Salgo junto a Gerald hacia el recibidor, la puerta de la casa tiembla por un enorme golpe y el cuerpo de Miquel sigue en la habitación, su amo lo ha tendido con ternura antes de salir a ver qué sucede.
Aterrado, me volteo hacia él en busca de consuelo, pero solo encuentro una expresión igual a la mía. Estamos perdidos.
Escucho un grito escalofriante afuera que se interrumpe de inmediato, haciendo que el silencio anuncie la muerte del hombre herido que dejé afuera antes. Me siento culpable, pero demasiado asustado como para reparar en ello. Ahora mismo solo quiero vivir y que Dunkel lo haga también.
La puerta es derribada y cae levantando una lluvia de polvo y astillas. Mi cuerpo se queda paralizado cuando veo a los enormes caninos correr sobre sus poderosas garras y abalanzarse hacia nosotros. Gerald me coge de la cintura y me levanta, lanzándome atrás.
Caigo en el pasillo y ruedo dolorosamente sobre el suelo por la fuerza con la que he sido lanzado; frente a mí Gerald está peleando con unos lobos mientras más de los que debería poder soportar se unen al ataque.
Una puerta a mi derecha se abre y otra al fondo hace lo mismo. De mi derecha sale otro tipo desconocido que corre hacia la pelea que tiene lugar y embiste con sus puños a los lobos que atacan por la retaguardia a Gerald.
Corriendo desde el final del pasillo escucho a Dunkel y Samael. El segundo pasa de largo y se lanza con furia a por los lobos. Noto que es el más fuerte cuando mata a uno de un solo puñetazo, atravesando su cráneo hasta empalarlo en su brazo con solo la fuera de sus nudillos. Sesos y pelo blanco vuelan por todo aire y salpican las paredes.
—Escóndete. —ordena Dunkel con la voz temblorosa mientras se une a la resistencia y lucha contra lobos y algunos soldados humanos.
Mi padre, tan cobarde como siempre, ha empezado la batalla, pero tan pronto como el primer golpe ha sido asestado, se ha escondido tras sus tropas.
El corazón me martillea tan fuerte que no puedo escuchar el sonido de la lucha; los latidos se me han subido a la cabeza y han remplazado mis pensamientos con su ruido regular.
No quiero esconderme, no quiero estar lejos de Dunkel preguntándome si está vivo o no, quiero luchar por primera vez en mi vida para mantener a salvo a quien amo.
Sin embargo, no soy idiota. Si pretendo luchar necesitaré armas. Entro en la habitación de donde han salido los dos vampiros en busca de la espada de mi hermano. Ya en el umbral puedo verla apoyada contra la pared homóloga, pero cuando doy un paso dentro también puedo ver en la pared de mi derecha a Bruce, encadenado a la pared, lleno de marcas y con una enorme y repugnante sonrisa en su cara.
Paso de largo, tengo demasiada prisa como para entretenerme con él. Cuando agarro el mango de la espada puedo escuchar una risa estridente salir de sus labios.
—Espero que sea para matar vampiros, porque esta noche estarán todos muertos. —muerdo mi labio y siento la rabia y la bilis subir por mi esófago.
Miro al hombre consumido y colgado que antaño fue mi hermano y en sus ojos solo veo la misma locura enfermiza de mi padre, esa obsesión por matar vampiros; lo único que falta en Bruce es una razón, aunque sea estúpida como la de mi padre.
Me acerco y aprieto mis dedos entorno a la espada. Cierro los ojos, respiro hondo. Corto.
Balbucea lo que puede mientras su cuello abierto escupe sangre como una cascada y yo salgo corriendo por lo insoportable que es el olor a óxido.
Vuelvo al pasillo, con la hoja teñida de carmesí y veo el suelo regado con cadáveres humanos y de lobos. Han matado a bastantes, pero siguen quedando muchos y bajo las órdenes de mi padre pueden ganar.
No localizo a Gerald, el vampiro desconocido está en malas condiciones, luchando hinchado de rodillas contra seis lobos y dos humanos, Samael se las apaña contra diez oponentes y veo a Dunkel, herido, pero fiero. Mi amo asfixia a tres hombres entre sus brazos mientras el cráneo de un lobo cede bajo su pie.
