-Entonces esas brujas se van a enterar...-murmuró Leo
- Bien pero... ¿Por dónde empezamos?- Gay simplemente sintió el dolor de cabeza aproximarse. Ante situaciones sin solución las jaquecas lo machacaban hasta la llegada del olvido de una innovadora forma de arreglar el problema.
- Por Tuisdroms.- Ludolf, de brazos cruzados y con ojos rojos de cómo el metal ardiente, habló.
Resignado y mordiéndose el labio con los afilados colmillos, el ceño fruncido y las venas marcadas, parecía que sus palabras eran el mayor delincuente jamás escapado de la cárcel de sus labios.
- ¿El peor barrio de... esa zona?- Leo se giró dramáticamente sobre la cama mirando fijamente a Ludolf a los ojos, cosa que duró pocos segundos a causa de la autoridad en la mirada del receptor- ¿Q-Que es lo que vamos a hacer allí? Drogarnos no es buena idea Ludolf, quizás si es divertida, pero no buena...
- Agh...-rugió el vampiro rodando los ojos con desdén- De acuerdo, ahora tu cabeza de humano tonto lo entenderá todo, pero debes prometerme que nada de lo que diga ahora llegará a oídos de nadie de vuestra institución.
- ¿Y yo que gano a cambio?- cuestionó el menor ladeando la cabecita como un cachorro curioso.
- Que no te arranque la jodida cabeza, por ahora.
- Me parece un trato justo- se alarmó Leo respondiendo con rapidez y una sonrisa forzada delante de las colmilludas fauces del vampiro y su constante cara de pocos amigos.
- En cuanto a ti...- su voz sonó gutural mientras se inclinaba ligeramente para entablar contacto visual con Jay. Sonrió escasos segundos al intuir el moviendo de su nuez bajo la bufanda, le había escuchado tragar saliva con miedo y eso le resultaba sumamente satisfactorio.- Una sola palabra y te juro que desearás no haber nacido ¿Comprendes?
- N-No diré nada- se maldito a si mismo internamente mientras se mordía el labio lleno de coraje ¡Su voz había flaqueado tan débilmente delante su oponente! Se había mostrado asustado, indefenso. Un cazador de monstruos jamás debía hacerlo.
- No te creo ni una puta palabra. Quizás debería morderte ahora para asegurarme de que me tienes el suficiente miedo como para estar calladito...
Su clara lengua, afilada como una cuchilla, se deslizó sobre sus labios. Ojos desorbitados le notificaron el efecto que había causado en el otro.
- ¡Ludolf! Joder... Parece que solo pienses en ir mordiendo a todo lo que se mueve, eres peor que un adolescente hormonado...- Leo se puso entre ambos para evitar el cumplimiento de lo que creía que el vampiro haría.- Jay ya está lo suficientemente asustado como para no hablar.
- ¿Enserio?- su tono era socarrón y la pronunciación melosa, dulce venganza- A mi no me lo parece.
- Sí que lo está ¿Verdad Jay?- Ambos lo miraron expectantes. Sus ojos parecían grandes focos de cine sobre su rostro y comenzó a sudar a mares; por si fuera poco, la bufanda no ayudaba demasiado.
-Jay, dilo- insistió Leo en un tono ya irritado.
-No pienso decir eso.- se cruzó de brazos, orgulloso, ridículo y rojo como un tomate.
- Entonces tendré que morderte.
- Pues vale, no me supone un gran problema. Ya lo he dicho, no me das miedo.
- ¡Trae aquí tu cuello de mentiroso entonces!
Ludolf se levantó violentamente y se lanzó contra el cuerpo alto y delgado de su odiado enemigo, lo notó tensarse, todos y cada uno de sus músculos contrayéndose como si estuvieran helados por el terror, y tiró de su pelo con intención de dejar su cuello amoratado la descubierto, ya sin importarle que Leo viera lo que la bufanda ocultaba.
- ¡YA ESTÁ BIEN! ¡PARAAAAAAAAAAAAD!- Como si de un hechizo se tratara ambos quedaron petrificados y es que ninguno podía haber imaginado que de esos pulmones de ratoncillo saldría un grito de tal magnitud.
- ¡Jay, joder!
- V-Vale, tengo miedo, te tengo miedo ¡Ala, ¿Ya estás contento?!- cerró los ojos cuando la sonrisa del vampiro sobre él le deslumbró con el destello de los largos caninos.
De golpe el peso que había encima de su persona se esfumó como la niebla y el vampiro pasó a estar cómodamente sentado en otro extremo de la cama.
Con las piernas cruzadas elegantemente y una sonrisa galante y vencedora.
- Bastante.
- A ver, si queremos que las cosas salgan bien tenéis que dejar de comportaron como un par de mandriles descerebrados que intentan pelear lanzándose su mierda y tirándose del pelo para ser los reyes del territorio ¿Entendido?
- Leo... Sigue haciendo comparaciones en que yo sea de la misma especie que este humano apestoso y te juro que te abro en canal y me hago un collar con tus intestinos.
- Quizás te quedaría mejor que la ropa que llevas ahora, con el mal gusto que tienes.
- Ya no estoy encadenado, ten cuidado.
- Luego yo soy el que se lleva mal con la alimaña esta...- murmuró Jay rodando los ojos.
- Vuelve a llamarme así y...
- ¡Calmaos ya! ¡Sit!- Ambos cerraron sus furibundas bocas para mirar la forma en que el pequeño humano los señalaba con el dedo, como si su orden canina sirviera de algo.- Las peleas para luego, después organizamos batallas a muerte si hay tiempo. Ahora, directos al grano ¿Qué es lo que pasa en Tuisdroms?
- A ver... ¿Como lo explico? Todos lo conocéis por el ser la zona de la ciudad más pobre, criminal y en la que hay más nivel de venta y consumo de todo tipo de alucinógenos. Vamos, que ese conjunto de barrios es el ''nido de drogadictos'' más grande de todo el lugar, pues resulta que no es así, bueno, si pero no.
- Maravillosa explicación, tienen un 11 de 10 en expresión oral querido vampiro paleto- Ludolf le gruñó a Leo y puso su mano en la boca del pequeño obligándolo a callarse sus puyas.
- Resulta que en lo más profundo y peligroso de esa zona hay un barrio dedicado única y exclusivamente al hospedaje, comercio, negocio, etc... de seres sobrenaturales de toda la ciudad y de las ciudades más cercanas. Es un lugar bastante aislado y peligroso así que ningún humano de clase media o alta entraría ahí,o al menos no saldría vivo. Y como hay tanto índice criminal en el lugar las autoridades lo tratan como un caso perdido y tampoco tenemos molestas intervenciones policíacas, así que algunos asesinatos u otros crímenes no destacan ahí. Tampoco pasa nada porque algún humano vea un ser irreal, todos van tan hasta las orejas de alucinógenos que simplemente creen que es efecto de la droga y aunque alguno no piense así y trate de explicar lo que ha visto ahí nadie creería esas historia y menos de la boca de alguien que está en esos lugares.
