Un año, ah, las cosas sucedían rápido cuando uno miraba atrás, pero sin embargo el segundero del reloj parecía ralentizado si era observado atentamente.
Doce meses con la bestia, trescientos sesenta y cinco días llorando de odio y de amor.
Las cosas solo se complicaban cada vez más para Kori y se hacían más divertidas para Einzel, aunque sentía a veces una calidez extrínseca de su ser que lo dejaba anonadado y curioso a partes iguales.
Hacía ya medio año que el sicario besaba recurrentemente a Kori en los labios. A veces con un roce superficial y tierno y otras con una lengua demandante que exigía acción y dientes fieros que solo querían morder sus belfos con más fuerza de la necesaria. Fuera como fuera eran besos y aquellos ósculos solo hacían que crear en Kori una adicción que, como todas, era tóxica.
Lo único esencialmente bueno que había sucedido en ese tiempo fue que unos dos meses atrás Kori mejoró respecto al tema de la comida, quizás porque se desmayó de hambre y al ver el mundo brillar creyó que se moría. Duró unos segundos y no muy lúcidos, pero el pensamiento de que fallecería por su propia estupidez y no cumpliría la promesa con su madre le partió el corazón. Desde entonces no es que tuviera un apetito saludable, pero sí que comía lo que necesitaba, además hacía ya un mes que no vomitaba.
Cuando sentía ganas de hacerlo reprimía el deseo de purgarse con imágenes mentales tranquilizadoras y respiraciones hondas. Pensó que solo lograría asociar sus pensamientos a las náuseas pero se equivocó, evocar ciertas imágenes y relajarse prácticamente había solucionado el problema.
Aunque otros problemas seguían ahí y más que mejorar parecían echar raíz. Y Kori los estaba normalizando.
Kori lloraba esa tarde, como muchas otras, tras la partida de Einzel. Se sentía ansioso al encontrarse solo aunque su compañía se basase en un dolor que no quería y sí merecía, además, el necesitar a Einzel, el anhelarlo, era un pecado en sí mismo, casi se sentía cómplice de sus atrocidades. De todos modos no podía reprimir sus sentimientos por muy culposos que fueran.
Se lavó la cara en el baño con agua fría, logrando sosegarse, y volvió a la habitación a hacer absolutamente nada, que es lo único que aquel maldito psicópata le permitía hacer durante sus trabajos. Lo tenía encerrado como a un maldito perro y siquiera lo dejaba salir a recepción a hablar con Marcus.
Kori no supo jamás si era por celos o por maldad, aunque de todas formas ninguna de las dos cosas le parecía buena y quizá la primera implicaba la segunda con un añadido de inseguridad.
Rodó en la cama, tratando de dormir para matar el tiempo, pero le era imposible seguir con tal hastío así que como si se tratara de un niño curioso comenzó a trastear en los cajones de la mesita de noche del tipo, preguntándose qué habría en ellos.
Se sentó en el suelo y extendió su mano hacia el pequeño pomo del primero cajón. Lo cerró de inmediato cuando el color metalizado de la pistola brilló bruñido a través de la minúscula apertura que llegó a hacer.
Su corazón se aceleró a sobremanera durante unos segundos y cerró los ojos. Demasiados recuerdos desagradables se le venían a la mente con esa simple visión.
Los siguientes dos minutos no podía sacarse de la cabeza los sesos de Roy desparramándose por el suelo y volando como una masa grisácea y densa por el aire, como polvo y nada más. Y cuando se liberó de eso no fue un recuerdo visual lo que lo escamó, sino el recuerdo lúcido y realista de la sensación helada del arma en su espalda apoyada.
Respiró hondo, una y otra vez. Y funcionó.
En el cajón del centro había algunas monedas pequeñas, tabaco y navajas. No se atrevió a rebuscar mucho más, tenía miedo a meter la mano ahí y cortarse pero tampoco quería tocar los cigarros, los odiaba con todo su ser.
