Prólogo: cura

 No conseguía sacarme ese repugnante hedor de guantes de plástico y alcohol de las fosas nasales y eso comenzaba a arruinar mi humor, por si no estaba ya bastante mal desde hacía años.

Y es que el olor a hospital, por muy paradójico que suene, me pone realmente enfermo. La sola idea de tener que trabajar en uno me producía náuseas y mareos, pero bueno, para algo había estado estudiando cuatro años ya ¿No?

Sí, para amargarme la existencia y hacer que papá me dejase vivir sin ahogarme con exigencias a cada segundo.

Las prácticas habían empezado el tercer año, pero este último se hacían más largas, más habituales y más arduas y, aunque yo fuera el mejor alumno de la promoción, aborrecía todo lo que tuviera que ver con la medicina.

Ese día en concreto había salido tarde de la sesión de tarde de la universidad, no mucho, veinte minutos a lo sumo, pero era tiempo suficiente como para perder el tren de las diez y tres cuartos, el último que pasaba en todo el día.

Maravilloso. Había querido tomar una jeringa y clavársela en el ojo a mi maestro de anatomía cada vez que pensaba en el trayecto de hora y pico que debía sportar antes de llegar a casa.

Bueno, si a ese nido infecto de depresión y trabajo excesivo se le puede llamar de ese modo.

Como fuese, yo solo quería alejarme de la universidad y no pensar más en la carrera que estaba consumiendo todas las horas de la mejor época de mi vida para tragárselas y reburgitarlas en forma de pesadez y tristeza.

Miré a ambos lados antes de cruzar la carretera más angosta que realmente había visto y es que tenía una razón de ser: era tramo previo a la entrada de la calle sin luz.

No es como si ese fuera su verdadero nombre, pero así la apodaban por motivos que no me hacían gracia alguna. Era el camino más rápido a casa y aunque desconfiaba enormemente del lugar no sentí los hombros tensos ni el corazón encogido al caminar solo bajo las farolas fundidas.

Pienso que no me preocupaba demasiado mi propia vida.

El nombre de aquel paso estrecho se debía a que allí todo era negro. La noche se presentaba ominosa y por el color obscuro de los edificios y la falta de alumbrado público daba la sensación de que durante el día el sol no lamía esa acera. También esa denominación tenía matices raciales por la clase de gente de bajo rango que debía vivir ahí, pero a mi esos temas ni me iban ni me venían.

Mi móbil vibró levemente en mi bolsillo e imaginé que sería una llamada o mensaje de mi padre preguntándome por mi tardanza, pero no, era solo el grupo de clase, el periódo en el que debía permanecer silenciado había expirado así que volví a reiniciarlo y cerré el aparato.

¿Como iba mi padre a llamarme? Era una estupidez, estaba tan hundido en la miseria y en trabajo que a veces dudaba de si era capaz de reconocer mi rostro. Pensé que si alguien parecido a mi tratase de suplantarme en mi vida diaria lo lograría al menos en mi hogar.

Ah, papá. Esa palabra sabía amarga en mis labios, desentonaba en mi voz. Era inadecuada, ese hombre no era mi padre por más que me hubiera dado la vida. Era un señor excéntrico que me cuidaba, manipulaba y de quien poco sabía.

Mi padre y yo éramos desconocidos y lo único que teníamos en común era mamá. Nuestro amor por ella.

El la amó tanto, no lo dudo ¿Y como no amarla? Pero lo vertió todo en ella, hasta la última gota de su ser, de su amar. Por eso cuando murió, él murió con ella y yo me quedé solo en el mundo con los restos de un hombre.

Yo no la conocí jamás, pero la quise igual. Encontré una vez una trampilla bajo mi cama y allí la conocí, en los cuadernos de cuero con páginas amarillas, me amó con sus palabras y su tinta y mis ojos fueron síntesis de unión.

Leyéndola me sentía más cerca de ella de lo que jamás me sentí de mi padre.

