Un coche gris y no demasiado lujoso pasó por la zona tranquilamente, alumbrando el barrio con sus focos si es que su luz artificial pudo disipar siquiera un poco de la oscuridad que allí mora. Se levantó una susurrante oleada de murmullos, como un viento de otoño con el correspondiendo crujir de las hojas caídas, pero esta vez era diferente, los ruidos hablaban, sospechaban y se preguntaban.
¿Que hacía un coche tan normal allí? En la ciénaga de la prostitución, el cauce de la delincuencia, el centro de la maldad. En esas calles se cambiaba sexo por el dinero más manchado de sangre y abundante que uno pudiera imaginar y eso hacía que los clientes tuvieran presentaciones sinceras y horrendas.
Allí los asesinos, los mafiosos y los traficantes no tenían que esconderse y pisaban a fondo el acelerador de sus coches caros conseguidos a costa de Dios sabe quién, sin embargo, aquel vehículo era tan común que desentonaba.
Parecía uno de esos que puedes ver cientos de veces repetidos con solo asomarte a la ventanilla del turismo mientras vas por la autopista. En cualquier lugar pasaría desapercibido, menos en ese.
Entonces Kori cayó. Pasar desapercibido. Ya había oído eso antes.
Y por si no fuera poco las acciones del conductor le dejaron claras sus sospechas. Pasó por su lado de casualidad y cuando los focos alumbraron su rostro pálido y aterrado el coche dio marcha atrás y un frenazo ruidoso que alertó a la gente.
A nadie le interesaba montarse en el vehículo de un conductor temerario y menos si conducía un coche tan barato. Las mujerzuelas se alejaron de la zona pero Kori solo pudo quedarse inmóvil viendo la ventanilla.
Los cristales estaban tintados pero algo al otro lado le escrutaba el alma y lo hacía temer. Podía sentir el azul frío y sin vida. Lo notaba como algo físico que atravesaba el cristal y su negrura para clavarse en su pecho.
La puerta se abrió desplegando una nube de polvo que impactó en el rostro de Kori, haciéndole cerrar los ojos. Pero sin embargo ya era demasiado tarde, había visto a Einzel de pie sobre la gravilla de la calle e iba a por él.
- ¡Maldita zorra!- gritó. Muchos se giraron a observar discretamente, pero nadie se acercaba.
Y nadie se acercó cuando Einzel golpeó a Kori en la cara, tumbándolo de un solo golpe.
La sangre en sus fosas nasales ya comenzaba a molestarle, no podía respirar bien y realmente necesitaba tomar aire para gritar o sinó ese inmenso dolor le desgarraría el cuerpo.
Las palmas de las manos y las rodillas se le rasparon contra las piedras del piso cuando Einzel lo hizo caer por el golpe, pero aún podía levantarse y huir.
Huir lejos para no encontrarlo jamás y vivir una vida nueva. Una buena vida.
Pero no pudo, las piernas le flaqueaban y el hombre lo dejó tirado bocarriba con un puntapié en las costillas. Ardía como fuego líquido, allí donde la patada había dado Kori sentía un núcleo de calor y agonía que se extendía por todo su cuerpo consumiéndolo.
Chilló de dolor y aulló mientras la segunda patada lo obligó a hacerse un ovillo tembloroso en el suelo.
Se agarró la barriguita con una mano y con la otra se tapó el rostro. El asesino probablemente ya lo sabía pero Kori quería que nadie viera cómo lloraba. Unos pasos se escucharon en la lejanía y después una voz decidida y grave.
Después Einzel lo dejó en paz unos segundos y un sonido atronador se dirigió hacia el cielo.
Gritos colectivos y un casquillo cayendo al suelo.
- ¡Como alguien más pretenda acercarse a él le pego un tiro!- Dios santo, pensó Kori, la voz de Einzel sonaba tan furiosa.
Pero no tuvo tiempo a ponerse a pensar en que le sucedería o cómo librarse. Fue tomado del brazo sin cuidado alguno y arrojado al coche. Se golpeó la cabeza con el asiento del fondo y se abrazó a sí mismo llorando el resto del viaje.
