Capítulo 3: en la boca del cordero

 Ludolf despierta sin saber bien si es día o de noche, pero sin poder olvidar el delicioso y consolador tacto de las manos del chico sobre su rostro adormecido que, inmerso en su sopor, solo notó parcialmente esa caricia, como parte de un sueño nebuloso, de una maravillosa alucinación difusa.

Pero tras tanta confusión por el simple recuerdo hay una verdad irrefutable que Ludolf conoce: él sabe que esa noche, tras esa gentil y aniñada caricia, lloró.

Ese maldito criajo insolente como si no temiera a la muerte e inocente como un caramelo edulcorado por los mismos ángeles, le hizo llorar con solo unos segundos de contacto.

Enfadado por el enorme efecto y la ridiculizante repercusión que tuvo ese liviano acto, ese mísero gesto, en las emociones del vampiro, este decidió endurecerse dentro de su armazón de amenaza.

Debía reforzar su, robusta y bien formada por los años, coraza de odio y terror que irradiaba ante los demás para protegerse del enemigo. Había pensado en un principio que lo más poderoso de esos humanos eran sus armas que podían herirle, aunque jamás asesinarle, pero ahora se daba cuenta de que había algo que le hacía correr un riesgo aún mayor, incluso de forma inconsciente: ese chiquillo que, sin querer, penetraba en sus emociones y le hacía debilitarse como un prisionero de guerra confesando, le hacía desnudar sus emociones, exponerse como el humano blandengue que lloró aquella noche de fuego y gritos.

-Hola Mord... Digo, Ludolf.- dijo Leo entrando por la puerta. Bostezó pero aún las pequeñas ojeras que se formaban bajo sus ojos a Ludolf se le antojaba feliz y risueño- Me gusta tu nombre, suena a guerrero.

Su interlocutor giró el rostro, decidido a no hablarle, no se mostraría débil ¡Él era el enemigo, no podía entablar una jodida amistad con él!

- ¿Hola? ¿Me escuchas?- La afilada mirada carmesí del vampiro fue la única respuesta necesaria, aunque Leo se sentía extrañado y ciertamente decepcionado, creía que había hecho avances con él y estaba esa mañana inusualmente feliz por ver al vampiro y pensar que podría charlar con él como si fueran compañeros.

- ¿Qué te pasa? Bien estás, eso seguro, si te encontraras mal no me podrías estar asesinando con la mirada de esa forma.- comentó dejando ir una leve risa y por poco al vampiro también se le escapa una con cierto deje irónico- Estás cabreado ¿Verdad? - giró el rostro ofendido ¿Porque ese capullo le hablaba como a un criajo si tenía cientos de años más que él? ¡Le hacía hervir la sangre esa arrogancia!

- Perfecto, ahora el vampiro tiene una pataleta....-Dijo para hacerle enfurecer, cosa que consiguió al instante, pero de todas formas los labios de Ludolf siguieron sellados.

- Si yo fuera tu también estaría enfadado y con ganas de matar a todo el mundo. No te culpo. Aunque también te digo que aquí soy el único que está de tu parte, pero mi jefe no accede a soltarte, dice que eres peligroso y no se equivoca, pero creo que tenerte así es... inhumano. Mil veces más monstruoso de lo que se supone que tu eres. Aunque yo no te considero un monstruo, los vampiros sois fantásticos- Hizo una leve pausa y miró a Ludolf.

Ojos clavados en él y boca levemente apretada. No hablaría, pero estaba claro que le escuchaba, prestaba atención.

- Algo monstruoso... como dicen todos los de aquí, debería ser algo horrible, deformado, vil y repugnante... Tu sin embargo no me pareces malo, a ver, eres peligroso y sin esas cadenas supongo que ahora estarías sacándote los restos de mi cuerpo de entre los colmillos con un palillo de dientes, pero no eres malo... Además, joder, eres como un puto ángel, siempre he oído que los vampiros erais atractivos, pero... Jo-der- Leo rió un momento y sus mejillas se pintaron de rojo acumulando ahí un dulce e intenso aroma a sangre y Ludolf no pudo pensar nada más que en como el cabron de ese humano, sin hacerle hablar, había logrado enternecerlo de nuevo.

-Pues nada, aquí se acaba mi monólogo, señoras y señores, espero que os haya gustado- Actuó Leo con voz ahora tristona y cansada, fingiendo una reverencia a un público imaginario y tras eso abrió la puerta de entrada.

No quería quedarse más con el vampiro para sentirse despreciado y notar como todo lo que construyó con él el día anterior se iba por la borda.

- ¡Espera!

Esa voz poderosa y ahora tan humana, quebradiza y necesitada recorrió su cuerpo haciéndole estremecer y quedarse helado sosteniendo la puerta.

Fue como una descarga eléctrica abatiéndolo por completo, como un mandato imposible de desobedecer, un código de voz que en su interior había sido programado para vincularse a una sumisión total.

Pero por otro lado la poderosa voz había dejado entrever un hilo de necesidad, anhelo humano. Solo quería compañía.

- Quédate...

Y lo hizo sin rechistar.

