Capítulo 7: los dos perros y el gato

 -¡Me da igual Leo ¡Me importa una santísima mierda que estuviérais hablando y seáis amiguitos! Se ha escapado por darle libertades y podría haberte devorado ¡Eres un imbécil! Yo no he criado a un estúpido.- Las palabras de Jay dolían, como si le arrancara el corazón a mordiscos.

Sin padre ni madre, desamparado, desarraigado, pero aún así sentía ahora el despecho de un hijo que decepciona a su padre. Aunque lo que más le dolía de todo era la imagen de Jay pidiendo excesivos refuerzos, sacando a Ludolf violentamente de la enfermería y encerrándolo de nuevo en aquella mazmorra húmeda y lúgubre. Atándolo ahora con más fuerza y dolor, como si fuera un animal que necesitara un correctivo.

Cuando habían abierto la puerta de la enfermería se lo habían encontrando hablando amablemente con la aterrorizada trabajadora. De haber querido podría haberla matado o, si su astucia superaba su hambre, podría haberla tomado como rehen para exigir su libertad y aún así no lo había hecho, pero no obstante le habían tratado como a la peor bestia sobre la faz de la tierra.

- ¡Tu no lo entiendes! Habla con él y verás que tengo razón, lo verás, yo...- Ojos húmedos, nariz roja. El llanto se avecinaba pero Jay permanecía implacable y le hizo callar.

- Mientras le encerraba me amenazó con matarme de todas las formas posibles.- se defendió el hombre con porte de soldado.

- ¡Él es así! Además, le heriste mucho para atraparlo de nuevo, es normal que esté cabreado y...

- ¡¿Acaso ese jodido monstruo no hirió a sus víctimas y aún así no tuvo piedad con ellas?¡

- ¡Es diferente! Él mata para alimentarse, tu también lo haces y yo... Comemos carne de animales que...

- ¡Él come personas, no animales!

- Todos somos animales, además, él es superior a un humano de la misma forma en que como depredadores nosotros lo somos a un conejo o a...

- ¡No es lo mismo! Él una vez fue humano y aún así nos caza como si fuéramos moscas. Es monstruoso- Las imágenes cruzaron sus ojos rápidamente reafirmando su opinión.

Jay había estado siguiendo al vampiro tiempo atrás, investigándolo, por eso había presenciado tales atrocidades que se quedaron grabadas en su mente hasta el punto de convertirse en las bases de todo su pensamiento acerca de los vampiros.

- Si le conocieras... Si tan solo me dejaras hacer que le conocieras...

- Conocería a una bestia fría y sin corazón, incapaz de amar nada que sea al sabor de la sangre. Una aberración de la vida que se hace pasar por alguien que no es para engañar a niñatos estúpidos como tu.

- Pero eso no es así...

- ¡No! No pienso seguir escuchándote, a partir de ahora estará encadenado con medidas de máxima seguridad, se le alimentará una vez al més y...- la cara de Leo lentamente se desfiguraba con horror, asustándose ante la idea de que Ludolf pasara por semejante calvario- se le asignará un nuevo cuidador. Quedas relevado de ese cargo.

- ¿QUE? ¡TE VOY A RELEVAR LA CARA A TORTAZOS COMO TE ATREVAS A BUSCARLO OTRO MALDITO CUIDADOR! ¡No puedes hacer eso!

- Soy tu puto jefe, sí puedo.

- ¡Que te jodan!

- ¡Leo!

- ¡Jay!- repitió el otro imitando el tono de su superior con un acento pueril y agudo.

- Se acabó, voy a ...

De repente todo se fue al garete.

Un estallido enorme parecía provenir de todos los lados, como si las paredes de lugar rugieran de forma gutural y colérica. Leo pensó que sus tímpanos reventarían y se tapó las orejas encogiéndose en el suelo mientras Jay lo alzaba arrastrándolo del brazo para sacarlo de allí.

No sabía con certeza que sucedía pero el edificio se agitaba con vertiginosas sacudidas y del techo caían ladrillos y polvo, parecía una lluvia de ruinas y vejez, una pirámide de arena deshaciéndose ante el soplido de la tempestad.

- ¡¿Qué está pasando?!- La voz de Leo no se alzó, ni por asomo, sobre los estruendosos estallidos que reventaron las cientos de ventanas del lugar.

