Epílogo

 Las lianas de aquel bosque se enrollaban a cada rato en sus manos pero por suerte sus afiladas uñas lograban romperlas.

En la oscuridad de la noche sus ojos rubí resplandecían y los amarillos de su lobo, que estaba amarrado con una cadena de plata y tiraba de ella hiriéndose el cuello, también, aunque parecían pequeñas luciérnagas al lado de la fiera mirada de Ludolf.

- Olfatea jodido chucho, llevas más de tres horas para rastrear el lugar- comentó con rabia entre dientes mirando con desgana al licántropo que había secuestrado.

Ojos áureos, casi dorados, y pelo blanco como la nieve. Joven pero eficiente, aquel chucho tenía que llevarle al lugar acordado, después podía irse al carajo si quería.

Cuando el can le enseñó los dientes por haber tirado violentamente de plateada correa Ludolf le propinó una patada en las cosquillas que hizo algo crujir en el lobo, pero no se atrevió a emitir queja alguna y siguió pasando su hocico por el suelo.

- Enseña los dientes una vez más y te los arrancaré para clavártelos en los putos ojos, desgraciado.

Allí donde apestaba más a cadáver era allí donde debía guiar a aquel peligroso y temido vampiro que todos conocían por su frialdad y misterio.

Aunque eso es lo que tenía llevar una vida de quinientos años en soledad y amargura. La lastimera vida de Ludolf.

Embarrándose los zapatos con el terreno pantanosos logró llegar al lugar del que le habían hablado y era tal como se lo habían descrito: Una gran torre, amplia y espectacularmente alta, prácticamente en ruinas, con las paredes cayéndose a cachos y los rudimentarios ladrillos cubiertos por musgo y enredaderas, pero aún así lo suficientemente conservada como para no poder adivinar lo que residía en su interior.

Dejó caer la cadena al suelo y el lobo no tuvo el valor u osadía suficiente como para implorar que le desatara pues su piel estaba herida, solo salió corriendo a toda prisa mientras arrastraba su pesada atadura.

Ludolf suspiró rompiéndose por un segundo, pero se recompuso.

Entró con paso seguro y firme y en una sala escasamente alumbrada por un par de antiquísimas antorchas, donde los rincones oscuros eran el hogar de murmullos en extrañas lenguas, encontró todo lo que buscaba.

Túnicas negras mantenían al anonimato de aquella seca reunida en círculo alrededor de aquella pequeña piscina de sangre y cadáveres incrustada en el suelo.

- De nuevo...-murmuró una voz conocida, sonando ahora renovada y joven de nuevo. Totalmente curada y recompuesta.

- Cállate madre, no es a ti a quien he venido a ver.- Ella sonrió con dulzura y su engañoso rostro le hizo sentir calidez unos segundos.

- Mi niño-murmuró en tono maternal y lleno de amor, más Ludolf solo la miró con desprecio.

La escupió a la cara y no se dignó a mirarla a los ojos.

- No me engañas, sigues estando podrida por dentro por muy buen trabajo que hayan hecho contigo. Aunque lo mejor habría sido que te dejasen en la tumba.

Ella solo profirió una risa estridente en desacuerdo a su armonioso rostro.

- ¿Dónde esta el líder de todo esto?

Ante el llamado de Ludolf una figura alta y delgada surgió de entre la espesura oscura de la sangre. Recto como un palo elevándose hasta estar en posición vertical, el reclamado ascendió desde el baño de muerte y pareció levitar hasta donde estaba Ludolf.

- ¡Mi maestro!- su madre profirió un grito de adoración y se postró a los pies de su líder, comenzando a besarlo con una repugnante y aduladora lealtad y admiración.

El poderoso nigromante parecía calmado, pero interesada en aquel extraño visitante.

- ¿A qué has venido?

- A daros algo de mi valiosa sangre- Una exclamación colectiva tensó en el ambiente y después culminó con un momentáneo enmudecimiento del lugar.

- ¿A cambio de que?- resonó la voz de ultratumba dejando a todo el mundo expectante ante la respuesta.

- De traer a alguien de vuelta. Quiero que resucites a Leo.

Por primera vez en siglos sonrió cálidamente al pronunciar ese nombre.


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