Aunque no pudo saber cómo era el humano porque no percibía bien su olor decidió acercarse, necesitaba otro esclavo mortal, aquel último había sido demasiado inútil, debía admitir que arrancarle un brazo de cuajo había sido un castigo muy excesivo, pero él no permitía las insolencias y aquel bastardo le había escupido a la cara, debía hacerlo pagar.
Pero cuando el enorme vampiro cruzó sin ser visto las puertas del supermercado abandonado sonrió como un niño pequeño emocionado, Aaron le encantaba, un juguete perfecto. Parecía tan pequeño y frágil, asustado y vulnerable, tan poca cosa para un vampiro tan exigente, era precioso, le había encantado como ningún otro. Ahora solo debía adiestrarle para que fuese un buen chico, obediente.
Aaron seguía totalmente centrado en llenar su mochila de cosas cuando vio como detrás suyo una sombra se alzaba e incapaz de girarse miró al trozo de cristal roto que tenía delante, allí vio su reflejo, el reflejo de quien se convertiría en su peor miedo.
Era alto, muy alto, podría medir perfectamente casi un metro con noventa centímetros, pero no llegaba (más bien medía 1'86 cm), de pelo rubio y ligeramente ondulado hasta los hombros, ojos marrones muy oscuros que pronto pasaron a ser rojos, un rojo brillante y lleno de deseo. Aaron se dio la vuelta para observar al sujeto mientras sus pupilas se dilataban y su cuerpo se tensaba temblando como un venado herido.
Y sin decir una sola palabra comenzó a llorar aún con la boca abierta del miedo y el hombre, de unos veinticinco años, curvó sus carnosos labios en una media sonrisa sobre sus facciones varoniles muy marcadas, dejando entrever unos colmillos que comenzaban a crecer.
Y no solo era alto, también era fuerte, como esos chicos que se pasan el día en el gimnasio para conseguir un musculado cuerpo de adonis.
Pero antes de que Aaron pudiese hacer nada ese hombre se agachó hasta quedar a su altura y su sonrisa se amplió haciendo al menor gemir de miedo, porque de su garganta apenas podían salir sonidos.
Volvió a levantarse y sin articular ni una sola palabra alargó la mano hasta el chiquillo que tenía nueve años menos que él, al menos en apariencia, porque ese vampiro debía tener más de los 25 que aparentaba.
Lo cogió por el pelo sin cuidado y Aaron siguió inmóvil y entonces el hombre estiró con fuerza hacia arriba haciéndolo gritar mientras lo obligaba a levantarse.
Aaron lo siguió mirando con miedo mientras el sujeto seguía tomando su pelo con fuerza en su puño, hasta que soltó y entonces pensó en huir pero era incapaz de moverse.
Y el vampiro comenzó a caminar en círculos alrededor suyo con las manos a la espalda, y entonces se dio cuenta de que ese sujeto lo estaba examinando como al ganado.
Después de eso lo miró a los ojos viéndolo temblar del miedo mientras retrocedía, y se iba acercando poco a poco hasta acorralarlo.
-Una excelente presa- habló el hombre relamiéndose los labios como un felino hambriento.
- Po-por favor no me haga daño- pidió Aaron con una voz rota tras escuchar la grave voz, e imponente, de aquel hombre que tenía delante.
Rió, sin más, como si aquello fuese cómico y entonces tomó al chico por la muñeca, presionándola demasiado fuerte e hiriéndolo intencionadamente. Lo dirigía hasta su casa, mejor dicho, mansión, mientras el chico soltaba quejidos a causa de su agarre.
Cuando vio que el sujeto comenzaba a abrir las puertas de un lugar lujoso pero desconocido supo lo que pasaría, se convertiría en su mascota, su esclavo, su perrito faldero por tal de no morir.
-No, no- musitó el chico asustado tratando de zafarse del agarre.
-Estate quieto- ordenó el otro con una voz dura que podría, no amansar sino asustar a un león.
- ¡No! ¡No, por favor!- comenzó a gritar Aaron cuando el sujeto lo lanzó sin cuidado dentro de la casa, haciendo que su fina espalda chocara dolorosamente contra el suelo mientras el vampiro cerraba la puerta con llave.
