- Jay.
- Que no- respondió el nombrado caminando por su despacho de un lado a otro con papeles en la mano en la ahora difícil tarea de ordenar los informes entregados la última semana.
- Jaaaaaay…- Leo rodó los ojos e hizo un tierno puchero.
- Que no- repitió con voz pesada, alargando las letras.
- Pero Jay…
- ¡He dicho que no!- Gritó haciendo un movimiento brusco por el cual se arrugaron los papeles que tenía en la mano.
Sopló cansado y los sostuvo cuidadosamente tratando de revertir el daño.
- Leo, llevas una hora aquí ¿Cómo puedes ser tan pesado?- murmuró con voz cansado y sosteniéndose el puente de la nariz.
- Es un don natural, como un superpoder.- alardeó el chico sentándose en la mesa de su jefe con altanería.
Se puso cómoda ganándose una mirada recriminadora por parte de Jay.
- Quiero que te vayas - farfulló el otro.
- Y yo que me dejes quitarle las cadenas a Ludolf- al oír cómo el muchacho nombraba al vampiro de nuevo sus ojos rodaron solos con desespero.
- No pienso hacer eso, es arriesgado liberar al vampiro.
- Ludolf. Se llama Ludolf. Y no es peligroso. Sé que eres de mollera dura y que aún no aceptas la idea de colaborar con él en igualdad de condiciones, pero este es un primer paso. Si le quitas las cadenas no podrá huir, las paredes están forradas de acónito, eso le repelerá de la puerta y no podrá escapar.
- Me da igual. Sé que no pasaría nada si se quedara ahí encerrado. Sé muy bien el efecto de las paredes de acónito en él, pero el motivo por el que esta encadenado no es para que no escape, es para que no te haga daño cuando entres ¿Que crees que pasará cuando le liberes? Te comerá con patatas.
- ¿Entonces mi sangre sería como el Ketchup?
- ¡No bromees!- gritó el otro furioso por la poca seriedad de Leo, quien levantó las manos en señal de inocencia.
- Mira, no tienes que preocuparte por mi. Ya lo has dicho tu, ni sin cadenas podrá escapar, así que si se las quitas no pasará nada. Él no me hará daño- afirmó dejando ahora su lado caricaturesco y sarcástico.
Sus ojos relucían ahora como gotas de miel colmadas de dulce convicción.
- ¿Y de donde sacas esas seguridad de que no te atacará?
Había dejado ya sus papeles de lado, metidos en un cajón provisional de la mesa, y se había puesto erguido delante de Leo. Con los brazos cruzados.
- Él me lo ha dicho.
De repente Jay estalló en carcajadas nerviosas y se llevó una mano al estómago para apaciguar el dolor que surgía por tan violenta risa.
Leo le miró frunciendo el ceño, él hablaba en serio.
- ¡Él te lo ha dicho!- repitió con sarcasmo, fingiendo un tono de alabanza divina- ¿Y tu eres tan estúpido que te lo has creído?
- Me lo ha demostrado- respondió apretando los puños y la mandíbula.
Los dientes apretados hacían su boca doler y sentirse entumecida pero eso era mejor que gritar las barbaridades que pensaba contra Jay.
- ¿A sí? ¿Como?- más que interés su tono denotaba burla y la sonrisa boba de su cara lo acababa de confirmar. Estaba claro que a partir de ese punto ya no se iba a tomar la conversación en serio.
- Yo le… madre mía la bronca que me vas a echar- masculló entre diente-... yo le aflojé las cadenas porque me daba lástima y él…- en ese momento la expresión de Jay cambió por completo hasta convertirse en una más dura que el cemento. Tomó una bocanada de aire para hablar pero respiró profundamente decidiendo no interrumpir- él pudo haberme matado porque me despisté, pero no lo hizo. Además me ha dejado acercarme a él y tocar sus colmillos. Ni siquiera intentó morderme, ni un amago hizo.
- Solo lo está haciendo para ganarse tu confianza. No pienso dejar que le sueltes.- sentenció girándose para tomar de nuevo las hojas que había dejado minutos atrás, como si diera por terminada la conversación.
- Entonces se las quitaré sin tu permiso.
La mirada que Jay le asestó fue suficiente para alertar al chico de que su intervención lejos de convencer a Jay le había enfadado.
- Ni se te ocurra.
- Ya se me ha ocurrido. Por eso lo he dicho.
- ¡Agh!- gritó el otro con fastidio, sabiendo que cuando Leo se encabezonaba con algo era imposible cambiarle de bando- Terco como un burro…- murmuró- ¿Sabes que? Hazlo, haz lo que quieras. Pero después asume las consecuencias. No creo que tengas el valor suficiente como para desencadenar a un vampiro estando encerrado con él.- Se sentó de nuevo en su amplia silla, ahora más tranquilo.
Estaba convencido de que Leo no era estúpido y aunque fuera valiente no era temerario.
Contento como un cachorro corriendo por el prado, Leo se dispuso a salir de la habitación dando saltos, pero la voz de Jay le detuvo.
- Y toma esto, descerebrado- rebuscó en un cajón y después le lanzó un pequeño objeto que atrapó al vuelo.
- ¡Gracias!- chilló feliz marchándose.
Un collar de acónito. No serviría de nada para un vampiro dispuesto totalmente a matarle, pero repelería a Ludolf si en algún momento dudaba de la importancia de su vida. Aunque si seriamente quería beberse su sangre eso no le salvaría, aunque quizás le diera unos segundos de ventaja.
No podía negar que estaba muerto de los nervios, ese día había visitado al vampiro con anterioridad dos veces y aunque ambos habían estado tan irónicos y socarrones como siempre, con las ya típicas amenazas de muerte de uno y los sonrojos del otro, algo había hecho que el ambiente estuviera cargado. Una carga implícita en cada gesto y mirada, algo no consumado que estaba esperando en alguna esquina para saltarles encima a ambos y hacerles reaccionar. Se lo habían pasado bien ambos pero tenían la sensación de que, en medio de una conversación, habían congelado el tiempo para conseguir tiempo extra antes de seguir con un incómodo y peligroso tema pendiente que era excitante y peligroso.