Se quedó una hora entera hasta que su alarma sonó. Una hora donde nadie habló y solo el silencio decoró la estancia, junto a la bruma de sus respiraciones la tensión fibrosa y tajante de sus miradas, que se chocaban y apartaban como focos buscando una luz amiga a la deriva, algo que les evitase perderse en un mar confuso y callado.

-¡Pero Jay!

- ¡Joder! ¡Nada de peros Leo!- chilló este golpeando con el papeleo de sus manos, ahora desordenado y arrugado, la mesa de su oficina- Me estás pidiendo una tontería, tienes que saber distinguir entre tus ilusiones y la realidad.

- ¡Pero es un buen tipo! Solo está cabreado, si me dejas hablar con él y lo liberas te prometo que no pasará nada... pero si lo retienes así solo conseguirás que se enfade y tarde o temprano saldrá y nos matará a todos, pero es lógico ¡Si me secuestraran yo también lo haría!- Chillaba el pequeño dando vueltas a la mesa del despacho del hombre consiguiendo sentirse cada vez más incomprendido, frustrado y angustiado.

- La diferencia es que tu lo harías para protegerte a ti mismo, pero esa bestia de ahí le arrancaría el corazón a su propia madre solo por diversión ¡Es un monstruo!- con autoridad aporreó la mesa poniendo punto y final a su intervención con el sonoro golpe.

Sorpresiva e inesperadamente Leo no se echó atrás y con su poca fuerza pero rebosante ira golpeó la madera color caoba del escritorio aún más fuerte mientras gritaba:

- ¡¿Y tu qué sabes?!

- ¡¿Acaso tu sabes algo?! Eres imbécil, un puto crío... ¿Te crees que por estar cinco minutitos con el león si lo sacas de la jaula no te comerá? De verdad, no pensaba que fueras tan tonto Leo...

- ¡Ni tu tan capullo! Me da igual que sea un vampiro ¡Antes que nada es una persona!

- ¡Una persona que se come a otras!

- ¡Es por necesidad! Yo también lo haría para no morir de hambre. Y tu igual, hipócrita.- Jay tronó sus dedos apretando los puños y a Jay le rechinaron los dientes de tanto apretarlos.

Ninguno se movió, nadie dio un paso atrás, rindiéndose, ni uno al frente, proclamándose ganador, pero la última palabra fue de Leo, por el momento.

- Aún eres muy pequeño para entender que

ni es una persona ni tiene sentimientos. Leo, vete a cuidarlo sin protestar. - habló ahora con un tono amable, sentándose y sosteniendo el puente de su nariz mientras exhalaba las últimas palabras con un suspiro pesante, como si las palabras se condensaran al salir de su boca y cargaran el ambiente.

- Pero tu no...

- ¡NI UNA PUTA PALABRA MÁS!- Jay ni siquiera se levantó de la silla, simplemente gritó y como por arte de magia, como si sus músculos se hubieran tensado solos y alzado respondiendo a un comando involuntario y ancestral como un instinto de supervivencia, su mano se alzó.

Leo se cubrió al ver semejante gesto y aunque el dorso de la mano silbó en el aire, a los segundos perdió firmeza y, flácido y arrepentido, cayó en la mesa de nuevo bajo la piadosa mirada de Jay, que se aguaba al pensar en lo que había estado a punto de hacer.

- Y luego el monstruo es él...- susurró Leo bajito y cohibido, casi con miedo de que el gesto vacilante se repitiera ahora con firmeza y sin detenerse hasta alcanzar su claro objetivo.

Jay lo oyó y Leo lo tuvo claro al ver esa mirada acuosa y mate, sin brillo alguno y con poca vida. Apagada, anegada en lágrimas y oculta entre unos dedos temblorosos y retorcidos que ocultaban una cara avergonzada de sus actos, el rostro de un mal mentor.

Leo sabía que quizás su comentario hiriente había estado de más y que Jay solo intentaba protegerlo, pero no se arrepentía. Su visión era la correcta y estaba convencido de que la inmortalidad corrompía a la mayoría transformándolos en seres amorales y viles que venderían su alma al diablo por un poco de carne fresca con la que divertirse, pero Ludolf no era así y tenía una total certeza de ello. Siempre dudaba y era muy escéptico con todo, así que cuando estaba seguro de algo debía ser verdad y de lo contrario jamás lo aceptaría gracias a una mezcla de orgullo y sentido de la vergüenza que a veces le hacían quedar como un terco empedernido.

- Hola- Entró sigiloso, como si tuviera miedo a perturbar la calma de dicho lugar y desatar por ello la cólera de su morador.

- Hola- respondió el otro desganado, sintiendo repugnancia por el hedor a sangre seca de sus ropas, la humedad sofocante del ambiente y el hambre incesante que incendiaba su vientre.

- Vaya, ahora me has respondido. Es como si alguien te hubiera regalado algo de modales- Leo rió mientras se acercaba, cauteloso y con premura, al vampiro.

- A ti alguien te va a tener que regalar una donación de sangre. Pienso dejarte seco.- respondió el vampiro con cierta picardía y una sonrisa socarrona y casi amigable en sus carnosos, deleitosos, claros y peligrosos labios de fiera.