También está el hecho de que los humanos buscan ciertos seres sobrenaturales para propósitos concretos que ellos no podrían cumplir y por tanto eso genera negocio para nosotros y el dinero nos ayuda a cubrirnos las espaldas, además, los aliados humanos siempre son bienvenidos.
- ¿E-En serio? ¡¿Vas jodidamente en serio?!- Preguntó Leo saltando de la cama- ¡Que te jodan Jay! ¡Sabía que tenía razón! UUU- Leo comenzó a señalar al acusado.
Laureado, trató de hacer un bailecito de ganador, aunque su torpeza le hizo parecer un pescado en tierra firme aleteando violentamente y convulsionando como si la vida le fuera en ello.
- ¿Qué?- preguntó el nombrado alzando una ceja e intentando no avergonzarse por los movimientos estrambóticos de su pupilo- Para eso, por dios, o vas a invocar a algo muy chungo...
- Cuando tenía 9 años y me escapé una tarde de la excursión por la ciudad y me metí en ese barrio te dije que había visto un troll y tu me dijiste que era imposible que hubiera uno cerca ¡Toma, tenía razón!
- Pues no me acuerdo de eso...
- Dejame regodearme en la victoria, maldita sea- farfulló molesto el menor mientras reiniciaba su estúpido paso de baile.
Afortunadamente Ludolf se levantó y lo derrumbó sobre la cama para hacerlo parar, pero Jay no lo agradeció, simplemente se quedó mirando de forma fjia la sensual manera en que las manos enorme del vampiro apresaban las caderas del menor con una perfecta armonía de forma, parecían hechas para encajar ahí; de hecho se unían tan bien, las manos con sus caderas, que parecían piezas de puzle e incluso daba la sensación de que cuando ambas estuvieran unidas por completo de escucharía una especie de ''Click'' metálico, como cuando uno une dos piezas de un objeto montable.
- Quietecito, niño- advirtió Ludolf señalando con el dedo a quien tanta ternura le causaba.
- Entonces ¿Vamos ahí y... después que?- Trató de cambiar de tema, quizás porque la sangre le hervía con solo imaginar lo que las toscas manos podrían hacer con ese cuerpo tierno y delicado que él había protegido y custodiado por años.
- Iremos ahí y entraremos en el barrio de los monstruos, buscaremos un hotel y nos quedaremos hasta que consigamos algo más de información. Tengo algunos contactos por la zona así que espero que no sea un gran problema, además si alguien no quiere hablar... Los vampiro somos muy persuasivos.
- Muy violentos querrás decir- rectificó Jay.
-Y cascarrabias - añadió el pequeño alzando el dedo índice.
- Y peligrosos, así que cerrad el pico.
Llevaban un buen rato caminando por zonas desérticas de la ciudad y es que llegar al barrio que ellos querían no era fácil. Por el momento no habían pisado el terreno peligroso, por así decirlo, pero estaban en la zona aislada, lugar perfectamente habitable pero totalmente abandonado pues nadie quería vivir cerca de aquel foco de maldad y drogadicción.
Las calles estaban tranquilas y en cierto modo eso relajaba a Leo, ahí incluso parecía haber menos contaminación y de vez en cuando algunos animales callejeros se cruzaban en su camino sigilosamente, parecía un paisaje post-apocalíptico y polvoriento, pero a Leo, sin duda alguna, le hacía sentir a gusto, era como si el tiempo se hubiera detenido en ese sitio y pudiera pasar allí largas horas, perdido en su mente sin importar nada más que el aquí y el ahora.
Ludolf por su parte comenzaba a sentirse mal, allí no había ruidos fuertes o olores mezclados así que todo su instinto y atención se enfocaban al menor, al aroma de su sangre. Parecía tan fácil matarlo ahí, donde no había ni un alma, y tan tentador, pero él sabía que no quería hacerlo en el fondo.
Aún así las ansias le podían y estaba a un zumbido de mosca de estallar en cólera.
Poco a poco fueron percibiendo un olor nauseabundo a suciedad, alcohol, sudor, vómitos y tabaco y es que estaban llegando a la entrada de la zona peligrosa.
Se adentraron por ella caminando con cuidado de no pisar ninguna de las jeringuillas del suelo ni ningún cristal ensangrentado, pero era difícil y Ludolf temía que Leo se hiciera un cortecito con algo del lugar porque entonces sí que sería incapaz de detenerse, le drenaría hasta la última gota de sangre.
Drogadictos, maleantes y cadáveres. Los humanos no sabían que de todo lo que había allí era peor, pero miraran a donde miraran una oleada de miseria y miedo les invadía.
Ludolf parecía amoldado a ese tipo de lugares y ambos se sorprendieron por ello porque de no ser así no habían durado ni dos pasos en aquel lugar. Apartaba los cadáveres resultantes de peleas injustas y de sobredosis de alucinógenos a patadas, como si fueran solo más ratas muertas en el camino. Los grupos armados y bandas territoriales que se acercaban a ellos, reconociéndolos como chicos mimados e indefensos del centro de la ciudad, se marchaban con el rabo entre las patas y la navaja en el bolsillo con solo mirar a Ludolf y ver sus enormes colmillos.
Las prostitutas huyan también, prefiriendo perder negocio a hacerlo con un asesino desalmado y algunos criminales solitarios seguían al vampiro con ojos suplicantes, como si le pidieran formar parte de su grupito, aunque estos se marchaban cuando Ludolf los examinaba duramente con la mirada. Era aterrador como infundía miedo allí donde pasaba.
Y finalmente llegaron a un lugar total y completamente distinto, lleno de dinamismo, actividad y rareza. Allí nadie se quedaba mirando a Ludolf de forma fija y tampoco lo evitaban, de hecho un par de seres chocaron violentamente con él y se fueron con grandes risotadas evitando disculparse por su falta de respeto.
Hombres lobo, espíritus, cambiantes, trolls, hadas, brujos, demonios, ángeles... Todo lo que Leo y Jay tardaban años en encontrar estaban concentrado en ese lugar inhóspito y tan al alcance de sus manos.
- Carne fresca...-susurró un hombres de ojos rojos como manzanas aspirando fuertemente mientras Jay y Leo pasaban.
Se relamió tétricamente y sus colmillos lograron crear un tajo en su lengua que se curó a los pocos segundos, pero eso no evitó que unas gotas de sangre chorrearan lentamente desde sus labios hasta su mentón.
- Piérdete...- murmuró Ludolf, fue entonces cuando ese sujeto reparó en él y tras fruncir el ceño y examinarlo escasos segundos, se largó.
