Prólogo: creando un monstruo

 - ¡Sube! - no era una petición o un consejo, era una orden y, mientras el jinete de afilados colmillos guardó magistralmente la bolsa de oro su acompañante se subió con desconfianza al caballo, tan negro que esa noche nadie les vería huir de los soldados.

Esa mañana sus padres habían hecho el trato que le permitía conservar el linaje de la familia, pero Adam ya sabía que su estirpe estaba muerta, como su familia. La guerra no tardaría en llegar a su casa.

Tomó una posición de alerta mientras el caballo trotaba con una desbordante ferocidad, como si los tirones que Mink le daba a las cuerdas del caballo fuesen latigazos, más no relinchaba por muchos gritos que se oyesen al fondo. Los ciudadanos inocentes chillaban bajo la espada de los soldados que habían decidido invadir el territorio sin mediar palabra.

El filo de las armas era más convincente, contundente.

En poco tiempo lograron adentrarse en un bosque tan oscuro que el denso follaje cubrió la luz de la luna, pero a diferencia de Adam, Mink sí podía ver en la oscuridad. El manto de hojas lo hacía sentir como bajo un techo seguro, aunque no sabía si desconfiar del hombre que lo llevaba con él.

Cuando los dos jinetes hubieron bajado del caballo, Mink lo ató a un poste mientras se rascaba su corta barba pelirroja y pasaba una mano sucia sobre su grasiento cabello cobrizo.

Se plantó justo delante del alto hombre y comprobó que era solo un centímetro más alto que Adam.

- Tus padres me han pagado mucho para que te de la vida- dijo sacando el saco de oro mientras abría una puerta de madera de la casa más simple que Adam, en su vida de noble, jamás había visto.- ¿Eres el último de la familia, no?- ambos entraron en la casa, aunque Adam no despegaba sus ojos del hombre, parecía tener treinta años, así que él era cinco años menor.

Aunque realmente sabía que esa no era la verdadera edad del pelirrojo.

- Sí, quieren que continúe con nuestra familia, pero cuando la guerra se acabe ya nadie sabrá nuestro nombre.- le dirigió una fría mirada a esos ojos avellana tan claros que parecían el maíz que cada mañana recogían los esclavos de las cercanías- Cuando hagas tu trabajo no podré tener descendencia ¿Verdad? A mis padres no les mencionaste eso- una sonrisa pícara se formó en sus labios.

- Para engendrar una criatura y darle vida hace falta estar vivo, tu no le estarás, así que no creo que preñes jamás a ninguna dama- Adam le sonrió de nuevo cuando vio que Mink le comunicaba aquello con cierto pesar.

- Mejor.

- ¿Mejor?

- No me gustan las señoritas- y bien lo sabían los muchachitos del pueblo a los que se había llevado a su cómoda y gran cama.

- Entonces eso no será un problema- Mink le sonrió mostrando los colmillos, pero Adam jamás se sintió incomodado, era valiente y, además, ser un hombre de casi dos metros de altura y unos músculos de guerrero que incluso superaban a los de Mink, ayudaba.- Tu familia morirá en esta guerra, y tus amigos ¿Lo sabes?

- Lo se desde que empezó.

- Mejor, cuando cumpla mi parte del trato tendrás que saber lidiar con la muerte así de bien- miró el largo cabello del joven, negro y ondulado, le llegaba a la cintura. Tania había tenido su rubia melena a esa altura hacía cien años.

- Mataré para vivir ¿Cierto?

- Sí, pero no creo que eso te importe. Pareces frío.

- Lo soy- respondió tajante mirando de forma fiera al vampiro, impresionando con sus profundos ojos verdes. Ojos muertos, pero vivos, aún.- ¿Empezamos?

- No seas impaciente, los humanos siempre tenéis tanta prisa- se quejó Mink mientras se sentaba en un sillón de madera que rechinó bajo su peso.- Cuando te convierta serás mi alumno, y yo te enseñaré como ser inmortal, pero no esperes que siempre esté a tu lado, tengo asuntos propios de los que ocuparme- miró su dedo índice, un anillo de plata lo rodeaba. Pero la joya que abrazaba su dedo no era suya, solo le había robado eso a Tania y supuso que no pasaría nada, era un recuerdo.

Además, ella le había robado algo más importante.

- Soy un hombre solitario, eso no me molesta- pasó sus ojos por el anillo que contemplaba y el vampiro, curioseando fríamente, después miró los colmillos y se lamió los labios. Quería unos iguales en su boca, sería divertido ser un vampiro.- es tarde.

- Tenemos toda la noche, no te impacientes.

- ¿Porque no me quieres convertir ya?

- ¿Porque tantas ganas?- el chico sonrió ante la pregunta. No sabía la respuesta, pero Mink si. Mucho poder para un chico ambicioso.- Bien, empecemos entonces. Si sobra tiempo te enseñaré a cazar esta misma noche- rápidamente un tinte rojizo invadió la luz de sus ojos dejando que el carmesí dominase la sangrante mirada.

Adam no habló, solo apartó con sus enormes manos el largo cabello que colgaba de su cabeza y dejó los colmillos hundirse hasta los más hondo de su cuello.

Rugió cuando la piel se rompió pero el gran hombre no flaqueó ni un solo segundo, había estado en peores aprietos, cazando animales salvajes sobretodo.

El vacío apretó sus heridas cuando algo caliente lo hizo contra su boca. Húmeda, densa y ácida sangre negra goteó por su garganta mientras tomaba el venoso brazo de su creador bebiendo.

Mink jadeó al sentir la fuerte succión del neófito sobre su brazo, era impresionante el ansia con la que el joven bebía, como si él fuese ahora la presa.

Y cuando Mink empujó al cazador lejos de su herida este rompió en enormes carcajadas, era maravilloso. Fuego líquido por su garganta, el poder en su cuerpo, los colmillos apretando sus encías y pugnando por salir.

Adam ya era un vampiro.




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