Se le veían los colmillos, tan claros y brillantes como la luna llena, tan afilados como un bisturí, tan primitivos como el instinto de caza pero tan atrayente que no se podían comparar con nada.

- Bromas y amenazas de muerte aparte... He hablado con mi jefe y, bueno... es un cabezón idiota que no te quiere soltar, aunque le convenceré. Eso sí, nada de ir picando empleados ni de devorar al personal, avisado estás.

- Tranquilo, contigo me sacio.- Ludolf fue perspicaz en su respuesta aunque en su interior reconoció que le alegraba saber que el menor se esforzara por su buscar su libertad puesto que él, desde su posición, no podía hacer gran cosa.

- Te estás ganando perder al único aliado que tienes aquí- murmuró el menor en tono de amenaza y señalándolo con el dedo acusadoramente, sabiendo que no sería tomado en serio de ninguna de las maneras- Ahora, hablando seriamente, si es que eres capaz de hacerlo, tengo una propuesta.

- ¿Incluye mis colmillos en tu cuello?

- En serio, es peor para ti si no me escuchas...- el vampiro solo suspiró pesadamente y rodó los ojos.

- Habla ya, chiquillo insufrible- ordenó afinando el oído.

- En esta habitación ya no hay cámaras que capten lo que haces gracias a que he propuesto sustituir los datos conseguidos con las grabaciones por informes que haga yo tras las visitas, así que si hago algo que no me está permitido, como nadie entrará aquí y yo no lo pondré en el informe, nadie se enterara. Por eso había pensado en aflojar las cadenas bastante para que tengas movilidad, solo sería por la zona del fondo de la habitación pero podrías andar y tumbarte para dormir. No es gran cosa, pero ¿Te parece bien?

- No necesito tu compasión- murmuró el vampiro cruzando su mirada con la del menor en una intensa batalla de orgullo antes de desviarla hacia la fría pared temiendo derrumbarse ante la tentativa oferta.

- No, pero la quieres ¿A que sí?- Leo puso sus manos sobre sus cadera ladeándose un poco, reclinando su cuerpo al apoyar su peso más en una pierna que en otra.

Su pose denotaba ahora una seguridad que hacía tiempo creía imposible mostrar ante el vampiro, pero ahora el chiquillo veía que tras esa hostilidad tan atacante y ofensiva solo había una pobre alma con el orgullo roto que se defendía que cualquier amenaza mientras trataba de unir sus miles de pedacitos rotos y esparcidos junto al polvo de su ego.

- Mocoso de mierda...- sus dientes rechinaron y miró de nuevo al menor descubriendo en sus ojos café una arrulladora calma que le hizo sentir seguro y protegido unos instantes.

Casi sintió ganas de llorar y sincerarse de nuevo, pero solo desvió una vez más su vista del joven, queriendo huir de una situación tan bochornosa. Se habría arrancado la lengua a bocados y la habría tragado gustoso antes de admitir que quería recibir ayuda de un mocoso mortal.

- Me tomaré eso como un 'Sí pero soy demasiado chulo como para admitirlo' ¿Te parece bien?- preguntó Leo alzando una ceja y atreviéndose a avanzar un paso más. Las manos le temblaban y había comenzado a respirar profundo y rápido.

Ludolf lo notó, ese corazoncito se aceleraba progresivamente y le pareció que él no era el único ser asustado en esa mazmorra.

- Cállate y afloja esta mierda de una buena vez.- reclamó entre dientes, bajando la cabeza y dejando que la cortina de pelo azabache cubriera su avergonzado rostro.

- De nada, amorcito de persona- Leo rodó los ojos dejando que la empalagosa ironía hiciera rugir al vampiro de rabia y ante la visión de un gruñido escapando entre los feroces colmillos, se detuvo- Pero me tienes que prometer que no me harás nada.

- Es tu culpa si decides fiarte de un vampiro, niño tonto. A la mínima te comeré, creía que eso había quedado claro, pero supongo que necesitas una demostración...- Ludolf sonrió escuchando el acelerado latir del menor, parecía que el pecho e fuera a reventar de un momento a otro y sus manos temblaban tanto que podía casi sentir el cosquilleo de los nervios corriendo bajo la piel de tan adorable presa.

- Deja de hacerte el tipo duro y malo. Sé que eres una buena persona, l-lo se. Pero por favor, necesito que me prometas que no me harás daño cuando afloje las cadenas.

- Si tanta confianza tienes en mi bondad ven y aflojalas. Si soy tan bueno como tu dices creer no te haré ni un rasguño. Aunque claro, si no confías en lo que tu mismo dices mejor quédate ahí sin hacer nada y no te arriesgues, ya lo dicen los demás ¿No? Soy un monstruo. Quizás tienen razón.

Sus ojos oscuros y temblorosos comenzaron a humedecerse al oír dichas palabras y algo en su pecho se comprimió y dolió como si su corazón hubiese sido estrujado con furia por una mano impía y sin compasión. Algo en las palabras del vampiro, tan crudas y tan polémicas, con esa dualidad entre la verdad fantasiosa y la mentira probable, exhaladas con un tono entre la amargura de conocer una verdad dolorosa y el anhelo de querer desmentir una antigua mentira hiriente.

