila. Casi le relajaba, casi.
- Simplemente me vuelvo loco al imaginarte debajo de mi, indefenso como siempre, llorando y gritando mientras te desvirgo sin compasión, con esa voz tan bonita que tienes suplicándome clemencia y lloriqueando lleno de miedo, temblando, pidiéndome por favor que no te haga daño, con el cuello en mi boca y mis colmillos abriéndote la carne.
El menor simplemente se quedó petrificado y de su boca no salió ni una sola palabra.
- Pero no te preocupes, sabes que me controlo, por ti. Y que puedes dejarme cuando quieras, lo entenderé. Soy una bestia, un monstruo incluso para el sexo, te haré daño hasta en la cama. Por eso yo lo entendería si tu...
- Ya basta con eso, no te dejaré, eres lo que eres y de lo que eres me he quedado prendado. No cambiaría nada de ti, ni tus defectos, porque eres tu quien es especial para mi, no una versión tuya mejorada o un tu amable, eres tu. El tu imbécil, gruñón y que al parecer me quiere partir el culo.- el pequeño rió de forma nerviosa, no esperaba tener esa poco convencional conversación con Ludolf, pero a sabiendas de que su novio era excéntrico aquello no debió haberle sorprendido.
Por su parte, el vampiro dibujó media sonrisa en su rostro, como un pulso débil y tembloroso, pues fue liviana pero reconfortante.
- Te gusta el peligro, por lo que veo.
Tomó el brazo del menor y sus labios lo recorrieron allí donde la mano empezaba, dejando que sus belfos acariciaran la muñeca nívea y plagada de venas verdosas que se ramificaban como un gran árbol de sangre.
- Me gustas tu.
- Es lo mismo. Es como decir que me gustas tu o decir que me gustan los humanos impertinentes e irremediablemente idiotas. Es lo mismo.
-Sí, ese sería vuestro papel. Es solo dejarnos las instalaciones para poder rastrear ese nombres. Sabes, el hecho de que atacaran el centro de investigación no me suena a una coincidencia precisamente, por eso temo que el incidente se vuelva a repetir.
- Entiendo, Jay- el viejo hizo una leve pausa esperando el asentimiento de su compañero. Pronunció el nombre despacio, a modo de pregunta dudosa y este movió la cabeza indicando que, en efecto, lo había dicho bien- Nuestro centro es algo diferente al tuyo, aquí la temporada de llegada de huérfanos fue diferente, así que está lleno de niños y en números más elevados de los que crees esperar, por eso me temo que debo pedirle que controle a su ''acompañante'' no humano. No tenemos problemas en prestar nuestra colaboración, al fin y al cabo formamos parte de la misma institución, pero ante un comportamiento reprobable por parte del no-muerto, nos veremos obligados a expulsarlos por nuestra propia seguridad.
Carraspeó un poco al final de la oración y su bigote blanco y tieso se movió de lado a lado de forma cómica. El porte serio de aquel hombre dio cierta confianza a Jay, sabía lo que se había.
Jay asintió vocalizando un formal gracias mientras tendía su mano y apretaba la de aquel hombre; le sorprendió la forma vigorosa en que sacudió su mano joven, quizás las arrugas invadieran aquella piel ya grisácea, pero algo dentro de ese hombre se aferraba más a la vida que cualquier jovenzuelo.
Jay telefoneó rápidamente a Leo para contarle los avances y este, junto la vampiro, le advirtió de que ya iban de camino. Leo siempre había sido despistado, pero respondió bastante tarde al teléfono y eso era inusual en él, normalmente tardaba unos diez segundos (que no es poco) pero esta vez Jay había tenido que llamar una segunda vez y eso solo le hizo pensar en que el vampiro lo habría tenido entretenido con algo durante su ausencia.
Su estómago se removió al imaginarse la sangre brotar y a su Leo siendo presa de aquel ser sin corazón. Casi podía notar el olor de la sangre, como hierro oxidado dentro de su nariz, finalmente la sintió entumecida y al marearse decidió dejar de pensar en el tema.
-Oh, mierda...-murmuró Ludolf sosteniéndose el puente de la nariz y cerrando los ojos hasta arrugar los párpados una vez estuvieron frente al centro.
- ¿Estás bien?- se preocupó Leo. Acarició con su pulgar los grandes nudillos de la mano que tomaba la suya.
- Sí, pero hay mucha gente aquí y el olor de la sangre... ah, me costará contenerme.
- Pu...edes morderme después.
- No me tientes, no quiero hacerlo tan pronto de nuevo, podrías enfermar.
La puerta se abrió tras los impactantes golpes que Ludolf propinó y un hombre bigotudo los iba a recibir con un saludo amable que se cortó cuando su mirada se aferró con terror a la enrojecida del vampiro. Aún así el hombre tosió, se recompuso y volvió a saludarlos con amabilidad y fervor para después extender su mano.
Leo le dio un flojo y cómico apretón de manos grácias a su infantil fuerza, por lo que el viejo se enterneció y le revolvió el pelo como a un cadete inexperto.
Sin embargo el señor se tambaleó por culpa del brazo de Ludolf, aunque este intentó usar poca fuerza con tal de dar una buena impresión.
- Lo siento, no controlo bien a veces...- se excusó rascándose la nuca y sintiéndose avergonzado por tener que actuar así frente a alguien a quien no sentía que le debía respeto alguno.
- No te lamentes, no es tu culpa jovenci... er, señorito.- rectificó de golpe, sintiéndose poco profesional, de nuevo volvió durante unos instantes a la época donde no sabía como tratar a sus jefes y se sentía libre y jovial.
Un brillo surcó sus ojos al caer en el hecho de aquel vampiro tendría posiblemente más edad que él y sintió su corazón desbocarse unos instantes al saber que cuando la muerte lo arrebatara de ese mundo el vampiro seguiría intacto como una estatua de piedra.
- Sus habitaciones están en el segundo piso. Allí al fondo está la biblioteca, equipada también con tecnologías que facilitan la búsqueda de información. Ahí se encuentra Jay. Las demás salas tienen un cartel sobre la puerta que indica que son, si no lo tienen simplemente son dormitorios así que agradecería que se abstuviesen de entrar en los cuatros ajenos, en lo que al resto respecta, podéis ir donde os plazca.
Su cuerpo lánguido y alto se hizo a un lado incitándoles a pasar, con unos modales propios de un mayordomo experto. Su porte señorial parecía chocar con su ser humilde y creaba un contraste tranquilo y reconfortante.
- Muchas gracias.- dijo Leo suavemente, restándole a Ludolf la carga de tener que ser agradecido, cosa que para él era un sacrilegio.
Nada más poner un pie en el establecimiento, Ludolf causó un gran revuelo que duró apenas tres segundos para dar paso al silencio más absoluto que Leo había oído en toda su vida.
Casi como si el tiempo se hubiese congelado, el revoloteos de murmullos y exclamaciones se cortó inesperadamente y todos los ojos se clavaron en el vampiro.