Su antiguo empleo estaba siempre cubierto por aquella cortina humeante de cáncer que tanto detestaba respirar. Ahora no era tan distinto, sobretodo cuando Einzel lo follaba y fumaba a la vez. Jadeaba luchando por respirar cuando eso sucedía y si conseguía tal propósito acababa tosiendo desesperado por sacar de sus pulmones aquel nubarrón emponzoñado. Aunque cuando el cigarro se apagaba no era algo bueno tampoco; su piel se resentía por ello y extinguía el calor del cigarro siempre por el precio de una duradera cicatriz.
Después miró el primer cajón comenzando desde arriba. Sí, ese que jamás en su vida olvidaría.
Primero pareció que no había más que papeles insignificantes y algunas facturas o recibos arrugados, posiblemente de hacer la compra semanal o algo por el estilo, pero era fácil ver que tras las hojas pequeñas y futiles había otras llenas de letras pequeñas y cercanas que parecían contener una cantidad densa de información. Kori pensó que eran documentos importantes y simplemente quería leerlos, no por ello los estropearía.
Sentía curiosidad así que los tomaría y dejaría las cosas en el mismo lugar, tal y como las encontró.
A la segunda cláusula averiguó que las primera hojas sujetas con una grapa eran el equivalente a un contrato laboral para Einzel. Se entretuvo leyendo aunque no era demasiado interesante y, de hecho, cuando solo le faltaba media hoja para terminar, pensó en dejarlo, pero ¿tenía acaso algo más que hacer? No, así que acabó de leer.
Acabó y los papeles cayeron al suelo, por suerte quedando ordenados.
Einzel estaba autorizado a aceptar trabajo que implicasen matar a menores de edad. A niños. Dios santo, a bebés incluso.
Cayó de culo al suelo y bajo él lo sólido pareció volverse neblina. Su vista se tornó menos lúcida cuando las lágrimas lo inundaron todo.
Un mareo dulzón y casi atractivo, el calor y el frío desapareciendo y dejando tras de sí una sensación gustosa de ataraxia y, por último, el mundo brillando demasiado. Kori conocía esa sensación, la que acompaña a uno siempre antes de dejarlo en la inconsciencia.
Pero no, no podía desvanecerse en ese momento y huír de sus problemas en el mundo de los sueños para siempre, debía afrontar la realidad.
Si Einzel había matado siquiera a un solo niño, si había apretado el gatillo para cesar el llanto de un bebé... si había hecho algo así Kori ya no podría seguir ahí. Él era escoria. Einzel era escoria. Por eso aceptaba su compañía tortuosa, se correspondían.
Pero aquellos actos sórdidos estaban a otro nivel y no podía siquiera imaginar en qué posición dejaba eso a Einzel, pero sabía una cosa: Una mucho más rastrera y horrenda que la suya, una junto a la que no quería permanecer.
Moriría antes que ser partícipe de algo así. Deshonraría a su madre, sí, pero aquello era un fin mucho mayor.
Trató de no alarmarse. El contrato no lo obligaba a hacer aquello, solo le cedía la oportunidad de decidir si quería o no. El temido beneficio de la duda. Pero él no se encontraba muy hesitante, realmente no le cabía en la cabeza la idea de Einzel asesinando a un crío.
Sabía por la suavidad con la que lo besaba a veces, por el brillar de sus ojos en algunas noches y por sus suspiros enigmáticos que en él había un alma. Un alma humana y por tanto bondadosa, no mucho, pero bondadosa igualmente.
Entonces decidió dejar aquellos documentos en el cajón y cuando lo hizo una serie de fichas le llamaron la atención y desviando su pensamiento del tema que lo acongojaba, las tomó.
Eran fichas donde se encontraban fotografías identificativas de las personas a las que Einzel debía matar. Sus nombres se leían con una letra hecha a ordenador en la esquina superior izquierda, al lado de la imagen del rostro de la personsa. En el centro de la hoja habían detalles escritos en letra cursiva y temblorosa sobre los trabajos.