Siguiendo al vampiro ambos humano se adentraron en un pequeño motel. Era hogareño en el fondo, pero todo parecía muy antiguo y olía a viejo, como cuando un visita la casa de sus abuelos.
- Tris- saludó el vampiro. La recepcionista afroamericana le devolvió el saludo con un movimiento de cabeza que hizo temblar su redondeada melena rizada- Habitación para tres. Una semana de momento.
Ella le sonrió con unos dientes blancos que contrastaron con sus labios gruesos y oscuros y parecieron iluminar toda la estancia. Era un chica radiante. Sonrió con picardía y miró a Ludolf deslizando unas llaves sobre la mesa del mostrador.
- ¿Dos? Veo que el gran vampiro está hambriento hoy...- rió mirándolos con lástima. Y sus ojos verdes como zafiros se tornaron extraños durante unos momentos. La pupila se estrechó por los lados y se prolongó hacia arriba y abajo, convirtiéndose en un extraño rombo profundo sobre el color verde centelleante.
Ojos de lagarto, ambos perdieron el aliento al ver aquella mirada fría y despiadada durante poco tiempo antes de que regresara a la normalidad, pero sintieron en ella amenaza y burla. Sabía que ellos eran nada más y nada menos que dos humanos indefensos.
- No me los comeré, Tris, no a ambos- comentó el vampiro por lo bajo mientras le daba un par de billetes a la recepcionista y se metía las llaves en el bolsillo- Por cierto, dale la habitación mala a Robert. Le ha echado un ojos a mis acompañantes ahí afuera y no me ha hecho demasiada gracia.- pidió deslizando un billete más por la mesa. La madera silbó suavemente por el tacto del dinero.
- Tus deseos son órdenes. Pero no me dejes la habitación como la última vez, la sangre no se fue de las sábanas...
- No te quejes, me deshice del cadáver por ti.
Leo sentía pequeñas descargas naciendo en su espina dorsal y distribuyéndose por todo su cuerpo, como lagartijas llenas de miedo que correteaban a la punta de sus dedos. Sabía lo que Ludolf era y lo que hacía, pero escucharlo de esa forma, ver en primera persona tal banalización del asesinato, le había dejado helado.
Jay, que sentía la ira crecer desde la boca de su estómago, simplemente apretó los puños hasta que sus nudillos se quedaron pálidos y miró al menor con reproche. Un clarísimo ''Te lo dije''.
- L-Ludolf ¿Hay algún lugar cerca para comer?- preguntó Leo después de que, en medio de un corto silencio, su estómago lo hubiera avergonzado rugiendo como un león histérico.
- Sígueme- dijo el otro cortante. No le gustaba andar por ahí con dos humanos siguiéndolo como perritos rastreros, podían acabar metido en problemas por eso.
Leo comía espaguetis con queso y tomate, manchándose la boca de rojo al aspirar los largos y deliciosos tubitos de pasta. Jay había pedido una ensalada completa y, como era obvio, Ludolf simplemente estaban sentado en la mesa de madera sin tomar bocado, aunque no paraba de comerse a Leo con la mirada.
De hecho al vampiro se le hizo difícil no reír al ver como el menor acababa con sus comisuras llenas de salsa de tomate, pareciendo la versión de baja calidad de un vampiro real.
El local era acogedor, pequeño y olía a vainilla, cosa que encantó a los humanos, pero aunque habían escogido una mesa al fondo de todo, pegada a la ventana y haciendo esquina, no estaban lo suficientemente ocultos como para pasar desapercibidos. Allí todos comían cosas extrañas, muy poco apetecibles, pero los ojos se clavaban en los platos de los humanos y en la forma en que se llevaban a la boca hojas de lechuga o pasta, como si estuvieran degollando a un pollo vivo con sus dientes y bebiéndose su sangre.
De pronto alguien entró en el local recibiendo todas las miradas de cada uno de los clientes, y es que la joven despampanante que había irrumpido en el restaurante merecía la atención que le era dada. Piernas largas, finas, bronceadas y muy bien torneadas, glúteos redondos y pomposos sobre caderas de avispa que discernían en una delgadísima cintura, parte de un plano abdomen que sujetaba dos pechos enormes. Clavículas marcadas y cuello fino, con un lunar a un lado que parecía ser una invitación a ser besado. Rostro triangular, de finas facciones pero grandes ojos. Boca modesta y sonrosada, pelo rojo y rizado como tirabuzones de fuego líquido y mirada de leopardo: Negra y amarilla.
A Leo no le gustó ni un pelo la forma en la que Ludolf la miraba y sonreía como si fuera amiga suya de toda la vida.
Sus piernas parecían más finas y gráciles porque estaban sobre el reposo de unos tacones de aguja negros como el petróleo, y hipnóticamente relucientes.Llevaba una minifalda de cuero negro que se apretaba tanto contra su trasero y piernas que a Leo le sorprendió que pudiera andar, aquella prenda no parecía concederle una muy amplia movilidad, ni comodidad. Para tapar el resto de su cuerpo únicamente vestía un corsé negro atado con una liviana cinta roja, acentuando sus curvas y logrando que sus pechos resaltaran como dos grandes frutas de carne.
- ¿Pero qué tenemos aquí?- preguntó en alto, con voz chillona y un meloso toque seductor demasiado fingido para el gusto de Leo- El gran y peligroso Ludolf- acabó, fijando sus ojos en él como si fuera el objetivo de su cacería.
Se acercó a él con pasos pequeños, cruzando las piernas como si el suelo de madera fuera una pasarela llena de lujo y glamour. Y se ganó varias miradas más, que de haber sido luminosas, la tendían volando en un destello de mil colores fulgentes.
- El mismo- comentó el otro rodando los ojos con hastío.
- Vaya, hacía tanto que no te veía- comentó en tono triste e hizo un puchero.
Cuando Ludolf la miró de vuelta se mordió el labio de forma provocativa y lo abrazo por detrás, apoyando su cabeza en los hombros del vampiro y dejando las manos caer sobre su pecho.
- No has cambiado nada, gran vampiro.
- Lo se, cosas de ser inmortal.
Ella rió de forma aguda y pueril, como si él hubiese dicho algo gracioso o al menos lo hubiese pretendido, pero no fue así.
- ¿Y yo? ¿He cambiado?- preguntó ella juguetona mientras se despegaba de él y posaba, dando una vuelta, para mostrar sus cuerpo entero y poco cubierto al vampiro.
Ludolf miró por la ventana durante la pequeña acrobacia de la chica y siguió haciéndolo mientras daba su respuesta.
- No lo se, Gabriel, no me he fijado- respondió, cortante y seco. Tenía menos interés en ella que en la ensalada de Jay- Supongo que no, los súcubos no cambiáis.
- Vaya, si que sabes cosas...- fingió impresionarse mientras se acercaba de nuevo a él y ponía una de sus manos en los brazos fornidos del vampiro.