<<Si algún día tengo un hijo artista, como yo, estaré viva en cada una de las palabras que escriba, en todos sus poemas. En sus ojos mirando el mundo con curiosidad y asombro, en su faceta infantil de creación, en sus manos dando vida a arte. En sus inspiraciones, en sus musas. La carne muere, la palabra no. Si algún día tengo un hijo artista seré inmortal y él mi mayor creación.>>

Lloré leyendo eso, las doce veces que lo hice e incluso al recordar las palabras mis ojos se humedecían. No se si ella lo escribió o no durante el embarazo (jamás ponía fechas a sus escritos, pero si estaban ordenados y en ellos había una cierta evolución psicológica), pero sabía que iba por mi.

Su herencia era ese apasionamiento de mi alma, de mi corazón. Eso que me hacía cosquillas en las puntas de los dedos cuando escribía lo más profundo de mi ser y eso que me hacía desvelarme por las noches para reflexionar, para pensar. El arte que nacía de mi era la palabra y el pensar. El conocimiento que perseguía, el sofós de mi filo.

Eso que me daba vida y me hacía tomar aliento. Eso que unas horas tortuosas frente a clases aburridas de bilogía habían ejecutado.

Eso que me hacía sentir intrigado al ver al sujeto frente a mi y que aunque lo percibiese como alguien sombrío y amenazantemente alto y fuerte, me hacía preguntarme a mí mismo si tenía un alma, si era un ser, si existía él o siquiera yo.

Soy reflexivo, pero no tonto.

Dejé a un lado mis dudas ontológicas y me centré en mirar al suelo y pasar desapercibido a por el lado de aquel chico extraño y misterioso.

Mi hombro chocó contra el suyo y con el golpe me di cuenta de dos cosas.

La primera era que ambos teníamos prácticamente la misma altura y tal vez la misma edad (parecía ser que yo le sacaba un par de años y él a mi un par de centímetros) pero a pesar de que éramos análogos algo en el hombre lo hacía verse aterrador, grande y monstruoso. Mis ojos no veían con exactitud qué era tan peligroso, solo lo veía a él. Mi instinto, por su lado, mejor que era él mismo una forma de peligro, un depredador.

Me sentía confundido, todo era muy abstruso y mi mente amaba los retos pero estaba ya muy cansada a esas alturas del día.

La segunda cosa fue que a pesar del choque (que creí que evitaría pues juré que estaba a una distancia prudencial) él había permanecido estático y yo me sentía fieramente golpeado, algo inusual en alguien alto y fuerte como yo. Estaba delgado sí, pero mis músculos se hallaban lo suficientemente definidos como para tener a media clase suspirando por ver mis brazos desnudos.

- Disculpe.- susurré sin querer parecer desagradable. Pasé por su lado y lo dejé atrás en un par de pasos, pero me tomó del hombro con una fuerza que no creí.

Sus dedos ni siquiera me apretaban pero no me podía mover. Dios santo, no había oído sus pasos aproximarse a mi.

- Ah, no eres mi tipo muchacho, demasiado rudo para mi, pero de todos modos no se me ofrece nada mejor.- siseó con una sonrisa de labios pegados y arrugas atractivas en las comisuras. No entendía nada ¿Se me estaba insinuado?

No, demasiado malicioso para ello. Muy voraz para hablar de sexo, pero sin embargo sus palabras parecían miel. Había algo horrible en su seducción, algo que subyacía a su hermosura y me aterraba.

- Aún así... Ojos oscuros, pelo azabache- me describió, tomando hebras de mi cabello en sus huesudos y largos dedos. Intenté retroceder pero la pared estaba rascándome la espalda ¿Cuando había llegado ahí? Estaba mareado- Eres muy bello aún siendo humano.

- Y tu demasiado para serlo- le reté. No, no era un halago, de veras. Hablé serio totalmente y es que esos ojos eran de un carbón homogéneo demasiado hermoso y sin brillo. Su cabello negro como el mío había perdido el lustre pero parecía una capa de seda. Tenía el atractivo artificial y mortecino de un cadáver antes de ser enterrado.

Me recordó al funeral de tía Mary, esa gorda y fea señora que en el ataúd había lucido más bella que nunca.

- Me has pillado.- se burló con carcajadas fluidas y graves ¿Porque sonaban bien si eran crueles? Demasiado perfecto. Me erizaba la piel.

