Capítulo 8: matar o morir

 Las horas se cernían sobre él como un manto de espinas y a cada segundo que pasaba podía sentir el dolor de toda una vida torturándolo por su mera existencia. Desde su nacimiento algo andaba mal o así lo sentía Kori. Jamás debió venir al mundo y cuando lo hizo arruinó la vida de una pobre mujer que solo luchó porque su pequeño neonato no pagara por los errores de un joven cínico y desentendido. La creación de su vida supuso el fin de la de su madre.

Y ahí empezaba su culpa. Culpable por haber venido al mundo y hacer de la adolescencia de una mujer jovial un infierno adulto y precipitado, culpable de una muerte temprana, culpable de que una madre cerrara las puertas de su casa a su propia hija por fulana, culpable de ser una desgracia más que un hijo.

En su cabeza el juez ya había dictado sentencia y lo hacía responsable de la muerte de su madre, de Samantha, de Paul, de Roy y de todos los rostros que veía cada día tachados entre los ficheros de Einzel. Veía sus fotografías, leía sus nombres y apellidos y cuando una cruz hecha con permanente rojo surcaba su existencia impresa en papel, él solo callaba. Jamás evitó que Einzel asesinara.

Cada noche lloraba al pensarlo pero dejaba las lágrimas caer y se decía que necesitaba descansar y estar repleto de energías para el dia nuevo que se le venía encima porque su madre había trabajado duro hasta dar su vida por él y Kori no pensaba desperdiciar ese hermoso sacrificio autocompadeciéndose y dejándose morir entre lamentos.

Debía seguir vivo porque ella lo había querido así y no pensaba decepcionar a ese hermoso ángel ojeroso que lo estaría mirando desde el cielo con los ojos brillosos de una madre llena de orgullo. Oh, Sven, ella sí fue un ángel, pensaba Kori, sin embargo yo...

Pero aunque pudiera superar que su existencia se construyera a partir de las ruinas de la mujer que le había dado la vida, el moverse del agujas del reloj de nuevo le dolía al recordar que no sólo su nacimiento había sido fuente de desgracias, sino que además ahora su vida era una secuencia de escenas dolorosas.

Einzel, que con sus crueles y callosas manos le había acogido en su seno para dejarle vivir a cambio de que se lo ganase, había entrado a su corazón por la fuerza y sabía cada día que lo necesitaba cerca suyo. Lo necesitaba golpeándole porque solo así sentía que por fin recibía el castigo de Dios que merecía por ser una molestia en el mundo, por ser solo basura inmunda.

Un estorbo que desearía no haber nacido.

Y también pasaba el tiempo temiendo el dolor de ser poseído por su captor a la par que deseaba eso mismo más que nada en el mundo porque tras cada vejación, humillación y agresión había algo profundo y arraigado en el corazón podrido de esa bestia: Propiedad y deseo. Ese hombre, aunque fuera por puro egoísmo y obsesión, lo quería a su lado y le hacía sentir que, incluso si solo era para follar, alguien lo necesitaba de veras.

Se sentía tan querido a veces, sentía que aunque para Einzel no fuera más que una simple mascota adolescente, era lo máximo a lo que un pedazo de mierda inútil como él podía aspirar.

Nadie más lo amaría de ningún modo y Kori estaba dispuesto a conformarse con esas migajas de afecto antes que morir solo porque, además, sentía que aún si tuviera acceso a algo más digno, jamás lo merecería.

Einzel mismo se lo había confesado. Él le quería a su lado y debía agradecerle porque nadie más en el remoto mundo sería capaz de tener tanta compasión de él como para amarlo por lástima ¿Quién iba a querer a alguien como Kori?

La respuesta era obvia para él: Nadie. Y sin embargo Einzel lo hacía, de una forma ácida y obscura, pero lo hacía y eso era más de lo que él era lícito de obtener.

Todo habría ido bien de ser simplemente así. Kori lo habría aceptado, una vida miserable con su verdugo, que lo condenaría por haber nacido débil y estúpido pero lo amaría desinteresadamente, dándole ese regalo sin esperar nada más a cambio que su fidelidad.

Pero las cosas no eran así. Había algo más que lo hacía todo difícil y confuso. Y no solo era la terrible aversión que Kori tenía hacia la naturaleza del diablo al que amaba con todo su ser.

No era, únicamente, la repulsión contradictoria que Kori sentía al saber de las atrocidades que su amo y señor cometía. No era la desesperante necesidad que tenía por sentir que las odiadas y manchadas de sangre manos del asesino le tocaran.