Apretó el enorme bíceps entre sus dedos de largas uñas esmaltadas cuidadosamente con color rojo sangre y se mordió el labio de nuevo.
Ludolf la miró apático y simplemente desvió sus ojos para encaminarlos de nuevo a la ventana.
- Y, dime ¿Que te trae por aquí después de tanto tiempo?- con su dedo índice trazó suaves círculos en el brazo musculosos que segundos atrás había agarrado.
- Vengo a cazar brujas.
- Vaya, eso es interesante ¿Porque quieres hacer eso?- preguntó ella haciéndose un hueco entre la mesa y el asiento del vampiro.
Se subió de forma poco disimulada la falta dejando a la vista sus cachetes y un minúsculo trozo de tanga morado y, tras eso, se sentó sobre el regazo del vampiro, moviéndose en exceso para acomodarse.
- Son mis jodidos asu-
Ludolf, a un paso de echarla a patadas de ahí, enmudeció repentinamente cuando Leo dio un golpe en la mesa con su pequeño puño, levantándose en aquel preciso instante.
- ¿Alguien te ha dicho que eres bienvenida aquí, maldita calientapollas? Porque juraría que ni Jay ni yo te hemos dado vía libre para que nos interrumpas en nuestra comida y también creo que el jodido vampiro está siendo lo suficientemente borde contigo como para que entiendas que por una vez en tu vida alguien no te quiere cerca, putisimo trozo de carne sin personalidad. Así que levanta tu culo del regazo de mi vampiro y lárgate a buscar atención a otro sitio.
Gabriel se levantó de golpe también, mostrando su explosiva altura y frunciendo el ceño de forma en que su rostro angelical pareció provenir de los más oscuros cuentos de monstruos. Su piel de porcelana pareció resquebrajarse por las arrugas de ira formadas en su tez y de sus labios modestos y brillantemente pigmentados surgió una larga lengua de reptil siseando.
Ludolf, por su parte, sonrió halagado y miró a su humano con ojos brillosos, orgulloso de su comportamiento y divertido por la respuesta del menor a las insinuaciones de una potencial amante.
- Una lástima que tu presa me haya molestado, Lu, yo tenía algo de información sobre brujos...- murmuró dándoles la espalda y comenzando a contonear sus caderas escandalosamente para marcharse.
- Pues más te vale soltar todo lo que sepas, si me conoces bien sabes que soy peligroso, Gabriel...- ella se giró de golpe, relamiéndose al escuchar su nombre en los masculinos labios del contrario.
- No pienso hablar hasta que no esté satisfecha y... todo el mundo sabe cómo se satisface a un súcubo...
- De acuerdo- sentenció Ludolf, por lo que se ganó una mueca de desagrado por parte de Leo, quien fue incapaz de articular palabra.
Poco a poco vio como sus ojillos humanos comenzaban a anegarse en lágrimas y sintió una profunda compasión acompañada por unas ganas infinitas de abrazarlo hasta que todo estuviera bien para él.
- Mi amigo, Jay, te dejará satisfecha ¿Verdad?- preguntó alzando una ceja y lamiéndose los colmillos con tal de presionar al nombrado.
- ¡¿Que?! ¡No! No pienso acostarme con un monst- Cerró el pico en el mismo momento en que Ludolf, por debajo de la mesa puso una mano en su pierna y apretó tanto que supo que quedaría un moretón por meses.
Siguió ejerciendo presión con sus dedos y de haberlo echo un rato más el simple toque de sus manos había desgarrado la piel haciendo salir trozos de músculo triturado a presión, como si su pierna hubiera reventado, pero por suerte el humano intervino antes de que eso sucediera.
- ¡L-Lo haré!- gritó mientras por rostro el sudor y las lágrimas se mezclaban en salados ríos que acariciaban la piel roja y llena de venas que ahora resaltaban como hilos violáceos.
- Bien. Dentro de media hora, en la habitación trece del motel de enfrente. Jay, se útil por una vez en tu vida.
- Te prefería a ti, grandullón. Pero el humano no está nada mal...- murmuró ella tomando una cereza de la ensalada de Jay y metiéndosela en la boca lenta y deleitosamente.
A Leo le hirvió la sangre al ver como aquella grandísima zorra salía dando saltitos alegres del lugar.
- ¿De que la conoces?- preguntó de forma brusca, con el ceño fruncido y apartando su plato de espaguetis sin acabar. Había perdido definitivamente el apetito.
- Tuve sexo con ella en el pasado, cuando era un vampiro inexperto que mataba a los humanos por follarselos demasiado duro. Pero tranquilo, no me atrae, solo la usé hace mucho para desahogarme.- explicó risueño, lanzándole una mirada perversa a su pequeño receptor en cierta parte de su explicación.
- A-Ah- dijo el otro, sorprendido por todas y cada una de las palabras del contrario- ¿C-Cómo es posible que alguien... que tu puedas matar a ... haciendo, ya sa-sabes? A ver... pareces tenerla grande pero tanto como para causar una muerte...- el menor simplemente se quedó dubitativo y rió ante la cara de espanto de Jay, que sentía que cada vez que esos dos hablaban de sexo, algo en él moría.
- Si quieres puedes comprobar lo que soy capaz de hacer, mocoso de mierda.
- Él no comprobará nada.- lo retó Jay dando un fuerte golpe en la mesa que hizo que su vaso de agua produjera unas ondas histéricas.
- O si- se aventuró a decir el menor con una dulce sonrisilla en su rostro, recibiendo una mirada asesina por parte de su jefe- Tranquilo, era broma.
- O no.- decretó el vampiro con una sonrisa en su rostro, muy diferente a la de Leo.
Él parecía estar lleno de una mezcla pegajosa y dulce de atracción y perversión, saboreaba las palabras al hablar y su lengua siempre bailaba sobre los colmillos para dar fin a la función de sus intervenciones verbales.
Después de pagar las cuentas todos salieron afuera y tomaron dos caminos distintos. Ludolf le había dado las llaves de la habitación a su humano enemigo y tras eso le había tomado de los hombros, mirado fijamente, y recordada que debía hacer bien su trabajo. Por si su tono soez o su mueca de desagrado no bastaba, Ludolf apretó bien el hombro del chaval, haciendo que tuviera que morderse un labio para soportar el dolor y quedar como un hombre y no un niño llorica delante de su oponente.
Ludolf y Leo se marcharon a dar una vuelta para dejarles intimidad a aquellos dos durante largo rato. No sabían bien a donde ir, o al menos Leo eso pensaba. Ambos siguieron los pasos del vampiro pues conocía con más exactitud todo aquel lugar y las que cosas que habían en él; finalmente acabaron en una calle ciertamente oscura pero muy tranquila, tanto que hacía a Leo sentirse como si estuviera en la boca de un ser que, angustiado, contenía la respiración.