Leo se sintió miserable al ver como hasta la misma víctima había sido convencida por el vocerío incesante de los verdugos, que lo proclamaban como villano cuando simplemente era un ser fuerte que para vivir debía matar al débil.

Podía ser solo una oferta tentativa con un mal desenlace, quizás el vampiro solo le estaba retando para comprobar la veracidad de su insistencia adolescente y hacer que cayera en su trampa para poder almorzárselo. Era lo más probable, pero quizás y solo quizás, Ludolf estaba buscando algo genuino en él, buscaba un punto de apoyo, una demostración de la confianza que Leo aseguraba tener en su benevolencia difusa y percibida por mera intuición.

No se movió durante unos segundos, inseguro, sintiendo el tiempo flotar en el aire como si se hubiera detenido para dejarle pensar tranquilamente en la que sería una de sus decisiones más importantes en la vida, pero algo irrumpió en esa tenue espera rompiendo el perfecto silencio que se había creado.

Una risilla. La risa grave sarcástica y socarrona de Ludolf, que sonó dolido en esa breva carcajada mientras apartaba el rostro del menor, creyendo que ya se había dado por vencido en su plan de acercarse a él.

Ese dolor tan ácido camuflado en una risa para nada jovial fue la gota que colmó el vaso, las intenciones del vampiro ahora, para Leo, no eran claras, sino cristalinas.

Avanzó del todo hasta tenerlo delante suyo, a una distancia tan mínima que su naricilla respingona casi rozaba el pecho de aquel hombre.

Durante un segundo Ludolf se quedó sin aliento ante la temeridad de su pequeño cuidador y se sintió lleno de angustia e indecisión ¿En Serio confiaría más en él un mero humano que él mismo?

Ludolf recibió con agradecimiento la calidez ajena mientras el menor alzaba sus brazos hasta su brazalete derecho e introducía por una de sus ranuras una especie de llave que activaba el mecanismo de extensión de las cadenas.

Apretó durante un rato la llavecita en el orificio y después de que la máquina hubiera detectado el comando la sacó esperando a lo inevitable: El mecanismo tras la pared se accionó y por cada atadura un orificio en la pared dejó salir unos metros de cadena que lograron dejarle plena movilidad en sus brazos y piernas.

Leo se quedó estático en su lugar, sin retroceder ni un solo paso, a causa de una mezcla entre terror y admiración. Admiración que surgió de ver al enorme ser erguirse por si mismo mostrando sus imponentes músculos en acción, tensándose y relajándose para adaptarse a la nueva libertad y deshacerse de la desagradable sensación de inmovilidad que las cadenas les imponían con tedio.

Ludolf le miró fijo a los ojos, chocolate y cereza, los colores se mezclaron en una liviana mirada que poco duró. Leo jadeó, gimió de miedo y sorpresa al ver algo tan espectacular prácticamente libre delante suyo, con colmillos de marfil y ojos de fuego.

Fue un movimiento rápido y audaz, totalmente inesperado por parte del menor, pero totalmente preciso, tanto que consiguió su objetivo en solo un par de segundos: Atrapar al delicado humano con fuerza entre sus brazos, haciendo que quedara de espaldas a él y totalmente anclado a su cuerpo por culpa de unos brazos enormes y protectores que lo rodeaban en un abrazo peligroso.

Sus pequeños brazitos, pegados a los costados de su torso, no podían moverse por la presión que ejercía el vampiro en su abrazo aprisionador y sus piernas no respondieron después de sentir el frío aliento del depredador en la nuca.

Tembló como un venado recién traído al mundo y supo que aunque sus piernas se desplomaran como torres de gelatina él no tocaría el suelo, Ludolf le estaba levantando lentamente hasta hacerle quedar suspendido sobre el hormigón para acercarse a su indefenso cuello.

Suspiró queriendo llorar al concebir la posibilidad de haberse equivocado en su elección y cuando quiso aceptar esa cruda realidad, no lo hizo, solo soltó un hipido lastimero y gemido de terror al sentir la fría y áspera lengua, prácticamente seca, deslizarse como papel de lija sobre su sensible piel.

Dejó que las lágrimas acariciaran sus mejillas sin sentir vergüenza alguna, el vampiro lo iba a matar así que, pensó, no se pararía a burlarse de él mientras drenaba hasta la última gota de vida de su jugoso cuerpo.

Suspiró rendido notando la frialdad punzante de los colmillos sobre la piel humedecida a abundantes y escalofriantes lametones de léon y lo que más le apenó en ese momento fue que ni en esas circunstancias, a punto de ser devorado por quien había defendido de todos aquellos que le acusaban de ser el monstruo que ahora demostraba representar, podía pensar que se equivocaba en su convencimiento anterior. Ni aunque Ludolf le hubiera mordido lenta y dolorosamente, había estado cerca de pensar que él era malvado, vil o monstruoso.

Solo podía ver en su verdugo a un ser frágil y asustado que ansiaba defenderse y sobrevivir, sin un atisbo de maldad genuina y con una vileza inducida, para nada implícita en su ser, pero que había aprendido a lo largo de los años como mecanismo

de defensa en un mundo hostil donde la presa y el depredador intercambian papeles constantemente y no te puedes fiar ni de tu propia sombra.