Porque si hubiera sido eso Kori lo había aceptado. Él era escoria y solo la peor inmundicia le amaría. Por eso un asesino sin escrúpulos como Einzel lo besaba sin sentir asco. Porque los dos apestaban a podrido.

Era algo más, alguien más.

Sven, ese hombre dulce y amable cuyo toque era tan suave que casi le hacía creer que su madre le había poseído las manos al susodicho para acariciarlo con una ternura colmada de amor, compasión y perdón.

Era, sin dudas, un ángel del cielo, la salvación en persona. Un ser lleno de luz en toda esa aberrante oscuridad y muerte.

La bondad personificada se agachaba para tenderle la mano y recogerle del foso donde había caído pero sin embargo a Kori le dolía lo mucho que deseaba el amor que ese hombre le otorgaba.

Le desgarraba el pecho la sensación cálida que surgía de recordar su sonrisa y se culpaba a sí mismo por desear que Sven lo acunara por siempre jamás en sus brazos.

No podía dejar que ese hombre celestial lo amara porque no merecía a alguien tan bueno a su lado.

No podía dejar que él sanara sus heridas y le dijera que era maravilloso porque eso le haría amarlo más que a nadie en el mundo y eso, para Kori, era traicionar a quien ya estaba en su corazón como verdugo y amado: Einzel.

Él tenía que amar a Einzel y quedarse a su lado hasta ser destruido, porque así debía ser, porque así se dictaba su justa sentencia. Porque merecía estar con ese diablo.

Pero apenas podía resistirse a sus egoístas deseos y cada noche recordaba a Sven amasándolo en sus manos y secando sus lágrimas cuando lo único que Kori pensaba que merecía era que se las provocasen.

Pecaminoso, ansiaba con todo su corazón hecho trizas que Sven lo rescatara con su pura alma e iluminara su vida. Y cada vez que esa fantasía aparecía en su mente mil latigazos lo fustigaban con el cuero de la culpa, estaba traicionando a Einzel a pesar de que había sido tan bueno de amarlo.

Sentía que su existencia se resumía en un conflicto infinito, una batalla hiriente e indefinida donde la única meta era la autodestrucción.

La cabeza le dolía tanto que palpitaba y si hubiera estallado dejándolo todo lleno de sesos y pensamientos vergonzosos, Kori lo habría agradecido.

Lo imaginó, su insípida materia gris salpicando las paredes y la cara alfombra. Incluso en su muerte sería molesto, manchando de inmundicia su tumba.

Si solo pudiera cambiar el rumbo de su existencia y rectificar el error que él era...Y podía, pensó.

Podía empezar de nuevo y crear una nueva vida. Podía irse lejos de Einzel para dejar de sufrir y compensar el mal que el era para el mundo con buenas opciones, vivendo para la caridad, ayudando a los demás hasta su muerte en vez de torturarse por los que ya no puede ayudar.

Podía huir de Einzel y hacerle un favor a Sven alejándose de él para no corromperlo.

Podía, simplemente, cambiar,

No quería seguir sufriendo pues su dolor no iba a ninguna parte, su agonía no compensaba nada de nada y tampoco pensaba quedarse en los brazos de aquel buen samaritano porque la idea de dejar a un hombre por otro le hacía verse a sí mismo como a la imagen de su vil padre sin rostro.

Quería cabalmente hacer algo bueno para compensar el regalo de su vida, para agradecer su pulso y disculparse con el mundo por las molestias que causaba.

Solo tenía que irse lejos de ahí hasta que los recuerdos fueran solo imágenes emoborronadas de cosas que no sabía si ciertamente habían pasado.

Esa noche lo pensó, cogería parte del dinero que Einzel guardaría en su cómoda y tomaría un avión sin mirar siquiera el rumbo. Le daba igual irse a un país donde no conociera el idioma, quizás así su silencio significase algo más que cobardía.

Se levantó decidido, con los ojos hinchados, inyectados en sangre y anegados y con el dorso de la mano se enjugó el agua marina que había estado llorando.

Buscó en el primer cajón, lugar donde el sicario siempre dejaba el dinero antes de buscarle un escondite más apropiado y frente a sus ojos la suerte tomó la forma de un manojo de billetes.

Un dinero que juraba valer el precio de la vida humana, pero él podía cambiar eso, podía acabar con la corrupción de aquellos billetes y emplearlos para el inicio de algo maravilloso.

