Capítulo 2: un nombre, más que un hombre

 - Jefe, dejemos las mierdas burocráticas para luego. Un capullo de la ciudad me espera para que asesine a su esposa infiel- comentó Einzel rodando los ojos. Su superior simplemente suspiró y alzó las manos clamando la paz en esa situación en que Einzel siempre quería irse.

- Sé que es una pérdida de tiempo para ti, pero es la norma. Cada año te reexplicaré tu contrato y sus novedades.- comentó el vejestorio ante la aburrida mirada de Einzel.

El susodicho profirió un pequeño gruñido de disconformidad e impulsandose con sus pies retiró su silla de la mesa frente a la que estaba sentado, listo para largarse y dejar de escuchar la verborrea de su jefe, quien a su juicio era demasiado serio y profesional para ser el líder de un grupo de traficantes y sicarios.

Normas pensó, no había nada más estúpido que imponer un orden dentro de un grupo que se dedicaba a violar las mismas leyes que constituían al de afuera.

El hombre rascó su barba blanquecina y grisácea, produciendo un leve sonido rasposo e introdujo una mano en el primer cajón de su escritorio.

- ¿Esto te convence a quedarte?- Einzel ya estaba levantándose, con sus piernas flexionadas y los muslos abandonando la tapicería roja, pero al ver la gran caja de puros sonrió copiosamente dejándose caer en el asiento de nuevo.

- Esto está mejor, mucho mejor- comentó estirándose para tomar uno sin permiso mientras sacaba el encendedor de su bolsillo. Su jefe se sorprendió por la temeridad del chico cuando vio que el mechero tenía rastros de sangre en él, pero prefirió no comentar nada. Mientras los resultados fueran óptimos él no se metería en el trabajo de sus empleados.

- Desembucha vejestorio, de todas formas no te voy a escuchar- Entre sus ácidas palabras escapaba una tóxica nube de humo gris que ocultó su rostro socarrón, pero aún aquella traslúcida barrera visual sus ojos pequeños de alimaña se podían seguir observando con claridad.

Un azul tan aterrador como el del mar para un náufrago.

- El caso es que el contrato en términos generales se mantiene. Por tus trabajos se te ofrece protección, hospedaje y se cubren todas tus necesidades básicas además de que te llevas el setenta por ciento de lo que tus clientes pagan. Pero ahora se han ampliado tus horizontes de trabajo. Ya tienes permitido ocuparte de los casos que impliquen o se basen en el asesinato de menores de edad.

Einzel se sacó el puro de la boca, dejando que el sabor agrio y la textura rugosa acariciaran sus labios breves instantes para después abandonarlos. Pocas veces se interrumpía a si mismo cuando fumaba y si eso sucedía era porque la ocasión verdaderamente lo tenía merecido.

Con sus gruesos belfos libres sonrió ampliamente, mostrando un rostro vil y perverso más que feliz, que era como en esos momentos comenzaba a sentirse.

- Maravilloso...-murmuró bajo la atenta mirada de su jefe, quien ojiplático observó cómo lejos de responder a ese avance con una disconforme aceptación, el hombre ante sus ojos parecía satisfecho de poder hacer el mal a mayor escala.

- A veces me pregunto si eres de veras humano- comentó el hombre con un hilillo de voz y la mirada perdida en los claros y ominosos ojos de su empleado. Tragó saliva al ver un brillo extraño y fugaz en estos.

Si los ojos eran las puertas del alma, la de Einzel parecía querer salir por ellos par sumir el mundo en una negrura eterna, para ahogarlo con su azul.

- De lo contrario no sería capaz de ser monstruoso. Somos el animal más perverso y yo, jefe, me considero un santo al lado de otros. Sigo mi instinto, solo eso. Y parece que me corresponde el de un depredador... ¿Que hay de usted?

Dejó la pregunta en el aire, cortando cualquier posible respuesta con una frívola y aterradora carcajada. Sus dientes perfectos y blancos relucieron, eran tan simétricos y hermosos. Todo en él estaba exento de error alguno y esa perfección plástica le alarmaba.

Bajo esa hermosa cubierta había algo malo, terrible y rezumaba por cada uno de sus poros dotándolo de un aura demoníaca que siempre sentía con su cercanía.

