Delante de Lucas está el enorme campus universitario, detrás su padre llora mientras arranca el coche. Puede sentir el aroma familiar y dulce de su familiar ahogado en el dióxido de carbono que escupe el motor y también el intenso aroma de los alfas poblando cada partícula de oxígeno en el ambiente. Ha sido buena idea que su padre no salga del coche, de haberlo hecho seguramente Lucas lo estaría sosteniendo ahora en sus brazos, abanicándolo con la mano para hacer que su desmayo se vaya lejos. Su padre siempre ha sido realmente sensible al aroma de los alfas y eso es algo que Lucas ha heredado, así como su condición de omega, su figura diminuta o su cabello azabache y siempre algo despeinado.
Mira al cielo, el azul radiante plagado de nubes trata de imitar los ojos de Lucas; no lo consigue, nada lo hace. Muchos dicen que uno podría ahogarse en esos ojos o simplemente confundir mirarlos con ver el paraíso. Lucas cree que sus ojos son solo azules y la gente estúpidamente cursi, de hecho ni siquiera le gustan y casi siempre deja que el cabello caiga delante de ellos, tapándolos cuando alguien trata de verlos. Él preferiría haber nacido con el color cálido en los ojos de su padre, no con bloques de hielo en los iris.
Suspira, el rumor del motor apenas es audible y el aroma protector y calmado de su padre está a punto de ser enmascarado por los aromas del pasto y de las feromonas de alfa. Durante unos segundos tiene la esperanza de inhalar y reconocer la presencia de otro omega, pero no lo hace. Él sabía que eso iba a suceder, igual que todos saben que un omega en un aula que no sea de secundaria es tan raro como una flor creciendo del asfalto. Lucas está convencido de que es raro, pero él no es una flor. Él va a jodidamente matar a quien trate de arrancarle de su sitio y, oh, sabe que todos van a querer eso. Lo sabe demasiado bien. De hecho, lo lleva sabiendo un par de años, durante bachillerato el número de omegas en las clases se redujo drásticamente al diez por ciento y a final de curso él fue el único que logró graduarse. Los demás o estaban embarazados o tenían demasiado miedo a acabar como los primeros por salir de casa. Lucas no tiene miedo a estar embarazado, él jamás de los jamases tocaría a un alfa si no es con un taser y, en caso de que uno le tocase, él es hombre y toma anticonceptivos, así que nada sucedería.
Lucas repite eso en su mente una y otra vez, como un mantra que lo ayuda a mantenerse tranquilo. Su calma, sin embargo, acaba pronto, cuando una mano grande se pone sobre su hombro, ocupándolo por completo.
—Hay un dulce omega aquí... —susurra el hombre con diversión.
Lucas solo lo mira con una ceja alzada y, como si se sacudiese el polvo, aparta la mano de encima suyo.
—Y un estúpido alfa también. —le responde, apartando la vista. Mete la mano en su bolsillo, buscando los auriculares y... genial, se los ha dejado en casa. Ahora tendrá que soportar el mundo exterior y como suena; y para los omegas el mundo suena como silbidos y piropos que parecen más una amenaza que un halago.
Una risa fingida se escucha a su lado, entonces voltea el rostro para descubrir que el molesto alfa sigue ahí.
—¿Y quién eres tú, omega? ¿La mascota de la facultad? Luces como un buen perrito. —el alfa habla en un tono incómodo, suena como si intentase ser gracioso y cercano a la vez, pero a Lucas solo le causa desagrado y miedo, aunque no le conviene mostrar lo segundo.
Lucas solo lo ignora, mirando a otro lado y sintiendo el olor fuerte que el alfa desprende, tratando de márcalo como si territorio. Lucas sabe producir feromonas para limpiar ese horrible hedor, así que tan pronto como se vaya, lo hará. Mira la entrada de la facultad entre el pasto y las mesas de picnic, no está lejos, se dice, solo tiene que aguantarlo unos minutos más.
—¿Acaso buscas a alguien que te adopte?
—Prefiero ser sacrificado. —responde cortante, pero el tipo ríe como si Lucas pretendiese haber dicho la cosa más cómica del mundo.