No dijo nada, no quiso decir nada. ¿Qué palabras podían salvarle?
Kori lo sabía: Ningunas, porque su falta era imperdonable.
Había huido de su destino, de su castigo merecido y del hombre que sin necesidad le otorgaba su amor desinteresadamente ¿Como podía ser tan ruin?
Y su corazón ahora solo tenía espacio para el rostro de Sven. Cuan rastrero era.
Pensó que quizá tenía en los genes la traición y que su padre había sembrado en el vientre de su madre un engendro con su misma sangre y falta de decoro.
Era un monstruo, pero que Einzel, peor que nadie. Se oyó en silencio durante el viaje.
Él quería quedarse a su lado por siempre, ocupar el sitio que por sus actos le correspondía, pero una pulsión poderosa y atroz lo llamaba al lado de Sven o, como mínimo, lejos de Einzel.
Llegaron antes de lo previsto, Kori no tuvo tiempo a siquiera aclarar su mente cuando ya era arrojado a la cama por Einzel y golpeado por el mismo.
A lo lejos había escuchado la voz preocupada de Marcos, pero sabía que Einzel era testarudo y si algo se le metía en la cabeza no paraba hasta conseguirlo.
Quizás esta vez planeaba matarlo.
Ojalá, pensó Kori con lágrimas cayéndole por los ojos.
-¡Te doy mi amor, mi protección y un techo bajo el que vivir!- chilló tomándolo del cuello con fuerza.
Con una sola mano y menos de diez segundos ya le había cortado el paso del aire y Kori no podía más que mover sus miembros flácidos sin lograr reunir las fuerzas necesarias como para luchar.
Ojos azules. Añil como el mar nocturno, pero ahora, también mojados como este.
¿Acaso las bestias lloran?
- ¡Te lo he dado todo! ¡TODO!- Tenía razón y quería gritarle que lo sentía y que sabía que sus disculpas jamás solucionarían nada. Nada, nunca había servido para arreglar los errores que cometía.
Pero al menos quería que Einzel lo supiese. Estaba tan aterrado y arrepentido que no salió una sola palabra de su boca, solo lo miró a los ojos y lo vio: El hielo se deshacía como un iceberg en verano.
El hombre malo se quitaba el armazón y el iris demostraba lo que había dentro.
La mirada de un niño pequeño que llora porque mamá no le quiere. El anhelo de su abrazo.
El terror a perder algo aunque uno no tenga nada.
Le rompió el corazón esa mirada, pero Einzel se encargó de romperle la cara.
Un puño opacó su visión y pronto sintió lo nudillos como anillas de hierro contra su mejilla y sus labios.
La tierna piel sonrosada de sus belfos presionada con fuerza por el impacto, reventó. Sus dientes habrían bailado de ser un golpe más directo.
Sangraba por la nariz, el labio y la cara interior de la mejilla y poco tiempo se le concedió para recuperarse de sus heridas cuando el asesino atacó de nuevo.
- Y tú huyes de mí... Huyes para vivir mendigando en las putas calles como si cualquier mierda fuera mejor que yo.- Ahí Kori cayó en la cuenta de que Einzel no se había percatado de que, en efecto, se estaba prostituyendo y a esas alturas ya había pasado por treinta camas distintas, una por cada noche a la intemperie.
Todas las veces había sido repugnante y doloroso. Todas menos una y precisamente esa era la que le ardía en el cerebro como un recuerdo prohibido.
No se lo diría. No podía decirle a Einzel que se había acostado con otros.
No le gustaba mentir pero era eso o morir. Si mató por cumplir el deseo de su madre, engañaría por ella.
Un golpe en la boca del estómago, esta vez el dolor, aunque ardiente, estaba acompañado de algo frío en la piel. Ya conocía el tacto de la pistola contra su dermis, quizás demasiado bien.
- Te enseñaré que puedo ser peor de que lo piensas...
La culata ahora le abrió la ceja, escocía como el infierno y todo dolía tanto que ya no quería seguir luchando.