Y mientras Einzel se levantaba para salir su jefe sintió un extraño escalofrío que le llegó hasta la médula. La sangre pareció congelársele en las venas, alarmada y un frío seco caló hasta sus huesos, haciéndole creer que se rompería como un muñequito de cristal cuando Einzel dio un portazo al marcharse.

De una forma u otra el hombre que estaba a su servicio tenía el poder de estrujarle el corazón con la mirada y pasárselo con palabras. Era como si de algún modo Einzel supiera que él era mil veces más letal, peligroso y cruel que su jefe y se lo hiciera saber con esos pequeños gestos.

No obstante quien estaba al cargo de todo aquello solo podía permitirse respirar hondo y recomponerse, fingir que su hombre más válido no había insinuado que era una simple presa y actuar como si nada. Einzel solo jugaba con él, no trabajaba para él, lo usaba y a juzgar por los beneficios que su contrato determinaba, era obvio.

Kori esta vez llegaba pronto, le sobraran de hecho más de cuarenta minutos antes de que siquiera tuviera que estar en su camerino preparándose para bailar. La vestimenta que debía llevar se encontraría en el lugar, dentro de una bolsa de plástico que llevaría su nombre escrito con rotulador, como siempre. Había días que la ropa que debía llevar era de libre elección y él siempre escogía tangas lisos para que su cuerpo no se viese saturado ni tuviera que estar al tanto de no perder ningún accesorio, sin embargo los días que debía disfrazarse de forma obligatoria siempre se veía a si mismo abriendo la bolsa con miedo y sintiéndose avergonzado o aliviado de ver lo que esta contenía, así que decidió que como era temprano se tomaría un tiempo para ver los ropajes que le correspondían y, si se daba el caso, para asimilarlo.

Saludando a las escasas chicas que había adentro a esas horas pasó entre las mesas vacías con facilidad, sin la necesidad esta vez de sortear a borrachos que se tropezaban con sus propios pies, y abrió la puerta de la pequeña sala donde sus cosas debían estar.

Nada más girar el pomo y dejar una pequeña apertura notó que extrañamente las luces estaban encendidas y cuál fue su horrenda sorpresa al ver que allí dentro Paul le esperaba sentado delante del tocador donde él acostumbraba a mirarse.

- Hola, Koki- de nuevo, voz fingida y tono de superioridad. Ah, y había dicho su nombre mal a propósito, cosa que Kori sabía perfectamente.

El muchachito suprimió por completo la existencia de ese ser y actuó como si nada.

El hombre, cruzado de piernas, se reclinó hacia atrás para mostrar la falta de preocupación que le acarreaba estar a solas con Kori, haciéndose así el poderoso.

El menor rodó los ojos con desdén y cerró la puerta a sus espaldas, dirigiéndose a la bolsa de plástico blanca que anunciaba su nombre e ignorando al chulo que lo miraba de arriba a abajo.

La abrió sin prestarle mucha atención, aunque lo disimulara su mayor preocupación en esos momentos era que Paul se largase de una vez de allí pues desconocía sus intenciones pero tenía claro que buenas no podían ser.

El hombre dejó de entrelazar sus piernas para ponerse de pie y acercarse lentamente a Kori. Sus caros y relucientes zapatos eran ligeros y sigilosos, pero él pisaba fuerte y el sonido de sus pasos era casi ensordecedor.

- ¿No me saludas, eh?- lo ignoró por completo, centrándose en el contenido de la bolsa.

Una correa de perro, un tanga negro con aros de metal y algunas cadenas y ataduras para su cuerpo. Ya había visto antes ese traje y por supuesto lo había llevado. No es que fuera de sus favoritos, pero si que era recurrente y los clientes parecía agradarles mucho aquel rollo kinky que Kori se gastaba cuando llevaba algo de cuero encima.

No le gustaba vestirse como un sumiso masoquista y además le era horriblemente incómodo, pero las propinas merecían la pena. Cerró la bolsa rápido, deseando salir de nuevo a fuera y respirar algo de aire.

Allí dentro con Paul sentía que se ahogaba y que las paredes se aproximaban cada vez más a ellos para apretarlos y encerrarlos juntos. Tenía pavor a quedarse encerrado en algún lugar con ese descarado, pero más que nada era el odio que sentía por él lo que le repelía.

Le daban náuseas solo de verle.

Chocó con la espalda de Paul cuando retrocedió dispuesto a irse y este se quedó estático y sonriente como si fuese inamovible.

- Aparta- murmuró Kori chasqueando la lengua y pasando por su lado para escabullirse.