Corazones pulsátiles acelerándose.
El hambre de Ludolf se incrementó y, como era obvio, sus colmillos resaltaron más y sus ojos se tornaron más pigmentados.
Leo se sintió extraño en aquella situación, pero no pensó que fuera molesta, era normal que ante el primer contacto con un vampiro la gente se hallare totalmente ojiplática. Pero dicho pensamiento cambió la ver la forma que tomaban los rostros de los presentes: bocas decaídas, ceños fruncidos, muecas de asco... Lo miraban con aversión.
Lo tomó de la mano de forma decidida al ver que Ludolf solo miraba a su alrededor con ojos fríos que ocultaban un fuego muy ardiente, y lo llevó a la habitación que les pertenecía.
En el camino se cruzaron con los grupos más jóvenes y eso conllevaba que también fueran los más insensibles.
Algunos murmuraban groserías y señalaban con el dedo en un gesto pueril y maleducado y otros, los más pequeño sobretodo, rompían en llanto o huían despavoridos.
- Ludolf, no les mires, vámonos.- dijo Leo mientras aferraba su mano más fuerte a la enorme palma del vampiro y acariciaba sus dedos.
Y aunque su tacto fuera humano y gentil y sus ojos fueran de cálido café, miró a los niños con furia y pudo sentir que aunque no se arrepintieron de su actitud, su mirada logró hacerlos a un lado.
Entraron el la habitación sin reparar en su decoración o en la exquisitas vistas que la ventana del fondo les ofrecía, sencillamente se sentaron en la orilla de la cama con desánimo.
- Soy un monstruo...- musitó Ludolf soltando la mano de Leo y recordando las pupilas ominosas de aquellos hombres y mujeres que lo juzgaban, condenaban al acusado antes de que pudiera exponer sus pruebas.
El reflejo de la llamas de su hogar en los ojos de los pueblerinos dotaba sus miradas de un fulgor muy característico, de un tono carmesí de pura rabia y ahora esas miradas se imprimían en los orbes de aquellos investigadores furibundos, que odiaban sin razón y lo miraban con esos mismos ojos vacíos que, ante el contacto con su mirada rubí, brillaban como atravesados por una flecha de sangre y veneno.
Leo se levantó de forma abrupta de la cama y se puso delante del vampiro antes de fruncir el ceño, alzar su mano y abofetear a Ludolf dejándolo patidifuso.
El golpe, como era de lógica, solo le dolió a su ejecutor, pero Ludol aún no salía de su asombro ¿Que acababa de pasar?
- ¿No aprecias la vida o que coño te pa-
- ¡Oh, cállate! ¡Deja de decir gilipolleces por un puto segundo y escúchame! No eres un monstruo y esos soplapollas de ahí no saben nada de ti, solo se dejan impresionar por tu apariencia, así que sin tan listo eres señor vampiro, piensa un poco antes de ofenderte por lo que unos imbéciles que no saben ni cómo te llamas piensan de ti ¡Joder!
El vampiro se levantó aún cuando parecía que el chico no había acabado de hablar y simplemente tomaba una pausa para recobrar aliento. Alzó la mano tal y como su víctima le había hecho a él y al ver su enorme extremidad en una posición hostil, Leo soltó un gritito.
Cuando quiso darse cuanta el brazo del vampiro ya estaba en movimiento, pero lejos de devolverle el golpe lo había tomado por el pescuezo para acercarlo violentamente a él y besarlo por sorpresa.
Sus lenguas batallaron entre sus bocas pero era inevitable que la del vampiro ganara siempre haciéndose con el control y explorando la ya conocido boca de su amante.
Con violencia lo tomó del pelo tirando de él para que ladeara la cabeza, echándose a su vez un poco para atrás, cosa que sirvió para demostrar la dominancia del vampiro y poder profundizar aquel beso desbocado. Sin piedad alguna apretó la pequeña cintura en una de sus manos, logrando que un gemido de dolor resonara en su boca, pero de nuevo lo acalló mordiéndole el labio de forma voraz hasta que sus colmillos lograron hacerlo sangrar un poco. El sabor de la sangre, lejos de volverlo aún más frenético, lo calmó en cierto modo, aunque despertó su hambre. Saber que aquel gusto celestial era solo fruto de la herida de su pequeño le hizo bajar el ritmo, no quería hacerle más daño y podía controlar su hambruna, aunque no pasaba lo mismo con el enfado.
Se separaron tras un largo rato, más calmados para aquel entonces.
- He tenido que besarte de improvisto para canalizar mis ganas de partirte la cara, niñato, no vuelvas a hacer eso de nuevo. Nunca bajo ningún puto concepto le pegues a un jodido vampiro si no vas a ser capaz de atenerte a las jodidas consecuencias y, no, ya te digo yo que un maldito criajo como tu no es capaz de atenerse a ellas, a menos que quieras tu maldito cuello arrancado por mis colmillos ¿Ha quedado claro?
Tragó saliva lacónicamente y de un empujón acabó de nuevo sobre la cama y temblando como una pobre mariposa en medio de una ventisca.
- Lo siento, era la única forma q-que se me ocurría para arreglar las tonterías que tienes dentro de tu hueca cabeza de vampiro tozudo- El otro lo miró desde arriba rugiendo de coraje pero sin ser capaz de realmente enfadarse con aquel chiquillo.- Sigues... ¿Sigues pensando que eres un monstruo?
- Leo, lo soy. Que tu veas algo más que eso me hace feliz, pero no me hará cambiar de idea.
- Eres gilipollas, definitivamente.
- No te atrevas a-
Ludol estaba levantando un dedo acusadoramente y comenzaba a aproximarse al chico pero de pronto unos golpes tímido en la puerta llamaron la atención de ambos.
- A-Adelante- musitó Leo en aras de salvarse una vez supo que era muy posible que Ludolf se abalanzase sobre él como un animal hambriento. O en celo.
La segunda opción le pareció más atractiva.
El vampiro lo miró enfadado y él se encogió de hombros mientras la puerta se abría lentamente con un chirrido desagradable.
Miraron al pequeño hueco entre la puerta y la pared. Nada.
De repente una vocecita se hizo oír y ambos miraron al suelo encontrándose con su visitante: Un pequeño niño de no más de seis años.
- ¿Tú eres el señor vampiro?-preguntó el pequeño, señalando a Ludolf infantilmente.
- Eh, sí-respondió este, incómodo.
El niño se puso rojo como un tomate e infló las mejillas mientras miraba al suelo. Sus pequeñas manos se convirtieron en puñitos fuertemente apretados y tembló por los nervios.
- ¿Me-me podría hacer una foto contigo? L-Los otros niños dicen que es raro pero me gustan tanto los vampiros como me gusta Bof.
- ¿Bof?
- Es mi camaleón, los otros también dicen que es raro, pero el animal más bonito del mundo, yo lo sé.- Leo contuvo sus ganas internar de gritar como una diva y abrazar a aquel chiquillo de mofletes enormes y ojos azules y solo sonrió enternecido.
