Capítulo 3: vida y muerte

 Habían atendido a Kori de forma sorprendente amable en la recepción de aquel lugar. Marcos, el hombre que se encontraba en la entrada para ayudar a los clientes y además llevaba el papeleo del lugar, le había hablado como si fuera un pequeño niño perdido en el supermercado y el chico lejos de ofenderse se sintió reconfortado.

Una mujer pronto le guió a la habitación que correspondía a la vivienda de Einzel y le dio un par de indicaciones antes de marcharse despidiéndose de forma jovial y dulce.

Todos ahí le trataban con el respeto obvio que el consumidor recibe de la empresa vendedora, pero sin embargo había en ese trato una amabilidad compasiva que le extrañó.

Se preguntó si eran allí tan suaves con todos los clientes o si le habían concedido un trato especial por su corta edad y por el hecho de que estaba evidentemente aterrado.

Ahí surgió una nueva pregunta ¿Eran muy intuitivos o él demasiado transparente? Esperó que su miedo no resultase tan fácil de ver.

Fuera como fuera allí todos le hicieron sentir agasajado. O casi todos.

Había entrado donde la joven le había indicado y al adentrarse un par de pasos había hallado una amplia habitación con tres austeras puertas. Una, suponía, era el baño y las otras dos corresponderían a la cocina y el dormitorio de aquel sicario que Roy ya había contratado con anterioridad por sus problemas con ciertos camellos.

Su compañero de piso le había advertido de algunas cosas. La primera era que debía ir discretamente vestido pues a Einzel le molestaba la gente iba por ahí llamando la atención como Roy lo hacía con su enorme cresta. Cuando recordaba su pelo lo imaginaba con un camaleón en la cabeza.

Aquel peinado alocado y rebelde había hecho a Einzel rodar los ojos nada más verle. Él trabaja eliminando huellas, barriendo sus pasos y pasando desapercibido y sus compañeros eran más de lo mismo, por consecuencia estaba acostumbrado a un ambiente lleno de personas con vestimentas comunes que se amasijaban en un conjunto homogéneo donde nadie sería capaz de discernir entre individuos o de recordar una particularidad de cualquiera de ellos.

Roy era una discordancia enorme en ese lugar y Einzel se había sentido incómodo con su presencia y además se lo hizo saber de malos modos porque -y esto también entraba en la lista de cosas que Roy había advertido a Kori- Einzel no era considerado, para nada y con nadie.

Por ese motivo Kori había decidido que quería agradarle al tipo, o al menos no molestarlo con la primera impresión, así que se vistió con tejanos, una camiseta básica negra y unos zapatos deportivos también de color carbón. No era algo elegante, pero era común en jóvenes de su edad así que creyó que no parecería alguien excéntrico.

Einzel se demoraba en atenderlo pero la mujer que lo había llevado hasta ahí había hecho hincapié en que Kori debía ser paciente y no entrar en ninguna de las estancias personales del señor o se vería metido en problemas, más de los que tenía.

En esa sala de espera que supuso era el comedor del hombre había un pequeño sofá frente a una televisión a un lado, una estantería con libros en el otro y una mesa oscura en el medio del lugar, con dos sillas puestas en los dos extremos para permitir que los comensales pudieran mirarse a los ojos.

En el centro de la mesa había un cenicero, una caja de cigarros y un papel que Kori no se atrevió a tomar para leer como consecuencia de que su temor superaba su curiosidad, que no era poca.

La puerta del medio se abrió bruscamente, sobresaltando al chiquillo.

El pecoso jovencito pensó que había sido una presentación pésima así que trató de tomar aire y comportarse como todo un adulto.

Había mantenido la mirada en el suelo al escuchar el estruendo así que la levantó dispuesto a saludar al tal Einzel.

Balbuceó alguna tontería que ni él mismo entendió y enrojeció como si su rostro ardiera por dentro al ver al hombre recién despertado de su siesta. El cabello rubio estaba desordenado sobre su cabeza, formando una maraña que peinó al instante con sus dedos, de una forma sencilla pero atractiva. Su rostro lucía pálido y sus ojos profundos y brillantes.

Sobre lo que comenzaba a ser una barba que le daba un aspecto serio y peligroso había unos gruesos belfos.

Descamisado, aquel hombre se presentó así ante su cliente y el pobre solo pudo quedarse mirando su cuerpo con temor y admiración.

Sus brazos, aún relajados, presentaban unos bíceps de un tamaño que Kori pudo comparar con su maldita cabeza y los relieves del resto del cuerpo se acentuaban por la luz que colgaba del techo.

Hombros anchos, envergadura imponente y cintura levemente más estrecha que el resto, era de revista y por si fuera poco sus abdominales y pectorales le dejaban claro a Kori que aquel hombre estaba tan en forma que no necesitaba armas para matar.

Y vaya que si estaba en forma. En la forma de un jodido Dios o de un diablo que tienta irresistiblemente.

Sus piernas anchas se intuían a través de los vaqueros negros y Kori tuvo que clavar sus ojos en la mesa para dejar de mirar el cuerpo insinuante del asesino.

Pensó en mirarlo a los ojos para no ser descortés pero ellos hablaban de sus acciones y en se podía sentir la sangre fría de un sicario darles el color del hielo. Eran aterradores.

- y-y-yo soy Kori, encant-

- Ese es mi sitio.- voz dura, rasposa y proveniente de unos jugosos labios. Como una rosa con espinas hirientes. Su habla le amedrentaba.

- ¿Q-Que?

- Ya me has oído niño, que esa es mi silla. Muévete.- no esperó a que el adolescente se marchara sino que cuando su culo se despegó de la silla lo empujó para hacerse sitio y dejarse caer rápidamente en él, como si siguiese agotado.

El leve enrojecimiento bajo sus ojos indicaba que de hecho sí que necesitaba más descanso, pero Kori, aunque se había fijado en todos los detalles de ese tipo extraño y terroríficamente guapo, no iba a mencionarlo.

Lentamente se dirigió a la otra silla y la distancia que recorrió le pareció hecha de arenas movedizas. Sentía sus piernas temblar tanto que se caería de bruces al suelo y Einzel, en vez de ayudarle, le pisotearía.

Lo veía en él, era su alter ego perfecto. Su yo fuerte que ante el dolor se endurecía en vez de resquebrajarse. Un chico que a base de sufrir había aprendido, no a soportarlo, sino a dañar él a los demás.

El humano forjado por el mismo odio mundano implícito en la esencia de lo mortal. Parecía la antítesis de aquel chico bueno que al contemplar su vileza y la del mundo que lo rodeaba en el espejo había decidido doblegar su ser para aportar algo bueno a la existencia humana.

Pero, de alguna forma, ambos venían del mismo lugar. Nacidos de la miseria y la soledad.

Las dos caras de la misma moneda sin valor.

Cuando su trasero tocó la tapicería se sintió en el paraíso. Parecía que llegar a sentarse sin caer de morros contra el parquet era su mayor logro.

- Mira mocoso yo me gano la vida matando ¿Entiendes? No haciendo de niñero a adolescentes como tú así que si vas a quedarte ahí temblando como un gallina mejor lárgate y no me hagas perder el tiempo porque no soy paciente y tu me desagradas. Y cuando alguien no me gusta la próxima vez que veo el nombre de esa persona es en una jodida lápida.

- Y-Yo de verdad necesito tus servicios. Ne-necesito que mates a alguien, por favor.- suplicó al borde del llanto.

El hombre rodó los ojos y tomó uno de los cigarros de la caja que había en la mesa. Miró la desesperación del rostro del niño frente a él y con total calma sacó un encendedor y prendió su tabaco. El chico seguía sus hábiles manos con la mirada, fijándose en aquel tubito blanco y anaranjado hasta que llegó a su boca y se consumió rápido con la primera y poderosa calada.

El sicario miró al chico de cerca, cerciorándose de que realmente estaba al borde de perder los nervios y ponerse a llorar como el niñato que era. Ojos húmedos, boca entreabierta lista para seguir rogando y manos que se agitaban con temor. Kori esperaba una respuesta mientras moría por dentro de terror y Einzel no hacía más que distraerse viéndolo sufrir a causa de la tortuosa y forzada espera.