Leo habría podido ir a desencadenar al vampiro en el mismo instante en que Jay le dio el permiso, pero aún así tardó cuatro horas antes de hacerle la última visita del día al vampiro. Quería esperar a que sus manos dejaran de temblar y sus piernas cesaran de sentirse debiluchas y como de gelatina. También quería eliminar el tiritar de todo su cuerpo entero, el castañeo de sus dientes, el tartamudeo constante que se adhería a todas y cada una de sus palabras y el color que había tomado su piel, haciéndole más rojo que una caja de tomates frescos.
No podía disminuir sus nervios y cada vez se sentía más inseguro así que decidió darse una larga ducha de agua caliente y quedarse mucho rato arropado por el agua y la espuma en la bañera. Parecía que la alta temperatura le había ayudado a relajarse y aunque interiormente era un manojo de nervios ahora su cuerpo parecía el de un ser humano en vez de el de un robot traqueteante y estropeado.
Puso sales de baño con olor a lavanda en el agua y dejó que ese olor le hiciera sentirse más seguro y acogido. También se lavó el pelo con jabón de leche y avellanas. Aunque no sabía, o no quería admitir que lo sabía, el porque, quería oler bien y parecer impoluto e inmaculado a los ojos del vampiro. Sentía que debía imitar la perfección inherente del vampiro para asemejarse un poco más a él y que se sintiera así más próximo a su persona.
Quería agradarle.
Después de secarse tardó diez minutos en escoger la ropa interior que se pondría. No era como si Leo esperara que Ludolf le saltase encima y le arrancara los pantalones, ni mucho menor, pero el pobre imaginaba la fatídica situación de que estos se rompieran enganchándose en cualquier lugar y dejándolo expuesto y en evidencia. Y puestos a hacer el ridículo, Leo quería hacerlo lo menos posible.
Pensó en algo que quiso borrar de su mente de inmediato. El vampiro atacándolo con voracidad y él, aterrado, intentando huir pero tropezando con sus propios pies, cayendo con tan mala suerte que sus pantalones resbalaban y el vampiro le perdonaba la vida gracias al ataque de risa que sufría al ver su ropa interior de flores fucsia.
Fucsia, sus mejillas parecían querer lucir ese color porque lo intentaron con gratos resultados.
Al final se decantó por unos boxers apretados color blanco. Eran típicos, sencillos y nada especial, pero eran nuevos y lucían bonitos. Además aunque le diera vergüenza admitirlo se ceñían perfectamente a sus nalgas, dejando ver lo redondas que eran y lo apretables que se presentaban ante cualquiera que tuviera el deleite de contemplarlo en paños menores.
Después de probarse cientos de conjuntos y desecharlos todos optó por ponerse unos pantalones blancos largos que le iban ciertamente apretados pero le hacían sentir más seguros que un chándal holgado que en cualquier momento se le podría caer, y una camiseta negra con el cuello y los puños de las mangas blancos.
Era algo sencillo pero con sus converse negras se veía bien y le encantaba vestir de blanco y negro, le daba la sensación de que pertenecía a una nostálgica foto antigua y le parecía curioso.
Finalmente se puso el colgante que Jay le había dado, tomó una bocanada de aire y avanzó hasta donde debía encontrar a Ludolf.
El colgante era bonito, a Leo le gustaba. Era simple pero las cosas más básica a veces parecían sorprendentes ante unos ojos ingenuos y novicios. Una cuerda de cuero fina con un tarrito atado en el centro. El botecito era de cristal y muy muy pequeño, cerrado con un trozo minúsculo de corcho pegado con un fuerte adhesivo transparente. Dentro contenía una pequeña cantidad de acónito, pero era suficiente.
Estaba tan lleno de angustia y anticipación que casi llamó a la puerta antes de entrar y se sintió irremediablemente tonto por ello.
- L-Ludolf…-murmuró él con las manos frías y la lengua pastosa y hablando a trompicones.
Se mordió el labio y tragó saliva. Tenía la boca seca y aunque su piel ardía como el infierno, sobretodo la sonrosada de sus mejillas, era recorrida por mil y un escalofríos, como descargas de hielo que lo hacían tiritar de nervios.
- Yo, eh… bueno, ve-vengo a-ah… ejem, esto...
- ¿Uhmm? ¿Qué te pasa?- Enarcó una ceja y dejó que se esbozara una sombra de sonrisa en su rostro.
Podía oler el miedo del otro y aunque no conocía su motivo estaba seguro que tenía que ver con él. Era delicioso.
- Es-es que voy a hacer una cosa y…
- ¿Me vas a dar tu sangre?- cuestionó divertido. Leo saltó asustado como un pequeño gatito y se sintió indefenso e impresionable.
- Ni en tus mejores sueños- masculló mirando a una esquina de la habitación.
Si evitaba el contacto visual le sería más fácil hablar. Las dos perlas bañadas en sangre clavadas en él siempre le hacían sudar de nervios con su expectante fulgor que parecía exigirle algo que desconocía.
- Entonces ¿A qué tanta vergüenza?- audaces, sus palabras apuntaron a los enrojecidos pómulos del menor, como pequeñas manzanas inocentes pero pecaminosas en manos equivocadas- ¿Me la vas a chupar acaso?- se mofó.
- Ya te gustaría.- se cruzó de brazos ofendido por la vulgaridad ajena.
- Apuesto a que a ti también, mocoso de mierda- achicó los ojos analizándolo con detenimiento y, tal y como espero, el pequeño se alteró sin responder en un largo rato.
- ¿Qué es lo que ibas a hacer? Dilo, no tengo todo el tiempo del mundo. Bueno, sí lo tengo, pero no paciencia.