- Eh, sí, supongo que si puedes hacerte una foto conmigo- dijo el vampiro riendo algo incómodo y rascándose la nuca.
Se acercó al chico lentamente, se sentía extraño pues desde su conversión no había estado jamás cerca de niño y casi había olvidado cómo lidiar con la inocencia inherente a los seres incompletos que apenas han dado un muerdo a una vida que siquiera comprenden.
Ludolf se puso a su lado mientras el niño sacaba un pequeño móvil y activaba la cámara de fotos.
Se sentía realmente muy fuera de lugar y se vio a si mismo extraño en aquella fotografía. Con su rostro inexpresivo y sus labios rojos, colmillos y definidos en una línea llena de apatía, con ojos de sangre, tez cristalina, facciones toscas y melena de depredador; todo eso junto a una cara cremosa y prácticamente andrógina, algo regordeta y espléndidamente sonriente.
Si la bondad de Leo le hacía sentir junto a su antítesis, aquel chiquillo era más que una hipérbole de la luminosidad del alma de su chico y por eso se sentía opacado, arrastrado a un mundo correcto donde él no pertenecía.
- ¡Gra-gracias señor vampiro!- chilló ilusionado mientras gotas de sudor bajaban por su frente y, sin dar tiempo a respuestas, se marchó corriendo y dando saltos de alegría.
- ¿Ves? No eres un monstruo, eres como... Beyoncé, todo el mundo quiere fotos con Beyoncé.
El vampiro rió levemente y después se sentó al lado de su compañero.
- ¿Crees que él piensa que no soy un monstruo?
- Si lo pensara no se había puesto tan contento de hacerse una foto contigo, tonto.
- Es raro. Ese niño inocente y bueno y... yo. A veces cuando estoy cerca de gente buena me da la sensación de que me sofoco, es como si no fuera suficiente para merecerlo. Me siento culpable cuando estoy contigo.
Confesó entre susurros antes de que Leo le diera un casto beso en los labios y acariciara su mejilla.
- No eres mejor ni peor que nadie. Eres lo que eres y eres quien eres y a mi eso me gusta. No tienes que sentirte así.
No hubo respuesta, solo una mirada brillosa, a punto de derramarse, y un beso triste y anhelante.
-Chicos- anunció Jay entrando en la habitación de forma orgullosa y sin llamar previamente a la puerta.- He encontrado lo que buscábamos-decretó zarandeando un manojo de papeles en sus manos- La brujita alquiló una pequeña tienda cerca de nuestro centro hará una semana y justo el día del incidente dejó dicho lugar. Hará apenas unos días ha alquilado un pabellón deportivo que casualmente está cerca de aquí y lo ha alquilado hasta de aquí a dos días, así que estoy bastante seguro de que quiere acabar con este sitio para la fecha.
emente.
La información llegó a Leo y Ludolf y tan pronto como estos la asimilaron se miraron entre sí e informaron rápidamente al líder del lugar, que accedió firmemente a evacuar el lugar antes del supuesto ataque y proveerlos de los materiales necesarios para usarlos en la cercana visita de aquel aquelarre.
Los rumores corrieron como la pólvora y a la pocas horas todos allí estaban al tanto de lo que sucedería en contados días, lo cual solo hizo que incrementar los nervios de Leo y Jay.
Ludolf parecía sereno todo el tiempo, jamás mostraba un ápice de turbación en su rostro, pero en el fondo su pulso se aceleraba al ver a Leo sufrir.
- Tengo miedo- murmuró Leo acurrucándose entre las mantas.
Un extraño frío había calado hasta sus huesos y las cobijas parecían hechas de papel de periódico húmedo, demasiado inútiles para calmar su temblor. Se apegó más al vampiro, abrazándolo por la cintura mientras hundía su pequeña carita en el pecho de aquel gran hombre que acariciaba sus cabellos con lentitud.
La piel de su acompañante era como el hielo y solo hacía que los dientes le castañearan con histeria, aún así necesitaba la seguridad de sus abrazos y no se despegó de él ni un instante.
- No tienes porqué, ¿Que pasa, pequeño?- Su tono era inusualmente dulce, algo extraño en una bestia sin modales como él.
- Estoy preocupado. Mañana podrían pasar muchas cosas, vamos a enfrentarnos a un maldito aquelarre. Y no me pienso echar atrás pero...
- Leo, creeme. No tienes que angustiarte, yo y Jay te protegeremos más que a nada en el mundo.- Aquellas suaves palabras parecieron causar una profunda tristeza en Leo, que tapó su cara con sus manos, ahuecándolas.
Sollozó antes de negar con la cabeza y notar como su novio lo estrechaba más contra él, afirmando aquel abrazo y haciéndolo más estrecho y acogedor.
Abrió la boca para hablar pero solo salió un hipido lleno de congoja. Las lágrimas llegaron, saladas, a sus labios y le hicieron sentir el sabor de su propia miseria.
El dolor del que esta destinado a permanecer cuando el mundo que ama se le arranca de las manos. Un dolor no tan suyo.
- E-Ese es el problema. Siempre me protegéis, moriríais por mí... No quiero perder a Jay y... no me hagas decirlo, joder, no... no puedo perderte a ti- casi gritó al decir lo último mientras su llanto se tornaba violento y desconsolado.
Las lágrimas caían a mares, regando sus mejillas copiosamente, moqueaba y no cesaba en su sinfonía angustiosa de quejas, sollozos y jadeos de terror.
El vampiro se apenó de él, parecía tan pequeño y frágil en ese estado. Tan destrozado, herido, aún sin sangrar ni una pizca, con solo el corazón encogido dentro del pecho.
Se abrazó aún más fuerte a él pegando su cara a la nívea y congelada piel, aplastándose la nariz contra la dureza de esta, pero no lo notó, le dolía tanto el pecho que apenas podía tener noción de si mismo.
Era como tener un enorme agujero negro en medio del tórax, una fuerza abismal que te absorbe desde dentro y te hace sentir vértigo ante la inminente caída hacia el infierno.
Ludolf lo separó de él con brusquedad y, empapándose las manos, lo tomó por la mejillas como si fuera porcelana y lo obligó a mirarlo.
Tenía las pupilas enormes y el marrón de sus ojos se veía oscurecido por la ennegrecida sombra de su pesar, lo que resultó en un efecto extraño: sus ojos inyectados en sangre por la reciente llorera, parecían negros y profundos.
Casi como una inversión de los del vampiro, como si se complementaran en su dolor.
Pedazos rotos que se unen, almas muertas que se abrazan hasta darse vida.
En su sufrimiento hallaban amor y en su amor sufrían. A veces no podían distinguir si les dolía amar demasiado o si el amar les aliviaba el dolor.
Fundiéndose en sus sentimientos más profundos, encajando. En lo malo y en lo peor.
Lo beso lento y poco a poco las lágrimas pararon de caer.