—¿Intentas ser esquivo conmigo? —insinúa, sonando prepotente. Lucas no responde y eso es más explícito que cualquier sí que pueda darle. Acaban de entrar en la facultad y Lucas puede ver su clase, pero no le gustaría que ese sujeto supiese el lugar al que él irá periódicamente, podría acosarlo. —Que sepas que te tendré colgando de mi cuello como un accesorio en menos de una semana, todos los omegas os hacéis los difíciles al principio y después... Matthew, es mi nombre, no lo olvides. —ordena, después sonríe. —Oh, no lo harás...
—¿Quieres algo que colgarte del cuello? Porque como no me dejes en paz voy a arrancarte las bolas y te haré un bonito collar con ellas. —Lucas lo mira con el ceño fruncido y temblando de rabia. Odia que confundan su rechazo con lo contrario ¡Ni siquiera entiende como sucede! Está siendo desagradable ¿Por qué tiene que recurrir a las amenazas para que los alfas entiendan que no está interesado?
El hombre abre los ojos con desmesura y su sonrisa se curva en una mueca de disgusto; pone cara de asco y simplemente se marcha, mirando atrás con incredulidad, como si Lucas acabase de hacer alguna locura. Y, bueno, ha hecho dos: la primera de todas es ir a la universidad el sueño inalcanzable —literalmente— de todo omega y la segunda es ser agresivo con un alfa, aunque sea verbalmente. Los omegas son por naturaleza dóciles, suaves y asustadizos; huyen de los alfas o ronronean contra sus pieles, pero nunca gruñen. Es muy extraño ver a un omega defenderse, su naturaleza va en contra de eso. Ellos están hechos para ser vulnerables, para ser... presas.
Por eso cuando Lucas decide enfrentarse a lo que es y a lo que los alfas quieren de él, el omega en su interior araña y muerde, buscando hacer un hueco en la piel por donde escapar de ese cuerpo que no obedece los instintos. Lucas a veces amaría hacerlo, pero ama más ser respetado.
Lucas mira su reloj digital, aliviado por no estar llegando tarde a clase, de hecho, va adelantado y puede darse el lujo de quedarse afuera. Solo que deja de ser un lujo cuando ve al tipo moreno de antes reír con sus amigos mientras lo señalan. Uno imita a un chihuahua ladrando y Lucas sabe que se están burlando de él. Lo odia, lo odia tanto... Odia demasiado a los alfas. Cuando él los pilla en medio de su broma le asesta una mirada fatal a todos y cada uno de sus amigos; cuando ellos se dan cuenta solo estallan a carcajadas, después fruncen el ceño y doblan las rodillas para parecer bajitos, siguiendo con la broma.
Lucas solo tensa la mandíbula y decide ir al baño, necesita algo de agua fría porque los ojos le empiezan a arder y no quiere entrar a su primera clase llorando. No va a darles a esos alfas el lujo de verlo tan débil. Cuando encuentra el bendito baño entra a toda prisa e inhala hondo; no hay nadie y el lugar huele a productos de limpieza y a sus propias feromonas, algo empalagosas por el miedo. Cuando está algo más relajado por el aroma logra caminar hasta la pica y encender el grifo. Debe ponerse de puntillas para alcanzar el agua y poder mojar su rostro un poco y no es porque sea excesivamente bajo; la universidad ha sido hecha por y para alfas y como ellos son enormes, todo es grande. Lucas se pregunta como algo tan simple como la altura de un lavamanos puede hacerle sentir tan fuera de lugar. Él sabe que no encaja ahí, pero odia que cada pequeño detalle de lo esté gritando.
—¿Eres Lucas?
El nombrado da un repullo y se voltea de inmediato. Detrás suyo hay un chico parado, mirándolo desde su impresionante altura. No lo ha sentido acercarse, lo cual es raro porque los alfas siempre huelen a feromonas, pero evidentemente no es un omega. El hombre es demasiado grande y fuerte para ser uno; tiene los rasgos duros, el cabello color chocolate y los ojos igual, solo que no hay una gota de calidez en ellos. La pupila es diminuta y siente que clava en la suya como un alfiler. Lucas inspira y no comprende ¿Por qué no huele a nada? ¿Por qué no parece divertirse? Si hay algo que él odia sobre los alfas y que siempre está gravado en sus pieles eso son las sonrisas sádicas y los aromas penetrantes. Sin embargo, ese tipo huele a asepsia y la expresión de su boca es la línea recta trazada con precisión quirúrgica.