Cinco mil, siete mil quizás. No contó cuánto dinero era y aunque robar tamaña cantidad le dolió simplemente tomó el dinero y lo guardó en sus bolsillos repitiéndose que él tenía un propósito y que se esmeraría por hacer cosas buenas por el mundo para saldar esa y sus otras deudas.

Cuando acabó de rebañar los billetes de dentro del compartimiento vio algo pequeño y familiar.

Entre las hojas identificativas de los objetivos que Einzel erradicaría esa noche, Kori vislumbró un haz de luz verdoso y discreto que se escondía entre los papeles y aunque en un principio iba a ignorar ese reflejo esmeralda de la fotografía, un presentimiento le hizo darse media vuelta y abrir el cajón de nuevo.

Desordenó el papeleo hasta que encontró la ficha de una de sus próximas víctimas y el mundo de le cayó a los pies junto al dinero.

Su corazón hecho trizas al ver a Sven en esa pequeña foto rectangular junto a una anotación ''Matar antes del jueves. Le debe dinero a mi cliente.''. Miró el calendario, era Jueves. Y Einzel siempre hacía las cosas en el último momento.

Náuseas ya conocidas le invadieron y su visión se tornó borrosa y llena de luz, pero aunque ya sabía se sobras que esa sensación era el preludio de un desmayo no había tiempo para desvanecerse así que con las pocas fuerzas que le quedaban se pellizcó fuerte el brazo para evitar perder el conocimiento.

Se hizo algo de sangre al clavarse las uñas pero al menos eso funcionó, un pequeño dolor logró anclarle de nuevo al mundo de la consciencia.

Nervioso porque no recordaba con exactitud la dirección de aquel hombre atento y lleno de dulzura tomó la ficha de Einzel, allí donde estaban apuntados los datos personales de su presa.

Con los pulmones llenos de aire y una sensación punzante corrió lo más rápido que pudo hasta llegar a la estación de taxi más cercana, donde agarró los pocos billetes de su pareja que no se le habían caído al suelo y los aventó al conductor con la condición de que lo llevara a su destino a prisa.

Que atropellara a un jodido peatón si era necesario, pero que no hiciera a Kori llegar tarde.

Dentro de aquel vehículo se sentía asfixiado e impotente al ver cómo el mundo avanzaba velozmente a su alrededor mientras él era incapaz de salir ahí afuera y cambiar algo, de intervenir. Tenía tanto miedo de llegar tarde y estar ahí, atrapado en un trozo de metal con ruedas, mientras su salvador moría en manos de su supuesto amado, que un ataque de ansiedad lo superó.

El pecho le dolía tanto, tantísimo que creyó que moriría. El aire en sus pulmones era denso como el cemento y sentía que cada vez que respiraba le entraban brasas por los conductos y que inspiraba puro fuego líquido.

En cada pulsación de su corazón parecía que un dolor tangible echaba raíces profundas por su cuerpo y se propagaba.

Kori se preguntó a sí mismo si tenía el corazón roto o si en verdad estaba sufriendo un infarto. Todo ese dolor era demasiado real como para venir de algo abstracto como los sentimientos. Era algo físico, duro y punzante dentro de él. Un zarpazo invisible, mil agujas, lo que fuese, pero lo estaba destrozando. Lo mataría, lo mataría si no cesaba.

Pero ante la vista de que no dejaba de respirar en ningún momento y que sobre él la muerte no alzaba su guadaña comprendió que así era, que ese amasijo de auras intangibles conocidos como emociones se solidificaban para caer como algo compacto que le apisonaba el pecho.

- Ya hemos llegado, tenga el cambi...

El conductor se quedó a media frase cuando vio al chico pálido y sudoroso abrir la puerta con ímpetu y salir corriendo tan deprisa que creyó que tropezaría con sus propios pies.

Kori aunque no podía ir más rápido pues su cuerpo lo limitaba, sintió que se movía a cámara lenta y casi podía imaginar la bala saliendo del cañón del arma con la tranquilidad de que ya nada podía pararla.

Ante esa imagen chilló de horror en medio de las calles y una vez visualizó la vivienda no tuvo problema alguno al saltar la verja de la propiedad rasgándose las vestiduras y arañándose un poco las piernas. Sus heridas no serían nada en comparación de lo que sucedería si no llegaba a tiempo.

Vio la puerta de entrada semi abierta y aunque no podía distinguir nada en el interior se abalanzó sobre el pomo con tal de abrirla y enfrentarse a la realidad.