Lo sintió tras él, prácticamente respirando en su nuca, mientras se dirigía hasta la puerta de salida del local.

- Oh, vamos, no me ignores bonito- suplicó el hombre con un fingido puchero y un tono escalofriantemente dulce.

- Que te den - dijo Kori ya mordiéndose el labio para evitar soltar los mil y un improperios que se le venían a la mente al ver a ese sujeto.

Abrió la puerta con fuerza y la trató de cerrar de igual modo, pero la mano derecha de Paul la paró, abriéndose paso a si mismo también hacia el exterior.

Cuando Kori se encontró recostado en una pared de la parte externa del local y vio que Paul no cesaba en su insistente acoso decidió por fin hacele caso.

- ¿Que mierda quieres ahora, Paul?

- Ofrecerte algo.- Kori, recostado en la pared, miró a ambos lados de la calle al ver como el desagradable hombre engominado se acercaba más a él.

- No quiero nada que pueda venir de ti- respondió hosco y mirándolo de forma retadora, quizás con el fin de alejarlo pues veía que a su derecha un muro le impedía el paso y a su izquierda Paul replicaba esa tarea.

Comenzaba a sentirse ansioso, atrapado y a la espera de un inminente peligro, pero esa sensación, en su mundo, era algo común que ahora sabía disimular como si de un leve dolor se tratase.

- Dime, Kori, ¿Cuanto ganas enseñándote como un trozo de carne a todos esos hombres?- preguntó con un tono socarrón y una sonrisa ofensiva. Kori frunció el ceño y supo que Paul iba en serio cuando escuchó su nombre pronunciado correctamente entre sus labios enrojecidos y húmedos.

- Lo suficiente.- respondió seco. Se quedó estático en el muro cuando Paul avanzó un paso hacía él. No era buena idea huír cuando se estaba en un callejón sin salida.

- ¿Si? ¿Y por cuánto tiempo? Me han comentado que a veces tienes problemas con el alquiler y estás algo flacucho, no creo que comas bien... De seguir así te estancarás y en menos de lo que crees acabarás en la calle muerto de hambre y mendigando.

- Eso es problema mío, no te- Un dedo largo y huesudo en sus labios le hizo cerrar la boca con repugnancia, el aroma acre de la falange consiguió que se frotara la nariz mientras le cedía el turno de palabra a Paul.

- Yo puedo solucionarlo, Kori. Ahora solo estás en el escaparate, pero no se si te das cuenta de lo que un chico hermoso como tu ganaría si pasara a ser un producto completo. Lo que pagarían por follarte te sacaría de la miseria rápido. Además, estás por estrenar y la virginidad de un chico tan lindo y pequeño se vendería muy cara.- Paul hablaba con los brazos cruzados, sumamente confiado y con una sonrisa en el rostro que parecía querer llegar a ambas orejas.

Kori, patidifuso, sintió esas palabras desagradables meterse por sus orejas como un parásito repulsivo que no quería, ni por asomo, que alcanzara jamás su cerebro. Se rehusó a siquiera plantearse aquella jugosa oferta porque sí, la necesitaría en un tiempo si las cosas no mejoraban, pero con solo imaginar los toques indecentes de cientos de desconocidos se sentía vulnerable y asqueado.

Miró a Paul directamente a los ojos y este le asestó una fatal mirada de superioridad, como si supiera de antemano que Kori estaba en apuros económicos o pronto lo estaría.

- ¿Y bien?

El muchacho simplemente frunció su pecoso rostro en un visaje de desagrado y empujando levemente al gran cretino frente a él, pasó a su lado con la intención de alejarse.

La sonrisa de Paul se desdibujó, convirtiendo la imagen de su boca en su rostro en una línea horizontales más bien poco expresiva y cuando Kori dio paso a su espaldas se giró para tomarlo del brazo con fuerza.

- Trabaja para mi y no pasarás hambre ni un solo día de tu asquerosa vida.

- Mi vida será asquerosa en el momento en que decida someterme a ti. Prefiero tener hambre Paul. No, gracias- comentó esto último con un tono fingido e irónico, parodia de la escasa educación con la que se dirigían el uno al otro.

El agarre de su brazo no se desaparecía por mucho que la fuerza que ejercía su cuerpo ponía de manifiesto su clara intención de marcharse de la escena y no contento con eso, Paul tiró de él dejando a Kori aplastado contra el cemento lleno de graffitis de la pared.