- Bueno a ver… Hoy he hablado con Jay y hemos llegado a un acuerdo- comenzó a explicar la situación desde el principio para poder ganar algo más de tiempo antes de darle la noticia y para poder serenarse para entonces- Como las paredes de aquí son de acónito y no puedes escapar por eso, siempre y cuando yo lleve puesto un collar de acónito que me proteja de ti un poco, tengo permiso pa-para… Ya sabes, qui….tarte las c-cadenas.
Leo dejó de respirar unos segundos esperando la respuesta de Ludolf con ansias. Su cuerpo era de gelatina y a medida que sentía el calor subir por su carne pensó que se desharía como un cubito de hielo a sol o que con solo dar un paso se desarmaría en mil piezas.
- ¿Lo...Lo dices en serio?- Leo meneó la cabeza asintiendo y en el incrédulo rostro de Ludolf se cambiaron los ojos abiertos bien grande por una sonrisa triunfal- ¿A qué esperas entonces?
- Me tienes que prometer que no me harás daño.
- No pienso prometerte nada. Si confías en que no lo haré no necesitas que yo te lo diga- Leo tragó grueso y pensó que tenía razón.
Su confianza en la bondad de Ludolf no debería verse afectada por nada externo a él y su criterio. Aún así un poco de apoyo en esa situación no le habría venido mal.
Se vio a si mismo como un conejito pequeño, de esos que arrastran las orejas por el suelo con torpeza y que parecen bebés tengan la edad que tengan, y mientras se acercaba Ludolf lo vio como un lobo voraz de pelaje negro y puntiagudo.
Se acercó a paso lento hurgando en su bolsillo en busca de la llave que se había asegurado de coger y, como era obvio, ahí estaba, aunque algo en la sensación de frialdad metálica de la llave contra su mano le hizo sentir amenazado.
La sonrisa de Ludolf se ensanchaba cada vez más a medida que el pequeño acortaba distancias con él y cuando lo tuvo justo delante tiró de las cadenas hasta que dieron el máximo de si para poder estar lo más próximo a él que pudiera.
- Mmmm… Que bien hueles…- murmuró lento y deleitoso, moviendo sin prisas esa lengua suya de serpiente que podía articularse para dejar a cualquiera a su merced. Un escalofrío le recorrió y sus manos temblaron tanto que la llave estuvo a punto de caer al suelo.- Oh ¿Estás asustadito?- rió con sorna, acariciando el cuello y hombros del menor con su fino cabello que le hizo cosquillas.
Alzó el brazo y tomó la muñeca de Ludolf que tenía el grillete con la cerradura.
Introdujo la llave dentro vacilando un poco antes de hacerlo y cuando por fin lo consiguió se demoró unos segundos en girar la llave.
Cuando lo hizo la sacó rápidamente y el mecanismo se accionó con soltura. En cuestión de segundos los grilletes se abrieron al unísono dejando a Ludolf libre.
- Oh, sí…- ronroneó Ludolf movimiento sus muñecas y tobillos circularmente para deleitarse con la sensación de ligereza que ahora le había quedado.
El entumecimiento había desaparecido instantáneamente y al tener al alterado Leo delante suyo sus sentido se agudizaron.
El rojo de su iris se tornó más pequeño y la pupila se dilató notablemente dándole una terrorífico efecto de profundidad a su mirada. Sus ojos parecían heridas de bala, rojos por fuera y negros y hondos por dentro.
Sonrió, pálidos labios desvelando unos colmillos macabramente largos.
Sintió ganas de gemir de placer cuando Leo comenzó a temblar como una hoja pequeña en el ojo de un huracán.
El silencio tornó todo incómodo para Leo y gozoso para Ludolf, que se lamió los labios abrillantándolos y consiguiendo que Leo ensanchara el cuello de su camisa con dos dedos, en busca de algo de frío porque comenzaba a acalorarse.
Dio un paso al frente y el humano retrocedió en consecuencia.
- ¿Y todo ese miedo, mocoso?- preguntó con una voz gruesa, la más grave y ronca que pudo hacer, considerando que su voz ya poseía esos atributos de por si.
- So-solo estoy nervioso, ya te lo he dicho antes… C-Creo que debería irme…- abrumado se atrevió a voltearse.
Con audacia el vampiro tomó su muñeca impidiéndole la huída y su corazón pareció pararse unos segundos.
- Ah, no. Tu no vas a ninguna parte.- murmuró tirando un poco de él hasta que consiguió voltearlo de nuevo. No quiso usar mucha fuerza, su intención no era herir a su pequeño mocoso, pero él era tan fuerte y Leo tan débil que estuvo cerca de tirarlo al suelo.
A Leo le pareció un movimiento agresivo y comenzó a asustarse de veras.
- ¿Pu-puedes soltarme, por favor? Va, no hagas bromas, si me da un paro cardíaco te arrepentirás- sonrió intentando no parecer aterrado pero Ludolf solo se rió de él por el temblor en su voz y le pareció adorable.
- No voy a soltarte. Hay algo que hace mucho tiempo que quiero hacer y no te voy a dejar ir hasta que esté saciado ¿Entiendes?- Ahora sí, dio un brusco tirón de él y consiguió acercarlo hasta que su aniñada carita chocó contra su pecho y ambos cuerpos quedaron unidos.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Leo, pero sin embargo Ludolf se sintió cálido y acogido.
Rodeo su débil cuerpo con uno solo de sus brazos, pasándolo gentilmente por su cintura pero presionando lo suficiente para advertirle al menor de su autoridad.
- Sabes que confío en ti…-musitó Leo sintiéndose de papel- Por favor, por favor- suplicó, deseando no haber sido tan ingenuo y estúpido como todos insinuaban.- por favor, tu sabes que...
- Shh…- Lo calló Ludolf poniendo uno de sus largos y fríos dedos sobre los labios del menor y sonriendo con burla.