La lluvia de cristales cortantes y luminosos, como gotas mortíferas de agua, no les afectó pues estaban lejos de cualquier ventanal, pero aún así su sorpresa no fue grata al contemplar, desde las ventanas rotas y lejanas, enmarcadas en cortantes cachos translúcidos, como en el exterior del edificio un grupo de brujas y brujos de magia negra desplegaban desde sus manos cientos de rayos morados e iracundos, de llamas ominosas, oscuras y lentas que quemaban todo a su paso, como la mordida de una serpiente sin prisas que engulle a su presa indefensa.

Ambos se miraron con sorpresa, preguntándose con los ojos el porqué de todo aquel desastre y, con esa mirada cómplice se distraen quedan ajenos a las miradas de sus enemigos, que ya han memorizado sus rostros patidifusos.

Al fondo de las múltiples pasillos del lugar se oye el rumor de un murmullo chillante y el traqueteo de pasos apresurados pero, tras eso, se distingue el claro golpe de los muros y techos cayendo, colapsando habitaciones enteras, convirtiéndolas en sepulturas súbitas.

Todo el caos se articula entorno a ellos y se sienten mareados: La lámpara de araña del techo oscila peligrosamente, las paredes tiemblan como papel al viento, el aire lleno de cenizas y polvo parece clavarse en los pulmones como pequeños aguijones, el rumor de la multitud, los gritos suplicantes y los llantos nerviosos hacen colapsar sus cabezas y ensordecen sus sentidos, la inminente tragedia los paraliza, pero Jay actua.

Sus ojos de halcón se fijan en la puerta principal, enormemente basta y abierta de par en par, objetivo último de la masa humana que ahora es evacuada por ese lugar.

Toma a Leo de la mano y se dispone a llevarlo a rastras si hace falta hacia el exterior, un lugar más seguro que aquel lugar con cimientos ahora agrietados, pero algo falla.

Su brazo se balancea en el aire y sus garras se cierran pero no notan tangibilidad alguna, Leo no está ahí. Repasa el lugar con la vista y aún la humareda y la niebla polvorienta del ambiente logra visualizarlo.

- Será gilipollas...- murmura entre dientes y aprieta los puños corriendo hacia la habitación del vampiro, en busca de su pequeño pupilo.

Nada más entrar la sangre se le congela al ver al vampiro libre y tan sereno, como si sus posibles muertes no fueran un acontecimiento más importante que el pasar de los segundos.

Teme, porque si no lo mata el caer del edificio lo hará el vampiro, pero al menos quiere salvar a Leo y dará su vida por él si es necesario.

Da un paso decidido y otro, y tres zancadas más. Grita algo al vampiro, como que se aleje del indefenso chaval, y todo oscurece.

-¡Jay!- chilla el menor angustiado. El techo del lugar ha cedido y la puerta se ve opacada por una tonelada de piedra y cemento.

Jay no a tenido la misma suerte que Leo. Una roca desprendida en el derrumbamiento de la parte superior de los muros del lugar le cayó en la cabeza, fulminándolo en el lugar.

A diferencia de cientos de años atrás todo pasa lento y calmado para Ludolf, puede recorrer todo el lugar a paso ligero si quiere antes de que el ladrillo que esta a dos metros del suelo impacte sobre él. Las llamas puedes herirle gravemente pero si corre rápido levantará una ventisca poderosa que les dará muerte. Es todo como cuando era humano, excepto que él ya no es siervo del miedo y la impotencia, sino amo y señor de su destino y del del pequeño chico al que tanto ama.

Una oportunidad de redimirse, de rectificar, de salvar lo que en su vida humana fue incapaz de proteger. Y no desperdiciará esta dádiva.

Leo, con ojos de cachorro y labios de cereza, tersos y dulces, mira a su gran vampiro y solloza por su amigo.

Ludolf mira a Leo con decisión, lo agarra fuerte y se lo echa a la espalda como si fuera mercancía y se apresura en su misión por salir del lugar pero su humano patalea y suplica con fuerza.

- ¡por favor Ludolf! ¡Por favor!

Gruñe, incapaz de hacerle tanto daño a su chico y recula en su ruta hacia el escape.

- Te juro que te mataré por hacerme hacer esto, te lo jodidamente juro- su voz de ultratumba es calmada, no pretende gritar, pero de una forma u otra se le oye por encima de todo el lamento de la construcción destruída.