Y de verdad que no hablo de su perfección de forma aduladora, al contrario, era algo que me escamaba, como los ojos de los reptiles o las casualidades que no lo parecen. Algo inhumano.

- ¿Que eres?- me atreví a preguntar. No sabía a qué peligros me enfrentaba, pero si algo estaba claro es que no saldría de allí de rositas. Al menos quería saber qué clase de ser conocería mis nudillos esa noche.

- Debería preocuparte lo que tu estas a punto de ser- de nuevo una risita infantil pero brutal. Era como si no pudiera contenerse, como si aquella situación fuera hilarante.

Y si lo era, no quería saber porqué.

- Mi víctima- Aclaró con una voz hosca que a día de hoy hace eco en mis oídos desde mis recuerdos. Cuando un ser de la noche te sentencia jamás puedes escapar de sus palabras, de su hechizo, de su terror.

- Eso habrá que verlo - aseveré sin alzar la voz. Jamás había sido demasiado emocional o instintivo, así que mantuve mi expresión apática y ataqué con mi poderoso derechazo.

Sí, ese que mandaba al hospital en cuestión de segundos.

Pero algo lo paró. Algo duro, doloroso y frío. Y fue lo que menos me esperé que fuera: Su cara.

Gruñí por el dolor, mis nudillos podrían haber estado pulverizados en ese mismo instante. Tenía la mano rota, eso seguro, o como mínimo un par de dedos. Mis rodillas se doblaron y comencé a caer al suelo.

¿Como? Le había golpeado directo en el rostro y él no había hecho siguiera una amago de apartarse. Pero el golpe parecía que lo había recibido yo. No tenía sentido, no lo tenía.

Realmente ese chico terrible y guapo no era humano y mi mente no podía procesarlo.

Él me tomó de la camisa y me alzó de nuevo, obligándome a mirarle directo a los ojos.

Dos pozos negros que comenzaron a sangrar.

Pupila profunda, iris rojo incandescente. No tuve tiempo de estar asustado, solo de no comprender.

Sonrió ampliamente ahora. Colmillos largos, afilados y muy blancos. Los lamió con esmero y me estremecí. Me recordaban al bisturí que usaba con frecuencia. Odiaba esos recuerdos, detestaba encontrar en todo similitudes con la medicina.

- Pegas realmente duro- dijo sonriente, mostrándome aquellos dos filos sin pudor. Estaba orgulloso, al menos él lo estaba- Pero yo más, te lo aseguro.

No se lo negué, no quería una demostración. Si iba a morir no quería el rostro deformado por una golpiza, un cadáver bonito era lo único que podía ofrecerle al mundo en esos momentos.

- ¿Puedo conocer el nombre de mi víctima?

- Min YoonGi. Un placer- dije con ironía. Mi pupila café clavada en el ardor de la suya. No tenía miedo. Acabar en ese callejón desangrado era mejor que ir a casa otra vez- ¿Puedo saber yo el de mi asesino?- le imité, curioso.

- Kim Tae Hyung. Aunque me llaman V. De vampiro- y se echó a reír casi mientras hablaba. Al menos esa vez sí pillé el chiste; era de todas formas una broma de mal gusto, sobretodo para mi- No hueles dulce de esa forma ¿Acaso no tienes miedo? Pensé que solo lo disimulabas, pero tu aroma...

- No, no lo tengo. Solo... que sea rápido.- Me resigné rápido, era lo que quería, pero no ladee el cuello sumisamente ante él, no era mi estilo, simplemente me abstendría de pegarle otro puñetazo cuando me estuviera dejando seco como una pasa.

Me olisqueó de una forma terrorífica y faunesca, supongo que para comprobar que yo dijera la verdad y cuando así fue se alejó un poco y me miró de arriba abajo arqueando una ceja. Su agarre se había vuelto tan débil que apenas existía ya.

De repente había parecido perder todo interés en mí, al menos como su comida, y de un momento a otro sus ojos deseosos y encendidos pasaron a mirarme con una indulgencia y una curiosidad casi infantiles.

- ¿Te da igual morir?¿Por Qué?- preguntó apenado, no se si por mi poca ansia o porque se le había acabado la diversión de la caza. Apuesto a que era la segunda.