Deslizó el dedo por su mejilla y llegó al cuello, dejando que la uña larga de este rozara con su piel como una caricia de la muerte y después, con el filo de su dedo, rompió la débil cuerdecilla. El collar roto cayó al suelo.
Leo se sintió tan indefenso.
Lo observó con hambre y en su cabeza la idea de devorarlo hasta los huesos lo torturaba a cada segundo, pero Ludolf tenía las ideas claras. Pasó su mano por el cuello del menor sintiendo el palpitar delicioso sobre su piel e imaginando durante unos segundos que era el suyo.
Tomó a Leo del mentón y le obligó a mirarlo fijamente. Ojos de roble anegados en lágrimas, tan brillantes y grandes. Parecía una pequeña ardillita en sus grandes manos y no podía sentir más ternura por aquella criatura menuda a su merced.
- Va, he dicho que hay algo que te quiero hacer ¿No vas intentar adivinar qué es?
- Si vas matarte ¿Puedes ha-hacerlo sin burlas? Al menos quiero una muerte digna, y ni se te ocurra aparecer en mi funeral…
- ¿Matarte?¿Eso eso lo que crees que voy a hacer?
- No te veo con ganas de jugar al parchís precisamente. He-he sido un tonto por confiar en ti, supongo…- Apenado, intentó bajar el rostro, pero el agarre de su barbilla lo obligó a seguir enfocado en su ex prisionero- A-Al menos que sea rápido.
Cerrando los ojos alzó su mano para retirar parte su camisa de su cuello, mostrándoselo al vampiro.
- Muy tentador. Muy, muy tentador, de veras- admitió lamiéndose los labios y recreándose en el miedo de su pobre presa- Pero no. No te voy a matar. Ni siquiera te morderé.- Leo lo miró con sorpresa y sintió un vuelco en su corazón.
- ¿Qué?- preguntó atónito.
- ¿Algún problema? Ni que estuvieras decepcionado- se burló el otro- Si insistes supongo que puedo comerte…
- No gracias, por primera vez en mi vida no voy a insistir en algo- comentó rodando los ojos- ¿Entonces qué querías hac
Se vio interrumpido cuando Ludolf se agachó rápidamente dando una probada a los labios del menor.
Los recorrió rápido y preciso con su lengua, que era larga y fría. La sensación de algo carnoso y húmedo moviéndose sobre sus belfos era nueva y se sobresaltó por ello, pero Ludolf lo tenía bien agarrado y estaba claro que no iría a ninguna parte hasta que, como el vampiro ya había dicho con anterioridad, se hubiera saciado.
Más gentilmente tomó a Leo de las caderas y posó sus labios sobre los del menor, que aunque eran carnosos y tiernos como una dulce esponja, le parecieron pequeños y adorables. Tan perfectos para ser devorado por su boca de depredador que parecían haber sido creados para encajar con sus besos.
Comenzó a mover sus labios sobre los del menor en movimientos lentos y deliciosos, era delicado en ese primer beso porque después de las primeras respuestas del menor puedo apreciar la torpeza de un primerizo.
Pronto los besos se volvieron más voraces y demandantes, abría más la boca y tomaba la del menor con facilidad, moldeando el rito del ósculo a su antojo. El sonido puntual y chicloso de sus bocas uniéndose y separándose le resultó encantador al vampiro y poco a poco fue apretando más al chico en sus manos.
Sus besos necesitaban más depravación y lujuria, aunque Leo parecía disfrutar de un contacto tan frustrado y superficial que a Ludolf le dejaba con las ganas.
Aliento de menta y besos de miel. Era tan perfecto e inocente en esos momentos.
Ludolf desenfundó sus armas filosas y mordió con cuidado el labio inferior del menor, atrapandolo y tirando de él como si quisiera atraer a ese pequeño aún más cerca.
Pronto, entre beso y beso, una lamida lujuriosa de Ludolf acarició el labio del menor de forma agradable y pausada pidiéndole permiso para entrar en su pequeña boca, pero el pobre no comprendió lo que sucedía hasta que, tomando aire para respirar, Ludolf adentró su lengua en la boca del otro.
La sensación era perfecta, se sentía tan dueño del otro que tomó la libertad de lamer cada parte de su boca y recorrerla con indiscriminadas lamidas hasta que la lengua del menor entró en acción acariciando tímidamente la suya como queriendo no quedarse atrás cuando realmente estaba a mil años luz.
Leo gimoteó en la boca del otro sintiéndose sumamente avergonzado por esa reacción, pero Ludolf la había causado profundizando el beso y aumentado su intromisión.
Cálido y nuevo. Todo era extraño y Leo se sentía tan bien y tan preocupado por hacer sentir de la misma forma al vampiro que casi se olvidó de tomar una bocanada de aire cuando Ludolf se despegó de él poniéndole fin al beso.
- No está mal- comentó el vampiro risueño mientras acariciaba una mejilla a Leo- Nada mal para tratarse de un mocoso vírgen como tu.
- A lo mejor soy más puta que una perra en celo y me he tirado a todo el barrio ¿Porque me llamas vírgen?- preguntó el otro intentando no reír por la ridiculez de su propia afirmación.
- Movías la boca como un pececito al principio, no creo que alguien tan torpe no sea vírgen. Además, ese habrá sido tu primer beso, no?
- Una vez un perro me lamió en la boca, así que eres el segundo beso. Superado por un chucho ¿Como te sientes?- alzó una ceja cruzándose de brazos.
La sensación en su boca aún seguía ahí y el ligero hormigueo le hacía sentirse extraño y excitado.
- ¿Como te sientes tu sabiendo que ahora mismo te podía devorar, mocoso de mierda?- avanzó un paso y como era de esperar el otro retrocedió frunciendo el ceño con indignación.
- Siempre con eso, el día que me mates no me lo voy a creer ya que siempre lo dices bromeando- soltó leo sonriendo triunfal.
