Con una pluma en la mano derecha, temblando como si fuese a domar un león, con los ojos azules en marea alta, a punto de derramarse, empezó: ''Mi nombre es Aaron, tengo 16 años y llevo viviendo este infierno desde que comenzó hace dos años, es decir, desde los 14. Dejo esta nota aquí por si alguien la encuentra, por si algún humano la encuentra, que sepa que no está solo. Llevo viviendo meses en estas casas abandonadas y no ha aparecido ninguna de esas sanguijuelas que dominan el mundo, no, ellos viven en mansiones con sus esclavos humanos, pero yo soy de los que huyen de ellos y si tu has tenido la misma suerte que yo y has escapado de sus garras te invito a que te quedes aquí conmigo, ayudándonos a sobrevivir. Este barrio pobre es perfecto para alejarse de su maldita sociedad de sangre, pero ya no queda comida por los alrededores y tengo que ir a la zona vampira a por ella. Solo espero, quien quiera que seas, que si yo no vuelvo con vida para ayudarte a sobrevivir, que tu no tengas esa suerte. Y si como he dicho, muero, quédate en este lugar si tienes existencias, es seguro y hay un río donde puedes bañarte a menos de media hora hacia el este. Ojalá alguien encuentre esta nota y ojalá yo pueda regresar con vida para encontrar a otro humano como yo aquí, leyendo esta nota.
Tengo miedo, si lees esto y yo sigo fuera, por favor, quédate, espérame, no tienes nada que perder viajero''
Escribió Aaron en un papel sucio y arrugado con la poca tinca que quedaba en su gastado bolígrafo negro. Las lágrimas caían de sus ojos manchandolo y corriendo un poco la tinta, pero lo que hacía casi ilegible la letra era el temblar de su pulso y su mala caligrafía ¡Por Dios, hacía dos años que no escribía nada! Pero la esperanza le podía, y aunque fuese así, si iba a morir quería dejar algo de él en el mundo.
Ya pasaban dos años desde que los vampiros habían subyugado a la humanidad entera y, aunque escasos, habían formado una grotesca sociedad de vampiros que vivían en mansiones con los humanos allí como simples esclavos, mascotas, como si no fuesen nada. Algunos vampiros daban de beber a esos humanos un litro de su sangre inmortal, cosa que lejos de convertir a un humano en vampiro, lo único que hacía era que el humano no envejeciese, claro, los vampiros querrían tener siempre a sus siervos humanos jóvenes y bellos. Aunque por mucho que no envejeciesen morían, de hambre y sed y por las palizas que sus amos vampiros les propinaban.
Aron había tenido la suerte de poder escapar de las zonas vampiras antes de que fuese atrapado, aunque todos sus amigos y familiares se dispersaron y no los había vuelto a ver, pero estaba seguro de que todos estarían muertos.
Había encontrado una zona ruinosa, un antiguo barrio pobre que no interesaba a los vampiros, pero tras meses viviendo ahí había agotado las existencia de los alrededores y debía acercarse a la zona vampira para saquear casas abandonadas en busca de comida.
Aaron era un chico inteligente y estar desarrollándose en la adolescencia en ese cruel mundo lo había vuelto más asusto, pero ante el terror de los vampiros su inteligencia se congelaba.
Por suerte el chico tenía facilidad para pasar desapercibido gracias a su cuerpo delgado y su altura baja (1'63cm), por lo que podía ocultarse con mucha facilidad.
Miró afuera y vio la calle desolada, el azul claro e intenso de sus ojos se veía rodeado por el enrojecimiento de todo su globo al llorar, porque desde que todo había empezado lloraba más que nunca.
Comenzó a caminar con tranquilidad sabiendo que aún estaba en una zona segura, debía apartarse el pelo de la cara, porque sobre sus ojos caía una lisa y negra hilera de cabellos desordenados, con todo eso no tenía tiempo para peinar su pelo semilargo.
Después de casi tres cuartos de hora andando sin prisas para no hacer mucho ruido pero tampoco demasiado despacio para desplazar su presencia vulnerable de manera constante, logró divisar una zona donde seguramente debía haber comida, era un viejo supermercado abandonado, pero las mansiones exitosas, enormes y con alguna luces encendidas, que se veían al fondo del paisaje le advertían de que esa zona ya era peligrosa.
Tragó saliva y sacó de su bolsillo un bote de colonia de olor muy fuerte que había llevado al lugar para asegurarse de que nadie encontrase su aroma, pero si se echaba el frasco por encima sería un foco de olor a colonia, cosa muy sospechosa, así que simplemente lo rompió en el suelo como si fuese un accidente, si tenía suerte el olor llenaría la zona disimulando su presencia. El tono blanquecino de su fina piel también era un punto a su favor, quizás si veía a algún vampiro este le confundía con uno de los suyos por esa piel pálida mortecina.
Entró en el supermercado pudiendo observar en algunos cristales rotos el reflejo de su cara de facciones suaves e incluso aniñadas. Suspiró dándose cuenta de estaba aún más desarreglado de lo que creía, con su ropa rota y su cabello alocado, la mirada de una liebre a punto de ser cazada y su mano sosteniendo con fuerza el rugiente estómago vacío.
Como un animal hambriento se lanzó vorazmente a toda la comida que pudo alcanzar en el lugar, llevándose a la boca barritas energéticas, bebidas para deportistas, embutidos, yogures... Después del descompensado festín bajó de su espalda una mochila pequeña pero muy espaciosa y comenzó a llenarla con las provisiones más útiles, también puso en ella una navaja suiza y supo que ese arma no era solo para defenderse, pero no quiso aceptar el resto de cosas que podía hacer con ella, siempre decía que esas cosas era mejor ni imaginarlas, pero ahora su mente se desbocaba ante las nuevas posibilidades.
Ah, pero Aaron no era el único que estaba allí en busca de provisiones. Un vampiro que pasaba por la zona, fastidiado por la muerte de su último juguete humano, percibió un fuerte olor a colonia expandirse por allí, mas no le dio importancia hasta oír un ruido parecido al de un tambor que era tocado con exaltación. Sí, era el ruido del corazón asustado de Aaron.
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