- No rechaces mi oferta, puto estúpido.- gruñó en su cara haciendo que su frente brillante y sudorosa se encontrara con la de Kori.

- Prefiero mendigar a ser un chapero para ti, suéltame. - respondió el menor tratando de no perder la compostura. Algo le decía que Paul no le dejaría irse de rositas, pero aguantar un par de golpes no suponía un problema real para él si es que era eso lo que estaba por suceder.

-No seas orgulloso o algún día te costará la vida... Esto está hecho para que alguien lo disfrute- murmuró Paul de forma ahogada y excitada, con palabras entrecortadas y jadeos sugerentes mientras estrechaba más su cuerpo contra el del pequeño y una de sus manos apretaban con brutalidad el trasero del menor.- ¿Porque no sacar provecho de algo así, eh?

Preguntó ahora visiblemente alterado, con ojos inyectados en sangre y frente arrugada al chico que se revolvía en busca de libertad.

- No me toques, asqueroso cerdo ¡Hijo de puta!- chilló lleno de rabia y temor sintiendo al hombre sudoroso y enorme meter su mano bajo el pantalón para apretar con más fuerza uno de sus glúteos, hasta dejarlo rojo y con marcas duraderas de sus uñas cortas pero sucias.

Kori se sentía repulsivo y necesitado de un largo baño de agua fría. Las manos del sujeto, húmedas, calientes y grandes, lo manoseaban a su antojo y conseguían hacerle sentir que cada parte de su cuerpo que era tocada se ennegrecía causa de una polución deleznable. El aliento de Paul sobre su cuello era cálido, pegajoso y hediondo y ver su rostro desfigurado por el ansia con sus cabellos apegotonados en su frente a causa de la laca y el sudor le hacía sentir asqueado.

El hombre se aproximó más aún a él sofocándolo contra el muro y Kori, en un arranque de rabia le mordió el hombro tan fuerte que sintió el metal líquido en su boca.

Espesa, salada y con pequeñas hebras de carne rota, Kori escupió la sangre del chulo mientras este retrocedía bamboleándose por el dolor.

- Aléjate de mi, hijo de puta.- susurró el adolescente tratando de fingir una frívola tranquilidad, pero sus palabras galoparon dispares por sus labios y salieron ahogadas, en golpes de voz. Con el dorso de la mano se limpió la boca, corriéndose la sangre hacia una mejilla.

Repugnante, era apestosa y ardía, como un veneno espeso y obscuro.

El hombre cuyo hombro sangraba copiosamente acabó recostado en la pared contraria de aquel callejón y antes de que su pequeño y adorable oponente pudiese reaccionar ya se abalanzaba sobre él tras sacar su mano del bolsillo.

La sangre de Kori se congeló en sus venas al ver la navaja en las manos de un tipo así de peligroso, impulsivo y enfadado con él y cuando corrió como un tono encabronado dispuesto a cornearlo con aquel filo lleno de romo, Kori se tiró al suelo de inmediato y por su acción rodó unos metros.

Se raspó la piel y su ropa quedó hecha jirones por los bordes, además de que un contenedor que lo impregnó de su aroma fue quien paró su trayecto.

Cuando Kori trataba de recobrar el aliento para levantarse lo último que vio fue a Paul saltar sobre él y lo consiguió pues aplastó su estómago con su enorme peso y le vació los pulmones.

Realmente sintió que al exhalar de golpe todo ese aire moriría allí mismo y su cuerpo se deshincharía como un simple globo.

Con los ojos llorosos vio al filo del arma brillar y dirigirse a su pecho mientras una sonriente mole de maldad y podredumbre lo dirigía.

Con miedo cerró los ojos y su brazo derecho se movió solo hasta tomar algo frío y alargado del suelo, el cuello de una botella de cerveza vacía que sobresalía de un cubo de basura.

La puñalada nunca llegó, pero podía sentir ese inefable dolor en el pecho, ese inexorable vació que le perforaba el corazón. El miedo y la incertidumbre asaltando su pecho hasta hacerle pensar que su músculo cardíaco bombeaba únicamente dolor y terror se detuvieron saliendo de él como espíritus con el ruido de cristal roto.

La botella se había partido justo en el rostro de Paul y aunque un leve chispeo de cristales punzantes había lamido la faz de Kori, este soltó lo que quedaba de la botella y empujó a su oponente, dispuesto a salir de ahí como alma que lleva el diablo.