En algunos ponía el porqué iba a cometer homicidio, en otros como, a quien llamar después, cómo encubrir las pruebas, que debía decirles antes de matarlos y un largo y terrorífico etcétera.
En la parte inferior había un espacio en blanco que Kori no comprendió hasta que llegó a la cuarta ficha. Dios santo, tuvo que dejar de mirar.
Eran imágenes de los cadáveres, seguramente servían para demostrar que el trabajo estaba hecho o quién sabe, tal vez las hacía por gusto y sadismo, pero la idea de la fotografía de los muertos en aquellos pedazos de papel como si se tratase de un certificado de calidad de un brick de leche le dejó un muy mal sabor de boca.
No miró aquellas fotografías, le producían asco, pero sin embargo si curioseaba los nombres y rostros de los fallecidos.
Se percató de que el taco enorme de papeles parecía estar dividido en tres partes. La primera y más importante eran los trabajos por hacer. La segunda eran los trabajos más antiguos y la tercera (que interesaba que estuviera más oculta, por si algún topo del equipo echaba un vistazo rápido).
Esta última eran los trabajos más recientes y los que seguramente seguían en investigación policial.
Vio a Roy ahí y la culpa lo mató por dentro. Pasó página tratando de librar de la angustia pero fue peor.
Vio aquello y corrió al baño.
Abrió la tapa y como si los meses de esfuerzo no fueran nada el vómito bajo por su boca como un torrente nauseabundo de bilis y veneno.
Jamás saldría de su cabeza, jamás.
Aquel niño pequeño, con un osito de peluche en una mano y un manchurrón de sangre en la otra. Con los ojitos perdidos y entre ellos un hoyo de bala.
Lo miraba con sus pequeños fanales desvaídos desde la minúscula fotografía. Podía sentir los ojos del infante muerto quemándole el cuello, ahogándolo, constriñéndolo.
Iba a quedarse sin respiración, iba a morir ahí mismo.
Moriría si seguía en ese infierno. ¿Como había sido Einzel capaz?
Hacía frío en la calle pero él sentía aún esa mirada pequeña ardiendo, como hierro ardiente. Sobre su nuca, sobre su cuello y sobre sus ojos mismos, que ahora picaban y comenzaban a lloriquear. Sabía que Einzel le zurraría si se enteraba de que había salido a la calle sin su permiso, pero él no debía encontrarlo nunca jamás.
Viviría sin honor si hacía falta. Pasaría las noches en camas de otros hombres por dinero si era menester. Comería sobras o pagaría con su cuerpo las cenas. Pero no viviría con ese hombre vil y avieso.
Él se merecía el infierno, pero no sentarse en el trono de fuego junto a satán. Ahora la calle sería su merecido averno y pensó que quizás prostituirse a extraños le sería incluso más fácil que seguir con aquella relación extraña.
Era hilarante, a Einzel le habría gustado esa ironía que resultaba ser la vida de Kori y habría reído a carcajadas, pero a él no le hacía gracia.
Esa imagen lo atormentaba en cada esquina, lo perseguía en el rabillo de sus ojos. La imagen de un niño muerto es peor que la de cualquier cadáver, es paradójica. Manitas tiesas y piernas pequeñas y delgaditas colgando de un cuerpo menudo. Son como muñecos de trapo. No parece real, pero lo es.
Hacía ya unas horas que deambulaba por las calles en busca de zonas que Samantha le comentó en vida que eran su ''plan Z''. Lugares oscuros, alejados de la mano de Dios y con flujo de clientes ininterrumpido y caudaloso donde uno podía alzar los precios y los demás aceptarian con una sola condición. ''No hagas preguntas'' eso era lo único que pedían a cambio de montones de dinero y daba muchas ideas sobre la clase de gente que frecuentaba esos trozos olvidados de la ciudad.
Se arriesgaba a muchas cosas como ser vendido como esclavo o que acabara desmenuzado y con la mayor parte de su cuerpo en el mercado de órganos, pero valía la pena correr el riesgo antes que morir de frío e hipotermia en la calle.