- Jamás vas a perderme- juró el vampiro mientras lo recostaba en la cama y ponía una de sus grandes manos en el pecho de Leo. Tibio, con esa pulsión de vida, ese tamborileo de corazón.
Vibrante, con fuerza y lástima. Parecía albergar tanta vida e ímpetu dentro de él, tanto dolor y tanta esperanza al mismo tiempo.
Casi lloró de nuevo cuando bajó a besar a su humano de nuevo y mientras su mano helada temblaba sobre el latir de la vida, la mano de Leo se deslizó sobre la suya, entrelazando los dedos de ambos en un cálido gesto.
Le acarició entonces bajo la camisa notando su cuerpo delgado, blanquecino, suave y tembloroso.
El calor recorrió todo su cuerpo como una llamarada extendiéndose, cálida pasión en cada una de las partes de su ser desde la punta de sus dedos, que con solo rozar la piel humana entraban en una erótica combustión, hasta esa olvidada zona del sur, hogar del pecado.
El chico tomó al vampiro con gentileza, poniendo sus manos en las mejillas de este y acariciando la rasposa barba. Un hormigueo lo recorrió, aunque supo que sus manos explorarían nuevos terrenos esa noche y que aquello no era más que el comienzo de una búsqueda de nuevas sensaciones.
Dávida de los cielos, el ángel más bello al que Dios pudo dar vida, una creación tan hermosa cuya alma iluminaría el más allá. Así veía Ludolf a Leo mientras al besarlo sentía sus finos dedos enterrarse en su cabellera y masajearlo de forma complaciente y dulce. A veces el beso se tornaba salvaje, violento y desbocado cuando el vampiro mordía los labios del menor, hasta el punto de hacer que pequeñas gotas de sangre escaparan de los capilares para ir directas a la glotonería de su depredador y era entonces cuando Leo gemía ruidosamente y clavaba sus uñas en el cuero cabelludo de su amante, que le castigaba despiadadamente arañándolo con pasión y subyugando la lengua ajena bajo el poder de la suya, que, experta, recorría su boca sin reparos.
Ludolf simplemente trataba de controlarse y no herir a su pequeño niño, por el momento solo lo besaba y acariciaba bajo su ropa, amando su piel, insistiendo en el gesto de apretar fuerte su pequeña cintura y sentirla, curvilínea, entre sus enormes manos que fácilmente la abarcaban.
Sabía que sus mordiscos herían al chico, pero el sentir la sangre fluir por sus hermosos y rojos labios le había provocado y debía reconocer que si había algo más delicioso que sus inocentes besos era su sangre pura y azucarada, así que combinarlos había sido una explosión de placer tan grande que se endureció instantáneamente.
Para entonces sus cuerpos ya estaban calientes y parecían impacientes por poder sentirse, el uno contra el otro, sin ropa de pormedio, pero Ludolf no quería ir rápido, su temor a darle rienda suelta a sus deseos lo hacía contenerse dolorosamente y es que el mismo se habría puesto las cadenas con tal de no destrozar al chico sensible bajo él, que con apenas besos y un par de mordiscos ya gemía agudamente bajo su cuerpo, dejando que esa voz ahogada y hermosa lo hiciera desearlo todavía más.
Leo se envalentonó aunque temblara bajo el vampiro, sintiendo su magno cuerpo tan musculoso y enorme sobre él que lo podría aplastar a voluntad, y, aún sollozando por las violencia de los besos de lobo que su amante le regalaba, sus manos sortearon los botones de la camisa de Ludolf y, uno por uno, los abrieron separándolos de su piel inmortal.
Pausó el beso cuando logró empezar a descamisar al vampiro y su sorpresa fue grata al contemplar de nuevo su cuerpo que nada tenía que ver con aquella gloriosa vez que lo había lavado en la celda.
Mil veces más sensual y por supuesto poderoso. Sus músculos trabajados moldeando la piel y esculpiendo un cuadro de altibajos que le habían la boca agua, el vello que descendía, desde el ombligo, hasta el fruto del pecado, enterrando en zonas tremendamente apretadas bajo el pantalón.
Sus pupilas se dilataron dejando que la luz y la oscuridad se metieran en sus ojos como agua siendo filtrada, para darle una más clara visión de ese cuerpo, sin obstáculos que delimitasen esa eterna belleza.
Salvaje, desenfrenado. Cuerpo de guerrero, alma de cazador y sin embargo sus manos grandes parecían precisas y dulces en la piel lampiña de Leo.
En su cuello los besos húmedos, chupetones dolorosos y mordidas leves no se hicieron de esperar y el saber que Ludolf podría devorarlo en solo segundos lo encendió. La visión de ese cuerpo feroz que tenía amplias posibilidades para someterlo a su voluntad le resultaba candente.
La simple idea de que, quisiera o no, sería sumiso para su hombre y este haría con él lo que se le antojara hacía que en su interior creciera, paralelo al terror, una sensación de erótico peligro que le hacía perder el aliento y la cordura.
Ludolf se irguió sobre él quedando con sus brazos flexionados a los lados de su cuerpo, exponiendo aquellos brutales bíceps, mirándolo con ojos rojos, deseo y hambre.
Una de sus manos se tornó un puño que apretó la ropa del menor y este se sintió extraño por ello, un gesto poco usual se transformó en un tirón violento que lo hizo chillar.
Mas su grito se ahogó gracias al brutal rugir de Ludolf, que se un jalón rompió la camisa de Leo, dejando su torno enrojecido, débil y expuesto.
Su sana delgadez y sus curvas poco masculinas le hacían lucir como un hermoso muñeco frágil que deseaba, desde lo más profundo de su ser, destrozar dolorosamente y a su vez proteger de todo mal.
- Pequeño humano...- murmuró el vampiro con una voz ronca y rasposa producto de su candente estado. Bajó a los labios del menor y apretándole el cuello con una mano se aseguró de que permanecería asustado e inmóvil mientras lamía la sangre restante se sus labios acorazonados- te dije que no me tentaras... si seguimos no habrá vuelta atrás, te lo advierto. No juegues conmigo Leo- susurró lento en su oreja mientras mordisqueaba el lóbulo y acariciaba con el pulgar la vena de su delgado cuello que tan deliciosamente pulsaba bajo la piel.
Dudoso y con las manos poseídas por una determinación temblorosa, Leo respondió con actos indebidos que el vampiro interpretó fácilmente, dispuesto a ser consecuente con sus advertencias.
Leo acarició el pecho del vampiro, bajando en un lento trayecto desde sus definidos pectorales hasta su abdomen musculoso, donde arrastró las uñas hasta llegar a su destino: el borde del pantalón tejano.
Con sus dedos hábiles desabrochó el botón y cuando sus manos tocaron la cremallera, dispuestas a bajar la bragueta, todo sucedió deprisa.
Ludolf cambió la cosas con un simple empujón a gran velocidad. Tomó la muchacho y lo tiró fuera de la cama, prácticamente golpeándolo contra el suelo y una vez estuvo allí lo agarró del pelo y dirigió dolorosa y estrictamente su cuerpo hasta hacerlo quedar de rodillas delante suyo.