Me acerco corriendo hacia ellos, viendo el grupo de hombres y lobos que esperan su oportunidad y aprovechan para atacar puntos débiles cuando los vampiros se distraen o tienen demasiados oponentes a la vez.
Nadie se lo espera, así que alzo la espada y la dejo caer sobre la cabeza del tipo que parece comandarlos, la desencajo con dificultad y cadáver cae al suelo con un ruido sordo; los demás se voltean sorprendidos y en lo que tardan en reaccionar tengo tiempo a deslizar la espada por el aire y alcanzar el cuello de dos hombrecillos situados el uno al lado del otro y a la misma altura. La sangre no me causa turbación alguna ni cayendo sobre mi rostro, solo me recuerda que cuanta más se derrame más oportunidades de vivir tiene Dunkel; y si es por él llenaré una piscina entera de sangre.
El lobo se abalanza sobre mí y me desestabilizo, pero logro apoyar la empuñadura del arma contra mi estómago y apuntar con el filo hacia el cielo; cuando el animal salta sobre mí su peso hunde la espada al clavarse en ella y golpea el mango de esta contra mi estómago haciéndome perder el aliento, pero debo recomponerme rápido. Me levanto con dificultad y cuando un tipo corre hacia mí con la espada en alto y las de ganar, un cuerpo es arrojado contra él haciéndolo caer al suelo. Cruzo miradas con Dunkel y la suya parece entre molesta por mi desobediencia y feliz por el trabajo que estoy haciendo.
Sin miramientos, asesino al hombre que trata de quitarse el cuerpo de encima y me dirijo hacia Dunkel para ayudarlo a luchar. Puedo escuchar a mi padre dando órdenes a lo lejos, usando palabras en clave y riendo desde su posición privilegiada.
La pelea está yendo realmente bien ahora, con mi ayuda mueren pocos soldados, pero son soldados realmente molestos sin los cuales los movimientos de mis compañeros se agilizan mucho más y eso hace que nuestras posibilidades de ganar aumenten. La adrenalina y emoción del momento inundan mi cuerpo y me siento como un superhombre.
Para mí ya no hay dolor. Eso queda muy claro cuando un lobo muerde mi brazo, enterrando sus colmillos en mi carne y lo único que siento es una agitación nerviosa en el pecho y la humedad de mi sangre resbalando por la piel. El licántropo muerde más fuerte, topándose con el hueso, y aferra bien el hocico a mi brazo, entonces me sacude de un lado para otro como si fuera un juguete de perros; mis extremidades bailan confusas por el aire, mi espada vuela lejos y yo me quedo desprotegido y entre sus fauces.
Mi sistema nervioso queda sobrio, el dolor me inunda de repente y chillo. Parece que mi grito inhibe al perro porque su mordisco se afloja e incluso cae al suelo como hipnotizado. No es hasta dos segundos después que veo un gran hoyo en su espalda y a Dunkel arriesgándose al dejar de defenderse con el brazo derecho para sostener el corazón del lobo y reventarlo como simple basura.
Una lluvia de sangre me motea el rostro y quedo absorto mirando a Dunkel. Es tan perfecto, tan genial que ni la guerra lo arruina. Pero después veo lo que hay detrás de él. Mi padre mira con asco la escena, enfuriado por la pérdida de tantos hombres.
Saca su arco y flechas con punta de madera diabólicamente afiladas, esas flechas que rompen el aire con su velocidad y se clavan en el pecho de los vampiros como aguijones: pequeños, pero letales.
Apunta directo al pecho de Dunkel, mi corazón se detiene antes de que el suyo lo haga. Corro rápido hacia el sitio, sin un plan, sin un arma, sin nada más que mi cuerpo y el deseo de que mi amo no muera nunca.