Se acomoda a Leo sobre su espalda y, con pesar y rodando los ojos, toma a Jay del suelo y se lo hecha a un hombro libre.

Sus puños son concisos y aunque parecen humanos a simple vista pulverizan las rocas a su camino y le permiten abrirse paso hasta el exterior.

El aquelarre se ha marchado, satisfecho con su atentado contra la Institución, pero ahora todos están en la calle.

Perdidos, fríos, sin asimilar lo que ha sucedido. Algunos lloran, otros solo están soñolientos y angustiados y los últimos, más niños que adultos, no abren la boca, solo dejan que sus ojos hagan el trabajo de comprender e interiorizar la situación.

Los ojos de Leo no puedes evitar anegarse en todo el dolor que lleva dentro. Arrancado del seno de su familia cuando solo era la semilla recién traída al mundo de una relación precipitada, se había criado en esa institución. Cada rincón y recoveco era su hogar y cada aula su clase y su cuarto y cada sala de reuniones su esquina de juegos.

Y todos los trabajadores eran su familia, incluso aquella mujer cubana a la que solo veía pasar la fregona por las habitaciones del ala este los domingos por la mañana. Solo la tuvieron contratada durante un año, cuando él tenía seis. Pero madrugaba los fines de semana y se sentaba apoyado en la puerta para oírla cantar melodías de su tierra. Se fue cuando quedó embarazada por error y el padre huyó.

Quizás jamás le había hablado, pero incluso esa pequeña mancha de su memoria era su familia. Sin una madre que le cantara nanas, su voz le arrullaba al dormir cuando la recordaba.

A los diez años se dedicó a pintar un horrendo mosaico en las paredes blancas del laboratorio y Jay le riñó por ello hasta que lloró. Después le dio una beso en la frente y lo llevó a la enfermería. Siempre hacía eso porque ahí había piruletas sin azúcar y él hacía lo imposible por conseguir al menos una lamida de aquellos dulces.

Tantos recuerdos, las bases de una vida tierna y joven, ahora echos brasa y polvo.

Su historia la contaban esas paredes y ahora, echas añicos, ya no podrían hablar jamás; y la mordaza de la muerte calló también a algo más que el cemento que recordaba con cariño. Ríos rojos, como lava ardiente: el edificio no había sido desalojado del todo antes del derrumbamiento final.

- ¿Estás herido?- preguntó de golpe Ludolf al ver las húmeda mejillas del menor.

Se asustó por verlo llorar desconsoladamente y dejó al desmayado Jay en el suelo de un violento aventón.

- No... Es solo... Este sitio es como mi hogar y, me da lástima... Además... ha-hay muertos y...

Ludolf no supo qué decir, pero en su mente se estableció un horrendo paralelismo. Un chico joven ante su hogar en ruinas, ardiendo, y a sabiendas de que seres queridos estaban muertos en él. Como si le hubiera transmitido una maldición se sintió culpable, como si toda desgracia procediera de él.

Leo estaba sudoroso pero sin embargo tenía las manos heladas. Su estómago comenzó a doler y se sentía mareado. Todo estalló en una luz blanca que le hizo sentir las orejas llenas de hormiguitas. Sabía que se estaba desmayando, pero estaba bien, Ludolf lo cogió y aunque no sintió eso sabía que él lo había hecho.

- Ugh...

Jay refunfuñó cuando pequeños rayos de sol, como agujas al rojo vivo, se colaron por los espacios de una persiana medio bajada y dieron de lleno en su cara.

Se tapó los ojos con la manos y mientras movió la lengua en su boca, asqueándose por la sequedad de esta y el tacto pastoso de su saliva, hizo círculos con sus dedos sobre los párpados.

Aún sin abrir los ojos se desperezó y vagamente recordó lo sucedido la noche anterior. Supuso que ahora estaría temporalmente en un hotel pero no recordaba haber salido del lugar en ruinas, ni haber alquilado la habitación en la que ahora estaba.

Rodo amodorrado sobre la cama, siendo incapaz aún de escapar de su sopor. Se sentía apalizado, como si ese largo sueño no hubiera sido en absoluto reparador. Si le hubieran dicho que tenía todos los huesos del cuerpo rotos en ese mismo momento, se lo habría creído.