- He escuchado muchas súplicas en mi vida, no creas que puedes darme lástima. Lárgate, no trabajo para bebés como tú.- habló expulsando el humo que en sus pulmones había reposado, como un dragón furioso a punto de abrasar a su contrincante y aunque Kori se moría de ganas de salir por patas, se quedó estático en su lugar.

- Por favor. Te pagaré ¿Eso es lo que importa, no? De veras, lo necesito... Es una cuestión de vida o muerte...

- ¿Qué sabrás tú sobre la vida o la muerte? Apenas eres un niño como para meterte en temas tan oscuros como estos o como para hablar con personas como yo. No quieras crecer tan rápido o yo mismo te mataré.- Comentó sacando una navaja de su bolsillo y apuntándolo con ella.

Estaban considerablemente lejos pero la punta filosa del arma resplandecía de una forma que hacía sentir a Kori una punzada helada en su cuello, como si el metal fuera a verse atraído por su garganta y el cuchillo estuviese a punto de flotar en aire en su dirección para apuñalarse.

Einzel, con el rostro tapado por el humo del tabaco, mantenía siempre un rostro apático y muy de vez en cuando se insinuaba una sonrisa diabólica en sus labios. Clavó el cuchillo en la desgastada mesa, cortando la tensión en el aire y haciendo temblar la estructura de madera.

La amenaza era palpable y el miedo de Kori deleitoso, pero Einzel comenzaba a fastidiarse.

- Sé que soy jóven, pero si usted no mata a una persona por mi yo moriré. Él ya ha matado a una amiga mía y yo seré el siguiente. Por favor. No merezco morir no...

-Eso de ''merecer'' es solo una concepción en que el humano cree que las acciones son deudas que deben ser pagadas con reciprocidad por parte del resto del mundo, es absurdo. No existe la justicia. Da igual si crees que ''mereces'' o no morir, tu opinión existe solo en tu cabeza. Sin embargo la realidad es otra: todos debemos morir. El cuándo y el cómo son cosa del azar.

- Yo... no lo veo así. Debemos morir por naturaleza, sí, pero... Alguien que dedica su vida al bienestar ajeno debe ser recompensado. Al igual que toda acción tiene una reacción igual y opuesta cada acto bueno tiene su recompensa... Y yo no he hecho nada malicioso jamás, se lo prometo. No he venido aquí a pedirle que mate por egoísmo o malicia, lo hago porque no hay más opción, por supervivencia. No soy una mala persona, solo quiero vivir.

- ¿A quien quieres convencer?- cualquier indicio de felicidad de su rostro fue aniquilado y frunciendo el ceño aplastó el cigarro contra el cenicero, extinguiéndolo- Yo no quiero explicaciones, yo mato por dinero y gusto.- con la misma expresión seria y convincente apoyó los antebrazos en la mesa y se reclinó hacia delante, descruzando las piernas para acercarse más a su adorable cliente- Si eres malo o bueno son más estupideces. El hombre mata por naturaleza y que tu lo hagas únicamente en situaciones límite demuestra cobardía no bondad. No conviertas en virtud el defecto del débil ni llames elección a tu naturaleza inútil. No eres bueno, eres estúpido. Un estúpido con miedo a morir.

- No le tengo miedo a la muerte.- afiló su mirada creyendo haber pillado aquella mentira mientras era pronunciada.

-¿Entonces qué haces aquí?

- No moriré para mantener una promesa, pero no es a la muerte a lo que temo.- confesó mordiéndose el labio. ¿Porque se sinceraba ahora? Algo en los ojos como canicas del otro parecía arrancarle la verdad, diseccionale el alma.

- ¿Entonces a qué?- se tensó en el asiento, reclinándose hacia delante expectante. Se sentía curioso.

- A morir solo.

Einzel relajó su postura, recostándose contra el respaldo de la silla una vez más, suavizando su duro visaje y encendiendo un nuevo cigarro. Pensó un rato y después dejó salir una carcajada cruel.

- Morimos y nacemos solos. Un humano jamás hará compañía a otro, somos animales con instintos y, en el fondo, solo queremos destrozar a nuestro igual.

Kori, ojiplático por el raciocinio de aquel hombre, solo pudo sentir disgusto ante el cariz cruel de lo que decía.

- Eres... un diablo. Justificas tu atroz gusto por matar con la idea de que el hombre es un depredador, pero aunque es así en parte niegas lo único que te hace monstruoso: que tenemos opción de estar más allá de eso y actuar de forma moral y no animal, y tu ignoras esa posibilidad... Es atroz...

- Es la realidad. Puedes verla o no, pero es esa y si tan malvado te parezco, tan prescindible para tu hermoso y bondadoso paraíso utópico, dime ¿Porque me necesitas tanto?

- Porque solo un hombre malvado puede vencer a otro. Y por desgracia sigue habiendo maldad en el mundo.

- Lo que tu llamas maldad es instinto y voluntad de dominar. Te has equivocado, pequeño: Solo el hombre fuerte puede vencer a otro.- sonrió al ver el rostro indignado y temeroso del otro, cuya capacidad para debatir era muy rústica y aún su gran convicción era incapaz de proseguir. El ímpetu en las palabras de Einzel lo mermaba, su voluntad era aplastante- Acepto trabajar para ti, así que dejemos esta charla y dame detalles.

-Necesito que mates a Paul Drew Nikolson. Puedo decirte donde trabaja si...

- No. Con el nombre me basta. El hombre grandulón que te ha atendido en la entrada es hacker y puede averiguar todo lo que yo necesito sobre mi nueva víctima ¿Cuando quieres que lo mate?

- Cuanto antes posible, por favor yo... tengo miedo y...

- Bla, bla, bla... Quiero los detalles de mi trabajo, tu me das igual. Cierra el pico, me irritas con tus sentimientos irrelevantes. Esta noche iré a por él, estoy libre así que podré divertirme bastante.- el tono sereno en que Einzel mencionó aquel escabroso detalle consiguió que el azabache sintiera un escalofrío recorrerle el cuerpo de pies a cabeza.

Era increíble como hablaba de la muerte y de su facilidad para provocarla mientras se acomodaba en el sillón y fumaba.

Era surrealista aquella banalización extrema del asesinato, aquella glorificación de él ¿Que se divertiría? Matar para vivir era duro y vil pero ¿Matar para pasar el rato? Repugnante, Kori no veía en los ojos de Einzel un alma arrepentida, solo diversión, un velo de júbilo.

- ¿Como quieres que lo mate?

- E-Eso me da igual yo... solo quiero estar a salvo.- bajó la mirada, tenía miedo a morir de es forma vil y solitaria, a manos de un narcisista que no tenía realmente razones para matarle. Pero recordó una cosa, Sam no había podido salvarse. Paul no era solo una amenaza, era un criminal que merecía un castigo- Hazle daño, se lo merece.- murmura y aunque se le revuelven las tripas piensa que el tipo con el que habla es posiblemente peor que Paul en todos los aspectos.

- Entonces será divertido.- saca el cigarro de su boca y lo aplasta lentamente. Apenas unas caladas y ya ha acabado con dos. El fuego brilla levemente antes de dejar tras él tristes cenizas pero en los ojos de Einzel otra cosa se enciende, destella.

- ¿Que ha-harás?- pregunta jugando con sus manos. No le gusta desearle el mal a nadie y se arrepiente por su petición, pero sabe que Samantha si era vengativa y habría querido algo así en su honor.

- Eres demasiado blando como para digerirlo. Mejor quédate con la duda y déjame a mí la acción. Bien, son diez mil y cobro por adelantado.

Kori tragó saliva y se rascó el pelo. Extrañamente una risa nerviosa le hizo quedar ridículo y, afortunadamente, liberar un poco de estrés.

- He... he traído cuatro mil. Es casi la mitad, p-por favor...

- Me sería más fácil y beneficioso matarte aquí mismo y robarte. Ni siquiera necesito armas, te estrangularía con mis propias manos y ya está ¿Que te hace creer que aceptaré tu mísero pago?