- Así que... ¿Tu vampiro, eh?
- Cállate.- El menor cambió su radiante sonreír por una cara de pocos amigos más propia del de pelo largo que suya. Parecía que la mala ostia era contagiosa.
- Oh, vamos... Estabas muy hostil con mi amiga ¿Que ha pasado ahí?- preguntó en tono pícaro, acercándose más al chico y tomándolo de la cintura- El pequeño mocoso humano está ¿Celoso?
- ¡OH, CÁLLATE!- Rápidamente se zafó del agradable agarre del mayor y lo miró con un visaje furioso en el rostro.
- A mi un humano de mierda no me da órdenes.- Murmuró ronco, acercándose al chico con un aura oscura, propia de su raza.
- A mi tu tampoco, no soy tu perrita.
- Te has puesto a ladrarle a esa súcuba como si lo fueras. Como un jodido y débil chihuahua enfadado.
- ¡Que te jodan! Ah, no, ya se... Que te joda ''Gabriel'' ¿No?- se cruzó de brazos, con ganas de patear a aquel imbécil de piedra que tenía delante suyo y no es que no se atreviera adarle una golpiza porque le tenía aprecio, más bien temía hacerse el daño al golpear semejante masa de fuerza bruta.
Ludolf simplemente rió incrédulo por unos segundos y después usó su mano para recogerse el pelo, tirándolo hacia atrás mientras suspiraba, comenzando a enervarse al tomar en cuenta las palabras del pequeño chico. Lo miró escasos segundos con una seriedad fría y hosca, Leo se mantuvo en su posición durante ese breve instante, tratando de parecer firme y decidido, pero esos ojos rojos y desalmados lo desnudaban, lo exponían y le hacían sentir atravesado por mil colmillos furibundos.
Todo sucedió tan rápido que Leo no apreció el momento de transición en el cual había pasado de estar plantado en medio de la calle como un pasmarote a estar contra la pared, acorralado por la gran bestia y aplastado contra el cemento por una mano que se aferraba a su cuello, apretando con control y fuerza, con tal de hacerle sentir amenazado e intimidado. Y vaya si lo consiguió.
De no ser porque era Ludolf quien lo había tomado en sus brazos bruscamente para lanzarlo contra la pared y apresarlo ahí mismo, se estaría manchando los pantalones con su propio orín, porque debía admitir que estaba francamente asustado. No esperaba esa respuesta para nada y seguía en shock, el vampiro solo lo miraba de una forma confusa que logró ponerlo más nervioso y hacer que una pizca de desconfianza floreciera en él.
La otra mano del vampiro fue directa a su cintura, regalándole un tacto erótico y dominante que pronto se tornó en doloroso y ardiente fuego sobre la piel: estaba apretando tan fuerte que dolía.
- Chiquillo de mierda, te lo advertido ya demasiadas veces, ya no estoy encadenado... ¿Quien te crees que eres para hablarme de ese modo, eh? No voy a tolerarlo, mocoso...- rugió cuando el menor intentó usar sus manos y uñas para liberarse del poderoso agarre, pero Ludolf apretó más su cuello y consiguió que desistiera en su lucha- No intentes nada. No puedes conmigo ¿Entiendes?
El pequeño solo lo miró lleno de un terror inmenso y desconocido hasta el momento para él y Ludolf le sonrió aflojando un poco pero sin soltar.
- Bien.- anunció bajito, acercándose a la boca del menor con lentitud.- Estoy muy enfadado, ahora mismo podría...- dejó morir las palabras en su boca cuando el pulgar abandonó el cuello momentáneamente para pasar por uno de los labios del crío, notando el latir cálido y vivaz que los hacía tan rojos, grandes y dulces.
- S-Se que no me harás daño, tonto. Confío en t-ti- dijo el otro con cierta molestia, la cual creció al percatarse de que el ser estaba anonadado mirando su boca y hacía caso omiso a sus palabras.
Miró esos labios bellos, tierno y rosados y su apetito se abrió, tenía tantas ganas de comerse a ese maldito niño. Le miró directo a los ojos y su mirada pareció quemar las retinas del otro, pues era incapaz de mantener su vista en esos orbes sangre, perversos, viles, malditos.
El belfo inferior del menor temblaba de una forma deleitosa, resaltaba su besable forma, su genuino y excitante miedo. Suspiró unos segundos y aquel movimiento en el que entreabrió su boca pareció ser la más clara invitación del mundo a ser besado, pero Ludolf solo rozó sus labios contra los del menor en una explosión de temperaturas.
Leo enrojeció ante el aterciopelado y frío contacto con el mayor, que robaba el calor de su sonroja a través de las caricias que sus bocas se regalaban superfluamente.
- L-LU..ahg.- y ahí el vampiro se dio cuenta, estaba apretando su garganta con demasiada fuerza.
Lo había mirado como a la obra de arte más bella y, a su vez, como al plato más exquisito, pero sin embargo había olvidado la fragilidad de su limitada vida mientras se abstraía en un mundo donde solo existía Leo y su perfección.
- Perdón- dijo el vampiro, con ese susurro en el viento dejó de apretar su pequeño cuello y la mano se reunió con su homóloga. Ambas descansaron en esa pequeña cinturita que lo enloquecía y lo notó tan liviano y pequeño, tan inocente, que supo que de no haber nacido humano, Leo habría sido un ángel.
Y quizás ya lo era. Su ángel.
- Soy...un monstruo, lo sabes. Oscuridad y tu eres luz y te... apago.- comentó acariciando su mejilla lentamente y sintiéndose desesperado por tener una pizca de bondad en su interior a la que Leo pudiera amar.
- No lo eres. Eres bueno, Ludolf. No eres un monstruo, sino no haría esto- Leo, decidido, se puso sobre las puntas de sus piel y dejó que sus labios chocaran con la sombra rasposa de barba del vampiro.
Des de su mejilla a su comisura, fue dejando pequeños besitos sobre la helada piel y se le rompió el corazón en miles de pedacitos imaginándose el frío del corazón de su pobre vampiro, tan victimizado y herido, catalogado de algo que jamás pidió ser.
Cuando llegó a la comisura el tiempo pasó más lentamente y se demoró más en despegarse de ese meloso beso, pero el que siguió fue por obra del vampiro, que tomó a su chico de las mejillas y lo sostuvo adecuadamente para poder besarlo profundo y lento.
Al principio eran solos sus labios tomando los del menor, junto a los afilados colmillos que mordisqueaban y arañaban con cuidado, causando un leve ardor que solo encendía algo dentro del chiquillo. Después Ludolf dio un paso al frente destruyendo toda distancia entre el menor la pared y entre él y su pequeña presa y lo tomó de las caderas.
Las apretó fuerte en sus manos y las sostuvo contra las su pelvis, haciéndolas inseparables y juntando así ambas excitaciones, tan crecientes y salvajes.