Rascándose el pelo halló una benda en su cabeza, recordó el golpe pero no tenía en su mente imagen alguna de él enrollando hielo en una toalla y poniéndosela en la parte donde ahora debía haber un chicón.

Mientras se movía a ciegas notó un bulto grande en la cama, demasiado irregular para ser una pared y demasiado grande y duro para ser una almohada.

Abrió los ojos y un grito no se hizo esperar. El enorme y poderoso vampiro, dormido frente a él con cara de pocos amigos y los brazos cruzados sobre el pecho. Resignado hasta en su sueño.

Ludolf despertó alarmado por semejante grito y lo primero que hizo al darse cuenta de que únicamente era producto del terror de ese estúpido humano fue rodar los ojos y, tras pensarlo detenidamente unos segundos, sonreír.

- No seas jodidamente ruidoso o te daré motivos para chillar como un cerdo degollado- susurró ronco. Jay simplemente dirigió su mano a su cadera, en busca de la pistola que siempre estaba ahí, ahora perdida en un lugar sin estructura- No idiota ¿Creías que ibas armado? Perdiste las cosas cuando el techo se vino abajo, no tienes nada para defenderte.

- ¿T-Tu, yo... que... que haces aq...

- Cierra la boca, tu voz me irrita- y tal cual habló, Jay obedeció como un cachorrito bien adiestrado, pero la furia le envolvía con un aura persistente- Leo me obligó salvarte y traerte aquí. Por mi podrías haberte muerto.

- Hijo de puta sin corazón...

- Sí, quizás soy eso, pero ¿Sabes que eres tu? Un carroñero oportunista de mierda ¿Que? Ahora sin tus putas armas y sin tu puto equipamiento no eres nadie ¿Verdad? Va, intenta encadenarme de nuevo, inténtalo. Vuelve a insultarme a la cara ahora que estamos los dos en igualdad de condiciones.

- E-Eres un jodido abusón. Y no te tengo miedo. Eres un monstruo y se que hice bien al encad ¡Ah!

Con fuerza fue tomado por el cuello y el vampiro se levantó golpeando al hombre contra la pared con tanta fuerza que lo sintió temblar. Mano débiles e inútiles se aferraban a su ancho brazo, golpeando con fuerza de niño y arañando puerilmente su piel, que se curaba instantáneamente.

- Quizás si quizás no. Solo puede decir qué soy o qué no soy quien me conozca y tu, patético saco de mierda humana, no conoces nada de mí, pero estás ganándote el conocer mi peor puta parte ¿Entiendes? Así que mientras seas un debilucho de mierda, sin armas en las que escudarte, mantén cerrada tu bocaza si no quieres que te baje los putos humos y te haga entender el precio de tus palabras ¿Ha quedado jodidamente claro?¿O tengo que repetírtelo? Porque odio repetir las cosas, tanto como te odio a ti.

De roja a morada, la cara de Jay parecía un arcoíris sin oxígeno y de donde no las había sacó las fuerzas necesarias para asentir con la cabeza.

Ludolf gruño furioso y sonrió ante su victoria y aunque aflojó la presión dejando que Jay tomara algunas bocanadas de aire no soltó su cuello y su presencia seguía siendo claramente hostil.

- Bien. Ahora Leo esta fuera, ha ido al restaurante del hotel a por el desayuno y le he prometido que no te mataría, pero creeme, si me haces enfadar un poco más creo que tendré que romper la promesa ¿Comprendes?

- S-Sí...-murmuró tragando saliva con nerviosismo y por la sonrisa del vampiro supo que este había sentido ese gesto y le divertía su terror.

- Mírate. La noche que me capturaste en ese puto callejón no parabas de sonreír como si fuerzas el hijo de perra más fuerte del jodido mundo y ahora... Podría matarte como lo hice con aquella estúpida justo delante de tus ojos. Dime ¿Quieres eso?

Jay negó apretando los diente, la vida antes que la dignidad, eso estaba claro, pero la rabia aún le consumía por dentro.

- Pues discúlpate por todo. Y cuando venga Leo quiero que le pidas perdón por todas la veces que discutiste con él y le gritaste, grandísimo hijo de puta.

-¡Que te jodan no soy tu putita!- bramó jay enfadado mientras sentía la presión sobre su cuello aumentar de nuevo. Parecía que el vampiro comenzaba a pisar su límite.