Lo único que le alentó un poco de aquella callejuela sucia fue que al ver a su competencia supo al instante que los hombres lo demandarían en cantidades ostentosas y podría elegir a sus clientes, quizás así y si tenía criterio podría librarse de un destino fatídico.
Allí acudían los desesperados por salvar su vida o perderla en el intento, de ahí que el resto de prostitutas fueran drogadictas, viejas o estuvieran muy estropeadas por motivo varios y desconocidos para Kori. El caso era que él relucía ahí enmedio y captaría la atención de los demás en un instante.
Por otra parte esperó que no causara problemas su atractivo genuino. No es que temiera una trifulca con alguna de esas mujerzuelas celosas de su lozanía y finura, sabía defenderse, sino que a la mínima que causara problemas y le pateara el culo a alguien se correría la voz y temía que llegase a oídos de Einzel.
Einzel. Ese nombre le daba escalofríos e imaginárselo cuando se diese cuenta de que había husmeado en sus cosas y además escapado le hacía gemir de terror y querer morir allí mismo.
Un coche deslumbrante y pulcro pasó cerca suyo y vió una oportunidad de oro cuando frenó lentamente a apenas cinco metros de él. Las llantas bruñidas y el cristal tintado hacían que el coche pareciera hermético e inalcanzable y Kori, a pesar de su bravura para bailar con desconocidos eróticamente, no sabía cómo vender su cuerpo; pero era listo, algo se le ocurriría.
Se fue acercando con pasos felinos y lentamente la ventanilla se bajó dejando ver a un conductor que lo miraba con ojos angelicales.
Su rostro blanco como la cal dejaba bien claro como de marcadas eran sus facciones, posiblemente nórdicas. Nariz larga pero estilizada, ojos grandes, rasgados en cierta medida y de un verde mágico y tranquilo que lo atrapaba, labios gruesos y color salmón, llamativos en contraste con la palidez de la dermis, mentón prominente y barbilla moteada por un inicio de barba. Nuez marcada, hombros anchos, cuerpo atlético y piernas largas y fuertes se dejaban ver a través del hueco de la ventanilla.
Pese a toda esa belleza lo que captó su atención en primera instancia fue su cabeza rapada prácticamente al cero como un soldado, que desentonaba con su elegante traje azul marino.
Era hermoso y magnífico. Inspiraba aire y expiraba grandeza, le recordaba a Einzel pero su sonrisa lejos de ser mezquina era coqueta.
- Bonito coche- murmuró Kori casi vacilando. No había tartamudeado. Podía hacerlo, podía.- ¿Podría saber cómo es tu cama?- el hombre el coche dejó de sonreír de inmediato y ladeó la cabeza, cosa que decepcionó a Kori.
No sabía si había sido demasiado lanzado para los gustos del hombre o si ahora que lo observaba de cerca no le atraía físicamente, pero algo estaba claro: La había cagado.
- ¿Tienes frío?
- ¿Eh?- lo había dejado totalmente desconcertado. Sencillamente él esperaba que el hombre se marchase sin siquiera mirarlo, no tenía previsto que le preguntara nada.
- ¿Que si tienes frío? Estamos a cinco grados y vas con tirantes.
- Ah, s-sí- respondió vergonzoso.
- ¿Cuanto cobras por noche?- no comprendía la situación ni aquel salto brusco de conversación pero de todos modos le agradaba saber que conseguiría dinero.
Quizás sí podía salir adelante y seguir una nueva y mejor vida.
- Doscientos.- respondió tímidamente. Una noche entera era mucho tiempo y no quería parecer caro porque realmente no lo era, pero esa palabra rebosaba en su boca, parecía copiosa.- H-Hago todo lo que puedas pedir y...
- Que sean mil.- espetó dejándolo confuso ¿Había subido el precio él mismo? Aquel hombre, pensó Kori, debía estar desquiciado o ser un soberbio rico que solo quería lucir de fortuna pero fuera lo que fuera parecía excepcional.