- Tengo un amigo al que le dejé seis mil, él me los tiene que devolver y cuando lo haga podré pagarte del todo, solo necesito tiempo ¡Por favor! Te suplico, solo eso... No quiero morir, si no le matas moriré y no hay vuelta atrás solo... solo necesito tiempo y te pagaré todo, de veras yo...

Hacía frío, sobretodo cerca de ese ser de hielo, pero sin embargo gotas de sudor comenzaban a bajar por las sienes de Kori y el pobre comenzaba ya morderse las uñas nerviosamente. En el lado derecho de la mesa el adolescente estaba hecho una maraña de estrés y ansiedad y en el izquierdo Einzel lo observaba con fastidio, ajeno a cualquier tipo de compasión.

- Sí, sí, cállate joder. Dame eso ahora y para los seis mil te doy cinco días a partir de hoy, así que reúne el dinero o tu serás el que sufrirá. Ahora vete, odio a los niños.

- ¡Gracias! ¡Muchas gra-Einzel se plantó delante de él y arrancó de sus manos el dinero que el chico había sacado como muestra de su veracidad.

- ¡Largo!- vociferó empujándolo hacia la puerta tan fuerte que si Kori no se hubiese agarrado al marco había caído rotundamente al suelo lastimándose el traser.

Vio al sicario tomar el pomo e impulsar fuerte la puerta así que se apartó el marco de esta temiendo ser asesinado a portazos y, con el corazón a mil, llamó a Roy.

Sonó el contestador, pero él no dudó en dejar su mensaje.

- Muchas gracias por el consejo, él me ha dicho que hará el trabajo esta noche. Tengo que pagarle en cinco días y... bueno, deberías devolverme ya esos seis mil que te presté cuando estabas en apuros. Sé que es algo justo, pero me dijiste que los tenías a mano por si yo los pedía urgentemente así que, ya sabes...

Exhaló aliviado.

Quizás por una vez en su maldita vida las cosas saldrían bien. Quizás.

- ¡Ya va, ya va! ¡Joder!- Paul gritó fastidiado porque alguien (algún niñato travieso, pensó) le había despertado en medio de su siesta post trabajo.

Eran las cuatro de la mañana y hacía sólo algunos segundos se había encontrado tirado en el sofá con la camisa abierta, los pantalones del pijama y un hilo de baba colgando de su boca. Pero aquello no había durado demasiado porque el sobresalto que se llevó al escuchar un par de timbrazos en su puerta logró interrumpir su profundo sueño.

Abrió la puerta aún despeinado y a medio vestir. Sus pantalones eran viejos y estaban dados de sí y por lo tanto se le caían un poco, dándole un aspecto aún más desaliñado.

Abrió con violencia, casi azotando la puerta contra la pared del salón.

Se frotó los ojos con las manos como un infante al ver que sus expectativas no se habían cumplido. Pensó que debería dar un par de regañinas a niños molestos o una advertencia al típico adolescente inmaduro, pero se había encontrado con un enorme señor que fácilmente podía ser boxeador.

Carraspeó un poco por el silencio incómodo que se había formado entre ambos y examinó su expresión seria en busca de algún parecido con alguien con quien tuviera problemas y al no encontrarlo se relajó.

No conocía a ese tipo así que lo más seguro es que se hubiera equivocado buscando la casa de un familiar o algo así.

- ¿Paul?- preguntó el rubio con una voz gruesa y, aunque la línea que describían sus labios lo negaba, divertida.

- Em, si, soy yo ¿Le conozco?- se rascó la cabeza desconcertado y dio un pequeño paso adelante. No sabía porqué pero cuanto más bloqueada estuviera la entrada a su casa para ese tipo, pensó que sería mejor.

- Fantástico.- el añil en su mirada brilló, deshaciéndose de aquella cobertura glauca y atenuada- No, no nos conocemos. Vengo a matarte así que entra en la puta casa y no hagas ruido.- Sus labios se curvaron a los lados y pequeñas arrugas se formaron en sus comisuras.

Su piel era fina y parecía inflexible, pero cuando sonreía la marcas del rostro eran muy profundas y daba la sensación de que llevaba una máscara esculpida. Como si tubiera dos caras, era desconcertante el hecho de que no pudiera uno apreciar la transición entre la expresión ecuánime y la jovial.

- Mira gilipollas, estás ya mayorcito para bromas pesadas, así que no me hinches las pelotas.- Apretó sus puños hasta que los nudillos hasta que perdieron el color, quedándose blanquecinos.

El hombre frente a él permaneció inmutable y cuando Paul pensó en levantar sus puños para iniciar la pelea se percató del resplandor metálico que asomaba en el bolsillo interior de la gabardina de aquel mastodonte.

- ¿Pero que...?- tal cual el arma de Einzel levantó acertadas sospechas en su víctima, este la tomó y apuntó directo al rostro de su presa.

Paul, amedrentado, retrocedió al ver al tipo andar en su dirección. Necesitaba mantenerse lejos, al menos lo suficiente como para que el cañón de la pistola no le tocase la piel porque de sentir ese frío moriría de un jodido infarto.

Einzel cerró la puerta cuando su cuerpo atravesó el humbral y esbozó sobre su sonrisa cínica una falsa y aduladora.

- Muy bien- dijo en un extraño tono, como quien le habla a una mascota obediente, pero en sus palabras algo de cansancio se dejaba entrever.

Aunque no mucho, la extraña amabilidad de ese asesino logró tranquilizar en cierto modo a Paul, quien poco se esperó un golpe directo en la cara con la culata del arma.

Le había dicho a Kori que le haría sufrir, pero Paul no parecía un víctima divertida así que se desharía de él rápido, no tenía ganas de perder el tiempo en vano.

Cayó al suelo por la potencia el impacto y una vez allí jadeo de dolor tocándose la frente y comenzando a sentir la inflamación. Algo cálido inundó su ceja y comenzó a gotear por ella, sangre. Palpó con los dedos su piel y aunque escoció tocar la herido supo que no era nada grave, solo una pequeña brecha. No obstante aquello no era más que el principio y las intenciones de ese tipo le asustaban.

- ¿Q-Qué quieres de mi?

- ¿Ahora mismo? Pues que te quedes ahí en el suelo y no hagas ruido. Odio que me molesten mientras trabajo- habló con un tono neutral y sin mirarlo mientras sostenía en su mano izquierda un tubo oscuro casi tan largo como el cañón de la pistola.

Angustiado, Paul reconoció lo que aquello era cuando vio que se colocaba en el arma, como extendiéndola. Tragó saliva al comprender que era un silenciador y supo que aunque lo intentase no tendría oportunidad ni de gritar.

No sabía cómo salir vivo de esa y su corazón latía tan fuerte que era incapaz de pensar.

- Si quieres dinero puedo darte todo el que quieras sin necesidad de llegar más lejos, baja el arma, por favor...- se sintió humillado, pedir las cosas con educación era para él un suplicio pero aunque sus ojos estaban apunto de aguarse de rabia e impotencia, debía hacer lo que fuese por vivir.

- No es eso lo que busco. De hecho ganaré más dinero matándote del que tu me vayas a dar.- contestó él encogiéndose de hombros de forma natural.- Además, hacer esto es algo que disfruto y eso no tiene precio.

La naturalidad con la que hablaba y la forma rutinaria en que realizaba todos sus movimientos hicieron que un escalofrío recorriera el cuerpo de Paul. Miedo, por una vez en su vida lo sintió de veras y pudo ver en él el ser patético, indefenso y abyecto que era.

Einzel, por su parte, le parecía un completo monstruo. Puso el silenciador y cargó el arma en sus malditas narices, distrayéndose, dejando de mirar a su víctima ¡Actuaba como si todo fuera tan común! Estaba acostumbrado a la muerte, familiarizado con el asesinato.

Era inhumana su frivolidad en temas de esa índole.

Dios santo, pensó Paul, incluso está bostezando, me va a matar y ni siquiera se lo está tomando en serio.

- ¿Te... te pagarán? ¿Quien te envía? Puedo darte el doble si matas a esa persona, lo juro.