Ludolf lo notó tan asustado, trémulo y tiritante entre sus brazos, tan vivo y recién traído a ese crudo mundo de traiciones, tan desengañado y desesperado por sus acciones. Olía como el cielo y su piel sabía como el edén, su sangre seguramente sería la mejor que jamás habría probado. La presa perfecta, tanto en forma como en contenido, además era el enemigo y le había llevado a su desesperada situación, no necesitaba más explicaciones para llevar a cabo la venganza.

La rabia y el hambre se unieron, no había motivos para seguir ignorando el instinto.

El suelo estaba frío, aún más que el vampiro, y era duro, propiedad que Leo pudo comprobar al caer de bruces contra él de forma insospechada. Aquello le tomó aún más por sorpresa que el ataque del vampiro y sin poder creer lo sucedido se llevó la mano al cuello sintiendo el resbaloso rastro de la lengua ajena pero sin percibir muestra alguna de un mordisco de la misma manera en que no sentía dolor alguno.

No le había mordido.

- Cuando digo algo se que no me equivoco- susurró Leo sonriendo mientras se levantaba del suelo sacudiéndose el polvo y girándose para mirar a Ludolf con una mirada agradecida por su piedad.

- No te he comido porque tu sangre huele a mierda y no quiero infectarme bebiendo semejante bazofia, niño. Además, eres el único que me puede sacar de aquí así que te usaré para eso, cuando tenga mi libertad asegurada te comeré. No soy tan bueno como tu crees- Con sus manos de afiladas uñas libres se sacudió las rotas prendas e intentó sacar el polvo, mugre y sangre seca de sus brazos y cuello-... te empeñas en ver algo que no existe.- miró al suelo con impotencia, ese estúpido niñato sonreía.

-Serás un borde malhumorado, pero sabía que no eras malo.- y su sonrisilla pueril se ensanchó con ternura, arrugando sus comisuras como si tuviera dos hilos tirantes atados a ellas.

- Si sigues hablando harás que me replantee no haberte matado ¡Y deja de sonreír!

- No seas vergonzoso ¿Te pones de mala leche porque he descubierto que bajo esa pinta de malote eres un buen chico?

Leo rió por su pequeño comentario y la exagerada reacción del vampiro: sus mejillas se pusieron coloradas como pastelitos de fresa y sus ojos como cerezas brillantes. Lo miró rugiendo con rabia y ensanchó su boca también, pero en una mueca voraz de enormes colmillos.

- ¡Largo antes de que te hinque el diente!

Leo temió por su vida al ver que el enorme depredador se abalanzaba sobre él como una hiena hambrienta que torcía su boca en una caricaturesca mueca de sonrisa diabólica. Retrocedió con histeria hasta que gracias al cielo estuvo fuera del alcance que el vampiro tenía ahora con sus aflojadas pero cortas cadenas.

- ¡Tranquilo! Aún no es la hora de cenar y si tan mal huele mi sangre no creo que quieras darme un bocado, a menos que tengas tan mal gusto para la comida como lo tienes para relacionarte con los demás- El otro le miró desde el fondo de la celda y su corazón se tranquilizó al ver que Ludolf solo se sentaba cómodamente en el suelo sin hacer ningún comentario, pero dejaba que una risa extraña escapara de sus labios.

- E-Esta noche volveré otra vez, no me eches demasiado de menos- bromeó Leo nervioso al ver la mirada clara y ardiente clavada en sus ojos.

Sin amenaza ahora, expectante y trémula como la mirada de un búho a medianoche, paciente y comunicativa. Parecía que le diera las gracias o eso creyó Leo cuando vio el temblor de un brillo húmedo cruzar esos ojos enormes, rasgados y fieros.

- Será difícil....-se atrevió a murmurar Ludolf cuando el otro ya había cerrado la puerta al marcharse.

Y otra risa avergonzada e histérica acompañó sus inverosímiles palabras.

¿Que le estaba haciendo aquel maldito niño?

Durmió más plácidamente que el resto de días al poder tumbarse ahora en el suelo. No era lo más cómodo sobre lo que había dormido, pero debía agradecer aquel pequeño privilegio que su impertinente ángel de la guardia le concedía. Mientras se quedaba profundamente dormido pensó en Leo y el momento extraño y confuso en que tras atraparlo había decidido liberarlo piadosamente, como si fueran dos crios estúpidos jugando a atrapar la perdiz. Las diferentes oportunidades que había tenido en la mente se le cruzaron como películas a cámara lenta de hecho jamás sucedidos, pero solo una le llamó la atención.

La idea e imagen mental que se formó en su cabeza cuando pensó en que habría pasado si en vez de abrir sus brazos hubiera abierto sus fauces y hubiera engullido hasta la última gota de sangre de ese pequeño estorbo que, al fin y al cabo, era el enemigo, un partícipe indudable de su secuestro y cautiverio.