Ludolf se sentó en la orilla de la cama y adquirió una relajada posición en que sus piernas abiertas abarcaban al chico arrodillado ante su amo y señor.
Se quitó la camisa, estresado por el calor poco común que comenzaba a sentir y bajó él mismo la bragueta de su pantalón, dejando la vista un bulto enormemente irreal bajo la tela negra de su ropa interior.
Tomándolo del pelo de nuevo lo hizo levantarse bruscamente y observó su hermoso cuerpo de pie frente a él. Tímido, asustado y ansioso. Era la mejor presa que jamás habría podido encontrar.
- Desnúdate y ponte de rodillas de nuevo. Ahora.-ordenó con una voz ronca y tan convincente que Leo, con solo oírla y ver sus ojos rojos y colmillos prominentes, prefirió obedecer antes que rechistar.
Bajó sus pantalones torpemente y los lanzó a algún lugar de la habitación que poco le importaba, dejando al descubierto sus bóxers blancos y apretados.
Harto de la espera y la timidez del chico Ludolf simplemente alcanzó con sus manos el elástico de la ropa restante del niño y, de nuevo, la hizo trizas dejando solamente una bella y pura desnudez.
Ese cuerpo menudo, lechoso, raso y perfecto le hacía enloquecer. Entre sus piernas el pequeño miembro del muchacho se mostraba tímido y pudoroso, alzándose vergonzosamente como si temiera el deseo que le hacía erguirse.
Ludolf observó su trasero terso, pequeño y redondo y quiso poseerlo al instante, deslizarse dentro de él y sentir esa virginal estrechez característica de amantes jóvenes y temerosos, ese calor y esa humedad propia de cuando uno posee a otro en la más obscena intimidad, esa sensación de propiedad que nace de desflorar al ser amado.
Lo azotó fuerte y dejando que su mano causara un enorme sobresalto, un quejido doloroso y una marca roja en una de sus perfectas y blanquecinas nalgas y, tomándolo de nuevo por su cabello lo obligó a postrarse de rodillas ante él.
Sin más dilación arrastró su ropa interior por sus propias piernas con el fin de destaparse de todo y comenzar de una vez por todas con la acción.
Su ropa desapareció tan rápido que Leo pestañeó perplejo ante la repentina desnudez de su amante y enrojeció de forma súbita por el ritmo en que todo sucedía.
Alzó su derecha temblorosa mientras clavaba sus ojos en la enorme virilidad de su amante.
Gimió cuando sus dedos rozaron la venosa y cálida piel de aquella larga y palpitante excitación. Se atrevió a cerrar su puño entorno el enorme diámetro de la pasión de su amante y su sorpresa fue grata y aterradora al comprobar que era incapaz de rodearla con su mano.
El vampiro rugió de placer al notar el ardiente tacto de su chico sobre su gran pene y lo tomó del cabello con fuerza y autoridad ganándose un quejido que hizo que sus partes bajas se sacudieran anticipando el placer que esa noche recibirían.
Aquellos ojos avellana se anegaron, estaba tan nervioso. Miró directo a los dos calderos del otro, rojos como la sangre que corría por sus venas y se apresuraba para llegar a la zona pélvica, llenando una erección que necesitaba ser atendida.
- Vamos, joder- jadeó el vampiro manejando con facilidad la cabeza del otro para acercarla a su pene erecto.
Leo jadeó mientras cerraba los ojos y entreabría los labios para recibirlo.
Primeramente un contacto leve entre sus belfos enrojecidos y el húmedo glande hizo que Ludolf jadeara roncamente deseando más. El chico, orgulloso de lo que el simple roce de sus labios habían causado, siguió.
Besó tiernamente la punta y sintió en su mano, que rodeaba aquella gran polla, el fluir de la sangre en ese venoso miembro.
El sabor salado pasó de acariciar sus labios a alojarse en su gusto cuando sacó la lengua dispuesto a lamer la pegajosa cabeza del miembro. Incluso a su lengua le costó abarcar aquella gigante y creciente excitación, pero aún así, húmeda, recorrió el glande en una lenta y excitante travesía recta para después dar paso a movimientos rápido y placenteros sobre la pequeña hendidura que presentaba aquel pene.
Trazó, con la punta de su lengua, círculos alrededor de la punta y se sintió en la cumbre del mundo al sentir como Ludolf jadeaba impaciente y en un tono totalmente masculino mientras le agarraba el pelo tan dolorosamente que estaba haciéndolo llorar. Pero le gustaba, amaba sentir como su vampiro le hería por el hecho de lograr hacerle perder el control de sus sensaciones y la noción del mundo real.
Estaba haciendo un buen trabajo con su boca y su premio era ser castigado.
Los nervios le hacían respirar agitadamente, era la primera vez que estaba acompañado en una actividad sexual y resultaba fascinante y aterrador, por ello su aliento se derramaba ocasionalmente contra el miembro del otro, consiguiendo que sobre su mojada superficie el aire que Leo exhalaba provocara escalofríos placenteros.
- Métetelo en la boca- rugió impaciente al ver que aquel adorable chiquillo se limitaba a lamerle como un helado, regalándole solo la parte más superflua del placer que podría proporcionarle.- No me hagas repetírtelo, joder...- rugió impaciente mientras sus dedos se apretaban agarrando el cabello marrón de su humano.
El chico se asustó por la agresividad con la que todo estaba sucediendo pero esa chispa de peligro logró encenderle un poco mas y darle el coraje suficiente para cerrar sus ojos y adentrar ese miembro cálido y venoso en su boca.
La sensación era extraña, placentera y amenazante. Con una mano sostenía la gruesa base del pene y en su boca cabía nada más y nada menos que la ancha punta y poco más de ese imponente falo, por lo que la mayoría de la erección quedaba desatendida por el chico que no daba a basto.
Cerró sus tiernos labios sobre la circunferencia que devoraba y ahuecando las mejillas succionó con fuerza logrando que la mano firme en su cabello se relajara a la par que daba un leve empujón que lo alentaba a tratar de tomar más de lo que realmente sentía que podía.
Sobre su lengua notaba la palpitante y creciente excitación y sus mandíbulas se tenían que abrir de forma copiosa para poder abarcar aquel enorme miembro, tanto que sentía que los lados de la boca comenzaban a dolerle.
Se esforzó por no rozar con los dientes aquella sensible parte ajena y movió su lengua acariciando parte de la longitud del miembro que había en su boca. A su vez apretó los labios con tal de estrechar la cálida cavidad y hacerla más confortable para su dominante y, mientras, sentía la húmeda punta deslizarse por su paladar hasta llegar lentamente a su campanilla.
Una arcada lo advirtió de lo que venía y se asustó tanto que abrió sus ojos en una muda súplica porque aquello se detuviera.
Miró a Ludolf desde abajo, con su imponente polla metida en su boca de forma indefensa y asustada y profirió un gemido de temor que le resultó excitante a su compañero.