- Ah, matar a ese mocoso sería aún más divertido. Él ya estaría llorando...- dijo colocando una mano en s barbilla y cerrando los ojos breves instantes para que su imaginación describiese la deleitosa escena.

Tras un segundo de su pequeño trance escuchó el crujido de la madera bajo Paul y abrió los ojos de golpe, endureciendo su expresión y apuntándolo de nuevo. Sí, Einzel era despistado, pero solo porque era extremadamente hábil y entonces podía permitirse potenciales errores.

- Como sea, yo trabajo para mis clientes y punto. Son las normas, las únicas que sigo- se jactó- Así que te toca morir. A ver ¿En la cabeza o el corazón?

- ¡Espera! ¡Seguro que podemos llegar a un acuerdo!

- ¡Que molesto! ¡Cállate!- y apretó el gatillo. El ruido de la bala salir fue mínimo, de hecho se escuchó más el gatillo siendo pulsado por la fuerza con la que Einzel lo había hecho.

Pero esos pequeños sonidos chasqueantes y metálicos quedaron hundidos en un grito de agonía pura.

- Ya, ya... cállate ¿O quieres un tiro en la otra?- Paul, llorando a lágrimas viva, negó con la cabeza y se mordió tan fuerte el labio para acallarse que de él comenzó a brotar una cantidad copiosa de sangre.

Pero aunque se arrancara los malditos belfos a bocados jamás conseguiría iguala el dolor que sentía en ese momento.

Temblaba, su pierna derecha tiritaba incontrolablemente y él no se atrevía a moverla o siquiera intentarlo, tenía suficiente con ver el pantalón beige oscurecerse mientras la mancha de sangre se extendía desde la rodilla. Ahí donde había dado la bala la tea estaba rota y colgaban algunos hilos goteantes, además se podía entrever la piel jugosa y húmeda abierta en una herida fatal.

La sangre salía rápido de aquel hoyo irregular y brilloso donde se observaban las fibras musculares contraerse levemente por espasmos que Paul no podía controlar.

Y aunque no quiso ver más aquella carnicería de su pierna, el chulo no pudo evitar ver algo blanquecino entre aquel amasijo de carne y jirones de piel. Dios santo, se le veía el hueso y no tenía buena pinta, sobretodo porque estaba astillado.

- Ah... Menuda mierda. Has gritado muy fuerte y ahora quizás algún vecino esté llamando a la policía. No me puedo arriesgar a seguir con esto, pero me estaba divirtiendo. Que decepción. Bueno, al final en la cabeza.

Con ojos vidriosos Paul le miró una vez más y soltó su labio malherido, abriendo la boca para chillar una súplica entre sus dientes amarillentos y salpicados de aquel líquido férreo. Sin embargo apenas pudo emitir un jadeo pavoroso antes que Einzel le encajase una bala entre ceja y ceja, tumbándolo en el acto y consiguiendo manchar todo el suelo.

La cabeza muerta de Paul golpeó el suelo con un ruido seco y procurando no pisar la sangre o resquicios de sesos de su víctima, Einzel se marchó tras suspirar decepcionado.

- Buen trabajo colega, te dije que ese tío era el mejor en estas mierdas- dijo Roy mientras veía a Kori pasar por el salón para tomar su desayuno tardío al despertarse, si así se podía llamar a la primera comida de uno cuando su día comienza a las ocho de la noche.

- ¿De qué hablas?- preguntó el hombrecillo confuso mientras salía de la cocina con una taza humeante de café con leche.

Roy movió su cabeza hacia el televisor, haciendo un gesto divertido en que su cresta señalaba la pantalla.

- Oh, un clásico- murmuró mientras en los noticieros anunciaban la ya planeada muerte de Paul- Einzel suele hacer eso, mata brutalmente y después envía a unos colegas a dejar pistas falsas para que parezca que lo han hecho otros y como este pavo estaba metido en mucha mierda ahora hay mil sospechosos y Einzel está descartadísimo. Es una máquina este hombre.

- Si...

Murmuró el otro de forma insípida mientras aminoraba gradualmente el ritmo con el que la cucharilla removía su bebida caliente. Una ola de alivio le invadió al ver que su mayor amenaza estaba muerta, pero aún siendo un tipejo asqueroso era una persona y él, dejando de lado que lo había hecho para sobrevivir, prácticamente un asesino.

Culpa, la carga a sus espaldas aumentaba.

Su madre, Samantha, Paul... Era como un martirizado dios de la muerte que todo lo que tocaba mataba y, aunque estaba feliz de estar vivo, no podía evitar pensar que Paul, antes de ser una escoria, era una persona viva. O al menos lo fue.

Su estómago se revolvió, pero se dijo a sí mismo que era su criterio estaba equivocado que ninguna persona que hubiera hecho daño a alguien como Sam merecía morir. Había arrebatado la vida a un hombre, pero le había hecho una favor al mundo.

De un modo u otro se sintió mejor y el hecho de que podía ir a trabajar le animó un poco, no es que le gustase el club, no ahora que su mejor compañía había abandonado este mundo, pero al menos estaría entretenido.

Cuando entró en el lugar se sorprendió por la forma fría en que su jefe lo miró pues normalmente el gran hombre era cogedor y amable, pero decidió no darle más vueltas.

- Kori, un cliente ha pagado mucho por un baile privado así que esta noche solo tendrás que hacer eso si quieres. Complacerlo bien, de veras que ha dado más de lo necesario para tenerte únicamente a ti.

- ¡Sí, señor!- respondió el otro de forma chistosa, llevándose una mano rígida a la frente como un soldado obediente.

Su jefe siempre reía y eso le reconfortaba, tenía una hilera de dientes perfectos y sus labios gruesos y subyugados bajo su bigote le hacían parecer un bonachón, pero esa vez solo alargó una comisura y carraspeó.

El impacto fue muy grande cuando Kori entró y vio en la barra a una chica latina nueva dar vueltas mientras arrojaba piezas de su escasa ropa al público. Ahí iba Samantha.

La habían sustituído tan rápido como a una silla rota. Tan prescindible, olvidada.

Entonces Kori lo pensó ¿Había ido alguien a su funeral? ¿Le habían hecho siguiera un funeral? Le pareció aterradora esa idea, morir y que nadie quiera despedirte.

Morir y pasar inadvertida. Morir y que nadie llore.

Su mayor miedo, morir en soledad.

Tenía aún unos minutos así que fue al aseo de caballeros y se encerró en un cubículo para desahogarse calmadamente. Lloró en silencio un buen rato. Ya había acabado con el hombre que le había arrebatado a su mejor amiga y se había ganado eso, un descanso. Cuando saliera del baño seguiría luchando, implacable, contra el mundo, pero ese pequeño y sucio lugar no. Era una tregua necesaria, tanto dolor en él acabaría matándolo si no se abría.

- No es la despedida más glamurosa que se pueda tener...- murmuró sobre la tapa del váter, escuchando a un tipo orinar a pocos metros y a otro jadear en el compartimento de al lado, seguramente drogándose- Pero Samantha, ojalá lo sepas... Yo sí estoy llorando por ti.

Se enjugó el rostro con el dorso de la mano y antes de salir de aquel angosto, oscuro y hediondo lugar se miró al espejo.

Sí, estaba atractivo, agradaría a quien quiera que fuese su cliente.

Quizás un poco de bálsamo labial levemente pigmentado le habría ayudado a lucir unos labios más deleitosos pues los tenía finos y rosados y se les podía sacar mucho partido, también creyó acertado usar delineador sobre sus lagunas cian, le habría dotado de una mirada insinuante y felina, pero no tenía tiempo de maquillarse así que solo se pellizcó los mofletes para crear un efecto de rubor y fue rápido a la sala en que le aguardaba el hombre.

Antes de entrar se cambió de ropa, poniéndose algo sencillo y provocativo pues quien iba a pagar por él no había hecho ninguna especie de pedido especial. Un tanga rosa y una camiseta corta y sin mangas que apenas tapaba su pecho y tenía colgando de si pequeñas tiras de tela que llegaban hasta su vientre plano, haciéndolo ver más insinuador que descarado.