- Porque no tengo motivos para vivir.- hablé entre dientes, mascullé más bien dicho. No me gustaba reconocer mis sentimientos delante de nadie.

- Eres jóven- dijo como si eso fuera algún tipo de justificación y ladeó la cabeza como un cachorro. Era un vampiro aún y muy aterrador, pero en sus gestos uno podía intuir que efectivamente había sido humano una vez y que quedaban residuos de su persona todavía en él.

- ¿Y? Soy jóven y llevo cuatro años en una carrera que odio sin poder alcanzar mis sueños, sin poder dedicarme a lo que quiero de verdad.

- ¿Por qué?- Ya daba igual que fuera mi asesino o mi confidente, hablaría de todos modos. No para V, sino para mi. Nunca me había sincerado en voz alta y sentí en ese momento que lo que más necesitaba en el mundo era expresarme, escucharme.

- Mi madre murió al parirme y mi padre se sumió en una profunda depresión. Era un cirujano prestigioso con una familia perfecta y una mujer escritora pero todo se fue al garete. Se volvió alcohólico y lo dejó, pero igualmente acabó en un hospital de poca monta. Desde que nací solo vive para el trabajo y lo único que hace por mi es ponerme reglas, limitarme para que siga sus pasos en la vida y no sea un fracaso como él, pero sus ambiciones no son las mías. Su vida no es la mía, no quiero que lo sea.- Había alzado un poco el tono y tan pronto como mis palabras se habían vuelto vigorosas por la furia, la agonía las había hecho añicos, dejándome con solo un hilillo de voz para mis últimas declaraciones.

-Oh...- dijo él pareciendo realmente afligido.- Un chico que vive por y para las normas y cuya bestia interior quiere salir o morir antes que seguir enjaulada. Me suena.- suspiró desvaído, pero de pronto sus ojos se clavaron en los míos. Por un instante me vi a mi, me miré a mi- Yo he visto tu desesperación en el espejo.

No respondí, no supe qué responder. Ser comprendido era reconfortante, sí, pero aquella situación era lo suficientemente incómoda como para que no me lo pareciera.

- Esto es interesante. Tengo una propuesta, Yoongi- comentó risueño- ¿Quieres morir por tu padre o morir para tí?

No hizo falta más que ese leve matiz y la forma en que la sonrisa se dibujó en su rostro para comprenderlo. La muerte como escapatoria o como emancipación. La muerte como vida.

Era una idea tan atractiva como peligrosa.

- No he vivido para mi, así que moriré para mi.- sentencié con una gran sonrisa. Una de las pocas ocasiones en mi larga vida donde alguien ha visto la perfecta hilera de mis dientes desvelarse por la curvatura de mis labios.

No soy de mucho sonreír, pero ese fue el momento más feliz de mi vida. Aunque no el de mi muerte.

Los colmillos dolían como mil demonios, eran tan agudos que atravesaban la piel como mantequilla y se enterraban profundo, como si pudieran perforar el alma. Dolía tanto que aún siento escalofríos, dolían tanto que tuve pesadillas por un año.

Era como fuego dentro de la carne, como un cuchillo que se retorcía y tallaba hebras de músculo, seccionaba venas y rascaba el hueso, como un parásito instalándose en ti tan amedrentantemente que no podías ni moverte.

Y la succión de la sangre, oh, Dios, la succión. Cuando chupaba sentía mis fuerzas irse, podía notar el recorrido físico de la sangre por mis arterias, la forma en que se arrastraba a contracorriente y me dejaba. Sentí las puntas de los dedos frías y poco a poco me congelé.

Entonces, como si fuera una especie de serpiente venenosa, algo salió disparado de los colmillos, una sustancia que atinó en mi flujo sanguíneo (o lo que quedaba de él) como un dardo y que me hizo cosquillas en las venas hasta hacerme convulsionar y carcajearme a la vez.

Tiempo después se me explicó que en eso se basaba la conversión: Dejar a un ser seco de sangre y llenarlo con veneno inyectado directamente desde lo colmillos. Éramos como víboras.

Fue como si mi ser abandonase mi cuerpo y volviera a entrar una vez este fuese perfeccionado por el diablo. Y me sentí diferente, no se como explicarlo, jamás sabré.