El vampiro se mordió el labio sintiendo el sabor metálico y correoso de su propia sangre y sus ojos se encendieron de pasión al ver a aquella criatura débil arrodillada entre sus piernas, con los ojos llorosos y el cuerpo lleno de temblores y excitación. Se sintió un maldito Dios ante la perspectiva que tenía, ante la sensación de que aquel pobre humano que apenas podía chupar la punta de su pene estaba sometido a él y, que de así quererlo, podía tomarle con más rudeza del pelo y follarle la boca sin descanso, escuchándolo gemir de dolor y miedo mientras él lo forzaba hasta la saciedad.
La idea era tan terriblemente tentadora que movió sus caderas levemente adentrándose en la húmeda y estrecha boca del chico un par de centímetros más.
Leo se retorció por la arcada que había sentido y gimió aterrorizado mientras miraba a Ludolf con unos hermosos ojos mojados.
- Ah... No me mires así- jadeó el vampiro colmado de placer, sintiendo su virilidad cálida, húmeda y apretada en la cavidad bucal del otro- Hace que tenga ganas de darte más duro...-musitó inclinándose para mirar a su chico más de cerca- Así que prepárate, pequeño.
Leo se sintió endurecer aún más por el provocativo tono de dominancia que el otro usaba sobre él y, aunque estaba inundado por el miedo, la idea de estar total y completamente en manos de su musculoso, enorme y sádico vampiro le agradaba de una vergonzosa forma.
No se hizo esperar cuando comenzó a follarle la boca en duras estocadas.
Rugía de placer mientras su enormidad desaparecía entre los labios del pequeño para dirigirse a su garganta, haciendo que su cuello se abultase debido a gran intromisión.
Leo lloraba inevitablemente mientras aquel demonio que gemía virilmente y se regodeaba en su dolor lo tomaba con fuerza del cabello y el cuello obligándolo a estarse quieto mientras abusaba brutalmente de su boca.
Los movimientos de cadera eran rápidos y las embestidas, duras, llegaban sin pausas una tras otra, logrando hacer que Leo gimiera ininterrumpidamente de una forma aguda que al vampiro le pareció sensual.
Amaba como el pequeño lo agarraba fuerte de los brazos y clavaba sus uñas en un intento por sentirse seguro mientras su boca era follada a una gran velocidad.
El caliente miembro se adentraba completamente ahogándolo por momentos para salir de forma súbita, dejando únicamente la punta dentro y evitando que cerrara la boca para volver a enterrarse entre sus preciosos labios, ahora hinchados y rojos, de una sola estocada.
Lágrimas corrían por sus mejillas y, por las comisuras de su boca, caía saliva, cosa que lo avergonzaba enormemente. Leo ya no se sentía dueño de su cuerpo.
- Ah- gruñó el vampiro antes de sacar su pene de la boca del chiquillo y apartar sus manos de su cuero cabelludo, librándolo del agarre.
Exhausto por aquel juego preliminar, Leo respiró dramáticamente y se agarró el cuello una vez su cuerpo cayó de lleno en el suelo. Parecía que le faltaba el aire y pensó que necesitaría horas como para recobrarse de aquello, pero Ludolf no parecía querer darle tregua.
- ¿Tan pronto te cansas? Aún no he empezado- Ludolf rió ante los desorbitados ojos del menor y se relamió al sentir esas cálidas la'grimas de excitación y miedo descender por las mejillas níveas del humano.
Leo trató de contestar algo pero tosió en vez de hablar al sentir la reciente molestia de su garganta exagerándose.
Era divertido verlo tan expuesto y domado, como toda una putita para él.
- Vamos, levanta y a mi regazo- Leo sintió aquella dura voz y el cansancio pareció borrarse de su cerebro. El dolor se alejó, pero no lo suficiente para desaparecer, aún así la calentura y las ganas le podían.
Además, aquello era retorcido, pero le gustaba.
Sus pies se desestabilizaron y sintió las piernas flaquear nada más ponerse en pie, cosa que causó su caída.
Ludolf, ahora realmente preocupado, lo frenó en su vertiginoso viaje hacia el suelo y lo tomó entre sus fuertes brazos como a un pequeño bebé.
Temió que el humano se desvaneciera en ese mismo instante.
- ¡Leo!- gritó con una voz aguda como para ser suya, en un tono preocupado e histérico- Leo- repitió más calmado al ver que el mencionado reaccionaba a su llamada mirándolo con los ojos entreabiertos- ¿Crees que podrás aguantar? Ya te dije que... que soy un monstruo, un animal... para todo- sentenció con el rostro sombrío y apenado- Lo entiendo si quieres que me detenga, de lo contrario sabes que apenas podré controlarme...
Temblaba al sentir su moderación inducida, aquel autocontrol antinatural que se había obligado a si mismo a tener en nombre de la seguridad de su humano y es que aunque en el sexo sufría pasionales arrebatos de irracional bastialidad, el ver a Leo febril y en un estado preocupante le había devuelto a la racionalidad de nuevo.
Encerró el instinto durante unos instantes, sabiendo que solo podría apaciguar su creciente preocupación si se aseguraba de que Leo consentía aquella bestia que era, aquel salvajismo erótico implícito en su ser.
Pero la bestia clamaba por salir y él sufría mientras sus garras profundas arañaban el interior de su ser para librarse de su encarcelamiento.
- Ludolf, no p-pasa nada... Eres un jodido vampiro sádico- dijo el menor, mirándolo fijamente a los ojos con fiereza y convicción- y para mi no es un problema. Me gustas. Y m-me gusta eso, porque forma parte de ti también.
- Entonces... Espero que te gusten los azotes, humano- murmuró sensualmente en su oreja antes de morder su lóbulo, logrando que uno de sus colmillos rasgara mínimamente la piel.
El aroma de la sangre lo deleitó, liberando sus instintos más primarios de nuevo, dejando su yo humano absorto en el tentativo olor del pecado.
Leo pasó de estar cómodamente acogido entre sus grandes brazos a ser tumbado de forma brusca en el regazo del vampiro.
Con su tripita contra las piernas del gran hombre y su cabeza enterrada en el colchón, se sintió sumamente pudoroso y quiso que nadie se diera cuenta de su violento rubor.
Ludolf comenzó sin ningún tipo de advertencia y, después de la primera y sonora nalgada, el culo de Leo quedó rojo y sus ojos llorosos.
Trató por todos los medios de no gritar cuando la segunda se vino, pero le fue imposible. Un gemido de dolor y placer se disparó desde sus belfos y el vampiro endureció con solo oír aquella voz dulce y atormentada.
Lo tomó del pelo cuando, azote tras azote, el chico escondió su cara en el colchón amortiguando sus gritos, quería oírlo todo y no dejaría que ese hermoso ser se avergonzara de sus reacciones.
Ver su pomposo y redondo trasero pasar de pálido a rojo fue un espectáculo deleitoso y sensual, pero no más que sentir sus nalgas vibrar por el fuerte impacto de sus manos sobre ellas.