- ¿Q-Que?
- Sube al coche- dijo desapareciendo dentro de este para abrir con rapidez la puerta del copiloto.
El chico obedeció mudo y durante todo el tracto lo acompañó una sensación de inquietud extraña. En el coche de un desconocido rumbo a casa de ese mismo desconocido ¿Porque tenía que sonar tan peligroso? Era su única opción.
Sabía que prostituirse en las calles alumbrado por las farolas parpadeantes era un oprobio y que seguir como un buen corderito a hombres de mal a sus hogares para compartir la noche era poner su vida en riesgo pero ¿Qué más podía hacer?
La idea de que si ese hombre lo estrangulaba ahí mismo y se deshacía de su menudo cadáver (cosa que no le sería difícil) nadie le buscaría y los engranajes del mundo seguirían girando le hizo sentir fútil e insignificante.
Se encogió en su asiento hasta que el cinturón de seguridad le quedó holgado y trató de eliminar esos pensamientos. La única música que acompañaba aquel viaje era el rugido suave del motor y algún que otro quejido externo a aquel coche, producto del alcohol y los pugilatos que podía provocar.
- Eres un chico muy hermoso.
- G-Gracias señor, me complace ser de su agrado- respondió Kori mecánicamente, tratando de no perderse en ese tono ronco y ardiente.
- Por Satán, no me hables como si estuvieras programado para ser complaciente y tener decoro en exceso. Sé tu mismo, no me molestará.- Sus manos grandes y robustas se movía sobre el volante con gracilidad. Podían romperlo seguro, pero se deslizaban sobre el cuero de una forma silenciosa que hipnotizaba a Kori.
Ese hombre tenía potencial para ser pura devastación, pero incluso en sus palabras algo parecía mullido y reconfortante. Y sus ojos eran tan bellos; Kori no podía mirarlos por vergüenza, no por miedo. Invitaban a ser observados, no eran una amenaza, sino que parecían un abrazo enorme y reconfortante.
- Mi nombre es Svet y sé que en esta zona los clientes son ilegales y aterradores, pero de mi no tienes nada que temer. No soy trigo limpio, lo reconozco, pero esa es mi herencia y muy a mi pesar. ¿Puedo saber tu nombre?
- Kori. Siento si te molesta que esté asustado. Eres un hombre intimidante, no te ofendas.
Una risa cálida lo destensó. Era tan dulce y gruesa que parecía incluso sólida, derramándose como miel por el aire. El tiempo se paró un segundo para Kori y quiso vivir en él siempre, se sentía tan ajeno a sus desgracias solo por aquellas carcajadas de un desconocido.
Svet era como una luz de faro.
- No es nada ofensivo. Además, con mi peinado de Skin-Head es normal que te asustes al principio, pero soy un buen tipo, dentro de lo que cabe, Kori.- El coche tembló y después se paró delante de una casa austera pero grande. Una mano ardió contra su muslo- ¿Eres nuevo en esto, verdad?
- ¡N-No! Eh, bueno sí- se sincero rápidamente, se apenaba de comportarse tan vergonzosamente y pronto sus mejillas se acaloraron por ello- ¡Pero puedo hacer un buen trabajo de todos modos, yo...
- Eh, cálmate- dijo Sven mientras la mano de su muslo apretaba un poco. Kori gimió involuntariamente y todo su ser se redujo a esa presión calurosa de dedos grandes en su carne. No podía sentir nada que no fueran sus manos o su voz- No tienes porqué hacer esto si no quieres o si no puedes. No soy un violador, Kori. Ven a mi casa y hablaremos con más calma, eres libre de irte cuando quieras y no te haré daño. Puedes irte incluso ahora si así lo deseas ¿Quieres hacer eso?
Lo miró con hesitación y un sí rotundo picándole en la garganta. Tragó saliva llenándose el estómago con su duda y negó.