Profundizó el beso cuando ya no pudo seguir con semejante castidad y el pequeño se aferró a su camiseta, arrugando la tela entre sus puños febriles. La lengua del mayor primero lamió sus labios haciéndole sentir unas peligrosas cosquillas que nacieron ahí donde la húmeda y carnosa sinhueso del vampiro posaba su toque y que murieron por todo el cuerpo tras expandirse como una descarga de electricidad, placer y quemazón.
Hurgó dentro de su boca tras ese lujurioso pedir el acceso y el menor se sintió en el cielo cuando su lengua pequeña y temerosa se atrevió a rozar la otra, a bailar entre sus bocas de forma erótica, jamás establecida por nadie y suya. Ese tocarse de las lenguas tan suyo, tan enérgico y amable, con desenfreno y cuidado, como si el tiempo se agotara por cada respiración pausada, por cada anhelo y cada beso, por cada momento en que se amaban.
Metió entonces su lengua en la boca del vampiro e intentó imitar sus movimientos, siempre cargando a sus espaldas el significativo peso de su inexperiencia, cosa que le hacía mil veces más tierno bajo la mirada del vampiro.
Fue valiente y cuando sintió la fría y deslizante superficie de los colmillos pasó la lengua a través de ellos, besando el peligro, amando a la bestia con todas sus facetas, las bellas y las cortantes. Punzantes, como dos lanzas cuya naturaleza destructiva no se puede negar, lograron hacerle al chiquillo una mínima incisión, pero con solo el aroma de una gota de sangre Ludolf se sintió poseído por su alma instintiva, por su deseo de carne y sangre.
Paró el beso de golpe, queriendo que su cabeza se reafirmara sobre todas las sensaciones que elevaban a su cuerpo a planos superiores de existencia. Impuso la razón sobre su ansia y logró apaciguarse un poco.
- Mocoso... Ya te lo dije, yo soy un monstruo y tu un maldito ángel. Te corromperé si esto sigue. Yo sere tu vampiro si tu eres mi humano, pero ¿Estás seguro? ¿Seguro de querer compartir tu existencia con un ser que lejos de tener vida, la arrebata?
- Yo si ¿Y tu?
- Estoy más seguro de esto que de nada en este jodido mundo- rugió, acercándose unos milímetros para probar los labios del menor una vez más.- Pero no quiero hacerte daño y esa... es mi naturaleza, herirte.
Leo lo miró con compasión, como si él comprendiera algo que al vampiro se le escapaba y aunque sus ojos abismales hacían su corazón latir rápido por el miedo, se perdió en ellos, se cayó en la profundidad de su alma.
- Yo se que eres más que eso.
- ¿Y si no lo soy?- preguntó repentino y angustiado, pero Leo solo sonrió.
Lento y sincero, un beso lleno de ataduras e infinitud.
- Eres muy adorable en el fondo- el chico rió alzándose forzosamente para poder acariciar la cabeza de su asesino como si se tratara de un pequeño y amigable animal doméstico.
- No lo creas. Te cortaré esa mano y si vuelves a hacer algo así.- Dijo tomándolo de la muñeca e interrumpiendo la burlesca caricia.- Leo, hay algo que quiero proponerte. No se si estarás preparado.
- ¿S-Sexo?- preguntó el otro sintiendo calor en todo su cuerpo y sudores nerviosos recorriendo su espalda. Un hormigueo en el bajo vientre fue la respuesta a los pensamientos derivados de su inocente pregunta.- M-Me da algo de vergüenza, pero creo que si q-
La risa del vampiro le cortó, su melódica carcajada logró hacerle enrojecer por si no estaba ya suficientemente avergonzado.
- Eso no te lo iba a proponer, prefiero actuar directamente- Acarició el rostro del pequeño tomate con el que estaba conversando y bajó notoriamente para darle un pequeño beso en el cuello que consiguió que Leo dejara escapar el placer por su boca, en forma de suspiro y gemido a la vez.
- Me refería a otro tipo de contacto íntimo. Uno de sangre. No es fácil estar a tu lado y mantener el control Leo, y mis amenazas no son en vano. Ya te lo dije: Cuando estuviera sin cadenas te mordería y no podrías escapar de mi.
Lo tomó fuerte como un cazador constriñendo a su presa para sofocarla y no dejarla alejarse de su abrazo mortal. Olió su cuello y el tamborileo acelerado de su corazón lo encendió: Miedo.
La sangre sabía mil veces mejor con el dulce miedo corriendo por las venas, le daba un sabor casi empalagoso, pero sin embargo recorría la sangre rápido y audaz, como un chispazo, y cuando la bebía sentía esa corriente cosquillear en su lengua y morir a la altura de la garganta, dejando una sensación de picazón adictiva y extraña a la altura de la nuez.
- L-Ludolf, estoy...
- Asustado, lo se. Puedo oler lo asustado que estás. Amo tu miedo, me da ganas de soltarte para que corras como el cachorro indefenso que eres, para poder cazarte como a un presa de verdad y morderte tan fuerte y lento que desees morir, y beber tu sangre poco a poco mientras siento como me llena y como me da calor y esa... esa sensación tan jodidamente... tan... joder, tan como si estuviera vivo otra vez...
Leo suspiró asustado, nada tenía que hacer si el vampiro decidía morderlo o incluso si además pretendía matarlo. A su lado, no era nada, una simple mota de polvo enfrentándose a un plumero eficaz, lo borraría de la faz de la tierra como a una simple manchita del mundo.
Estaba tan aterrado que cuando quiso darse cuenta, esa imagen de grandes aros de fuego alrededor de pozos de negrura infinita y vacía, se le hacía borrosa por la lámina de lágrimas que se formaban en sus ojos.
No es no confiara en Ludolf, él sabía plenamente que no deseaba herirle, pero a su vez conocía a la perfección lo embriagadores que podían ser los instintos de un vampiro, la forma en que la sed de sangre podía cegarle hasta hacerle cometer atrocidades que, en su sano juicio, habría rehusado siquiera planteárselas.
- No llores, tu no. Por favor. No te voy a matar, solo... deseo probarte. Solo comerte un poco. No te vas a escapar, no lo hagas difícil. Lo necesito, joder...
Apoyó su cabeza en la pared de cemento y apretó los puños tanto que se clavó las uñas en la carne, pero al menor el dolor de su piel cediendo y el sentir su sangre chorrear por sus nudillos le ayudó a mantener la cabeza despejada. Además el hedor de su sangre muerta y vieja le cerró un poco el apetito y supo que así se controlaría mejor.
- Lo siento, solo... no aguanto. Dame tu cuello, joder ¡Ahora!
Golpeó la pared y su puño se hundió como si esta fuera de plastilina. Lo sacó sacudiéndose los escombros y tomó el pelo de su niñito indefenso.