Sintió su boca salivar en exceso como si fuera un perro entrenado para mantener una deliciosa golosina de carne en su hocico, pudiendo olerla pero no probarla, y también pudo percibir un cierto pinchazo en su estómago seco y vacío de sangre. Los ojos le dolieron al tornarse más rojos e incandescentes por sus incontrolables instintos y lo que más solía molestarle del hambre estaba ahí también: sus encías, ahora enrojecidas, sensibles y de venas tan palpitantes que le hacían sentir su boca como si esa masa de carne latiera como un corazón, habían comenzado a irritarse aún más ahí donde salían los colmillos, causando un escozor y un sangrado incesante por el incontenible crecimiento de sus filosos caninos. También sentía picazón en su helada piel y notaba como esta se secaba y estiraba como papel maltratado, pero esta vez, en su hambruna, había algo más que logró molestarle mucho más que sus otros síntomas.

En el pecho, algo orientado hacia la izquierda, aunque no latiera, parecía doler como si el tallo espinoso de un rosal le abrazara con fuerza. Y sentía aún más intenso semejante calvario cuando imaginaba esa deliciosa escena del menor siendo comido por él.

Aunque no tuvo pesadillas supo, cuando despertó, que una parte de él no había dormido bien.

- ¿E-Estas... bien?- Una dulce y tenue vocecilla le despertó agradablemente. Era como el zumbido de una melosa abeja en su oído.

Se desperezó y frotó sus ojos mientras seguía en un estado de sopor que lo mantuvo atontado y tumbado en el suelo.

- He traído u-unas cosas- Leo desvió la vista, sin atisbo ya de burla ni sorna en sus palabras, simplemente con un tono rojo en la palidez de sus mejillas.

Ludolf se sentó en el suelo como un indio, rascándose la cabeza allí donde su pelo liso se había enmarañado, causándole picazón y desagrado.

Pensó en levantarse para encara a su pequeño cuidado, que se encontraba ahora inusualmente cerca suyo, casi a un palmo, pero era tan bajito y menudo que sentado en el suelo le veía mejor y sin necesidad de torcer el cuello hacia abajo incómodamente.

Su dedo fino y más moreno que los del vampiro señaló algo a su lado, en el suelo ante los pies del menor y Ludolf lo miró con curiosidad y cierta diversión.

Un par de cubos, una toalla, un jabón de pastilla, un peine de púas y ropa grande y limpia (no muy estética a decir verdad, ya que tenía cremalleras surcándola para facilitar que se pusiera las prendas sin necesidad de deshacerse de los grilletes), tan grande que seguramente le iría bien.

- ¿Pu-puedes hacerlo tu solo o estás débil por no ha-haber comido?- Leo puso sus brazos en sus bolsillos y se balanceó levemente tratando de calmarse bajo la divertida mirada de su prisionero.

De forma arrogante Ludolf bufó y comenzó a incorporarse, no dejaría que un chiquillo debilucho como él le bañara como a un niño escuálido e indefenso, él era un jodido vampiro, no un perro abandonado.

- Idiota, se lavarme solo.- bramó, pero cuando sus dos pies estuvieron en el suelo el mareo le invadió.

Perdió la noción del tiempo durante lo que parecieron ser unos segundos y bajo sus pies el suelo pareció deslizarse en todas direcciones, como si estuviera en una ciénaga de serpientes. De la oscuridad surgieron destellos y de ellos una ominosa y negruzca coloración, hasta que cerró los ojos sintiendo algo del mundo real: El suelo bajo su trasero.

Se sintió profundamente avergonzado, él era un vampiro ¿Cómo había podido sufrir semejante mareo? ¿Cómo había podido sentir vértigo al incorporarse? ¿Cómo había podido caerse de culo delante de ese niñato?

- Parece que el niño si necesita ayuda ¿Quieres un patito de goma?- se rió Leo mientras se acercaba unos pasos y se agachaba hasta la altura del vampiro.

- No necesito tu puta ayuda, me puedo dar un baño con tu maldita sangre si quiero- Jadeó dejando morir la frase en sus labios y se recostó mejor en el suelo, se sentía pesado y sus articulaciones parecían acartonadas.

- Me pregunto cómo vas a clavarme los colmillos. Si me pongo de pie ya no llegas, vampiro torpe- Leo rió aliviando un poco la tensión y Ludolf sintió la ira crecer el él junto a un cosquilleo extraño al escuchar la risa ajena.

- Anda, haz esto ya. No soporto estar sucio, soy bastante escrupuloso- Leo le miró con cierto pudor y asintió agachándose para sumergir la esponja en el agua caliente del cubo.

Removió creando ondas cristalinas, como pequeños círculos atrapados en un estanque y sin apartar la vista de ellos supo que el vampiro estaba desvistiéndose.

No fue una tarea fácil por culpa de los grilletes, pero la ropa estaba en mal estado así que tuvo que romperse para que el vampiro pudiera quitársela.

Por suerte no se quitó la ropa interior y tampoco se había ensuciado durante la pelea así que no debería ver lo que había allí debajo porque de lo contrario su cabeza se estallaría de tanto calor.

- ¿Que? Supongo que es la primera vez que ves a un hombre de verdad, niño- se burló Ludolf.