A la mayoría de clientes les volvía loco ese conjunto pues enseñaba bien la mercancía pero a su vez dejaba mucho a la imaginación. Morboso pero no obsceno, era perfecto y estaba sobre el límite de la desnudez.

Abrió despacio la puerta y se adentró con movimientos gráciles y silenciosos, procurando no romper el ambiente que la música lenta y la pobre iluminación habían creado. En la sala se escuchaba el leve eco de los sonidos de la música exterior y el público agitado, pero parecían lejanos, dándoles una sensación tranquilizadora de intimidad.

Sintiéndose aislado el hombre se sacó los guantes de cuero negro que traía, dejando ver unas manos grandes y poderosas. En ellas las venas se marcaban de forma masculina y atrayente.

Aunque usualmente Kori miraba al suelo durante esas sesiones aquella vez se permitió examinar el sujeto.

Era grande y robusto, además aún estando sentado en la butaca su altura intimidaba a Kori. Se alegró un poco de ver aquel cuerpo musculoso y atractivo a sabiendas de que realizarle un baile a alguien con ese porte no le repugnaría, pero aun así se mostraba curioso por su rostro.

En la sala colgaban del techo varios adornos y la bombilla estaba además de medio fundida lejos del cliente, lo que siempre creaba una ilusión de anonimato para él. El efecto que la iluminación daba era el de un cuerpo sin rostro pues este conseguía iluminar parte del cuerpo de los clientes, usualmente de hombros hacia abajo, pero sin embargo dejaba el rostro y cuello sumidos en una penumbra enmascaradora.

Kori conocía los secretos de esa habitación y sabía pues que una vez se acercase lo suficiente al cliente sería capaz de verle el rostro y rompería todo el misterio de su identidad. Eso le daba cierta lástima, aquella inopia y desconocimiento poseían cierto deje mágico y curioso, pero sin embargo esa vez le daba igual destruir el toque enigmático: Deseaba saber qué clase de rostro acompañaba a ese cuerpo poderoso.

Cerró la puerta colocándose de espaldas al hombre, flexionando sus rodillas para acceder mejor al pomo y curvando su espalda levemente con descaro para ofrecerle una mejor vista de su trasero redondo y casi desnudo.

No escuchó ningún piropo por parte del hombre, pero lo vio sonreír en la penumbra y algo en él se alarmó. Una sonrisa bella donde subyacía un ser horrendo, malvado, vil y seductor. Había visto esos labios en alguna parte y esa dentadura monstruosa y simétrica parecía afilada y malevolente.

Esa sonrisa había estado en sus pesadillas.

Se había quedado petrificado y eso no sería bueno si deseaba obtener propinas así que dejó su mente en blanco y se acercó moviéndose de forma felina y seductora, entrecruzando sus piernas al andar y mostrando bien sus muslos carnosos. Su cuerpo era bello y lo sabía, así que conocía bien cómo mostrarlo.

Se posicionó justo delante del hombre, pero era más alto de lo esperado y eso fue una sorpresa para él pues al ser así no tendría la oportunidad de verle el rostro a menos que él se inclinase hacia delante.

Ansias, quería con desesperación ver a plena luz aquella sonrisa macabra y terrorífica que le haría temblar de miedo y placer. Algo bello con un toque diabólico, cada uno de los gestos y detalles de ese ser encendían las alertas de peligro de todo su cuerpo pero a la vez lo atraían con una fuerza que inevitablemente lo atraparía.

Dio un vuelta delante de ese hombre, enseñándole todo lo que tenía por ofrecerle y él sonrió de nuevo. Kori se maldijo a sí mismo porque estaba tan cerca suyo que posiblemente él ya se había percatado de que su piel se había puesto de gallina por solo verle mostrando su sonrisa impecable y hermosa.

El hombre lo recorrió con la mirada, adorando sus cortas pero hermosas piernas, su trasero pomposo y redondo, su abdomen plano y su rostro cubierto de una bendita belleza pueril.

El chico posó sus manos en los hombros del tipo y se contoneó, moviendo su cadera a los lados y manteniendo el torso firme, para hacer bailar las curvas que se formaban gracias a su estrecha cintura.

Pasó sus manitas pequeñas por sus contornos, acentuándolos y repasándolos para que el otro no se perdiera detalle alguno de ellos y sus dedos presionaron en su trasero y muslos, cogiendo su propia carne para mostrar su tersura y sensualidad. Kori paró su pequeña insinuación para ponerse manos a la obra y abrió las piernas avanzando un paso.

Se colocó en el regazo de aquel hombre divino y para su sorpresa no sintió sus manos cálidas acosar todos y cada una de las esquinas y recovecos de su cuerpo, solo se hallaba de brazos cruzados delante de él y de no ser por su sonrisa se diría que estaba enfadado.

Se sintió pequeño sobre él, como un niño en el regazo de su padre, pero en aquella escena no había una pizca de inocencia que pudiese identificar ambas situaciones, así que simplemente se tragó su temor y siguió moviendo sus curvas.

No sabía porque después de tantos bailes privados aquel estaba consiguiendo hacerle sentir nervioso si era el más calmado distante que jamás había tenido. Quizás por eso mismo era, Kori conseguía controlar siempre la situación porque sabía como actuar con los hombres que lo deseaban, un cuerpo caliente y dominado por los instintos sexuales es algo fácil de manipular y entretener, pero sin embargo en esa situación comenzaba a sentirse inseguro; estaba claro que él era el objeto de deseo de su cliente, de lo contrario no le habría buscado exclusivamente a él, pero sin embargo o no exteriorizaba o no él no había cumplido sus expectativas, fuera como fuera su rutina se había visto mermada y no tenía claro cómo actuar.

Trató de ir a lo fácil y andar sobre seguro, pero su cuerpo entero temblaba de nervios y su voz juró que había salido vacilante y llena de temor.

Se acercó a él, poniendo una mano en su hombre y la otra en la nuca, comenzando a ascender para acariciarle el cabello.

Hebras de pelo pasaban entre sus dedos con habilidad. Acercó su rostro hasta que sus labios sintieron el aliento mentolado que provenía de esa sonrisa sádica.

- Puedes besarme si quieres...- murmuró dejando languidecer la frase en sus labios para sonreír victorioso.

Bingo, había acabado con la fachada imperturbable de ese hombre y ahora veía sus manos dirigirse hacia él.

Una mano se alzó y se movió lenta y cuidadosamente hacia su cuello. Le pareció extraño que con tantos lugar obscenos que acariciar decidiera tomar ese, pero ladeó la cabeza facilitando el beso que venía y dándole un mayor acceso a su mano.

Cerró los ojos, respiró hondo y se acercó a los labios carnosos de aquel sujeto de pocas palabras.

La mano le agarró fuerte del cuello y apretó con ímpetu, casi como si deseara hacerle tanto daño como el que realmente estaba causando, y le alejó del esperado ósculo a por el que iba lanzándose a la oscuridad.

En el regazo de aquel sinónimo andante de grandeza y atrapado como una presa por su mano se sintió indefenso y confundido, pero todas sus dudas se aclararon cuando el tipo se inclinó hacia él, abandonado la negrura y dejando que la luz revelase su faz tranquila.

Sonrisa de demonio, ojos de hielo oscuro y expresión insondable.

- ¿Un beso? Lo que quiero es mi jodido dinero- habló Einzel burlón y con cierta impaciencia.

Cuando el chico pareció calmarse y desistió en su idea inicial de gritar soltó su agarre, dejándolo igual de confundido que hacía solo unos segundos pero con una marca roja alrededor de todo su fino cuello.- Sabes, me sorprende que no hayas intentado contactar conmigo para pagarme sabiendo que soy alguien peligroso ¿Crees que me olvido de las putas deudas que tienes conmigo?

Kori balbuceó un poco y se levantó pretendiendo alejarse, pero una mano firme lo tomó de la cadera el tiempo necesario para sentarlo autoritariamente de nuevo y retornar a su bolsillo.