Ese día no le importaba correr hasta su casa y dar plantón al público que lo aguardaba, solo quería taparse entre cobijas y abrazar a su vida, agradeciéndole que no hubiera logrado escapar de su cuerpo esa noche.

Aunque las piernas le fallaban y corría torpemente tuvo el valor de girar la cabeza y mirar atrás.

Los gritos de dolor agónicos de Paul habían llamado la atención de la gente y él solo chillaba furibundo, de rodillas en el suelo y con las manos ensangrentadas tapándole la cara.

Podía ver aún con la distancia de por medio, grandes trozos verdosos de la botella incrustados en su cara, tan profundo que no quería imaginar las marcas que eso dejaría.

La sangre goteando sobre los filos, los gritos haciendo vibrar el cristal.

Kori jamás olvidaría esa sensación. Miedo y adrenalina. Había pasado de sentirse indefenso a ser el rey del mundo, de su mundo. Amo de su vida, nadie podía terminarla por él.

Llegó a su casa respirando como si el aire fuera miel y al aspirarlo se pegara a su conductos impidiéndole integrar el oxígeno en sus alvéolos, asfixiándose con el ambiente. El corazón le latía tan fuerte que aquella sensación pulsátil casi ascendía por su tráquea, haciéndole creer que escupiría aquella masa de músculo bombeante.

Se dejó caer no en la cama sino en el mismo suelo del salón, agradeciendo la moqueta blanquecina que paró su caída de una forma casi reconfortante. La cabeza le daba vuelta y cada vez que tragaba saliva sentía un repulsivo saber metálico y su garganta dolía. Como si el óxido de la sangre de Paul le quemara la garganta.

Roy por suerte no lo molestó al hallarlo en ese estado, su amigo le había pillado a él en peores situaciones.

Peor había sido cuando Kori llegó a casa no hacía más de dos semanas y se había dispuesto a ducharse tras una calurosa noche en el club encontrándose en la bañera un Roy envuelto en papel de aluminio y prácticamente sumergido en una disolución de agua de la ducha y el cóctel de drogas que habían caído en ella, creyéndose a si mismo un submarino en guerra soviético y tratando de atacar al enemigo ario, que resultó ser, como era obvio, una alucinación suya.

Roy no habló, solo bebió un poco y al rato, cuando comenzaba a amanecer y decidió irse a dormir le trajo a Kori una almohada y un vaso de agua fría.

- No se lo que te has metido, amigo, pero a la próxima yo también quiero de eso- dijo como despededia de buenas noches.

Kori simplemente lo miró exhausto y sorprendido y al recordar todo lo que había acontecido para llevarle a su situación actual, se echó a reír como un loco.

- Yo no estoy drogado...- murmuró entre carcajadas- estoy agradecido de seguir vivo, solo eso...- finalizó cayendo dormido en la moqueta.

Mientras transcurría el día se levantaba ocasionalmente a causa de las vibraciones de su móvil pero cuando veía que las notificaciones eran constantes llamadas de Paul simplemente se volvía a dormir.

Ese hombre y lo que le había hecho a su ahora aberrante rostro eran problemas que prefería no encarar aún y en los que le asustaba pensar. Si tan solo Paul tomaba una venganza justa él estaría jodido, jodidisimo, pero es que el chulo era un psicótico ególatra que tomaría represalias excesivas y solo tratar de imaginarlas le daba escalofríos.

Pero viviría, pasase lo que pasase sobreviviría.

Sentía pavor ante la idea de morir, pero más que eso se sentía desdichado cuando se imaginaba a su madre mirarlo desde el cielo, decepcionada porque el regalo que ella le había dado era desperdiciado, su vida no debía ser mancillada.

Culpable de vivir pero dispuesto a ello.

Las llamadas no cesaron en todo el día y cuando no, eran mensajes, cosa que obligó a Kori a silenciar su dispositivo móvil si quería dormir tras el largo trote lleno de emociones de la noche anterior.

Atardecía ya cuando Kori se despertó y el fulgor ocre le golpeó la cara desde las rejillas por las que la persiana de la ventana del salón dejaba que la luz se escabullese.

Se deslumbró breves instantes e ignorando su teléfono ya sin batería fue a la cocina para comer algo.