Más yo.

La luz era más fulgurante, la obscuridad más negra, los sonidos más claros y las cosas más nítidas. Y mi cuerpo era lo más exagerado, mi corazón había dejado de latir, podía sentirlo (o más bien no sentirlo), pero notaba que se había henchido de todos mis sentimientos, era como una hipertrofia de los sentidos y habilidades, la felicidad sabía más dulce y la tristeza más amarga, los recuerdos eran tan lúcidos que parecían corpóreos. Podía sentirlo todo con más intensidad, como si la carcajada fuera a desencajarme la mandíbula o el llanto a hacerme sangrar; e incluso parecía que podía sentirlo todo a la vez: Enojo, lástima, incertidumbre, excitación, adrenalina.

Todo era más fuerte, como si alguien lo hubiese repasado con un rotulador. Como si la vida anterior hubiese estado atenuada, emborronada.

El vampirismo es como un amplificador general de todo: La fuerza, la visión, el oído, la velocidad, la capacidad de sentir, etc...

Sin embargo algo faltaba y no sabía identificarlo. Además una pequeña molestia me hacía sentir imperfecto: Las encías dolían, notaba cierto ardor en la garganta y el estómago lo sentía perforado.

Una mano me acarició la cabeza desde arriba, V estaba agachado, entonces me di cuenta de que estaba en el suelo. Debía estar frío pero no lo estaba, más bien eso no lo sentía, no del mismo modo. El frío y el calor seguían ahí, podía discernirlos, distinguir entre los dedos helados de V y mi carne aún cálida, pero parecía ajeno a ello, no me desagradaba y tenía la intuición de que aunque ardiera en llamas o me enterrase en nieve no me desagradaría.

- Vampiro nuevo, voy a dejarte intimidad unos días para que te adaptes a tus cambios. A tu nuevo tú. Volveré a verte y como buen creador que soy te enseñaré todo y seremos compañeros hasta que uno de los dos rechace al otro. Serás un pupilo estupendo, lo veo en tus ojos.

Su mano ya no me parecía tan pálida, solo luminosa y bella. Sus ojos no me amenazaban, había algo en el tono apagado de su rojez que me transmitía sosiego, como si se tratara de un código de colores que yo ya conocía.

- Ugh...- mi cabeza daba vueltas, tragar saliva era como raspar mi tráquea con papel de lija y todo yo me sentía ligero pero poderoso.- Esto es extraño...- comenté, desequilibrándome por primera vez en mi vida.

Renqueé hasta apoyarme en la pared y él me miró complacido. Los colmillos de V se veían bruñidos, impolutos, y pronto volvieron a ser dientes convencionales. ¿Como había hecho eso? ¿Como lo haría yo?

- Me recuerdas tanto a mi.- articuló antes de apretar los labios. Estaba conmovido y sus ojos se veían casi anegados- Estoy orgulloso de haber hecho esto. Mereces la pena, sí.

Dicho eso desapareció sin dejar rastro. No es como si se hubiese transformado en murciélago (ojalá, esa habilidad es uno de mis grandes deseos, aunque dudo que exista en ningún ser inmortal) o como si hubiese desaparecido por arte de magia tras una cortina de humo negro y siniestro.

Más bien se había ido corriendo, lo noté en el polvo que levantó del suelo y por la pequeña brisa que ocasionó, pero mis ojos no fueron capaces de captar más que el movimiento leve de uno de sus pies antes de comenzar la carrera.

No era gran cosa pero estaba bien seguro de que ningún humano podría haber visto aquello.

Aunque lo intenté un buen rato no conseguí volver a casa en tan sólo décimas de segundos, al parecer o yo no poseía esa vertiginosa velocidad o no sabía como usarla o siquiera de donde sacarla.

Obviamente era la segunda opción pues tampoco sabía poner mis ojos rojos y sacar mis colmillos. Tampoco podía usar esa especie de súper fuerza que V poseía; lo sé porque intenté golpear un muro y no paso nada de eso, pero sin embargo sucedió algo curioso: Me raspé los nudillos y en dos segundos mi piel estaba intacta de nuevo, había pasado tan sutilmente que casi no podría señalar en qué momento me curé.