Lucas tarda unos segundos en recuperarse de su sorpresa, después lo mira mal porque sabe que no existen motivos buenos para que un alfa lo haya seguido hasta los baños.
—¿Qué quieres? —espeta, dando un paso al frente. El otro no parece ofendido por su mal genio, tampoco hay sorpresa en sus ojos, de hecho no hay nada en ellos.
—Saber si eres Lucas. —reitera calmadamente, pero su voz es gruesa y suena demandante.
—Sí, ahora ¿Qué quieres? —pregunta con desconfianza, el hombre mueve mecánicamente uno de sus brazos y extiende la mano. Es como si alguien lo hubiese programado para no hacer ni un movimiento de más ni decir ninguna palabra de más.
—Soy Marcel, un beta. Miré las listas de clase y vi que eras el único omega. No me gustan los alfas porque son demasiado agresivos y solo piensan en la carne de los omegas. No suelen gustarme los omegas porque son demasiado dulces y odio los abrazos, pero tú no pareces esa clase de omega, así que creo que me podría llevar bien contigo. Quiero que seamos amigos, si no quieres serlo no me des la mano, odio que me toquen si no es necesario.
Lucas se siente aturdido por tanta información y cambia su ceño fruncido por una expresión de genuina sorpresa mientras está procesando lo que ha sucedido; mientras, Marcel no mueve su mano ni un milímetro meintras espera que el otro la estreche. Eso le ayuda a sacar su primera conclusión sobre su nuevo amigo: es un tipo raro.
—Eh, um... Claro, esto es raro, pero me agradas. —confiesa, tomándolo de la mano.
Un vigoroso apretón sacude su brazo y trata de disimularlo. El otro aleja la mano rápido, pero sin parecer impaciente, y entonces sigue examinando al omega con la mirada. Aunque no sea un alfa, Lucas piensa que da algo de miedo.
—Realmente es extraño que con tu cuerpo hayas llegado a la universidad. —suelta, totalmente calmado. Lucas abre los ojos con sorpresa, no sabiendo como tomarse eso.
—¿P-Perdona?
—Eres bonito, pequeño y el sueño de cualquier alfa. Es increíble que tus padres no te hayan casado ya con uno. —el rostro de Lucas ensombrece, la sola idea de pensarse a sí mismo con un alfa le hace tener escalofríos desagradables. Puede verse a sí mismo sumiso, asustado, insípido, colgando del brazo de un tipo fanfarrón, como un apéndice más del alfa.
—Mi padre jamás me dejaría arruinar mi vida por un estúpido alfa, por eso se ha asegurado de que pueda estudiar. —explica con las manos cerradas en puños, odia lo enfadado que acaba de sonar porque el chico no parece haberle dicho eso con mala intención, pero no puede evitar sentirse horriblemente frustrado cuando los demás hablan como si tener una vida propia fuese un desperdicio para un omega. Como si el éxito fuese un insulto cuando no lo luce un alfa.
—Entones querrás trabajar cuando termines la carrera. —advierte el otro, Lucas asiente. Química siempre le gustó más que romperse el corazón por un bobo alfa o que las bodas por conveniencia y no iba a renunciar a ello ahora. —Mis padres tienen una farmacéutica, si tienes notas buenas les diré que guarden un sitio para ti en los laboratorios.
—Oh ¡Gracias! —sonríe el chico, durante un instante siente la tentación de abrazar al otro, pero finalmente recuerda que no es buena idea.
Marcel se encoge de hombros y mira su reloj. Es un tipo raro, pero Lucas ha decidido que es un buen tipo.
—¿Vamos? La clase empieza en cinco minutos.
—Claro. —dice Lucas, caminando hacia la puerta más animado que cuando entró.
Cuando sale del baño y el olor a alfa lo azota de nuevo se siente empequeñecer, pero mira a Marcel y sus miedos se calman un poco. Ahora al menos sabe que cuando entre en clase tendrá a alguien con quien sentarse, alguien que no quiere usarlo para tener sexo y después largarse. Con su primer amigo en dos años a su lado, se siente mil veces más seguro.
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