- N-No, quiero ir a tu casa. Lo haré, lo haré bien, de veras.
El hombre sonrió enternecido y dejó ver sus dientes blancos y perfectos. Como una luz, una luz amiga que le acariciaba el corazón con un fuego nada pernicioso.
- Oh, no lo dudo pequeño. Pero solo si tu quieres.- susurró guiñando el ojo y apartando su mano de él para salir del coche.
Cuando la puerta a su lado se abrió y su cuerpo percibió que aquellas falanges poderosas habían abandonado su muslo, un frío conocido se metió en sus huesos.
Sven lo tomó de la muñeca con cuidado y lo adentró en la casa. Sus dedos apretaban pero no le hacía daño alguno, se sentía seguro así.
Kori se sentó sobre la cama, nervioso, mientras el magnánimo hombre comenzaba a aflojarse la corbata justo delante de él, dejando el cuello expuesto. Ancho, acariciado por un rasposo principio de barba y dotado de una nuez prominente, álveo de su voz profunda y erótica.
Cuando Sven se quitó el cinturón y desabotonó los inicio de su camisa azul marino él cayó en la cuenta de que ya debería estar desnudo y tomó sus prendas con prisa.
Pero unas manos grandes y cálidas se posaron sobre las suyas y lo desnudaron pausádose en cada instante, como si el momento en que cada centímetro de piel quedaba expuesta fuera lo más importante y el después se dejara flotar en el aire como un borrón incierto y baladí. Por cada milímetros de desnudez, Sven homenajeaba la piel de Kori con sus caricias y besos tierno.
Las manos viajaron por los bordes de su ropa haciéndose de rogar y cuando se colaron bajo ella fueron libidinosas pero pacientes, atendiendo a los gemidos de Kori y a sus suspiros temerosos. No quería romperlo, solo tomarlo con tanta dulzura como desprendía para hacerle tocar el cielo del que era originario.
¿Cómo habría podido alguien pensar en herirle si con la sola imágen de su cuerpo despojado de vestiduras su alma caía rendida ante el niño para adorarlo, besarlo y jurar que sería preservado como una joya hasta el fin de sus días?
Quizás no sabía porque pero Sven lo compadeció desde que lo miró a los ojos a través del cristal tintado del coche. En esa negra pupila estaba grabada su historia y, ahora, dilatándose con lentitud en la oscuridad de su alcoba, revelaba sentimientos indecorosos, doloroso y ocultos que solo se hallaban en el fondo de su corazón.
Entre besos, caricias y mantas de seda Kori sentía que estaba en el paraíso y que Sven era Dios hecho carne, inocencia hecha pecado y salvación hecha placer. Sentía que si tomaba su mano no querría soltarla nunca y que miraría sus ojos verdes cual manzanas toda la eternidad así se quedara ciego de tanto contemplar su esplendor.
Era como estar en el hogar de nuevo, rodeado de amor, de cariño y ternura.
Y ahora también un placer sucio y para nada pernicioso que hormigueaba en el norte de su cuerpo y le hacía temblar en manos de un desconocido misericordioso que lo tomaba de forma gentil.
Sus dedos pasaron por ciertas cicatrices y Kori se angustió por ello hasta que estas recorrieron los surcos de piel maltrecha una y otra vez, a sabiendas de lo que eran; quizá precisamente por eso.
Sven lo miró a los ojos mientras se adentraba en él una y otra vez y aunque su cuerpo pareciera moverse con furiosas embestidas, esa noche las puertas de su alma mostraban un glauco sosegado que hizo a Kori arder cuando se fundió con sus orbes color cielo.
Lo besó lento mientras ambos estallaban de placer y acogió en su boca su respiración pausada y extraña, volviendo el aire que respiraba puro fuego.
Sven lo tocó como nunca nadie había hecho, lo tocó con las manos llenas de lujuria, pero sobretodo lo tocó con alma llena de amor.
No pudo evitarlo cuando todo acabó y sus cuerpos bañados en sudor se recostaron uno al lado del otro en la cama deshecha, no pudo evitar llorar de aquella forma tan rota.