Se revolvió en la cama como un gusano escuchando la voz rota de Einzel insultarle con pena. Le había fallado incluso a él.
Le fallaba a todo el mundo. Le fallaba incluso a alguien que no merecía ni ser llamado persona. ¿En qué lugar le dejaba eso a él?
Bocabajo trató de reptar hasta la orilla pero lo tomó de la nuca, azotándolo contra el cabecero. Su frente golpeó la dura madera.
-Debería matarte...
Kori solo podía pensar, culposo, que ojala lo hiciese, así tendría la excusa de una muerte inevitable para poder librarse de la vida sin vergüenza. No seria un suicidio aunque deseara esa bala alojada en su cráneo, así que estaba bien supuso.
Escuchó el sonido del cierre de la cremallera y supo lo que venía. Pero no lo vivió.
Esa noche flotó entre nubes de carbón cuando Einzel disparó cerca de su cabeza.
Humo en la almohada, un agujero negro y hondo y plumas chamuscadas.
Perdió el conocimiento y lo único que supo a la mañana siguiente es que Einzel no le hablaba pero le había dejado un tarro de pastillas para el dolor.
La semana pasó lenta, pero afortunadamente Einzel volvió a hablarle.
- Kori- susurró en su nuca lentamente mientras pasaba el algodón con yodo por los cortes más profundos de su cara- Kori... lo siento. No pretendía golpearte tan duro. Solo me asustó mucho porque llevabas un mes desaparecido. No quiero perderte.
- Gracias...- dijo el chico llorando mientras algo ardía más que sus cortes desinfectándose. Merecía ese amor retorcido pero otro parecía desbancarlo, moverlo y controlar todos sus jodidos pensamientos. Pero no podía hablarle a Einzel de Sven.- Gracias por preocuparte de mi, soy una mierda...
- Lo se. Y yo el único que sería capaz de quererte. Por eso estamos juntos. Por eso jamás debes ver a otro hombre ¿Quien se fijaría en alguien como tú aparte de mí?- preguntó satírico. Era retórica, pero Kori tenía una respuesta a esa pregunta picándole en la punta de la lengua.
- Nadie-murmuró. Einzel asintió apático pero levantó una comisura. Esa maldita sonrisa de diablo- Nadie que yo merezca...- acabó por responder en un tono demasiado bajo. Se alivió con esas sinceras palabras.
No necesitaba que Einzel las escuchara, solo le valía con que la verdad escapase de entre sus labios.
- Nadie. Solo yo. Eres mío y no te irás nunca. Nunca.- farfulló apoyando su rostro entre el hombro y el cuello, en ese deleitoso hueco donde el aroma afrutado del chico lo calmaba.
Morir solo. Quizás no era un miedo tan estúpido y Einzel no supo cuando comenzó a sentirlo pero le enfureció.
Aunque se sentía más calmado cuando se veía a sí mismo en el espejo el baño curándole las heridas a Kori. Este siempre se acurrucaba entre sus brazos buscando un calor que simplemente no estaba, pero amaba esos abrazos tristes y decepcionantes, eran los mejores que nadie le había dado en su cruda vida.
Curaba sus heridas y lo veía llorar y pensaba que ese chico estaba hecho para él. No se iría nunca mientras estuviera herido o magullado y necesitara alguien para socorrerlo.
No solo su piel, su alma también sufría y solo Einzel era su medicina.
Aunque también su veneno.
Un mes, el horroroso incidente que sucedió cuando Einzel lo encontró en aquel barrio pulgoso y hediondo ya casi estaba olvidado, aunque su piel tendría un par de recordatorios constantes.
Quizás eran sólo un par de cicatrices, unos trazos hechos a mano alzada que pintaban su vida, contándola artística y grotescamente. Aunque poco importaba ese día, un enorme moratón surgía de su ojo izquierdo y se extendía por todo el rostro como un manchurrón de tinta derramada y eso llamaba más la atención que unos rayajos hendidos de su piel.