- M-Me dijiste que tenía un plazo de cinco días y solo ha pasado uno... ¿C-Como...-

- No ha sido muy difícil encontrarte, acuérdate de que trabajo con un hacker.- comentó respondiendo a la pregunta que siquiera dejó acabar al menor, no quería perder tiempo con su parloteo inútil- Verás, el plazo es amplio y yo no soy demasiado paciente.

- Te lo daré el último día, lo juro. Ahora ando algo justo pero me tienen que dar ese dinero y lo harán pronto, lo prometo. En cuatro días tendrás tu dinero.

- Eso espero, porque sino tu tendrás un agujero de bala en la cabeza.

Tragó saliva incómodo y se sosegó a sí mismo diciéndose que todo estaría bien cuando Roy le diera el dinero que le debía.

Einzel miraba fijamente a los ojos de Kori pero este último trata de evitar a toda costa el contacto visual con el sicario.

Su azul cielo llenaría de tormenta si el azul índigo de Einzel seguía luciendo como un mar turbio. Sentía que podía perderse en esos vastos ojos y ahogarse en ellos, entre miles de olas y nubarrones.

Era como si su mirada estuviera vacía y buscara robarle el alma para quedarse en calma. Daba tanto miedo, pero quería mirarlo a los ojos.

- Es interesante que trabajes aquí. Ahora ya se donde encontrarte.- habló el otro con un tono ciertamente amenazante. La frialdad de sus palabras era permanente pero cierto enojo se intuía a través de ellas cuando apretaba los dientes al hablar, sonorizando más las letras vibrantes.- Aunque si no estás puedo llamarte, mi compañero acaba de averiguar tu número.

- N-No necesitarás encontrarme, te pagaré, de veras.

- Por tu bien espero que así sea. Dime ¿Porque querías que matara a Paul? Saber que tu trabajas en el pub en que él prostituía a sus chicas ha hecho que me pique la curiosidad. ¿Eras una de sus putas y tuviste problemas?

- No, no soy chapero, de hecho ni he follado aún- Kori rió por su absurda confesión. Con los años había aprendido a decir medias verdades y no hablar más de la cuenta con nadie si no quería problemas, pero la mirada añil del asesino era como un suero de la verdad, sentía que mentir bajo ella le traería graves consecuencias.- Por eso Paul se empeñó en prostituirme pero me negué. La cosa no acabó bien y tuve que recurrir a ti. Eso es todo.

- Así que... vida antes que dignidad- dijo el hombre en un murmullo para sí mismo. Rio de forma casi sorda y su expresión se endureció de nuevo.- Bueno, basta ya de perder el tiempo niño.- dijo levantándose de forma brusca.

Kori no tenía los mejores reflejos y Einzel era rápido en sus acciones así que inevitablemente resbaló desde su regazo y cayó de culo en el suelo.

Se frotó el adolorido trasero, sabiendo que unos días habría un moretón y maldiciendo por lo bajo por el hecho de que eso ahuyentaría a varios clientes.

-Tu cuerpo es atractivo, no me hagas convertirlo en un cadáver.

Aquella mortificante frase y el nacimiento de una nueva y deseosa sonrisa que parecía que sus palabras fueran irónicas fue lo último que Kori vio de Einzel esa noche.

Las piernas le temblaban y se sentía mareado, como si estuviera recuperándose de una borrachera horrenda, y es que aquel hombre era como una jodida droga con su cuerpo adictivo, su aroma varonil y deseoso y su maldita capacidad homicida de destruirte por completo.

Esa era su naturaleza, seductor y mortal. Se veía a leguas el peligro en él y desnudaba su maldad sin tapujos porque sabía que nadie correría lejos, no se podía huir del deseo.

Regresó pronto a casa y para su sorpresa Roy esa noche solo estaba en el suelo de la cocina borracho. Cerveza, era lo más flojo que había usado esa semana para llevar al límite a su cuerpo y aún así se veía hecho mierda ahí tirado.

Como era costumbre Kori lo levantó y cuando el otro cooperó con él lo llevó a su cama para que pudiera descansar. No es como si realmente le importara, es decir, se llevaban bien pero ambos eran totalmente prescindibles en la vida del otro. Eran conocidos como mucho, jamás amigos, pero a Kori le aterraba la idea de tener que pagar el alquiler de ese piso el solo.

Además, se sentía bien cuando hacía cosas buenas por los demás y Roy no era la excepción, aunque con él esa sensación no era tan reconfortante, tal vez porque era consciente de que el joven ya era una causa perdida y cualquier ayuda era solo una prolongación de su agonía.

- Roy, a propósito... Lo de mis seis mil...

- Ya, ya... Estoy en ello, te los doy el último día ¿Si? Los tengo ¿Vale? Es solo que para ese día habré ganado má pasta y tendré más dinero para emergencias y mierdas así. No te estreses colega...

- Em, vale.- respondió de forma suave, confiado porque era un dicho que los ebrios no mentían.

Ese día durmió bien después de mucho tiempo. Quizás las cosas comenzaban a irle bien.

Quizás sí.

Los siguientes días pasaron tranquilos y algo grises para Kori, que solo seguía con su rutina y esperaba que Roy le diera su dinero para poder por fin olvidar todo el asunto del sicario. Algo en su ambiente de trabajo había cambiado por doble partida. Por un lado podía andar por el local y sus alrededores sin preocuparse por Paul y eso le hacía sentir estable y seguro pero por otro las malas vibraciones se extendían por todo el lugar en forma de murmullos por parte de los empleados, que hablaban del conocido asesinato del chulo, por si no fuera poco aquello parecía afectar al jefe de Kori, que últimamente mantenía mucho las distancias con él y le hablaba de forma desaliñada y seca. La ausencia de Samantha también hacía grandes estragos, puede que no en los empleados y clientes, pero sí en el muchachito.

Esos días, en definitiva, habían sido una pequeña depresión en el buen ánimo del chico, pero el viernes se sintió algo más feliz pues era hora de saldar sus asuntos con el sicario y olvidarse de esa tremenda preocupación.

Al menos esa era la idea de Kori tenía sobre cómo iba a ser ese día.

- ¿¡COMO QUE EN DROGAS?! ¡SEIS MIL PUTOS EUROS EN DROGAS! ¡Eres un gilipollas, te voy a matar!

-Kori, tronco, no es pa' tanto- dijo Roy sosegado mientras el pequeñajo a su lado comenzaba a tener algo parecido a un ataque de histeria.

Amablemente Kori le había pedido el dinero un par de horas atrás, a las diez de la noche y Roy no había tenido el valor suficiente para admitirle que había malgastado esa pequeña fortuna en alucinógenos para saciar su sed de adicto.

- ¿Que no es para tanto? ¿Eres imbécil o es que ya te has metido toda la puta droga que te has comprado? Dios mio, tienes los sesos quemados de tanta mierda...

- Eh, sin faltar al respeto, que el menda no te está insultando.

- ¡Cierra la puta boca, imbécil!- espetó el chico acercándose un paso al alto y delgado teñido para abofetearlo con rabia.

El ojeroso chico se hallaba desconcertado al ver a su compañero de piso agredirle y llorar a la vez. Para serse sincero, Roy no estaba sintiendo ninguno de los golpes y es que a decir verdad aún seguía un poco colocado, por ello también decidió permanecer relajado y pacífico mientras separaba al lloroso chico de él.

- Son las doce y cuatro Roy, mi plazo se acabó hace quince minutos y por tu jodida culpa me van a pegar un tiro... Dios santo voy a morir... No, no, no ¡No puedo morir, joder! Puto imbécil, ¡Me mataran por culpa de que seas un drogata de mierda y...

Su teléfono comenzó a sonar y un número desconocido se mostró en pantalla. Aterrorizado, Kori dejó que su teléfono cayera al suelo y fue el estúpido con quien discutía quien cogió la llamada.

- ¿Si?

- Kori, Kori, Kori... Una lástima, espero que te hayas despedido de tus seres queridos si es que alguien te aprecia.

El nombrado escuchó las palabras a través del auricular de su móvil y cayó al suelo de culo. Einzel sabía donde vivía e iba para allá. Pensó en huir pero eso solo empeoraría las cosas y quizás si se portaba bien y sumiso con el sicario y le suplicaba muy lastimosamente, se apiadaría de él.