Sus ojos se quedaron en negro por la oscuridad del lugar en contraste a la luz de patio exterior y sin embargo a los pocos segundos una imagen se formó claramente ante él quedado grabada por siempre jamás en sus pupilas.

Sven, con sus ropas caras, blancas y salmón. Siempre destacando por su luminosidad y la forma elegante en que caminaba en un mundo tan lleno de amarga negrura.

El rostro del gentil hombre miraba al otro lado del salón, quizás enfocado en la televisión o puede que buscando con la vista algo con que limpiar el suelo pues parecía ser que una copa de vino había caído, colmada, sobre la moqueta blanca.

Kori gritó su nombre lleno de júbilo y el otro, aunque encarnando un visaje horrendo se giró a él ojiplático y le sonrió.

El muchacho también le devolvió la sonrisa en una fracción de segundo, mientras comenzaba a soltar el pomo de la puerta dispuesto a alzar sus brazos para recibirlo en un efusivo abrazo lleno de anhelo.

Pero tan pronto como sus dos miradas se conectaron en una cálida promesa de amor sin peros, en una despedida instantánea, Kori vio como entre ceja y ceja una bala destrozaba el bello rostro de Sven.

La herida fue pequeña , el disparo silencioso y la sangre escasa, tanto que sólo salpicó a Kori.

Su mueca cambió tornando su rostro en una muestra de aversión y dolor absolutos y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas mientras se tiraba al suelo y tomaba entre sus brazos al hombre sin vida.

Sus ojos comenzaba a secarse, quedando perdidos en sus cuencas y sin parpadeo alguno posible, como si en su muerte no hubiera podido hallar descanso y su cuerpo flácido e inerte parecía más pesado de lo que a Kori se le había antojado; apenas podía levantarlo para rodearlo con su propio cuerpo y fundir con su calor aquel corazón muerto.

Soltó súplicas, llantos, plegarias y lamentos sin respuesta alguna.

Moviéndose repetitivamente, meciéndose a él y al muerto en una poco consoladora cuna de vacío.

Y de reojo, Kori veía como Einzel, con su frío e inexpresivo rostro, sacaba el silenciador del arma y la limpiaba con un pequeño trapo negro.

Estaba recargado en la pared junto a la televisión y se le veía tan tranquilo observando la escena que cualquiera habría dicho que ya se lo esperaba, aunque nada más lejos de la realidad: estaba patidifuso al ver a Kori allí.

- ¡Eres un monstruo, un monstruo! ¡Yo le amaba, más de lo que te querré a ti! ¡Asesino!

Jadeó Kori entre lágrimas mientras seguía arrullando al cadáver con sus llantos.

La tristeza le consumía los pulmones y llegaba a la garganta, anudándose como un nódulo ardiente. La ira asesina que sentía, por su lado, infectaba todas sus células y las hacía gritar con rabia.

- Como si una zorra infiel como tu mereciese el amor de nadie... Eso te mereces, que el único que te quiera sea un trozo de carne fría y muerta- espetó el otro, ahora sí, deformando su rostro en una mueca de enfado que le hacía lucir como el diablo.

Rabioso, disparó de nuevo al cadáver, ahora en un ojo.

La sangre y carne quemadas desparramándose por el suelo, salpicando a Kori de nuevo. La sangre en sus manos. La sangre de Sven, otro ser de genuina bondad que moría por su culpa.

- ¡No!-chilló lleno de terror mientras ocultaba el deformado rostro entre sus manitas y lo abrazaba, besándole repetidamente la frente.

Einzel sin embargo rompió tan conmovedora escena arrancando al chico de los brazos de su víctima y lo golpeó en el rostro con la culata de la pistola.

En su labio inferior la sangre brotó copiosamente mezclándose con las lágrimas y, allí, arrodillado frente a Einzel y tomado fuertemente del brazo por él, Kori tembló de rabia al verle mirarlo acusadoramente.

Lo inculpaba con esos índigos bloques de hielo ¿Imputándolo de que, si era él quien apretaba el gatillo cada noche?

Lo odio con toda su alma por matarlo, lo detestó hasta que sus huesos tiritaron de enojo, pero en el fondo, muy en el fondo, pensó que si Sven no le hubiera conocido, ahora estaría vivo.

Él le había matado. Kori le había matado, no directamente, pero sabía que algo superior a él le arrebataba la vida a aquellos de los que se rodeaba. Solo, estaba solo como por voluntad de una fuerza divina y así moriría: Solo.

- ¿De qué coño lo conocías?- y aunque supo que el menor no querría responder, sonrió, porque sabía cómo hacerlo hablar de una forma absolutamente macabra.