Lucía tan mal. Además estaba más flaco, los vómitos habían vuelto y también la pérdida de apetito, solo que ahora Einzel apenas lo ayudaba. Lo alentaba a seguir comiendo cuando se percataba de que no podía siquiera ponerse en pie y levantarse para ir al jodido baño, pero cuando su mejoría lo llenaba de alegría y lo convertía en joven lozano y brillante, se comportaba como un monstruo.
Lo insultaba, le llamaba gordo incluso, y decía que lo arruinaría de tanto zampar. Lo hundía para poder sacarlo a flote y ser su genil caballero salvador que lo arrancaba de los brazos del mar para evitar que muriese ahogado.
Kori no podía entenderlo. Ya apenas podía pensar.
Se salpicó con agua fría la cara y trató de ver en sus ojos algo más que un azul tibio y muerto, pero desistió cuando las lágrimas vinieron a ellos.
Dolía respirar, era como si el aire combustiera en sus pulmones y cada fibra de su ser se quemara lentamente hasta extinguirse y desaparecer por siempre. Pero él seguía ahí, de pie y ileso, dentro de lo que cabía.
Si iba a morir tenía la sensación de que uno de sus pies ya estaba al otro lado de la línea.
Fue a la habitación, quería recostarse y dormir un buen rato, hasta que su cerebro fuera un borrón y sus ideas flotaran lejos sin atormentarlo.
Cogió el pomo. Gemidos. Él ya sabía que Einzel hacía eso. Siempre se lo había dicho, Kori era suyo, pero jamás al revés. Decía que tenía instintos que saciar y que su asqueroso cuerpo hecho de huesos y pellejo no lo soportaría cada noche.
Era un animal.
No supo porqué, pero giró el pomo. Quizás necesitaba grabar en sus retinas la verdad y que su corazón dejase de doler en la incertidumbre, aportándole la duda y susurrándole que tal vez las cosas no eran lo que parecían.
Empujó la puerta y lo vio.
Einzel sobre una rubia, atrayendo sus caderas suntuosas hacia él y tirándole de su largo pelo de oro mientras la cabalgaba.
Desnudo. Estaba desnudo y con él jamás se quitó siquiera la camisa.
Einzel lo follaba con ropa, diciéndole que no era lo suficientemente bueno como para ver su cuerpo.
Estaba en lo cierto, era perfecto, bello, fuerte, vigoroso. Esos músculos, esas proporciones enormes, esos tatuajes tan bien plasmados en piel que parecían arte más por el lienzo que por la obra, esa simple perfección barbara.
- Kori, ah... Espérate en el baño hasta que acabe...- sudoroso, jadeante. Y esa malnacida rió.
Era tan humillante que le hablara como a un jodido niño perdido mientras le era infiel delante de sus narices por millonésima vez.
Cuando salió a la calle y la lluvia le golpeó el rostro supo que se iba a ganar un castigo por ello. Una vez entrara empapado por la puerta su desobediencia sería evidente y Einzel le haría pagar.
Ya era demasiado tarde como para entrar así que salió a la oscuridad de la noche y respiró el aire fresco. El olor de la lluvia, lo había extrañado tanto.
Tierra húmeda, agua y la naturaleza sedienta abriéndose paso, era maravilloso.
Una vez, en una película, escuchó que Dios estaba en la lluvia. No matizaron bien, pensó, porque su Dios estaba debajo de la lluvia.
El sonido de las gotas de agua se hizo potente cuando chocaron contra el plástico de un paraguas sobre su cabeza y miró arriba encontrándose con aquellos ojos verdes que lo desesperaban.
- Sven...
- Pequeño...-murmuró él arrimándose. Pasó un brazo por sus hombros y lo notó menudo y tiritante.- ¿Porque lloras hoy?
- Porque hay tantas razones que no puedo contarlas.- rió ante su propia afirmación y sintió los dedos cálidos dibujar círculos en su brazo
Ni siquiera había sido gracioso, pero una risa nerviosa se apropió de él y como si fuera una enfermedad jovial se la pegó a su interlocutor.