La esponja del menor cayó al cubo de nuevo haciendo que un poco de agua caliente salpicara su rostro y se quedó ojiplático grácias a la imagen que ocupaba su campo visual y resaltaba con palidez en la penumbra.

Tragó saliva y meneó la cabeza tratando de serenarse y de evitar seguir dándole al vampiro motivos para que sonriera de forma tan burlona y seductora.

Era grande, enorme. Él ya sabía que ese hombre era un gigante de casi metro noventa y también había podido intuir a través de la prieta y rasgada ropa que era voluptuoso y que seguramente no habría un centímetro de carne que no fuera puro músculo duro como el acero y blanco como el papel de calcar, pero ver con sus propios ojos la imagen que en su mente había recreado mil veces de forma imperfecta comparada con la abrumadora realidad, le dejó sin palabra alguna.

Piernas largas, anchas, voluptuosas y perfectamente definidas, abdomen lleno de músculos que sobre su vientre se alzaban y hundían creando una hendidura allí donde los músculos, rígidos y vigorosos, se separaban, brazos enormes y anchos que al flexionarse aumentaban sorpresivamente su tamaño. Un cuerpo tan musculoso, grande, perfecto y puntualmente velludo que parecía sacado de una historia de vikingos. Tan bello como su rostro, tan rudo como su voz, tan imponente como su presencia y tan masculino como su porte.

Era tan perfecto que parecía que un ángel había modelado su silueta y pintado, con una de las plumas de sus alas mojada en tinta oscura, todos y cada uno de sus definidos y tonificados contornos. Y se mostraba tan peligroso que parecía que aquella figura de infarto, que aquel cuerpo esculpido por algo superior y divino, lo había rellenado y retocado el mismo diablo con pequeños dejes de peligro, oscuridad, seducción y una mortífera y atrayente maldad, tan leve como el sisear una serpiente, tan suave como el reptar de esta sobre la piel dormida y tan venenoso y magnífico como el veneno de sus colmillos.

La esponja empapó su aniñada cara cuando chocó contra ella y Leo se sacudió intentando salir de su asombro.

- ¿Vas a hacer algo o solo te quedarás ahí embobado como el adolescente calenturiento y tonto que eres?- cuestionó el vampiro levantando una ceja de forma inquisidora y con la mano húmeda después de haberle lanzado la esponja al rostro.- Va- dijo señalando el blando y mojado proyectil.- ¿O vas a lavarme con la lengua? Porque con la mirada que acabas de echarme dudo que te falten ganas.

- Ya deliras y todo, so-solo te miraba porque estás lleno de sangre seca- Leo tembló un poco al ver como la sonrisa del vampiro no se desvanecía y se lamentó por haber sido tan penosamente transparente con sus impresiones sobre el cuerpo de Ludolf- Eres un egocéntrico y un pervertido y ¡Argh! Deja de mirarme así- Leo se tapó la cara sintiendo sobre él los burlones ojos del vampiro, escrutándolo con sorna.

- Eso podría haberte dicho yo hace unos minutos, por poco se te cae la baba, criajo.

- A ti si que se te cae la baba cuando hablas de mi sangre, sanguijuela.

- ¿Me dejarías chuparte la sangre si yo dejo que me la chupes?- Leo casi se atragantó con el aire que respiraba al escuchar semejante obscenidad burlona por parte de aquel picaresco sujeto.

Se puso aún más rojo de la vergüenza y se sintió en el cielo gracias a la risa grave y melódica del vampiro, que claramente se reía de él.

- Asqueroso. Pervertido. Asaltacunas.

- Criajo salido de mierda.

- Vampiro abusón estúpido.

- Te vas a quedar sin insultos, humano de mierda.

- Murciélago musculoso imbécil.

- Lo segundo era un cumplido.

Leo sintiendo el rostro arder y dejando escapar una sonrisilla nerviosa pensó que necesitaría una máquina del tiempo para solucionar todos los vergonzosos errores de ese día, estaba quedando ridículo ante el vampiro y se sentía tan pudoroso que habría sido capaz de cavar un hoyo con sus propias manos en el suelo para esconderse hasta dejar de parecer un niño sonrojado.

- ¡Ca-cállate!-Ludolf estalló en carcajadas y, sin saber bien porqué, Leo no pudo evitar sufrir el mismo destino.

El pobre humano sentía que su estómago dolía con pequeños e insistentes pinchazos de tanto reír y el vampiro se sentía extrañado por ver la forma en que la grata inocencia y adorable timidez de aquel adolescente le habían hecho reír jocosamente como si aún fuera un humano lleno de vida.

Fue un gran contraste cuando Leo, después de que las risas se apagaran dejando un eco tenebroso e incómodo, comenzó a pasar la esponja por el cuerpo del vampiro en un completo y abrumador silencio.

Se sentía morir recorriendo los músculos de ese ser, hundiéndose al final de estos y alzándose cuando se tensaban, sentía que aún bajo la húmeda esponja enjabonada que se deslizaba como una lágrimas candente, aún podía sentir la fría piel y dejar que esta la regalara una sensación electrizante en las palmas de las manos.