Leo se estaba dejando los labios rojos y llenos de hinchazón de tanto morderlos y, de chillar, creyó que acabaría afónico más no deseaba que aquello se detuviera. Dominado, sumiso y débil. En parte era eso. Y en parte le gustaba serlo.
Aún su pequeño gusto por actividades masoquistas, Leo tenía un límite, a diferencia de la fuerza del vampiro, y fue cruzado con la vigesimoséptima nalgada.
- ¡Du-Duele! ¡Para, para!- Ludolf, con la mano alzada y el corazón desbocado dentro del pecho, ansiando más gritos como si fueran su carburante, cambió su postura amenazante y comenzó a acariciar las enrojecidas nalgas.
Su tacto amable escocía pero Leo lo agradeció, aunque le gustara hacer cosas sucias y estuviera deseando tener sexo con su amante, amaba ser mimado.
- Mocoso... Si esto te ha hecho gritar estoy deseando oír tu vocecita mientras te folle.
El vello de todo su cuerpo se erizó en alerta, aquellas palabras habían logrado en Leo un efecto contradictorio, una agridulce mezcla entre calentura y terror que le hizo sentir su cuerpo cosquillear y estremecerse.
Una de las manos que acariciaban sus nalgas tomó uno de los cachetes y lo separó del otro, dejando a la vista su virginal agujero; la otra mano se acercó haciendo al muchacho temer.
Un dedo se posicionó en su entrada y por acto reflejo Leo se tensó.
- Desearía tener lubricante ahora, lo siento pequeño...
- Cabrón...-murmuró bajito el otro dándose cuenta de lo que eso significaba.
No gritó, simplemente tomó aire por la sorpresa y no se atrevió a mover ni un pelo. El dedo había entrado completamente y el sentir aquella larga falange dentro de él era doloroso y ciertamente excitante.
Ludolf rugió de placer al notar cuán estrecha era aquella cavidad y sonrió pensando en su próximo placer al sentir el angosto y húmedo interior del chiquillo apretarse entorno a su dedo en un cálido reflejo causado por el temor.
Su mano izquierda se separó de sus nalgas y comenzó a acariciar tiernamente su espalda. Extendía la fresca palma y recorría al chico calmándolo o sinó delineaba con los dedos la marcada columna, recibiendo suspiros en respuesta.
Leo se mordió los labios de nuevo cuando sintió que la falange comenzaba a moverse. Salía lentamente y después entraba de golpe, al principio las primeras estocadas fueron gentiles pero al cabo de pocos segundos el vampiro aceleró el ritmo y era, de nuevo, doloroso.
Sentía ardor en la parte más superficial de su entrada y acompañado al dedo de su interior estaba una sensación desconocida de quemazón e incomodidad.
Al primer dedo se le añadió un segundo tan pronto como Ludolf pudo hacerlo y escuchó, esta vez sí, un grito desgarrador por parte de su amante.
Supo que le había hecho daño pero aunque sintió pesar por ello no se detuvo: Leo ya había sido advertido antes.
Gemidos incontrolados resonaron por la estancia mientras el vampiro simulaba embestidas con sus dos dedos rápida y duramente, consiguiendo dilatar al pequeño chico que tenía en su regazo.
El humano arañó las sábanas con desesperación cuando notó que las arremetidas cesaban y los dedos de su interior se separaban y volvían a unir con el fin de abrir su entrada aún más.
Aquellos movimientos duraron largo rato hasta que el pequeño, con lágrimas secas en las mejillas y los labios hinchados y rojos, pudo ser capaz de cesar en su agudo griterío.
Solo se escuchaban gemidos ahogados cuando el mayor decidió retirarse del interior del muchacho, ansioso por lo que venía.
Leo se sintió vacío de golpe y la sensación lo golpeó extrañamente, dejándolo aturdido unos instantes.
Fue tomado con fuerza por las caderas arrojado sobre la cama de nuevo antes de escuchar su orden a cumplir:
- A cuatro patas, mocoso- rugió Ludolf casi con enfado.
El menor obedeció lentamente tratando de situarse ahora que se hallaba mareado pero la poca paciencia de su amante lo hizo tocar de pies en la tierra con rapidez.
Ludolf lo había tomado audazmente de las caderas posándolo delante de él, obligándolo a clavar sus rodillas en la mullida cama y dejar caer su cabeza sobre la almohada.
Apretó sus costados entre sus manos, subió por ellos acariciando el perfil duro de las costillas y acabó girando para apretar los hombros y notar la tensión del chico en ellos.
Subió un poco más con su violenta caricia hasta agarrarlo del cuello e inhaló, respirando el suspiro de su chico y la pasión que se le escapaba por los labios sonoramente.
Colocó su miembro alineado con la virginal entrada del chico y lo apretó con más fuerza del cuello, arrancándole un gemido lastimero que lo endureció aún más.
Apretó lentamente y Leo trató de zafarse del agarre y avanzar con tal de deshacerse del inhóspito y doloroso tacto.
Sobre su ano la punta cálida y húmeda del miembro ajeno parecía presionar sin piedad, dilatándolo a la fuerza.
- ¡Quieto!- gritó ferozmente el hombre ante los intentos de huir de Leo.
Tomándolo con más fuerza aún lo inmovilizó en la misma posición de la que trató de librarse.
Tomó sus muñecas con una fuerza brutal, suficiente como para asustarlo tanto que el chico se dejó hacer temiendo lesionarse.
Ludolf alargó la mano y con sus uñas largas y gran fuerza destripó un trozo de sábana con tal de arrancar una tira de tela de estas. Con el suave material deslizándose entre sus manos ató las de su compañero a su espalda duramente, haciendo un nudo que no solo aseguró que el chico no huiría sino que además afirmaba que al día siguiente tendría rozaduras en las muñecas.
Indefenso y atado, Leo no pudo hacer nada más que mantener sus rodillas hincadas, su culo plenamente expuesto al depredador y su cara hundida con vergüenza en la almohada.
Su miembro goteó presemen y descargas de placer le invadieron al pensar en su situación.
Tomó al chico rudamente de la cintura, consiguiendo que allí donde sus manos se habían posado comenzarán a florecer violáceos hematomas, y habiéndolo cogido de esa forma consiguió tener el total control de su cuerpo.
Con el pequeño e indefenso chico entre sus manos, totalmente manipulable, decidió actuar, castigándolo por haber intentado alejarse.
Manejó su cuerpo meticulosamente, empujándolo lentamente hacia su falo, empalándolo dolorosamente, hasta que consiguió meter poco más que a cabeza de su miembro.
Leo gimió dolorido y se revolvió tratando de liberarse pero al sentir la intromisión se aterró tanto que simplemente jadeó, lloriqueó y se quedó estático deseando que el inmenso dolor pasara pronto.
Sentía su trasero abierto, herido y su angosto recto siendo dilatado sin piedad o sin siquiera un poco de lubricante que le ayudara a que aquel monstruoso pene se deslizara mejor dentro suyo.