La risa de Sven era hermosa y sus dedos le hacían cosquillas. Por unos instantes se quedó atrapado en sus ojos pero la culpa lo carcomió de nuevo imaginándose a un celoso Einzel.
Lo golpearía y con razones.
Se sentía tan sucio e indecoroso. Su corazón estaba partido en dos y ambas partes sufrían, una por la tortura de su necesidad y la otra por lo inalcanzable de su anhelo.
Él no pertenecía ahí, no pertenecía al lado de Sven y debía huir antes de que su canto de su sonrisa lo obligase a quedarse como un hechizante canto de sirena.
Aquel hombre merecía a alguien mejor a su lado.
- Eres lo más hermoso que han visto mis ojos ¿Qué clase de monstruo dejaría tu ojo morado?- preguntó entonces Sven cortando su melódica risa.
Sus ojos estaban tan afligidos, de un verde mustio que no camuflaba su pesar.
Se alarmó. Einzel. Debía amar a Einzel y no sucumbir a sus deseos de una vida mejor.
A él le correspondía su vida, no la de Sven. No le robaría la felicidad a ese buen hombre ni tampoco le negaría su amor a ese monstruo humano.
- Uno no tan malo, solo es justo.
- Kori, puedo ayudarte. De veras.
- Sven, debo irme ya, de verdad. Gracias.- Salió del paraguas y la calidez abandonó su cuerpo como un espíritu.
Volvió la sombra y las gotas golpeando furibundas el paraguas, repiqueteando en saltos que buscaban el suelo.
Unos labios sobre los suyos en un inocente roce helado e incómodo significaron para Kori más que cualquiera de los gestos de Einzel.
Lo olvidó todo mientras su boca y la del otro se conocían con calma, conciliándose en un espacio ajeno al dolor y la soledad. Pero cuando el beso se detuvo los recuerdos volvieron como una punzada dolorosa a su cerebro.
- Eres un ángel, Kori...
Lo dejó con la palabra en la boca y la miel en los labios.
Las rodilla hechas de gelatina y los labios de fuego, el corazón de sangre y los ojos de agua salada. Sven lo deshacía con cada toque y daba igual cuando lo encalleciera Einzel obligándolo a resistir su temperamento, Kori podría soportar golpes, pero no algo que calaba en los huesos y parasitaba las células como una enfermedad.
Kori no podía luchas contra Sven, estaba enfermo de amor y la cura tenía rostro y cuerpo pero sus manos eran demasiado indignas como para tomarla. Siempre lo serían.
Entró por la puerta mojando el suelo, pero no podía evitar chorrear, allí afuera estaba cayendo una lluvia torrencial y él solo era una mota humana bajo aquel diluvio del cielo. Tan insignificante.
- Kori, Einzel te buscaba...- informó acongojado y siseando.
- Iré ahora a la habitación. Gracias Marcus- respondió el chico con una gran sonrisa. No importaba que su rostro estuviera magullado y pálido por el frío y las golpizas, quería ser agradable con ese hombre que tantas veces parecía sufrir por él.
- No lo entiendes. Él esta...- se mordía las uñas y miraba a los lados estresado.
- ¿Enfadado? No te preocupes, me lo he ganado.- respondió ahora aflojando su mueca feliz. Una sonrisa ácida.
Kori ya tenía asumido que nada bueno se venía.
- Kori, tu no mereces nada de lo que te sucede. Einzel no es malo, pero emocionalmente es inestable y...
- Marcus- lo interrumpió con tono dulce, no quería sonar tajante aunque lo fuera- Gracias por tu ayuda, pero no necesito nada. Estoy bien, estoy donde me corresponde.
A los pocos minutos de entrar en la habitación Kori vio la furia encenderse en los ojos de Einzel y Marcus rezó mirando a la lluvia mientras escuchaba los gritos y el sonido metálico de la hebilla tintineando en el aire antes de hundirse en la carne.
Kori lo aceptó, abrazó el dolor con los brazos abiertos, deseando que se llevara lejos su culpa.
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