El vampiro se sintió entonces más animado y despierto y a la par que el chico pasaba la espumosa esponja por su piel él repasaba esas partes de su cuerpo con una toalla mojada para aclararse el jabón teñido de rojo y marrón y retirar así toda la suciedad.

El jabón olía a fresa y Leo a almendras, como su casa cuando su madre o su prometida decidían cocinar algún postre dulce o confitería de sabores después de comprar o coger frutas del bosque. Acogedor y tan distante, ese aroma tan implícito en su pasado logró transportarlo a un mundo de los recuerdos que había permanecido oculto mucho tiempo y las suaves caricias en su piel de guerrero mil veces atacada y cortada pero sanada le resultaron tan gentiles, temerosas y altruistas que casi quiso tomar la mano del menor entre las suyas y acariciarla lentamente en respuesta.

En esa mazmorra ominosa, oscura, húmeda y maloliente, Leo era como volver a casa, una puerta hogareña a un lugar seguro y acogedor.

- Gracias. De veras, odio estar sucio.

- De-de nada- se apresuró a responder, no daba crédito a lo que oía. Un agradecimiento tan sincero y cuidadoso que parecía a punto de desvanecerse como una nube, una ilusión flotante.

- Y también por lo de las cadenas. Sigues siendo el enemigo ¿Sabes? Pero si salgo de aquí y os mato a todos contigo será rápido. Indoloro.

- No tienes porque matar a nadie, te he dicho que estoy intentando que te liberen. Si es así solo tendrías que ayudarnos con la investigación sobre el cuerpo vampírico y no habría problemas. Sé que estás enfadado, no deberíamos haber hecho las cosas por las malas, pero los vampiros sois... Tan poderoso, intimida pensar en la idea de ir y pediros que colaberis así que parece ser que la asociación ha decidido ir a por las cosas por las malas para no correr riesgos. Está mal y esa no es justificación alguna, pero... solo quiero que lo entiendas. No somos tan malos, de la misma manera en que no lo eres tu aunque todos los crean.

- Ya te lo he dicho, yo sí soy malo.- Leo suspiró con agotamiento y Ludolf se sintió cálido y vencido.

- Y un cabezón, pesado- Una risita salió de sus labios y sonó temblorosa mientras el chiquillo analizaba las palabras anteriores del vampiro.

Estaba tan convencido de que cuando se liberara tenía el cometido de matar a Leo y a todos los de la organización... Tenía miedo de esa inamovible voluntad de venganza, quizás Ludolf si era bueno, pero eso no descartaba que le mataría cuando pudiera porque tenía derecho a vengarse.

Tenía miedo aunque quisiera confiar en él.

Ludolf tomó la camisa caqui y los pantalones militares que le dio el chico y aunque la ropa le apretaba un poco no dijo nada mientras se la ponía. La sensación de tela limpia con olor a detergente sobre su piel era suficiente para mantenerlo contento.

- He traído algo más, no te pongas agresivo, que te conozco- advirtió el chiquillo retrocediendo unos pasos para buscar algo dentro de la cara interna de su chaqueta celeste.

Sacó un mullido bulto negro, algo parecía envuelto en una obscura bufanda de algodón que amortiguaba su interesante olor.

Ludolf tiró de las cadenas saltando hacia el chico cuando vio la bolsa de plástico llena de sangre para transfusiones y sintió sus muñecas y tobillos rozarse contra las cadenas, pero la quemazón de la piel desprendida no fue nada en comparación del hambre atroz que había decidido volver en todo su esplendor al ver semejante oportunidad.

- Que aproveche, supongo.

La bolsa voló de sus manos a las afiladas uñas del vampiro, que la cogió el vuelo como si se tratara de un perro ansioso. Podría haberse acercado para dársela, pero viendo las ansias del vampiro por morder ese trozo de plástico tibio Leo prefirió tomar unas ciertas distancias de seguridad.

- Gracias, pensaré en ti mientras como. A menos que te animes a ser el postre ¿Que me dices?- esta vez la broma sonó más seria que de costumbre, con esa mezcla de seriedad, amenaza y atrevimiento obsceno que caracterizaba todas las palabras del no muerto.

- No gracias, mi cuello esta muy bonito sin tus colmillos en él.

Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo hasta hacerle retroceder un paso al ver la facilidad con la que los colmillos se hundieron en el grueso plástico translúcido.

Fueron solo dos segundos, tres como mucho, hasta que la bolsa se quedó de color blanco lechoso por la falta de sangre, la había sorbido tan rápido que ya no quedaba ni gota.

Era aterrador pensar que si él estuviera en el lugar de ese objeto inerte solo habrían bastado unos segundos más, menos de diez seguramente, para que se quedará tieso y vacío, más muerto que una jodida piedra.

Tragó saliva.

- ¿Que?- pregunto Ludolf observando la cristalizada mirada del menor sobre él.

Era extraña, llena de terror y de lágrimas que no salían milagrosamente.

- Na-nada - mintió antes de abrir la puerta e irse sin siquiera ser capaz de despedirse.

Se sintió mal por su rápida y descortés retirada pero jamás había pensado que ver a un vampiro alimentándose, aunque fuera de esa forma tan patética y artificial, fuera a resultarle tan aterrador.


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