- Pues hace un rato estabas tan asustado qué me has ofrecido tu cuellecito para morderlo.
- ¡Cállate!
Infló sus mofletes enfadado y a Ludolf le pareció demasiado tierno. Solo quería estrujar a ese maldito niño en sus brazos.
Simplemente sonrió y le robó un beso al menor. Fue uno adorable, de los de pico, pero Leo saltó en sus sitio asustado de igual forma.
Después el menor avanzó un paso para robarle un beso al vampiro del mismo modo pero Ludolf sonrió malicioso y lo empujó lejos de él.
- Ah, no. Aquí soy yo quien toma lo que quiere y cuando quiere- el pequeño refunfuño bajo.
- ¡Que te den!
- A ti te voy a dar yo.
- ¡Ay! ¡C-cállate!
Ambos rieron, uno nervioso y el otro conmovido por la inocencia de aquella criaturita frágil y casi recién traída al mundo.
- Oye, no se si eres consciente de que ahora puedo huir. Esa paredes no me van a impedir nada.
- ¿Te irías sin decirme nada para no volver a verme jamás?- preguntó el menor inquisitivo, cierto reproche se hizo presente en su voz.
- ¿Por qué no? Que te haya besado no significa que estemos casados, estúpido. ¿Quien te dice que no eres un uno más para mi?
- Tu.- respondió con seguridad y se cruzó de brazos.
- ¿Yo?- preguntó el otro con los ojos totalmente abiertos y señalandose a si mismo.
- Pues claro, no le hablo a las paredes precisamente. Me dijiste que te importaba y se interpretar las cosas ¿Sabes?
- O a lo mejor solo te haces muchas ilusiones.- Sonrió de nuevo cuando el menor apretó los puños y bajó la mirada.
- ¿Entonces te escaparás?- El vampiro solo sonrió de nuevo, grandes colmillos y mentiras hirientes en ellos.
Leo sintió ganas de llorar pero sabía que no se equivocaba en su juicio sobre Ludolf, su arrogancia solo encubría unos sentimientos demasiado blandos como para que alguien de piedra como él los dijera.
- Quien sabe…- canturreó alegremente.-Sí.
- Prométeme que no te escaparas- su mirada firme y terrosa contra un ardiente y burlesca. Estaba claro que el vampiro jamás se lo tomaría en serio.
- No pienso hacer eso. Te acabo de decir que me escaparé ¿Para que prometer lo contrario?
- Bien, entonces mañana lo comprobaré- sentenció dándose media vuelta.
- ¿Y el beso de despedida?- El otro aún seguía burlándose pero cierto dolor se alojaba en sus palabras.
- Bésame el culo, capullo.
- Encantad- un portazo fue su única respuesta. Y un suspiro su contestación a ella.
- Soy imbécil…- murmuró- me vuelves imbécil, enano- dejó ir mientras se echaba las manos a la cabeza.
¿Porque le costaba tanto admitir lo que sentía por ese chiquillo? Él siempre era burlón y cruel pero esta vez había logrado herir un poco al otro y, aunque no era su intención, sintió que se había comportado como un imbécil más de lo normal.
Leo llegó a su cuarto y chilló con la cara hundida en la almohada hasta que comenzó a tener sueño. Pasó la gran parte de la noche despierto aunque los ojos le pesaran, preguntándose porque si ese vampiro sentía algo hacia él se comportaba de forma tan orgullosa con él y negaba algo tan evidente como que el agua moja o como que él era un chupasangres cabrón.
Era por la madrugada y no quedaba apenas una hora para el amanecer cuando a Leo le pareció escuchar algo detrás suyo.
Pensando que estaba loco lo ignoró, había sonado como el llamado de un monstruo silencioso, un susurro de la noche, un suspiro de la nada. Pero de pronto una mano enorme y helada recubrió su hombre y se dio cuenta de que un peso en la cama hundía el colchón a su lado.
Soltó un alarido de terror inmenso, pero la gran mano le tapó la boca imposibilitándole el clamar por ayuda y cerró los ojos lagrimeantes esperando morir.
- Tonto, soy yo.- La voz de Ludolf ya conocida por Leo le logró calmar al punto de quedarse inmóvil en la cama, respirando profundamente.
- Creo que eso me da más miedo aún- comentó el otro chistoso.
- Con razón, pienso cenarte cuando tenga la oportunidad- amenazó el vampiro mientras mostraba los colmillos.
El otro tembló por instinto y una descarga de terror le recorrió la espina dorsal, pero no vaciló al responder.
- Eso te valía cuando estaba encadenado, ahora ya no es creíble. Sé que no me harás nada.
- Podría hacerte mil atrocidades.- Ludolf, estando sobre él en la cama se sentía tan hambriento y encendido que apenas podía contener los rugidos de instinto voraz entre sus palabras.
- Podrías- repitió el otro en un tono socarrón y el vampiro gruñó con fastidio- ¿Como es que has venido a mi ha-habitacion?- preguntó el menor sintiéndose sofocado y cálido bajo tan gran depredador.
- Ya te dije que me iba a escapar, mocoso estúpido- comentó con cierto rubor en sus pálidas mejillas cuando el chico sonrió con ilusión.
Se había escapado para verle, era algo muy bonito para Leo.
- Esto es peligroso, después… ¿Volverás allí?
El vampiro encendió su mirada y mostró los colmillos con rabia.
- No pienso volver, me quedo contigo. Si les parece mal a los otros que les jodan y… ¿De que te ríes?
- ‘’Me quedo contigo’’, que mono ha sonado aunque lo hayas dicho tu- Se tapó la boca con ambas manos ahogando una risita amable y achicó los ojos con diversión.
- Tranquilo, todo lo que te diga a partir de ahora serán amenazas…- siseó y con los colmillos como dagas dio un muerdo al aire que hizo al menor estremecerse inesperadamente.
- ¿Para que? Nunca las cumples- y enarcó una ceja. Sonrió triunfal.