- Ni yo la tuya y me has tenido días encadenado a un sótano como un chucho, debería vengarme.

- No te hagas la víctima, todo eso te ha venido de perlas para camelarte a Leo. Pero no pienso dejar que él se crea que eres bueno, no vas a salirte con la tuya.- Sin reparar ahora en que su voz se escuchaba entrecortada y que su respiración se había vuelto dificultosa, siguió encarando al vampiro.

- No tienes ni idea de lo que hablas, puto humano. Deja a Leo en paz...

- ¡Déjalo tu!- en un vano intento por imponerse, su puño fue directo al rostro de Ludolf, quien lo esquivó con un gesto vago, como quien ladea la cabeza casualmente.- Te juro que como intentes tocarlo de cualquier forma indecente yo...

- Si le toco como a mi me plazca tu no harás nada ¿Me oyes? Te mataré como al puto trozo de carne inútil que eres antes de que trates de detener los deseos de Leo.

- Leo no desea estar contigo, solo está confuso.

- No lo está ¿Tanto te duele que tu niñito quiera estar con un vampiro? Porque si es así hazte a la idea, él es jodidamente mío ahora.- se acercó un par de pasos a Jay, soltándole el cuello pero acorralándolo de igual forma entre sus brazos.

Sin una pizca de atracción, solo odio y mil tensiones, se miraron a los ojos sin dejar que sus firmes miradas cayeran al suelo.

- Es como mi puto hijo... No dejaré que pongas tu manos manchadas de sangre sobre él.- Su cuello violeta por las manos del vampiro y su rostro rojo de coraje se fundieron creando la imagen de un ser débil y luchador tratando de hacer frente a su cazador predilecto. Aún así, no flaqueó.

- Haré lo q-

La puerta sonó con toques suaves y Ludolf se apresuró a abrir, pero antes le lanzó una mirada cargada de hambre y furia a su contrincante, y también le lanzó una pequeña bufanda con el logo del hotel.

Sin mediar palabra Jay comprendió el mensaje y la enroscó en su cuello cubriendo las evidencias de la reciente confrontación. No querían dividir a Leo por sus estúpidas disputas, él solo podía decidir de qué bando estaba sin presiones exteriores. Además, podía estar junto a los dos sin necesidad de sumarse en esa estúpida muestra de rivalidad.

El olor de las tortitas americanas y sirope de fresa envolvió la habitación, después una pizca de aroma de batido de plátano y mango consiguió hacer que todos se sintieran más ligeros y agusto. Leo cargó la bandeja con comida hasta el buró junto a la cama y se sentó entre Jay y Ludolf.

- ¿Te encuentras bien?

- Sí. Tu...- un asentimiento le dejó clara la respuesta y decidió proseguir- Lo último que recuerdo es entrar contigo en esa habitación y... nada más realmente. Ni siquiera sé cómo he llegado a aquí o que les ha pasado a los demás.

- Te desmayaste porque te cayó una roca en la cabeza, ahora solo tienes un chichón pero es muy pequeño. Ludolf te sacó de allí para que no murieras.

Lograron avisar a la gran mayoría a tiempo y salvarlos antes de la caída del Centro de Investigación, pero algunos quedaron dentro desgraciadamente... Aún están identificando los cadáveres y cuando todo este claro se nos informará. No hay muchas víctimas por suerte, cinco a lo sumo, y heridos unos cuantos, pero no de gravedad.

Se han llevado a los menores de edad al Centro de Investigación del pueblo más cercano, es algo temporal. A los que somos mayores de edad se nos ha dicho que debemos permanecer aislados del lugar hasta que se reconstruya y este todo solucionado. Supuestamente debemos hacer vida normal hasta próximo aviso. Por el dinero no te preocupes, el estado nos da una pequeña paga mensual hasta entonces para que podamos buscar un lugar en el que estar.

Sé que son órdenes de superiores pero... Yo no puedo ignorar esto. Sé que estamos des equipados y solos, pero esas brujas están ahí fuera y se han ido de rositas después de todo el caos causado y... después de los muertos que han provocado. Y no puedo quedarme de brazos cruzados, tenemos a Ludolf y él está de acuerdo ¿Que me dices? ¿Vamos a hacer una caza de brujas?

- Me apunto, solo espero que sea más fácil que cazar vampiros.


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