- No... Kori, no... ¿Que pasa? ¿Te he hecho daño? ¡Te dije que me avisaras si yo t- Fue callado cuando el chico lo miró a los ojos y negó con la cabeza.
Sus manos entorno al rostro bonito del chico perdieron fuerza por el golpe de aquel azul tan fulminante. Tenía el alma partida y solo hacía falta verla hundida en lo profundo de su iris para darse cuenta.
- No es eso...-murmuró pudoroso, tapándose la cara de nuevo, como si sus ojos no hubieran estado siendo sinceros toda la noche- es la primera vez que alguien me trata tan bien... ¿Porque lo has hecho?
- Porque no había motivos para hacer lo contrario y porque lejos de lo bello que eres, se que eres bueno- dijo con una risa torcida, casi dolorosa.
- ¿Y cómo lo sabes?- preguntó Kori incorporándose un poco hasta quedar respaldado en el cabecero de roble.
- ¿Como sabes tu que debes comer?- enarcó una ceja, esa pregunta desentonaba completamente pero se preguntaba a dónde quería llegar.
- Porque tengo hambre.
- Porque sientes que tienes hambre. Algo así sucede contigo, es una sensación extraña que brota cuando te miro a los ojos pero creeme, he visto ojos de hombres dados a malos negocios, he visto la mirada del diablo, y la tuya es tan bondadosa. ¿Sabes porqué? En los ojos de quien es malvado solo puedes ver el color, es como una capa infranqueable que produce terror, porque tienen mucha podredumbre en sus almas que esconder, pero sin embargo tus ojos están desnudos y son sinceros. Puedo ver que estás asustado, dolido y cómodo a la vez. No tienes la mirada de alguien malvado.
- Gente ha muerto por mi culpa.- susurró el pequeño cerrando los puños a los lados de su cuerpo y miró a los ojos cetrinos de Sven.
Verdes como hojas y como tales actuaban. Tapaban algo, porque Sven sí tenía las manos manchadas de sangre y cosas que ocultar, pero sin embargo eran ligeras y con una leve brisa de confianza se apartaban y dejaban ver misericordia y ternura.
No había nacido malo, lo era forzosamente.
- Cuéntame eso. Ninguna muerte tendría que pesar sobre alguien como tu.
- Me atormenta cada día de mi vida. Mi madre murió por una neumonía, no tenía dinero y me pagó solo a mi el tratamiento porque yo estaba enfermo. Ella lo tenía todo pero su novio la dejó cuando supo del embarazo y su madre la echó de casa.
Estudió y trabajó para ser un buen ejemplo para mi y mantenerme pero... pero aunque ella lo dio todo por mi no pude hacer nada y... y dio también su vida.
¿Cuando había comenzado a llorar? No lo sabía pero poco importó cuando Sven alargó su mano y con leves caricias comenzó a secar sus lágrimas pasando los dedos por las mejillas como mantos de consuelo.
- Ella no murió por tu culpa, ella prefirió dejarte esta vida a ti y si hizo eso es porque mereces la pena. Ella eligió así por algo, no es tu culpa, es tu suerte, tu regalo, aprovéchalo.- poco a poco se acercó a sus labios y dulce como la miel lo besó.
Era tierno y comparados con Einzel, sus ósculos no eran culposos ni dejaban en sus labios un ardor hiriente, solo anhelo, como una parte que clama por reunirse con su todo.
- No puedo, no puedo Sven yo... no merezco que un hombre bueno como tu me consuele. La gente muere por mi, soy la peor escoria qu-
- Si la gente muere por ti es porque eres valioso, deja de decir tonterías.- aseveró con un tono más airado que el anterior, pero aunque sonaba severo y dictaminaba sus palabras de forma ronca, sus manos seguían surcando sus curvas con una ternura infinita.
- Pero es que eres tan bueno...- tan bueno como el cielo cuando él pertenecía al averno. Deshubicado, Kori se sentía entre sábanas que debía sentirse privilegiado de tocar.