Hecho un ovillo en el suelo y llorando a mares, solo pudo susurrar a su difunta madre que lo sentía. Tanto dolor lo mataría si Einzel no lo hacía primero y, pensándolo bien, le hacía un favor. La muerte sería su único descanso, pero a la viz una ignominia para el deseo de su madre de que tuviese una larga vida.

- Escucha pavo, le debía dinero al niño pero en una semanita o así se lo daré y él te pagará ¿Estamos?

- Joder... ¿Kori porque me responde un mandril incivilizado en vez de ti? Como sea, no voy a dejar que te sigas burlando de mi. Te di un plazo generoso y parece te has estado aprovechando de mi bondad, así que se ha acabado.

El pitido intermitente sonó desde el aparato indicando que el hombre había colgado y se dirigía para allá.

- Creo que eso no es un sí.- comentó Roy mientras se encogía de hombros dejando el teléfono en la mesa del salón.

Kori, ardiendo de rabia e impotencia por la estupidez y el descuido de su amigo se levantó echa una furia y estrelló su diminuto puño en la cara del punkie.

Aquello sí le había dolido y él no pensaba dejar pasar ya tantas faltas de respeto.

- Escucha mierdecilla enana si no te he golpeado antes es porque se que podría matarte, pero ya comienzas a cabrearme.- dijo el tipo tomando a Kori del pelo para alejarlo de él mediante un violento y doloroso jalón.

- ¿Cabrearte? ¡Yo si que estoy cabreado! ¡Eres lo peor! ¡Dijiste que me devolverías ese dinero al quinto día! ¡Si no pensabas hacerlo al menos podrías habérmelo dicho para que consiguiera algo en el tiempo que me quedaba! ¡Jódete imbécil!- gritó hastiado ya de tanta riña sin sentido, pero su cuerpo se movía solo presa de la adrenalina y sus explosivas ansias por vivir.

Arañando la mano que le sostenía del pelo hasta arrancar un par de tiras de piel, se liberó del agarre y acto seguido pateó la entrepierna de su compañero, quien cayó de rodillas chillando de forma aguda. El más demacrado de los dos lo miró con las pupilas dilatadas y el rostro pálido como un muerto y le asestó un puñetazo en el rostro como respuesta.

El chico se cubrió la cara cuando noto que su ceja sangraba un poco y comenzaba a hincharse.

Amoratado, cansado y herido, Kori trató de devolverle el golpe a su compañero, esta vez en el estómago, pero algo detuvo el conflicto.

Un golpe fuerte se escuchó desde la puerta de entrada y ambos quedaron paralizados.

Roy tomando al menor de la camiseta para alzarlo y golpearlo y Kori con el puño en el aire para defenderse como buenamente podía.

Aquel estruendo estaba muy lejos de ser una agresiva llamada, no, era algo distinto. Cuando el golpe se repitió ambos comprendieron a qué se debía la brutalidad de los impactos.

Quedaron boquiabiertos al ver las bisagras arrancarse de la pared y ambos se soltaron el uno al otro cuando comprendieron que tenían problemas mucho más graves que su pequeña trifulca.

La puerta cayó al suelo haciéndolo temblar y levantando una molesta nube de polvo que hizo toser a los chicos.

Entre las partículas de suciedad que flotaban en el aire se podía distinguir algo negro y cilíndrico emerger de ellas en dirección a la cabeza de Kori.

- Oh, Dios...-susurró al sentir aquella apertura metálica contra la piel. El cañón de la pistola rozando el calor de su cuerpo, robándoselo antes de tiempo.

- Pequeño bastardo...-musitó Einzel colocando el dedo sobre el gatillo. Una mínima presión y todo habría acabado.

Desesperado, Kori estaba desesperado por sobrevivir, por aferrarse a los últimos segundos de vida que le quedaban y hacer de ellos una oportunidad para que el hombre se compadeciera.

Pero las cosas parecían tan definidas, tan listas para tomar el rumbo que se les había asignado, mas Kori se negaba a morir.

No ahora, no así...

- ¡Fue su culpa! ¡Él me tenía que devolver el dinero!- chilló histérico señalando a Roy con su pequeño dedo acusador.

El dedo del gatillo se relajó y reculó hasta su posición inicial, aún a breves instantes de provocar una muerte.

El arma seguía pegada al cráneo del chiquillo y él no se atrevía a moverse. Kori no era estúpido y sabía que su cuerpo jamás podría escapar de una bala así que pacientemente preservó su posición. Las esperanzas los inundaron cuando vio que los ojos de Einzel se separaban de su lloroso rostro para escrutar a Roy, quien también notó ese desvío de la atención.

- ¡Que te den, es tu culpa por confiar en un drogadicto!

- ¡Si no ibas a devolverme el dinero haberlo dicho, gilipollas!

- ¡Cállate, eres tu quien tiene una deuda con un sicario, no yo! ¡Arréglatelas solo!

- ¡La tengo por tu maldita culpa!

- ¡No sería mi culpa si no hubieses-

- ¡CERRAD EL PICO!

Audazmente Einzel combinó su grito con un cambio de objetivo, separó el arma de la frente salpicada de pecas de Kori y durante una fracción de segundo el rostro de Roy estuvo en la mira. Fue muy poco tiempo el que Roy vio como la pistola lo miraba fijamente, pero el suficiente como para que la pólvora impregnara la habitación y una bala saliera despedida hacia su cabeza.

Un tiro en la sien, algo desplazado hacia la izquierda a causa de la rapidez de la acción, fue lo que mató a Roy e hizo que se desplomara.

Cuando tocó el suelo ya estaba más muerto que un fiambre y su sangre había dejado una horrorosa mancha difusa en toda la pared.

Kori gritó al ver la escena y tan pronto como sus ojos anegados en lágrimas se separaron del cadáver de Roy, pudo percatarse de que el arma volvía a estar en contra suya.

- Agh, me estaba estresando con su voz de drogadicto...- confesó el sicario, con un tono de alivio impactante y una pequeña salpicadura de sangre en su mejilla derecha- Bien, ahora tu.

Nuevamente, la presión sobre el gatillo comenzaba a crecer.

- ¡Espera, por favor! ¡No ha sido mi culpa! ¡Haré lo que sea, solo déjame vivir!- Juntó sus manos en una plegaria a su diablo personal y cerró los ojos listo para ser asesinado sin compasión.

Las lágrimas caían por sus mejillas y se temía que poco más aguantarían sus rodillas teniéndolo en pie. Sus párpados se arrugar por la fuerza con la que cerraba sus ojillos azules, negándose a ver su final.

Sin embargo algo sucedía. O no sucedía nada, mejor dicho.

Seguía sintiendo el cañón de la pistola apretarse contra su frente y ante el silencio sepulcral que se había formado era capaz de escuchar las respiraciones sosegadas y profundas del asesino, entonces ¿Porque no acababa ya con todo?

Se ilusionó ante la idea de que se hubiera compadecido de él y lentamente abrió ambos ojos para mirarlo, esperando encontrar piedad y turbación en su rostro mas sus expectativas de resquebrajaron al ver su rígida cara con la misma sonrisa maquiavélica que lo hacía verse impredecible y jodidamente loco.

- ¿A qué esperas mocoso? No me mires así y sigue rogando, estabas entreteniéndome con eso.

El pequeño se quedó anonadado ante esa declaración. ¿Le haría humillarse en los últimos instantes de su vida solo por diversión? Kori lo supo cuando lo miró a los ojos llorando y solo vio hielo y negrura: Einzel era un completo monstruo.

Un monstruo con labia y atractivo, uno de esos que atraen y seducen. De los que no sólo parecen humanos, sino que además parecen ídolos. Era del peor tipo de monstruos, uno hermoso.

- Oh ¿Se te han acabado las súplicas? Una lástima, tendré que terminar ya- Su rostro se ensombreció e hizo desaparecer su sonrisa cuando de nuevo presionó la pistola contra su piel sudorosa.