Anduve hasta casa, tardando irónicamente más de lo normal, pero es que cada cosa de la calle me parecía digna de ser observada en profundidad. Veía las ratas, las manchas, los ladrillos e incluso los chicles pegados al suelo como algo nuevo, algo más definido, como el contenido de lo que en mi vida humana había visto: La simple silueta del mundo real.

Los sonidos eran encantadores también, pero algo más abrumadores y molestos. El latir de los corazones de las alimañas parecía estar en todas partes y aquí y allá escuchaba risas, ronquidos, patitas chapoteando, fuego en un cigarro, pestañas rozándose en un parpadeo...

Era una polifonía que siempre había estado ahí, pero pasaba inadvertida. Morir te acercaba más a la realidad, ese era el secreto.

Al ver el mundo tan cristalino ante mis ojos me pregunté si las grandes eminencias científicas no eran sino vampiros que tenían la verdad a su disposición y camuflaban su condición con la idea de genialidad.

La puerta de mi casa se presentó ante mis narices de repente mientras yo seguía en mis divagaciones. Olor a madera y barniz, ahora que lo sentía era muy penetrante y me gustaba un poco quizás, aunque el tufo que había al otro lado hacía que quisiera echarme para atrás e irme a cualquier otro lugar a oler algo deleitoso.

Sudor y hormonas ¿Ese era el olor de mi padre? No me sorprendía, pero mi nariz sí parecía afectada por el impacto de dicha bomba fétida.

Aunque a todo eso subyacía su sangre y por muy asqueroso que suene la sentí apetecible, no tanto como para atacarlo, pero sí como para desear tener a un jóven hombrecito entre mis brazos y entre mis mandíbulas.

La sola idea de un chico con el cuello preso por mis colmillos me hacía estremecer ¿Que sucedía? ¿Cómo una sola imagen mental podía causar sacudidas así en mi cuerpo?

El sonido de uñas cortas rascando una rasposa barba de tres días me sacó de mis tonterías y tomé el pomo de la puerta entre mis dedos, dispuesto a entrar en casa.

Vi a papá estresado, con el papeleo del hospital y manchas bajo los sobacos. Y de reojo vi también la abolladura que mis dedos habían dejado en el pomo.

Esta vez ni siquiera había pretendido usar mi fuerza, solo me encontraba algo alterado por la presencia del capullo de mi padre.

- ¿A estas horas llegas? ¿Quieres suspender el curso o que coño te pasa?

- Tengo las mejores notas de la clase, no suspendería ni queriendo- alardeé para hacerlo callar. Era cierto, soy una persona inteligente y con una enorme presteza en los estudios ¿Porque no admitirlo? Las virtudes, al igual que los defectos, hay que amarlas- Además he perdido el tren.

- Me da igual. Tienes que estar en casa a las seis para estudiar. Todos los días.- sentenció mientras el sonido del papel pasar por sus manos y arrugarse comenzaba a ponerme nervioso.

Estaba sudando y escuchaba las gotas descender por su frente, su pulso acelerado, su respiración taciturna, los ojos moviéndose histéricos en las cuencas con ese sonido viscoso ¡Joder! Me volvería loco.

- ¡Acabo las prácticas a las siete, gilipollas!- reconocí mis palabras porque me vibró el cuello, pero nada más. Ni siquiera fui consciente de que había gritado hasta unos segundos después.

Estaba muy alterado, demasiado. Todo era nuevo, ruidoso y deslumbrante y odiaba a mi padre y odiaba la carrera y ¡Oh dios mío! ¡Había muerto hacía menos de una hora!

Era demasiado, me atosigué, me estaba poniendo nervioso y las emociones parecían más vivas que yo, tomarían el control.

- ¡A mi no me hables así! ¡Trabajo todo el día para mantenert-

- ¡Trabajas todo el día para no pensar que eres un fracasado cincuentón y viudo! ¡Si estuviera en la carrera que quiero podría trabajar por las tardes y mantenernos y al menos sería feliz, así que cierra la boca!- La ira hervía en mis venas, ardía, la garganta me dolía como si la bilis bañase sus paredes subiendo por ella, reptando por ella.