Se sentía poderoso al hacer enfadar de tal forma a alguien que podía aplastarlo como a una mosca.
Mil infiernos ardiendo dentro de un demonio por las palabras de un niño tonto.
Ludolf suavizó su mirada e, impasible, rodeó el cuello apetecible del menor con su mano. Tan pequeño, sus dedos se tocaban logrando agarrar la totalidad de la carne ajena y se mostraban inmóviles aún las manos que los arañaban en busca de oxígeno y misericordia.
-Podría apretar un poco más y aplastarte como el mísero humano que eres. Sería tan fácil. De hecho, reprimirme para no matarte se me hace más difícil que matarte.
- ¿Y n-no te gus...tan los retos?- suplicó el menor cerrando sus ojos y con la voz entrecortada.
La cabeza le quemaba y sentía las venas prietas bajo las manos de ese demonio palpitar con voluntad como si gozaran de vida propia.
El vampiro aflojó el agarre tras tres segundos de tos de su pequeña presa y besó sus labios con una ternura de la que había carecido su acción anterior.
- ¿Primero me ahogas y luego me besas? Estás loco. Temo por lo que hagas cuando me folles- salió tan natural de su boquita de cereza que cuando quiso darse cuenta ya no podía detener la expansión de las palabras en el aire.
La imagen de sus neuronas suicidándose dentro de su cabeza apareció ante sus ojos como un plano de su cerebro en ese preciso momento.
Se sintió ridículo y su lengua dio un frenazo, quedándose congelada.
- ¿Ahora vas de chico atrevido, de valiente, conmigo?- una carcajada masculina consiguió que aunque se quedase helado, su cuerpo se derritiera por dentro.
Como magma que descendía desde la punta de las orejas al vientre y, lentamente, a la cintura.
Bruscamente el vampiro le tomó de la cintura y, al igual que el corazón de su víctima dio un vuelco, ella también. Lo giró con rapidez en la cama y Leo no comprendió la situación hasta que cuando iba a objetar algo sintió su cara en la almohada, la realidad le abofeteó tan fuerte que ni el cojín paró el golpe.
- Te enseñaré que es el miedo…- Mascó las palabras con orgullo y se relamió.
Tembló, Leo tembló con solo unas palabras, un tono ronco y un gesto dominante.
Pensó en girarse sobre la cama pero dudó de sus posibilidades de retomar la posición inicial: el vampiro estaba sobre él y al tenerlo de espaldas sentía que cualquier movimiento de la bestia sería certero e inesperado.
- Ya s-se lo que es… Me asustas siempre que puedes- recriminó en su sumisa posición, dejando que su pequeño cuerpo fuera aplastado contra el colchón por el del imponente vampiro.
Sentía músculos fríos y definidos apoyándose contra su tersura y delgadez. Era tan grande y le resultaba tan fácil ser sometido a su voluntad. Leo se sintió esclavizado en las manos del otro y se dejó hacer, aún asustado como un pequeño cachorro.
Un suspiro gélido en su nuca, una mano ascendiendo desde su cintura en una leve y significante caricia cargada de electricidad y fuego, y algo en su trasero.
Había cerrado los ojos, como un cordero resignado e incluso había destensado sus músculos pero todo su cuerpo se prendió en preocupación e indignación cuando sintió que la ropa apenas era nada enmedio de esa monstruosa erección que el vampiro se atrevía a presionar contra su culo.
- ¿Que te crees qu- De indignado a suplicante. Giró la cabeza hacia su atacante para encontrarse dos canicas negras y brillantes en aros de fuego líquido.
Una mirada tan cargada y lejana que parecía contener una galaxia de sensaciones dentro. Rápidamente Ludolf lo tomó del pelo como a un chucho y aplastó su cabeza de vuelta en la almohada.
Su cuerpo se apretó contra esa cálida pequeñez bajo él y sopló su pelo para cantarle tenebrosos susurros al oído.
- No ¿Que te crees tu que haces? Retar a un vampiro es peligroso- mordió su lóbulo y dejo su vientre bien trabajado descansar sobre la curva de la espalda de Leo, que parecía perfilada con la armonía y belleza con la que uno acaricia el contorno de un violín.
- ¿Acaso se te olvida que se no ser por mi seguirías encadenado como un chiuaua con la rabia?- preguntó entre quejidos. Su boca luchaba por moverse sobre la almohada de forma que sus palabras fueran flojas pero comprensibles. Y lo fueron, plenamente.
- Mocoso de mierda… Acabaré contigo, te lo juro.- rugió en su oreja y sonrió triunfal cuando sintió un jadeo afeminado.
Causaba tanta agitación en su pequeña presa, en su corazón de colibrí y sus mejillas de cerezas. Olía bien y su calidez lo prendía como una chispa que salta al serrín. Se sentía tan revitalizado, nuevo y renacido.
Como resurgiendo con un millar de colores desde sus negras y apagadas cenizas.
Y todo eso solo por tocar al chiquillo estúpido que le hacía enfadar.
- Pues rapidito, no tengo todo el tiempo del mundo
- ¡No me retes!- levantó la voz ciertamente ajeno a la situación en la que estaba mientras se presionaba contra el pequeño cuerpo y lo hacía temblar al sentir la magnitud de una miserable porción de su poder.
- ¡Shhh! E-estan todos durmiendo ¿Quieres un bozal o que?
- Tu quieres morir ¿Verdad? Cada cosa que dices me da ganas de estrangularte hasta la muerte- el menor soltó una risa que exasperó a Ludolf.
- Eres un guarro, un vampiro engreído, gilipollas, chulo y guarro…
- ¿Qué leches dices, humanucho?- preguntó hastiado de las tonterías de Leo.
Estalló en ahogadas carcajadas cuando comprendió a lo que el sonrojado menor se refería.
Con un movimiento pélvico hizo que la cama crujiera angustiosamente y logró que Leo se tapara la cara sintiéndose sumamente pudoroso al notar el objeto de su vergüenza presionar sobre su trasero.