- Cállate - dijo el otro como si nada, como si eso no fuese un rapto, pero le haría cosas peores que secuestrarlo, cosas que en esa sociedad ya estaban normalizadas.
Se acercó al chico que seguía en el suelo y antes de que pudiese hablar otra vez pisó la pequeña espalda del chico que trataba de incorporarse haciendo que chocara contra el suelo de nuevo, jadeando. Con su pie comenzó a hacer más presión, de manera lenta y dolorosa sabía como la marca de su zapato quedaría en esa espalda por semanas, estaba pisando muy fuerte y los gritillos del humano lo confirmaban. Podía seguir hasta incluso atravesar el cuerpo del chico, pero ese no era su objetivo.
- ¿Estarás calladito?- y Aaron asintió con lágrimas en sus cerrados ojos, entonces la fuerza se aflojó y el hombre sacó su bota militar de encima de la espalda del chiquillo.
Como si nada sacó un cigarrillo de su bolsillo trasero y un mechero del delantero y acto seguido lo encendió. Fumar era una de las pocas cosas de humanos que los vampiros podían hacer, y parecía que a aquel le encantaba.
-Levanta- ordenó con el mismo tono impaciente mientras se sentaba en un sofá, dándole la espalda al chico y este entendió que debía ir hasta allí, cosa que hizo con la cabeza gacha hasta quedar delante del vampiro sentado, que lo miraba con curiosidad.- siéntate- pero no le estaba señalando un sitio a su lado en el espacioso sofá, ni siquiera en la butaca que había delante, le estaba ordenando que se sentase en el suelo, y entre sollozos Aaron lo hizo, y quería hablar, pedir y preguntar, pero tenía miedo de cabrear a quien le había ordenado que estuviera callado.
- ¿Cómo te llamas?- preguntó dando otra calada al cigarrillo que se consumía a gran velocidad, porque entre sus labios todo se convertía en cenizas y humo.
- A-Aaron Santorski- dijo sacando su voz de algún lugar sin entender cómo podía siquiera articular una palabra. Subió un poco la vista del suelo y se topó con unos ojos café oscuros intimidante que le hicieron mirar a suelo de inmediato.
- Edad- dijo sin esforzarse en hacer la pregunta mientras encendía otro cigarrillo.
- D-Dieciséis años- y entonces el vampiro sonrió como antes, le encantaba tener esclavos jóvenes y esa edad le resultaba deliciosa, no era un niño de 15 ni un adulto de 17, era un adolescente de 16.
Se lamió los labios y se levantó yendo a por algo en el cajón de una cómoda cercana, aunque esa casa pareciese tranquila, Aaron entendería pronto el concepto de infierno.
Con el objeto en la mano le hizo señas al humano para que se levantase y este lo hizo con miedo, miedo al deseo enfermo de esos ojos muertos.
- Quítate el pelo del cuello- dijo el vampiro, que no estaba dispuesto a mover un dedo por ese chiquillo cuyo cabello medio largo tapada su delicioso cuello y nuca.
- P-Pero- dijo el chico asustado ante la orden. Si un vampiro hablaba de tu cuello, no podía ser bueno.
Dio otra larga calado frunciendo el ceño y se acercó un paso más al chico. Retuvo el humo del tabaco en sus pulmones y lo echó lentamente y a conciencia sobre el rostro del menor, acariciando con el humo los labios y nariz del muchacho, quien tosió sin poder evitarlo.
- Quí-ta-te-lo - repitió remarcando cada sílaba. Aaron obedeció tratando de calmarse y cuando su cuello estuvo libre el hombre tomó el objeto y se lo puso y Aaron sabía exactamente lo que era.
Un maldito collar de perro de color negro, donde había una placa plateada en la que ponía ''Propiedad de Samuel Hass'' , lo estaba tratando como a un maldito animal ¿Como se podía perder tanta dignidad en tan poco tiempo?
Y Aaron volvió a llorar, porque ahora ya no era humano, porque ahora era Propiedad de Samuel Hass.
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