Chilló con fuerza e incluso llamó a Jay, estaba tan asustado que en ese momento todo le daba igual. Las buenas intenciones de Ludolf, su disculpa a priori, sus besos y caricias hermosas... Solo quería alejarse de ese vampiro, irse corriendo hasta que le dijera que estaba saciado y que estaría a salvo si volvía.
Quería sentirse seguro, pero en los brazos que antes le reconfortaban solo halló ahora una prisión atemorizadora.
No era él, Ludolf no estaba siendo total y completamente consciente de si mismo en esos momento y lo podía ver en la manera en que rugía, como si se tratara de un sonido ancestral y animal para advertir a la presa de su posición. Sus colmillos gigantescos, afilados y peligrosos brillaban en su boca, como estrella en el cielo, como mortífera balas en la noche.
Y se dirigían a su cuello sin compasión.
Al menor tuvo la certeza de que algo de Ludolf quedaba en esa bestia de pura hambre pues aunque gritó, lloró, pataleó y finalmente se quedó sin fuerzas, Leo estaba siendo mordido solo con dos colmillos.
Casi pudo sentir el momento exacto, el punto sin regreso, en que la carne se estiraba dando lo más de si y, con solo un poco de presión más, los tejidos cedían, desgarrándose con elasticidad, vibrando, rotos, bajo los filos y la sangre salía a borbotones, y en las heridas profundizaban esas dos estacas que le herían y cortaban aún más si trataba de moverse y huir.
Y Ludolf también pudo sentir ese momento, lo gozó con expectación y frenesí, y cuando la sangre tocó su boca sus labios se apoderaron de la piel rota de donde manaba esa fuerza vital, ese latir líquido, esa vida férrea.
Gimió ronco mientras succionaba y para cuando su cuerpo volvió a su alma, después de estar en el Edén, lejos del tiempo y la tangibilidad, pues había probado sus frutos prohibidos, el menor ya se dejaba hacer con angustia en su corazón acelerado y lágrimas en sus ojos enrojecidos.
La extremidades flácidas, la cabeza echada para atrás y los ojos abiertos mórbidamente, hasta que su cuerpo convulsionó breves instantes, ahondado la herida de su cuello, y se desprendió de su rectitud, de su rigidez dolorosa.
Ludolf se obligó a si mismo a abandonar su paraíso y le dolió tanto dejar de beber su sangre que lloró al separarse de la mordida. Tomó al chico en sus brazos y lo acunó mientras se mordía el labio y dejaba gotear su sangre en la herida del menor, consiguiendo que la piel se cerrara, como si todo fuera un video de la mordida puesto al revés.
Jay debía reconocer que después de mil misiones donde se había jugado la vida, de cientos de mandatos donde había estado a cargo de la muerte de sus semejantes y alumnos y de decenas de momentos de derrota donde creyó, durante más que solo unos segundos, que iba a ser asesinado, estaba nervioso.
Su sangre fría había quedado atrás y parecía que su temperamento helado se había derretido. Las misiones en grupo siempre le habían aportado seguridad, apoyo y cuando él estaba al cargo, confianza. Pero ahora estaba solo, trabajando a espaldas de su organización, a la que había rendido culto como un cristiano devoto yendo a misa todos los domingos
Y ahí estaba, en una habitación de hotel, en un barrio sobrenatural, al borde de una cama deshecha y esperando a una súcuba para tener un encuentro sexual no deseado. Y todo porque un vampiro que deseaba matarle lo había ordenado. Y por venganza, debía vengar a sus caídos.
Unos toques en la puerta lo sacaron de sus pensamientos y rodó los ojos con fastidio al oír la risita al otro lado justo cuando dio el primer paso.
Abrió la puerta y la despampanante no humana lo miró de arriba abajo, relamiéndose con deseo como si fuera su cena.
Se sintió asqueado por la idea, él ni siquiera se sentiría atraído por una chica así aunque fuera humana. Era más simple, le gustaba lo sencillo, lo modesto, pero esa chica estaba tan decorada, adornada, era tan extrema y parecía tan artificial y plástica. Parecía una muñeca sexualizada y abrupta.
Sin mediar palabra ella entró y cerró la puerta, después lo empujó a la cama y se subió sobre su entrepierna causándole una presión que lejos de ser placentera le pareció forzosa.
Su miembro, como si tuviera vida propia, se levantó. Más por el roce, que porque quisiera que esa bestia demasiado curva lo usara en nombre del placer y la lujuria.
Se sacó la minifalda y cuál fue su sorpresa al ver que ella no llevaba ropa interior. Al menos eso significaba que las cosas sucederían rápido.
Decidió que no quería estar ahí para nada, que no quería tener que acostarse con ese engendro para que luego, insatisfecho, se rehusara a darle la preciada información.
Se sentó al borde de la cama con ella aún en su regazo y le sacó el apretado corsé de de forma dificultosa, pues su cierra era como un laberinto para dedos, mientras ella le besaba el cuello y bajaba su bragueta lentamente, como si jugara.
-Va cariño, no seas tímido- canturreó en su oreja antes de morder su lóbulo.
Enormes pechos rebotaban frente a su cara y sintió hastío. Aquellas monstruosidades no eran bonitas, manejables o siquiera capaces de ser acaparadas por él, era excesivo.
Pero las tomó en sus manos y apretó, senos fríos como si estuviera muerta. Repugnante.
Ella salió de encima suyo rápidamente y de un tirón bajó su pantalón hasta que las botas militares lo frenaron. Comenzó a desatar una cuando vio que él tomaba el cordón de la otra.
Toco la parte interna de sus botas y suspiró aliviado. Esa pequeña nunca fallaba.
- ¿Que...?- su voz fue aguda e histérica mientras sentía el filo frío bajo su barbilla,obligándole a levantar la vista.
- Mi daga de colmillo de lobo, espero que no la quieras conocer más a fondo- la presentó mientras apretaba más fuerte, haciéndole una pequeña incisión y obligándola a levantarse, semidesnuda y furiosa.- Vístete y habla, ahora.
- ¡Cabrón despreciable!- chilló ella alzando la mano, dispuesta a abofetearlo sin el más mínimo temor.
Ni en sus peores momentos, metiéndose en problemas sujetos violentos y extremadamente agresivos, había salido dañada de una pelea. Ni había ser sobre la faz de la tierra que se atreviera a corromper su cuerpo, a mancharlo con la impureza del dolor, a pudrir su santa sensualidad. Su belleza era su mejor arma.
Tal cual alzó la mano y esta se deslizó en el aire, paró en seco siendo atravesada por el puñal.
Chilló como un cerdo degollado y sus ojos, secos e incapaces de llorar porque el dolor impedía que su cuerpo reaccionara apropiadamente, se abrieron como platos.