Anduvo desganado, suspirando como un alma errante y arrastrando los pies. Su mundo se venía abajo rápidamente y él solo podía contemplar la catástrofe, inmobil.

No tenía apenas el valor de volver al club sabiendo lo que le esperaba si se encontraba con Paul, pero debía afrontar sus profundos miedos a ese voraz y agresivo hombre si quería ganarse su pan de cada día.

Era pararse frente a la puerta y comenzar a hiperventilar con la imagen de un oscuro y largo Paul esperándolo entre los clientes con su fiel navaja, brillosa y lista para la acción. Podría orinarse de terror con solo imaginarlo entre el público y verlo desaparecer entre las cortinas del escenario, se le erizaba el vello si pensaba en él volviendo solo a casa de madrugada, siendo una fácil presa para quien lo acechaba.

Paul no era una persona muy elocuente y jamás pensaba antes de actuar. Era impulsivo, temerario, irrespetuoso y estaba jodidamente loco. Las pocas neuronas que le quedaban pensaba Kori, estaban focalizadas en la única tarea de mantener a Paul de pie y poco más.

No pudo, ese día ni fue al trabajo, no se sintió capaz aunque estuviera con el agua al cuello y los bolsillos rotos se le llenaran de facturas que, a diferencia del dinero, difícilmente se le escurrirían.

Una noche en vela, mirando por la ventana a la oscuridad de una calle con las farolas rotas. En cada milímetro de penumbra él podía esconderse, escabullirse como una sabandija y saltar desde la más profunda y confusa negrura para ponerle fin a su vida. En cada esquina incierta, en cada calle sin fondo, en cada zona solitaria. El exterior era un peligro latente y a su vez la única forma de llegar a su salvación económica.

Grandes ojeras adornaban el pueril rostro de Kori para la noche siguiente y poco se había movido el chico de la ventana de su habitación. Solo miraba por ella dejando que las calles que lo rodeaban se convirtieran en el escenario perfecto para su paranoia ilusoria.

Sin embargo se había armado de valor para poner su móvil a cargar y para borrar los cuarenta y tres mensajes amenazantes de Paul y sus ciento dos llamadas perdidas.

Aún así algo le llamó la atención antes de eliminar el historial de llamadas de su teléfono. Samantha hacía ahí una tímida aparición. Un mensaje pequeño y reciente que brillaba tenuemente entre el fulgor iracundo de las copiosas notificaciones del chulo.

Con los dedos temblorosos abrió el mensaje y su corazón dio un vuelco al leerlo.

Su garganta se secó y la saliva que para aquel entonces estaba tragando pareció convertirse en una bola de felpa encallada en su tráquea que le impedía hasta respirar.

''Kori, por favor, cuando vuelvas a trabajar ten mucho cuidado. No vuelvas solo a casa, pídele a tu compañero de piso que venga a buscarte. Paul está realmente enfadado, tuvo que ir al hospital y tiene el rostro irreconocible, lleno de cicatrices verticales horrendas que el médico le ha dicho que jamás se irán. Le diste su merecido, de veras, tiene el rostro lleno de rayas profundas que se hunden en la piel con perfiles irregulares y viscosos que realmente dan ganas de vomitar. Pero él estaba furioso y sabes como es.

Me ha golpeado, pero da igual, no te preocupes, yo estoy bien.

Hoy le he escuchado hablar con alguien, decía que te dejaría inconsciente como fuera, drogándote, a golpes... y que te vendería a un alto precio en el mercado negro como esclavo sexual, o por tus órganos o lo que fuese, que solo quería conseguir dinero y arruinarte la vida.

Por favor, él lo hará, está loco y lo hará. Ten cuidado, no quiero que te suceda nada malo. Eres un ángel Kori.''

Culpa, rabia, terror y desesperación. En ese orden le abordaron los sentimientos hasta hacerlo caer en la cama hecho un ovillo lloroso.

En medio de aquel mensaje e interrumpiendo la lectura su corazón se contrajo castigándolo, azotándolo como parte de su merecido con la dura imagen de Samantha amoratada y herida.

Pensar en aquella dulce mujercita, que había tenido que madurar a golpes e intentaba esquivar las puñaladas de un mundo cruel siendo menos que un estorbo para los de su alrededor, siendo vilmente golpeada, ultrajada y reprimida le hacía perder el aliento y la fe en un futuro mejor o en un ideal de justicia. Por eso se había jurado ayudar a Samantha lo máximo que pudiese, cargar con su dolor si era necesario y respaldarla en sus momentos oscuros para aligerar su pesar, sin embargo ahora él había sido el verdugo. Samantha había sufrido por su culpa, al igual que su madre, al igual que todos los seres puros del mundo que se acercaban a un chico tan maldito como Kori.