- Aparta ‘eso’ de ahí- Incómodo se retorció bajo su captor logrando solo sentir como aquella enorme y dura entrepierna se aplastaba deseosa contra sus nalgas, como si pudiera hacer con él todo lo que le placiera.
Y así era, podía. Con ese simple pensamiento un escalofrío azotó el espinazo de Leo y se paralizó.
- ¿Eso? Yo de ti le pondría un nombre, pasarás mucho tiempo con ‘’eso’’
- ¿Porque tu lo digas?
- Porque tu quieres. Y porque yo también. Y a mi nadie me dice que no.
- Yo s- En ese momento Leo se vio obligado a cerrar su enorme e inoportuna bocaza.
No esperaba que el vampiro lo girara bruscamente sobre el lecho de nuevo. Fue rápido, todo pareció girar como en una noria y cuando el aturdimiento dejó su cuerpo como un espectro pasajero pudo comprobar que su vergonzosa situación no había cambiado.
Tumbado sobre las sábanas arrugadas, con el vampiro entre sus piernas, presionando lenta y metódicamente, consiguiendo recrear una embestidas que movían el cuerpo vestido del menor en un vaivén insinuante y vergonzoso.
- ¡Para!- chilló, pero Ludolf lo amordazó con una mano rápida y nada agresiva en el fondo.
Le pareció escuchar pasos en el pasillo, pero lo ignoró: Su imaginación siempre hacía de las suyas y le creaba malas pasadas.
- Shhhh, todo estan durmiendo ¿Recuerdas?- Esa sonrisa vanidosa y socarrona, tan perfecta, apuesta y colmilluda.
Leo se sintió tan furioso por la humillación que estaba pasado que querría borrarle la sonrisa de la cara como si fuera de arena; no sabía bien si quería hacerlo a puñetazos o a besos.
- ¿Que pasa, criajo de mierda? - preguntó retador mientras seguía simulando duras estocadas con su cadera, consiguiendo que el chico bajo él saltara con cada movimiento vigoroso, presa del miedo, la vergüenza y la represión de sus deseos.
Leo luchó por no ponerse duro en esa situación, sabía que Ludolf se mofaría por aquello. Y en esa guerra era él solo contra mil hormonas homicidas que aniquilaron su voluntad en un par de segundos.
- Parece que te gusta, aunque… Que pequeño- La risa de Ludolf rebotó en sus oídos como una molesta pelota que no podía atrapar y acallar y frunció el ceño con ganas de morder la mano que lo silenciaba- Bueno, no me esperaba mucho más de un renacuajo humano como tu.
- Hijo de… agh- la mano del vampiro de nuevo en su boca y su pecho retumbaba con mil sentimientos.
Quería decirle que no era un criajo inexperto al que pudiera avergonzar así como así. Bueno, si que lo era ¡Pero el vampiro no tenía porque saberlo!
Ludolf deslizó la mano fuera de la boca del menor dejando que sus dedos se detuvieran como mariposas curiosas sobre sus labios.
Los contorneó sintiendo un temblor divino y adorable, pegajosos en su cierta medida, como si de néctar se tratase, vírgenes, castos, puros como algo sagrado, tan limpio e inocente que las manos pecadoras se abstiene de tocar para no ensuciarlo con la negrura de la corrupción.
Un latigazo fustigó su corazón y la tristeza irrumpió en él, quiso llorar cuando con un beso corto saboreó la dulzura de su boca, tan implícita en ese pequeño ser de luz y amor.
Se sentía tan miserable, como quien atrapa un pajarillo silvestre y por no dejar de ver sus colores lo encierra en casa y su canto triste y melancólico le hace doler el corazón.
Tan bello e inocente, tan puro y desprovisto de toda maldad, inocente de cualquier crimen, libre de todo pecado. Leo era su más compleja antítesis, su alter ego incorruptible, su veneno y antídoto. Era el anhelo de todo lo que dejó atrás, pureza y vida, creación, sin un ápice destructivo en su ser.
Y él, sin embargo, era la bestia para esa hermosa bella. La perdición de su ser. Con cada caricia temía que sus mano cortaran las alas de su ángel; con cada beso, que sus colmillos mancharan su santidad; con cada declaración de amor, que su alma se mezclara con la suya y su negrura la absorbiera como un pozo sin fondo.
- Tierra llamando a vampiro gruñón ¿Estás ahí?- Ludolf sacudió la cabeza y afirmó tenuemente, sus pensamientos le habían raptado unos minutos al parecer- Te habías quedado ausente, me caías mejor de ese modo.
Y aunque bromeara Ludolf le ignoró.
- Sabes que es cierto ¿Verdad?
- ¿El que?
- Que soy un monstruo. Y tu un humano. Mi naturaleza es hacerte daño.- Ojos rojos y tristones, como los de un enorme dragón desolado.
- Ya estamos con eso…- puso los ojos en blanco antes de suspirar y proseguir con aburrimiento.- Si fueras un monstruo me habría comido ya o me habrías hecho algo malo.
- Lo haré, soy… soy pura corrupción. Y tu eres tan puro. No soy bueno, creeme, te corromperé.
- ¿Eso es una alusión a… ¿Cómo decirlo finamente? …¿... a que me quieres meter la polla?- Ludolf se atragantó con la idea del menor y con la soltura con la que hablaba y rió unos segundos.
Parecía tan confiado. Deseó merecerse realmente esa confianza, pero un monstruo jamás es de fiar y él sabía que de una forma u otra, siempre en contra de su voluntad, jamás le traería nada bueno a ese niño.
- No es solo eso… Es… es que soy un monstruo. Solo te traeré dolor y desgracias, además… soy como un lobo solitario. Yo no necesito a nadie.
- Si no necesitaras a nadie habías huido en vez de venir a verme esta noche. Jaque mate.- Le sacó la lengua al vampiro y se enorgulleció de, con ese acto, haberle obligado a morderse el labio.