La había sentido rasgar la piel, pero también había notado como los tendones se soltaban como cuerdas en tensión cortadas, como los vasos sanguíneos reventaban produciendo un reguero de sangre vomitivo y un ardor de mil infiernos, y como los huesecillos se deslizaban dentro de su piel moviéndose por el impacto del navajazo. Algunas astillas se habían clavado por dentro, perforando el músculo, y le dolía pensar en moverse.
Con la mano de la chica clavada en el puñal, Jay lo movió en el aire y lo clavó en la pared junto a la mano empalada, dejando a la chica ahí clavada.
El siguió vistiéndose mientras ella lloraba, estática, y le suplicaba que le quitase el cuchillo de la mano.
- ¿Como has podido hacerme esto... ¡A mi!? ¡A una chica!
- Lo que tienes entre las piernas no te hace menos merecedora de dolor ni menos peligrosa, para mi. Ahora habla o sacaré eso y lo clavaré en tus jodidos ojos.
- Solo se que lo que me ha contado Ronnie, sobre las brujas...
- ¿Quien es Ronnie?
-Un hombre de verdad y mi mejor amante. Mil veces más macho que tu, sin armas se defiende y jamás golpearía a una chica.
- Ves a los datos de interés- sugirió Jay en un tono nada amigable acercándose a ella y poniendo sus dedos sobre el mango del cuchillo. Apenas lo movió un milímetro y ella no podía aguantar las lágrimas.
- E-Es un cambia cuerpos y tiene una tienda aquí... Un-a bruja quiso comprarle pociones de curación y jamás la había visto por la zona, cosa que es muy rara. Los que están de paso no se involucran con los que somos de aquí... E-Esa bruja trató de regatear e incluso estuvo a punto de robarle algo...
- Oye Ludolf, gracias por el helado. Ya me siento mejor, gracias por preocuparte por mí-murmuró el chico mientras lamía un helado en tarrina de tres bolas sabor fresa. Parecía apetecible y cremosos entre sus labios, incluso para el vampiro.
Con su mano libre se aferró al brazo del vampiro y ocultó una sonrisa enternecida cuando este tensó el músculo por acto reflejo; no estaba acostumbrado a tener a alguien tomándolo de forma frágil y cariñosa.
- No me he preocupado, humano imbécil. Te he comprado eso para no tener que llevar calderilla en los bolsillos, me molestaba.- Gruñó como un oso enfadado, acabando la frase con el entrecejo lleno de arrugas de tanto fruncirlos y los labios apretado en una línea inexpresiva.
- Sí, sí... Lo que tu digas.- se burló Leo apegándose más a él, consiguiendo que el otro soltara un rugido bajo de disconformidad, como si realmente le molestara que se acercara a él como un adorable y humano amante.
Y realmente de haber sido otro humano, por mucho que le agradase, Ludolf le habría pateado el trasero. Odiaba que los mortales le tocasen, pensaba que era una muestra no se osadía sino de mala educación, una aspiración demasiado grande para un simple mundano. Nada que pudiera perecer, nadie cuya sangre pudiera ser su alimento, era lícito de tocarlo como a un igual, como a alguien accesible. Él era simplemente demasiado bello, perfecto y mortífero como para que las corruptas manos de un reemplazable humano lo tocaran.
Pero cuando Leo lo hacía todo estaba bien. Él no parecía ser como los demás, simplemente era único en una forma tanto positiva como negativa. Más testarudo, pesado, molesto, inconsciente, enojón, cabezota y muchas cosas más, que nadie.
Pero también era el más lleno. Esa era la palabra, los demás eran prescindibles porque eran seres superfluos, vacíos. Carcasas sin más, pero Leo había profundizado en si mismo y se había dotado de una dimensión que solo los vampiros son capaces de apreciar.
- No quería beber tanto de ti. No me he controlado bien, iba a parar antes de que te desmayaras y...
- No te preocupes, eres un vampiro con hambre y yo un humano. Además sabía que algo así podría pasar si seguía contigo, ya me lo advertiste, y asumo el riesgo... Así que disculpas aceptadas.
- N-No me estaba disculpando, humano de mierda... Pienso dejarte seco de veras si sigues sacando tus propias conclusiones.-amenazó, mirando a los ojos del chico y viendo en él no solo el típico miedo a su ser, que era algo natural e instintivo, sino también ese atisbo de burla y sarcasmo que tanto le favorecía y a su vez lo volvía un chiquillo odioso.
- Sí, claro, tu siempre tienes la razón- murmuró el chico mientras se ponía recto y llevaba su mano tiesa a su frente, como un soldado siguiendo órdenes y saludando a su superior.
- Jodido niñato, a la próxima no pararé.
- ¿De que? ¿De mandar disculpas en forma de indirecta porque te sientes culpable pero tu orgullo no te deja reconocerlo?- El vampiro paró en seco en medio del pasillo del hotel, quedaba poco para que llegaran a su puerta pero ese maldito niño lo estaba sacando sus casillas y habría interrumpido cualquier actividad que estuviese realizando para hacerle pagar por sus palabras- Uf, esa ha tenido que doler. Ha estado bien, me sumo diez puntos ¡No! Quince.
Ludolf lo miró profundo y sus ojos se fijaron en él con rabia. Antagónicamente a la forma que habían tomado otras veces, en esa ocasión sus pupilas se contrajeron convirtiéndose en dos puntos negros sobre un fondo rojo brillante.
Como rubíes vivos, afilados y amenazantes. Su mirada era siempre terrorífica. Podía verla con tanta claridad que le asustaba: distinguía las hebras de venas dentro del rojo enfermizo y la tinción desigual en los diferentes surcos dentro del iris, e incluso en ese rojo sangre podía ver el reflejo de su rostro temeroso.
Lo tomó del cuello con una mano y con la otra simplemente agarró fuerte su cadera. Fue sensual y dominante al principio e hizo que Leo se sintiera sumiso y agradecido por ese contacto tan lleno de morbo, pero a los pocos segundos se convirtió en un agarre doloroso, con peligro real y ya nada de la magia inicial que había logrado hace que le picara la curiosidad.
- Lu-ludolf...- murmuró el menor comenzando a asustarse ante la idea de otra desenfrenada sesión de bebida del vampiro. No quería morir todavía.- Si me matas tendrás que soportar tu solo a J-Jay así que suéltame y habl...
Lo besó rápido, con un piquito casi pueril.
- Te perdono esta porque no me apetece ocultar tu cadáver. Únicamente por eso.
-Claro, tu siempre tan sincero- Ironía de nuevo. pero el vampiro no replicó, la imagen que lo sobrecogió tras el chirrido de la puerta al abrirse alejó sus pensamientos banales de su cabeza.
- Jay...- comenzó el vampiro señalando al suelo- ¿Porque hay una mano cortada en el suelo y quien coño se supone que va a tener que limpiar ese puto desastre?
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