Deseó morir, solo causaba dolor. Su mera existencia era un error que solo los demás pagaban.

Y aunque la culpa ahondó en él y se hospedó para siempre en su alma la ira estalló tan ensordecedoramente que dejó en un segundo plano el sonido de todas las recriminaciones mentales que Kori se echaba a si mismo. Se sentía iracundo al pensar en Paul, no solo en sus deleznables acciones contra la prostituta, sino en él mismo como ser. Una rata de alcantarilla que se creía el rey de la selva, un señor diminuto con complejo de superioridad, eso era y nada más. Parecía un imbécil colosal incapaz de verse a si mismo y contemplar que solo era un alarde de sus fracasos, un don nadie que se autoproclamaba rey.

Un negado que en la negación ajena hacia él veía su realidad y le hacía enloquecer de vergüenza y rabia. Lo odiaba con todo su corazón, le causaba coraje imaginar a Paul y se enojaba consigo mismo por envidiar lo feliz que era siendo un ignorante de su propia y escasa fortuna.

Por último las líneas finales del mensaje lo dejaron congelado en el sitio ¿Drogarlo y venderlo? No podía pensar en un destino peor. Si alguien le compraba para traficar sus órganos funcionales y jugosos todo acabaría rápido, moriría con un cuerpo vacío cual muñeca de trapo vieja y no habría más vuelta de hoja, pero si era vendido como esclavo sexual (lo más posible, debido a su aspecto) no le quedarían fuerzas para luchar más.

Odiaba su vida, pero aún así era eso: una vida. Sin embargo cuando fuese comercializado como un simple objeto para dar placer, todo sería nada más ni nada menos que una agónica y lenta muerte. No podía permitirse acabar así y no era solo por su madre, era por él, no quería caer tan bajo.

Estaba claro, no dejaría a Paul salirse con la suya. Su convicción era fuerte pero sus posibilidades nulas así que comenzó a sentir en la boca del estómago el áspero y puntiagudo miedo, abriéndose paso hacia afuera en forma de arcadas.

Apenas podía respirar, un ataque de pánico lo asaltó tras muchos años manteniéndose sereno en situaciones límite.

Kori estaba sentado en el sofá y mientras su culo se acomodaba en el mullido asiento, Roy estaba preparándole un te que él mismo se había ofrecido a hacerle. Parecía, para sorpresa de Kori, que ese hombre era capaz de tomar algo natural que no se enrollase en papel de fumar.

Habían pasado ya dos días desdel mensaje de Samantha y Kori había desconectado totalmente del trabajo para pensar cómo debía actuar y como realmente actuaría Paul.

- Toma amigo, estás fatal- Roy hablaba con un voz monótona pero racional. No había signos de opiáceos en su cuerpo pero no hacía mucho había consumido, de lo contrario se encontraría histérico, ansioso y tendría múltiples tics nerviosos.

- Lo sé...-murmuró Kori ciertamente enrojecido. Para que el adicto que tenía por compañero de piso tuviera que sentarse a hablar con él porque le veía muy mala cara, Kori debía estar en un estado de demacración casi vergonzoso.

- Dime ¿Que pasa colega? Si es que tienes el mono de alguna mierda yo puedo pillarte un pellizco de lo que sea y- La mano del pecoso adolescente se alzó y negó con la cabeza de forma tranquila, cortando la oferta de su amigo.

- Es solo que tengo problemas en el curro... Un tío quiere joderme, pero bien... Quiere arruinarme la vida y sin embargo yo no puedo defenderme aunque sepa lo que planea.

Se rascó la cabeza con fuerza, dejando que sus uñas hirieran el cuero cabelludo pues el estrés sedaba cualquier dolor que Kori pudiera sentir. Su amigo lo miró con lástima, se compadecía de él y eso le hizo sentir aún más miserable.

- Yo puedo aconsejarte algo. Algo ilegal y muy peligroso, solo en caso de que realmente lo necesites.

No estaba seguro de siquiera querer escuchar la propuesta de su amigo. Ya estaba en líos con alguien tenaz y meter, posiblemente, a la policía en esas cosas sería solo empeorar la situación.