No le heriría, oh, no, su cuerpo ya había soportado sus agresiones y se había acostumbrado tanto a ellas que a veces incluso las extrañaba.

Alzó el arma y apuntó a lo que una vez fue Sven, dispuesto a seguir humillando el cuerpo muerto del amor de niño, quien lo tomó del pantalón, inclinándose aún más, haciéndole una suplicante reverencia y pidiéndole que, por favor, no le hiciera nada más a Sven.

- Habla ya, pedazo de imbécil.

- Yo... cuando e-escapé le conocí y lo hicimos y él me trató tan bien que... que... oh Dios mío, le quería, me había enamorado de...

- ¡Así me agradeces que te quiera, te cuide, te proteja y te castigue para que aprendas a no ser un inútil in valor! ¡Así me agradeces que te toque aunque seas un repugnante niñato sin gracia! ¡Te he querido y he sido compasivo contigo cuando eres solo una mierda que no debería existir! Debería haberte matado, pero te di una oportunidad y además te di mi amor y tu, perra infiel, lo desprecias así...- el semblante de Einzel se ensombrecía cada vez más y aunque había empezado chillando su tono se tornaba más sagaz, ronco y bajo, pero era profundo y hacía que las palabras penetraran fuertemente en el corazón de Kori, rompiendo los pedazos restantes.

- ¡Mentiras, mentiras, mentiras! ¡Solo me has manipulado, me has usado, eres un monstruo! ¡TE ODIO!- Kori pataleó al escuchar como todas las cosas que él había escuchado en su mente las decía ahora ese ser aberrante y eran, como obviamente se veía, las sucias mentiras de un maltratador obsesivo.

Intentó arañar las piernas de ese hombre, golpearlo, patearlo. Lo que fuera, pero que le causara dolor.

Kori ya había soportado demasiado y Einzel realmente sí merecía sufrir, mucho más que él, mucho más que nadie.

Simplemente fue inútil, no pudo conseguirlo y el asesino lo tomó fuerte del pelo para alejarlo de él y obligarlo a postrarse de rodillas como si debiera respetarlo.

- El mundo estaría mejor sin tí.

- Lo sé.- respondió ácido, sin vacilaciones aunque sus ojos estaban hinchados y rojos- Y yo estaría mejor sin este mundo- Había fallado, lo sabía, su madre se avergonzaría de verlo rendirse.

Había luchado por una vida de mierda y ni eso había podido defender. Ya daba igual, quería desaparecer. Hacerse chiquitito y que el dolor menguara junto a él. Que los recuerdos no fueran nada y él fuera simple recuerdo.

- Pues haznos un favor a todos.

Sonrió amargo y lo miró a los ojos. Mataría para que ese pequeño lo amase por siempre y fuera su mártir eternamente. Pero no podía ser así, en esos ojos solo veía desprecio y aversión. Mataría por su lealtad y sumisión y, si no podía ser así... Mataría de todos modos.

Click.

De vuelta a casa la expresión de su rostro parecía deformada, la faz de un hombre miserable que se arrepiente de sus actos. El sonido del gatillo lo atormentaría por siempre. Había sonado tan equívoco, tan doloroso e inevitable. ¿Que había hecho?

Entró en su casa, pasando por la sala principal donde el recepcionista de aquella empresa de la muerte le daba la bienvenida siempre.

Al verlo mojado por la lluvia se alertó pero su rostro taciturno logró perturbarlo más. Era la primera vez que veía a Einzel en ese estado y aunque iba a preguntarle si se encontraba bien, este se le adelantó hablándole.

- ¿Crees en los ángeles?-la pregunta le sorprendió tanto que apenas tuvo tiempo a pensar cuando el hombre ya estaba interrumpiendolo para seguir su delirio:- Porque acabo de matar a uno.- Sus ojos opacos se cerraron con fuerza.

El sonido del gatillo hacía eco en su memoria y lo estaba desquiciando.

Ante la extraña mirada de Marcus Einzel se alejó, adentrándose en su habitación.

Se dejó caer sobre la cama y cubrió su rostro con ambas manos. Estaban húmedas por las lluvia, pero también se empapaban ahora con sus lágrimas.

Dios santo ¿Que había hecho?

Mataría por el amor de ese niño. Estaba obsesionado. Mataría, a quien fuese. Él nació para matar. Y para morir.

De nuevo, se oyó aquel tormentoso sonido metálico.

Click.

Y es que ¿Quien no nace para morir?



Comentarios