Su corazón daba tumbos embriagado por el perfume de la perfección, pero su cabeza era templada y enunciaba la verdad: Kori merecía un destino rastrero y oscuro, no las manos de Dios adorando su cuerpo en una muy dulce blasfemia.
- No soy bueno, he matado a gente Kori.
- ¿Como? Eres como un Dios, como...-como lo opuesto a su naturaleza destructiva y derrotista, como una luz que no merecía que alumbrara su camino.
Basura, Kori solo era los restos de buenas vidas terminadas pesando sobre una conciencia endeble y sin embargo la sonrisa de Sven parecía omnipresente: Estaba frente a sus ojos, en sus pupilas y en su pecho causándole una pulsión de deseo.
- Un Dios dices... Soy el hijo de un mafioso y llevo aprendiendo la labor desde que aprendía a caminar. Odio la violencia y la corrupción, pensaba retirarme cuando mi padre muriera pero me dejó tantas deudas con tantos monstruos que debo seguir el negocio hasta saldarlas. Cuando haga justicia y sea libre de compromisos dejaré esto y llevaré una buena vida, lo prometo. Hasta entonces, soy el diablo.
Sonrió exhausto y una carcajada deleitosa y sardónica llenó la estancia. Rebotó en las paredes como minutos atrás lo hacían los gemidos en una polifónica melodía de sensualidad.
- Mereces tener ya una buena vida...
- Y tu una mejor, pero el mundo es cruel.- Kori asintió y se dejó abrazar por aquellos brazos grandes, musculosos y amenazantes en los que se sentía seguro y donde se olvidaba de la existencia del mundo. Era como si aquel abrazo pudiera ser atemporal y arrancarlo de su existencia miserable para darle un destino mejor.
- Aunque a veces uno tiene suerte- sonrió Kori, con dos pequeños hoyuelos con sus mejillas rubicundas y los ojos brillantes.- Hoy he tenido suerte de que fueras mi cliente.
- No ha sido así exactamente. No pensaba buscar un amante esta noche, pero te vi al pasar y estabas tan vulnerable que sentía la necesidad de traerte aquí y protegerte, cosita pequeña. No tenía intención de intimar al principio, pero eres tan bello... Me has llevado al cielo...
susurró en su oído tiernamente antes de morderlo haciendo que un escalofrío chisporroteara por todas sus venas. Un beso en la mejilla y esos grandes abrazos achuchándolo. Era el paraíso y no lo merecía.
No lo merecía ni por una noche.
- Quizás, Kori, pueda compensar eso llevándote conmigo cuando tenga una buena vida.
Su cuerpo se tensó de inmediato y en un impulso irracional se zafó del abrazo. Temblando y con los huesos congelados habló.
- Eso solo arruinaría tu vida. M-Me tengo que ir, lo siento...
- He dicho algo que... Quizás me he precipitado, no quería que te sintieras incómodo...
Kori no respondió, no podía, su voz saldría quebrada y en mil sollozos lastimeros porque ¡Demonios! se había sentido con esas palabras mil veces más querido que nunca en su vida mataría por marcharse lejos de todo junto a ese hombre caballeroso y lleno de mucho que dar, pero ¿En que había estado pensando?
Él no pertenecía ahí, sino a las calles frías que lo azotaban por las noches con zozobra e incertidumbre. Impiedad y dolor era lo que merecía por su pecado y por mucho que sus deseos lo arañaron por dentro suplicándole volver a los brazos de su salvador, no lo haría.
Sven era un tipo magnífico, no quería joderle con su existencia como lo hacía con todos a su alrededor.
Se visitó a prisa y cuando abrió la puerta una voz a sus espaldas le hizo llorar en silencio.
- ¿Kori, volveremos a vernos?
- Ojalá...- el portazo atronador derrumbó sus palabras bajitas y llorosas y Kori jamás supo si el otro había llegado a escucharlo.
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