Se mordió los labios insistiendo en el pensamiento de que algo que pudiera meter repercusiones jurídicas de pormedio no le sería beneficioso, pero ciertamente no tenía muchas más opciones a la que aferrarse.

- Verás es que la persona con la que estoy enemistado está desquiciada, pero... no se hasta qué punto y quizás todo lo que supuestamente planea hacerme es solo un farol, ya sabes... Si hago algo peor y resulta que él realmente no se iba a atrever a hacerme lo que yo creo, entonces todo sería peor para mi...

- Si estás inseguro mejor no me pidas ayuda, lo único que puedo darte yo es un nombre y, créeme, solo debes usarlo cuando estés hasta el cuello de mierda. De lo contrario te meterás en la boca del lobo tu solo...

- Entonces yo...

They're all around me, circling like vultures. They wanna break me and wash away my colors.

Durante breves instantes ambos quedaron estupefactos al escuchar esa melodía lenta y envolvente, pero Kori reaccionó rápido reconociendo el tono específico que había escogido para Samantha.

Tomó el móvil y respondió con ambas cejas arqueadas por la confusión, a esas horas la chiquilla no solía llamarle pues solía encontrarse con Paul previamente a sus horas de trabajo.

Aún así saludó efusivamente y una sonrisa se esbozó en su rostro nada más coger la llamada, pero pronto el brillo de sus ojos se apagó, como si fuera una estrella fugaz quien iluminara sus orbes.

- Pon el canal cinco.- la reconocía a la perfección. Una voz dura, ronca por el tabaco y siseante, como una serpiente.

No sabía que hacía Paul con el móvil de su amiga, pero desde luego no podía significar nada bueno y mucho menos después del chivatazo que recibió de su parte.

Kori, sin atreverse a dirigirse a Paul aunque fuera a través de aquel aparató tomó el control de la televisión y tras prenderla buscó rápidamente la cadena que el otro le había pedido con pocos modales.

Tenía tanto miedo, no solo por Paul, sinó por la forma socarrona en la que había dicho aquello. Satisfecho, estaba cantando victoria y Kori no se la negaría pues con solo escuchar su voz se había quedado sin palabras, lo tenía completamente amedrentado.

Roy se extrañó por todo aquello pero al ver que su compañero ponía las noticias simplemente decidió prestar atención pensando que quizás la llamada sería larga y que el chico le había puesto los informativos con tal de entretenerlo mientras durara aquella conversación telefónica.

- Eso es lo que le pasa a las zorras que se van de la boca.

Colgó, Kori apagó el teléfono en el mismo instante en que vio el cordón policial cerca del motel donde Samantha se hospedaba y aunque sus ojos quisieron anegarse y liberar todo el dolor con lágrimas que ahogaran las penas, Kori no lloró cuando la imagen movida de una cámara mostró a la preciosa chica muerta en la habitación.

Un suicidio, dijeron que era un suicido inducido por la mala vida que había llevado pero Kori lo veía en esos ojos secos, desorbitados e inyectados en sangre: El terror, la lucha de Samantha mientras Paul la subía la silla, le ataba la soga al cuello y la empujaba haciéndola ahorcarse.

No lloró, no lo hizo jamás. Pensaba que todo el infierno que Sam había vivido ahora no se acabaría en unos meses, como ella había previsto, sino que duraría por toda la eternidad y no era culpa de Paul, no, era suya.

La culpa de la muerte de Samantha cuanto tanto se acercaba el mejor momento de su vida era única y exclusivamente suya.

No merecía el placer de llorar, se tragaría el dolor y envenenaría su cuerpo con él. Sufriría en silencio el resto de vida igual que Samantha había sufrido cuando la cuerda no dejaba que de su garganta saliera siquiera un grito de auxilio.

- Roy. Dame ese nombre.

No tendría un segundo de paz hasta que vengase a Samantha.

-No seas cobarde Kori, vamos... por ella. Por ellas- murmuró mientras alzaba el puño dispuesto a golpear la madera.

La puerta era imponente, enorme y seguramente muy pesada así que debía picar con fuerza para ser escuchado.

Miró el nombre por el que debía preguntar una vez se adentrará y se armó de valor antes de hacer que sus nudillos resonaran contra la madera.

- Einzel...- susurró. Un mal presagio le erizó la piel y la puerta se abrió.

Ya no había marcha atrás.


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