Las alarmas de Kori sonaron a todo volumen por su cuerpo, dejando que el eco del peligro llegara a todas sus venas y penetrara en cada histérico glóbulo rojo y en el corazón, allí donde el temor y el desespero nacían, retumbaba una pulsión de vida.

- ¡Por favor!- volvió a implorar sin vergüenza alguna, tirándose al suelo y llorando a lágrimas viva.- ¡Lo que sea, haré lo que sea por vivir! ¡Te pagaré durante toda mi vida si es necesario, te daré la mitad del dinero que gane, lo que me pidas!

- Oh ¿Todo lo que te pida?- preguntó sádicamente, fingiendo un inocente tono de sorpresa mientras movía su brazo armado con gestos inocentes, dejando de apuntarle a la cabeza.

- ¡Todo!- se quejó el menor arrodillado frente a él mientras acunaba su rostro en sus manos y lloraba penosamente.

Se sentía ultrajado, humillado. Ese hombre estaba jugando con él, despojándole de su dignidad al obligarlo a convertirse durante esos momentos en su marioneta llorica, pero lo peor de todo era que Einzel aún podía acabar con su vida.

Se sentía sucio y avergonzado, jamás se había rebajado así por nadie. Él era, aunque pequeño, luchador y testarudo, un orgulloso escombro que se resistía a la muerte.

Un escombro tenaz, como decía aquel poema.

Pero ahora estaba tan indefenso, tan cerca de morir que ya no podía conservar esa pizca de dignidad que lo separaba del autodesprecio.

-Por favor, déjame vivir... S-Solo pide lo que quieras y lo haré... Mamá no murió para que yo acabara igual- lloriqueó apenado, pensando en su difunda madre.

El recuerdo de su rostro febril, pálido y ojeroso lo torturó. La última vez que la vio estaba tendida en el lecho ardiendo y con sudores fríos. Despeinada y con los ojos secos y hundidos en las cuencas miraba aquí y allá delirando. Antes de morir su madre mencionó a su padre.

Lo perdonó, con un hilillo de voz le dijo que le quería y le agradeció por darle un hijo maravilloso, aunque no fuera deseado. Pero Kori no podía dejar impune al bastardo de su padre, lo odiaba con todo su ser sin siquiera conocerlo.

Tendida en la cama, lo tomó de la mano y él solo notó huesos, pellejo y un pulso débil. Sabía que moriría y que la única medicina que ella había podido permitirse se la dio a él para evitar que corriera el mismo destino.

Murió por él, por tenerlo vivo y pisando ese mundo así que Kori honraría ese deseo aunque se dejase la piel y el orgullo en el camino.

- Abre la boca- la extraña petición resonó por sus oídos completamente seria. Dictaminada en un tono oscuro no aguardaba más que a ser obedecida dócilmente.

Extrañado y lleno de nervios Kori, de rodillas ante el gran hombre, abrió la boca preguntándose qué le deparaba aquello.

No era un genio, pero tampoco imbécil. Kori era una persona avispada y plenamente capaz de aquella escena era a pesar de su trasfondo amenazante, sexual, pero dudaba de que Einzel fuera a perdonarle tanto dinero por una mamada.

Aún así pensó que sería un trato maravillos. Unos minutos de malestar a cambio de su vida, la oferta era tan tentadora.

Cerró los ojos creyendo que el asesino se había dejado llevar por se belleza e iba a perdonarle con tal de probar su cuerpo.

Sintió algo sobre sus labios. Era grueso, enorme y frío. Pensó que quizás ese hombre llevaba perforaciones en un lugar como aquel y esa idea no le sorprendió.

Su tranquilidad duró poco cuando sintió el frío áspero deslizarse por su lengua, acompañado por un sabor férreo y una frialdad que lo abarcaba todo.

Abrió los ojos alarmado para encontrarse que, en efecto, la parte más larga de la pistola ya casi rozaba su garganta.

Un leve sonido chirriante asustó al chico, era el gatillo siendo presionado hacia abajo paulatinamente, cada vez más cerca del límite.

Moriría, realmente iba a morir y todas las miserias por las que había pasado para seguir ahí iban a ser en vano.

Kori solo lloró en silencio y mordió el cañón del arma notando el frío mandar descargas de dolor hasta sus encías. ¿Como? Se preguntó Kori ¿Como podía ser tan desgraciado?

Al menos, pensó, si él moriría cesarían las desventuras que causaba en los demás.

-¿Sabes? Soy un hombre callado, pero te diré una cosa: Si hay algo que me encanta son las ironías. ¿No sería irónico, muchacho, que el mismo motivo que te llevó a matar a Paul para vivir fuese ahora tu única vía para que no te matara? Hilarante, imagínatelo.- Con terror y los ojos desorbitados Kori miró a ese hombre y sintió la metálica invasión abandonar su boca. Respiró como si estuviera quedándose sin aire y siguió acusando de crueldad a Einzel con la mirada.

- N-No, tu no harías...

- Soy un asesino ¿Crees que violar a alguien me quitará el sueño?

Su sonrisa de sátiro le robó el aliento, en el mal sentido.

- P-Pero yo no... no quiero ¡No pienso hacer eso!- aseveró levantándose bruscamente y apretando los puños.

Su postura rígida apenas duró dos segundos. Einzel l golpeó con la culata en la cabeza lo suficientemente fuerte como para derribarlo y después lo miró por encima del hombro.

- Kori, Kori, Kori... No seas orgulloso. El orgullo es solo la tenacidad con la que uno se agarra a la poca dignidad que le queda. ¿Que prefieres, tu dignidad o tu vida?

Estaba claro, totalmente claro. La respuesta se trazaba en la mente en blanco de Kori con letras mayúsculas y de un rojo chillón, pero no podía responder.

Le dolía la idea de entregarse de ese modo y dejarse hacer por el mismo diablo, de dar todo cuanto tenía a cambio de lo poco que le quedaba por perder y es que además él sabía que no solo la dignidad era lo que le otorgaría a ese hombre de mirada gélida, sinó algo más: su sufrimiento, su identidad, el rumbo de lo que quedaba de su existencia.

Quizás sería solo una noche de sexo donde le arrebatarían la virginidad y nada más, pero sentía que todo cambiaría para siempre. Algo en él no volvería a estar bien jamás si es que realmente había habido algo bien en él en algún punto de su vida.

Pero tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo.

Hablar y decirle que sí, que aceptaba. Era sencillo, pero sus palabras no salían. No. Ni un sonido. La garganta seca. La boca pastosa. El silencio engulléndolos.

Tenía que hablar, tenía que...

-¿No respondes, uh?- preguntó confuso. Pensó que su víctima se lanzaría a besarle los pies por tal oportunidad y en cierto modo le fastidiaba no recibir ninguna muestra de gratitud.

- Como quieras mocoso. Además, deberías estar agradecido de que alguien con mi atractivo quiera follarse a una escoria vulgar y sin gracia como tu.- El hombre pasó el dorso de su arma por el pelo del chico de forma socarrona y no fue hasta que volvió a apuntarle con ella cuando se dio cuenta del porqué del gesto.

El cañón regalimaba sangre, dándole a entender que aquel reciente golpe le habría herido de veras.

Ni siquiera sentía dolor, simplemente una necesidad imperiosa de gritar que sí, que aceptaba el trato, que quería vivir y, a su vez, una imposibilidad total para ello.

Una gota de sangre cayó en el suelo y la vio siendo absorbida por la moqueta; era tan diminuta que casi desapareció.

¿Así sería su vida, tan chiquitita que se extinguiría en el suelo del mundo sin dejar huella?

No, no podía ser así. No debía.

- ¡Espera, lo haré! ¡Lo haré!

- Pues muévete, me haces perder el tiempo.

Lo agarró sin consideración de la muñeca y lo levantó de un violento jalón. Lo dolía horrores el brazo por la agresividad de ese hombre, pero tenía claro que quejarse no sería una buena idea.

No mientras el dedo temblase indeciso sobre el gatillo. Presionaba un poco. Después se relajaba. Era como si su vida dependiera del azar, o peor, de Einzel, de lo que pasara por su ecuánime y violenta cabeza.


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