- Ahora mismo te rajaría el puto cuello, niñato- furioso golpeó la almohada cerca de la cabeza del menor pero ni aun así logro espantarlo o borrar la mueca compasiva de su faz- Te mataré, lo juro, te dejaré seco…
- ¿Algo más de agresividad verbal? Se que eres bueno en el fondo. Y si tu dices que eres tan malo y me harás daño pues… Lo asumo. Me gusta estar cerca tuyo y a ti te gusta también ¿Dónde esta el problema?
- Quizás ya me he cansado de ti, no quiero perder más mi tiempo con un humano.
- No engañas a nadie- sonrió con ternura, esa tierna sonrisa que tanto temía romper Ludolf se le clavó en el corazón como las espinas de la rosa más bella del mundo.
Y si así era jamás retiraría las púas de ese rosal del su alma, sangraría eternamente con tal de llevar al menor su recuerdo siempre consigo.
- A ti te llevo engañando todo este tiempo. Te he usado y he venido a cumplir mis promesas antes de marcharme ¿Sabes a cuales me refiero?
- ¿A las de matarme?- Asintió lentamente y la luna creó un reflejo plateado en sus ojos rojos y negros, como un destello de una bala fugaz.
Sabía que mentía, deseaba saber que era mentira, que Ludolf jamás le haría daño.
- Voy a matarte, Leo- afirmó fríamente Ludolf. Tan sereno y convencido.
Leo supo que esa calma se debía seguramente a que él ya había matado con anterioridad a miles y cientos de víctimas y eso le hizo sentirse desolado, pero no asustado.
Sentía pena por ese huracán de sentimientos con forma de hombre que arrasaba todo a su alrededor para destruir el dolor pero que a su vez perdía miles de oportunidades de ser feliz.
Ludolf tomó con rudeza el pelo del menor y le ladeó la cabeza con tanta fuerza que le hizo daño el cuello y el menor se lo hizo saber con quejidito angustioso seguido de un inútil forcejeo instintivo por escapar.
Sus colmillos rozaron la piel, fríos, y Leo estaba inmóvil hasta que sintió la calidez deslizarse como lluvia sobre su piel y alzó una mano para acariciar la cabeza de su culpable guardián.
No haría ningún comentario sobre lo que le estaba sucediendo, la primera vez que lo vio llorar ya comprobó que no le gustaba que se lo mencionaran.
-Bromeaba pero... tengo miedo a matarte...
Apretó la cara contra el tierno cuello de su humano e inhaló profundo para calmarse con su olor.
La puerta se abrió con un chillido de advertencia que llegó de forma tardía a sus oídos.
- Leo he pensado y… ¡Leo!- Jay chilló en tono agudo y alarmante, corrió hacia su pequeño empleado con tanta velocidad que la pareja no pudo reaccionar y desenfundó el arma.- ¡No le toques maldito hijo de satanás!
- No Jay espera puedo expli-
Ludolf se había erguido entre ambos humanos para asegurarse de que el arma jamás apuntaria a su chico, pero desafortunadamente el dedo de Jay fue más rápido sobre el gatillo que la sensatez con la que Leo le hablaba.
Fulminante, un tiro en el pecho, casi a quemarropa.
Ludolf se derrumbó en el suelo con un estruendo ensordecedor.
- ¡JAY! ¡NO, NO, NO! ¿QUÉ HAS HECHO?
- ¿Q-que? ¡Él te estaba atacando! ese maldito cabronazo iba a…
- ¡Por Dios cierra la puta boca y llama a enfermería! Solo estabamos hablando, no iba a hacer daño ¡No lo sabes todo, grandísimo capullo!
Ludolf se levantó bruscamente y sintió un mareo extraño en él, que atribuyó a la reciente herida y a la falta de sangre. Todo estaba blanco a su alrededor y olía a alcohol y a limpieza, a productos clínicos esterilizados y desinfectantes. Si el olor no hubiera sido tan mareante y fuerte le habría reconfortado.
Estaba en una camilla y rodeado de material clínico, su pecho estaba en perfecto estado y su lado una gasa ensangrentada era el nuevo lugar donde se aposentaba la bala que Jay había disparado.
Al incorporarse y ver con mejor perspectiva aquel sitio que supuso que era una enfermería sintió una respiración agitada y el sonido de alguien chocando con un mueble.
Una mujer madura pero no demasiado mayor retrocedía asustada ante su despertar y lo miraba con horror. Pelo rubio desordenado, piel cremosa enrojecida y ojos verdes como ranas abiertos de par en par.
- ¡J-JAY! ¡LEO!- Chilló alarmada. No esperaba que su paciente despertara tan pronto y desde luego era algo que rezó para que no sucediera.
- No grites- dijo el otro rascándose la cabeza con gesto confuso y logrando que la boca de aquella mujer se sellara al instante.- Tienes… ¿Algo de comer?
La mujer se asustó muchísimo por aquella pregunta y estuvo cerca de desmayarse al pensar que el vampiro insinuaba que la mataría, pero se tranquilizo al verlo esperar una respuesta pacientemente.
Rebuscó nerviosa entre los armarios, tirando algún objeto torpemente, hasta que encontró un montoncito de bolsas de sangre, de las cuales cogió una.
- Será mejor que cojas un par más. Tengo mucha hambre.- Aquello, sin embargo, si que había sonado amenazante. Y era algo así, un aviso quizás.
Sin pensárselo dos veces tomó la cantidad exacta de tres bolsas su sangre y alargó el brazo exageradamente hasta que Ludolf las alcanzó, para no tener que acercarse a él.
Se quedó clavada en el suelo los veinte segundos que tardó el vampiro en vaciar todo su contenido.
Jay y Leo parecían estar discutiendo fuera y la pobre enfermera deseaba que la disputa acabase pronto y alguien viniera a librarla de su condena.
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