Era explosivo, una rabia poderosa, una pulsión de furia que salía de lo más hondo de mi pecho como un rugido y que no podía parar.

- ¡Estás en esa carrera por tu bien! ¡Para que tengas un buen futuro, es lo que tu madre habría qu-

- ¡Estoy en esa mierda de carrera porque es lo que tú hubieras querido! ¡Porque no soportas ser un inútil mediocre y crees que yo triunfaré en tu nombre! Y no oses hablar de mamá porque te aseguro que aunque no la conocí se mas de ella que tu... ¡Ella hubiese querido me dedicase al arte, no al dinero!

Golpeé la mesa y los ojos de mi padre estaban tan llenos de lágrimas que no vieron como las patas se partían y se desplomaba sobre la moqueta.

- ¡¿Y tu que sabes?! ¡Ella está muerta! ¡Muerta por tu culpa!

No pude evitarlo. Era la mentira mal vil que jamás había oído, de los labios más repugnantes que jamás había conocido.

Solo quería hacerlo callar. Hacerlo callar para siempre.

Recuerdo sus ojos húmedos abrirse como platos y reflejar el rojo fosforescente de los míos mientras me acercaba. Recuerdo los gritos, los puños y patadas, la flacidez de su cadáver y la forma en que mis manos le partieron las muñecas al sostenérselas.

Recuerdo su sangre en mi boca. Pensé que me daría asco, que todo lo que podía salir de él era veneno, pero fue maravilloso.

Férrea y dulce, hormigueante y cándida. Pasó por mi labios con un beso oscuro, por mi lengua como otra lengua morbosa, por mi cuerpo entero como un impulso nervioso. Y se volvió parte de mi, esa sangre sabrosa, espesa y roja que me calmó como el arrullo de una madre bondadosa.

Acababa de matar a mi padre en un arranque de ira y no me importó nada, no hasta que la última gota de sangre se deslizó por mi garganta, desapareciendo junto a su sabor.

Pero aunque me preocupó la situación cuando fui consciente de ella, no sentí remordimiento. No porque fuera mi padre y lo odiara, sino porque el animal no siente culpa, y yo cuando estaba hambriento era puramente un animal.

Lo más inocente de mí y lo más letal unidos en un momento de alimentación.

Era aterrador y maravilloso. Lágrimas por mis mejillas, lloraba porque quería más sangre, necesitaba más sangre.

Algunos dicen que el alcohol ahoga el dolor, pero es porque no han bebido sangre. Ella lo arrasa todo y deja solo un éxtasis completo, complaciente para todos los sentidos. Un orgasmo, una ataraxia, un edén.

Algo demasiado diferente a cualquier intento de símil de perfección como para buscar una analogía.

Después de esa noche recuerdo haber estado viviendo con ese cuerpo muerto en la casa días hasta la llegada de Tae (que por suerte me enseñó unos trucos para encubrir pequeños ''deslices'' y, más adelante, un millar de cosas más). Esos días y esas noches fueron mi crisis de ansiedad más grande hasta el momento.

Me di cuenta tras asesinar a sangre fría a mi padre y desear repetirlo sin escrúpulos: No sentía remordimientos, no sentía culpa. Nada de nada. Era espantoso.

Necesitaba sentir ese peso, necesitaba que mi ser estuviera en armonía con mi ideología.

Necesitaba seguir siendo humano.

Y ahí entendía algo: No solo es el cuerpo lo que cambia, sino algo más.

Algo que unos sitúan en el cerebro y otros en el alma, pero fuera lo que fuera, me parecía la esencia más básica del hombre.

No quería deshumanizarme, no quería dejar atrás mis temores, debilidades y pesares porque de ellos nacía el arte que tanto adoraba. De la incertidumbre nacía mi querida filosofía.

¿Cómo podría yo hablar de moral si matar era un placer, no, una necesidad?

Quería, a pesar de todo, mantener el contacto con mi parte humana.

Un yo animal, salvaje, errante y vacío era lo que temía ver en el espejo cada noche. Ojalá los vampiros no tuviéramos reflejo, como en las leyendas, así esa preocupación se habría esfumado.


Comentarios