Ludolf se volvió loco en aquel placentero instante. La parte más sensible de su virilidad ya había entrado en su amante y lo sentía tan cálido, apretado y palpitante que deseó más y más.
Aquella sensación pulsátil, ardiente y húmeda abrazaba su miembro sumiéndolo en un infierno lleno de lujuria.
Soltó su cuello dejándolo respirar plenamente y durante los primeros segundos solo se escuchó la débil voz de Leo rogar por aire en grandes y ansiosas bocanas y, después, el sonar de su corazón alterado tapó su respiración dificultosa y excitada.
Harto de tanta espera y con el animal dentro de si rasgando su humanidad, Ludolf apretó más al chico entre sus manos y se adentró de una única estocada hasta que su miembro se metió por completo entre las nalgas rojas de su amante.
Leo gritó tan fuerte que temió perder la voz y un sabor metálico le atormentó la garganta pero su dominante actuó rápido y le tapó la boca acallando sus lamentos y comenzando un vaivén lento y tortuoso.
Leo sentía que no tenía descanso alguno pues segundos después de ser desflorado violentamente el hombre con el que compartía cama ya lo estaba follando como un animal enajenado.
Fuertes movimientos pélvicos y el resonar del golpeteo entre el cuerpo de uno y del otro adornaron la habitación mientras Leo era follado brutalmente.
El pequeño mordió la almohada tratando de calmar el dolor inicial mientras el vampiro besaba vorazmente su cuello y acariciaba su tripa lentamente, relajándolo.
Aún con sus gestos tranquilizadores Ludolf embestía al chico con fuerza, logrando que su interior ardiera por el roce y consiguiendo que su enorme falo que sobrepasaba los temidos veinte centímetros, se deslizara hasta el interior del angosto y cálido pasaje, abriendo estocada a estocada el interior del chico y comenzando a golpear su próstata.
Un agudo gemido de placer se hizo eco entre los demás haciéndole a Ludolf saber que había encontrado el punto dulce de su chico y, por ello, sonrió complacido.
Sin embargo el menor enrojeció mientras las violentas estocadas parecían acelerarse y entre dolor, placer y vergüenza, se mordió los labios y tomó valor para mirar al vampiro.
Sus pupilas parecieron desbordarse en sus ojos al ver tan magnífica figuera sobre él, domándolo fácilmente y enterrándose en su culo una y otra vez en feroces estocadas.
Su sombrío rostro estaba plagado de cabellos sueltos que caían se forma salvaje y se movían mientras este empujaba sus caderas y sus enormes y masculinos músculos se relajaban cuando sacaba su enorme hombría del muchacho para tensarse poderosamente aumentando su tamaña cuando de nuevo decidía meterla hasta el fondo rugiendo de placer.
Lo estaba volviendo loco. Dolía y era maravilloso al mismo tiempo y tenía tantas ganas de llorar como de gemir.
Deseaba por todos los medios poder liberarse de sus apretadas ataduras para atender su pobre erección pero el vampiro simplemente sonreía maliciosamente al verle forcejear con el trozo de tela mientras gimoteaba bajo él.
Su cuerpo angelical, delgado y sudoroso se contraía con cada arremetida y su voz parecía quebrarse cuando se quedaba sin aire para seguir gritando. Ojos hermosos anegados, rojos y enormes. Boca perfecta, roja y maltratada.
Gustoso seguiría arrancándole las alas a su pequeño angelito. Le quemaría con su tacto como el demonio que era y admiraría su belleza entre las llamas porque el mismo, el ángel, había pedido ser besado por satán y este no se contendría. Había elegido la oscuridad y aunque fuera temible, la ceguera le acompañaría de por vida. Había rogado por permanecer con la muerte y el dolor sería su precio.
Ludolf aumento el ritmo y la fuerza con la que tomaba a su pequeño y apoyó sus fuertes manos en el cabecero de la cama con tal de no dañar la sensible y rojiza piel de su amante.
El pequeño chocaba desbocado contra la almohada y los muelles de la cama chillaban cual Leo. Las manos del vampiro aplastaron vilmente la madera del cabecero convirtiéndola en astillas y toda la cama tembló mientras las embestidas eran más rudas a cada segundo.
Leo sentía la piernas temblar y su cuerpo desfallecer mientras ese venoso, erecto y enorme miembro salía y entraba de él a una velocidad brutal, golpeando ese lugar que le hacía llegar al cielo y descender al infierno, y además sentía como la pelvis del otro chocaba duramente con sus nalgas moviéndolo en un vaivén que solo acentuaba las profundas arremetidas de Ludolf.
En poco rato el vampiro se sintió próximo al éxtasis y notó que su chico deseaba ya ser tocado para alcanzar de una vez por todas el orgamo, Leo casi se lo ordenaba con la mirada, se lo imploraba. Pero Ludolf ya lo había dicho una vez, a él nadie le daba órdenes.
Lo tomó de nuevo por la cintura aumentando el ritmo y una de sus manos abrazó su torso para elevarlo, haciendo que el menor quedara pegado al pecho del vampiro mientras este seguía tomándolo por detrás.
El vampiro entonces le obligó a ladear la cabeza y sin piedad alguna enterró sus dos enormes y afilados colmillos en la tierna piel consiguiendo que Leo llorara y se resistiera tratando de zafarse.
Gotas de sangre y sudor perfilaron sus clavículas hasta caer lentamente por su abdomen. Otras manchas carmesí acabaron en la cama por la fuerza con la que Ludolf penetraba a su presa.
Con una última estocada Ludolf llegó fuertemente a la próstata del chillo y se enterró en él lo más profundo que pudo hasta hacerlo temblar de placer y dolor. En el instante en que se clavaba en el interior del chico en su última arremetida sorbió con fuerza de la herida de su cuello empalando su interior con la dulzura de la sangre ajena y rugiendo con la boca manchada de carmesí, liberó su semilla copiosamente dentro de Leo.
El menor sintió al vampiro entrar profundo y duro en él y cuando notó como su dominante se corría y se despegaba satisfecho de su cuello malherido, todo su cuerpo vibró y sus sentidos se embotaron. No necesitó tocarse para estallar en un dulce y sonoro orgasmo que lo hizo caer prácticamente inconsciente en la cama, mientras no era capaz de distinguir bien si estaba o no soñando.
La pérdida de sangre y la intensidad de su primera relación sexula lo habían llevado al delirio y creía que flotaba entre nubes.
Con su sangre, Ludolf lo curó, asegurándose que ni su mordida ni su rudeza sexual dejaran estragos para el siguiente amanecer.
Lentamente Leo se estaba quedando dormido entre los brazos de su enorme y poderoso vampiro pero con los ojos cerrados abrió la boca.
- Ludolf... Y-Yo te quie-
- No.- sentenció el vampiro- No me lo digas ahora, con prisas y con miedo por lo que suceda mañana. Dímelo cuando todo haya acabado, quiero oír y corresponder esas palabras con calma.
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