La cuerda se destensa, un brillo caoba cruza el aire y yo solo doy un paso a la derecha y me quedo estático frente a la trayectoria de la flecha. No tengo nada más que vida en estos momentos, así que esto es lo único que puedo hacer. Cierro los ojos y cojo una enorme bocanada de aire. No me arrepiento de nada, ni siquiera de esto.
Dicen que la vida de uno pasa delante de sus ojos antes de morir: ante los míos solo se reproduce todo lo que he vivo con Dunkel. Entonces, me doy cuenta de algo. Moriría por él.
Moriré por él.
Una sombra cubre mis párpados y hace del día radiante algo obscuro, me pregunto si es la muerte sobreviniéndome, pero es extraño: no hay dolor, solo el ruido ininterrumpido de la batalla y mi respiración errática.
Abro los ojos y veo un cuerpo frente al mío, que se voltea mostrando la flecha clavada en su pecho. No puedo creerlo.
—Le daré recuerdos de tu parte a Miquel... —susurra. Yo extiendo la mano cuando veo que Gerald va a caer, pero no lo alcanzo.
Cuando toca el suelo ya está muerto y en su cadáver hay una bella sonrisa pintada. No puedo evitar llorar, incluso en un momento como este, en el que no hay tiempo para las lágrimas.
En la mano derecha del cadáver está mi espada y vacilo en agacharme y cogerla, arrancándola de sus dedos fríos y rígidos; es como si todavía estuviese vivo.
Mi padre lleva una mano a la espalda, buscando una nueva flecha. No puedo dejar que haya sido en vano. Salgo corriendo con la espada en la mano y lo miro fieramente a los ojos mientras él me ignora, sin apartar la vista de un objetivo que no le puedo dejar alcanzar.
Veo entre sus dedos una nueva flecha, entre los míos la empuñadura se siente poderosa y decisiva. Tensa la flecha contra la cuerda y yo ya estoy casi a su lado. Puedo ver, antes de que la dispare, la trayectoria que tomará esa pequeña daga voladora.
Alzo la mano izquierda, como queriendo coger una pelota, en el mismo instante en que él suelta la flecha y la cuerda la proyecta con todas sus fuerzas hacia delante.
Trato de no caer al suelo chillando y agonizando cuando el filo penetra en la palma de mi mano hasta que el delgado tronco de la flecha frena dentro de mi piel.
Ya no tiene tiempo a tomar otra flecha, aunque ahora sí apunta el arco hacia mí. Yo alzo la espada y veo su cuello cortado antes incluso de moverme. La trayectoria de mi brazo está decidida, voy a sellar de una vez por todas mi destino, aunque sea con una hoja ensangrentada.
Hazlo, hazlo; ahora o nunca.
Se hace el silencio, mi vista clavada en el suelo, soy incapaz de alzar la cabeza y encontrarme con un fracaso. Solo miro el césped verde y el color terroso que lo subyace. Algo rojo gotea sobre él, escucho un golpe y en mi campo de visión aparece el rostro mórbido de mi padre.
Lloro sobre su cabeza cortada, la alegría invadiendo todo mi ser. Ha terminado, por fin ha terminado. Caigo al suelo sin fuerzas, a mi lado la cabeza seccionada de papá sigue mirándome con ojos cristalizados, secos y hundidos en las cuencas; opacos tanto en muerte como en vida.
Una estampida de cobardes sin rey corre hacia el horizonte, pasando a por mi lado y levantando una brisa que francamente necesito.
No puedo respirar, mi cuerpo es incapaz de soportar un segundo más de toda esta vorágine de sensaciones.
Miro al sol, me pregunto si siempre ha brillado de esta forma tan radiante.
Pronto el rostro de mi amo lo eclipsa; sí, él siempre es así de radiante.
—¿He sido un buen chico? —pregunto con un hilo de voz. Sus manos acunan mis mejillas como si fueran de cristal, su tacto tiembla.
Veo la negrura de sus ojos llenarse de lágrimas y me doy cuenta de que yo también estoy llorando.
—El mejor, esclavo mío. Te amo.
Y si creía que no tenía fuerzas ya mi cuerpo, Dunkel me lo desmiente robándome las que aún quedaban con un beso.
FIN
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