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—Ugh, ¿Qué coño acaba de pasar? —pregunta el pequeño pelinegro sosteniéndose la cabeza con una mano y parpadeando una y otra vez para comprobar si lo que sus ojos ven es cierto.
Está en una pequeña salita de tonos ocres, paredes color crema, muebles de madera y velas a modo de iluminación. Hay algunas sillas por el pequeño lugar y muchos libros, papeles esparcidos por el suelo, plumas estilográficas junto a manchurrones de tinta, frascos de líquidos extraños, otros que parecen sazonadores, pero está seguro de que no lo son y, lo más importante, ni una sola puerta o una ventana. Comprueba el suelo y el techo, no ve tampoco una trampilla o una escalera ¿Cómo han llegado ahí? Y lo más importante ¿Van siquiera a poder salir?
—¿Qué es este lugar?
—Estamos en el mismo sitio de antes. —responde la mujer, sentándose lentamente sobre una de las sillas. Hace un ruido de dolor y la madera chirría junto a ella, entonces baja su capucha, dejando a la vista un rostro delgado, plagado de arrugas, pero con conmovedores ojos grises, a juego con su largo y trenzado cabello. —Deja que te cuente. Las brujas llamamos a esto un lugar superpuesto, en este caso, una habitación superpuesta. Estamos en el mismo espacio físico que antes o casi casi, solo que en una dimensión diferente, aunque seguimos en la misma línea temporal, las brujas podemos hacer muchas cosas con el espacio, pero, ya me ves —sonríe sarcástica, señalando su rostro—, no podemos hacer mucho con el tiempo.
Gabriel le sonríe cuando la mujer ríe bajo, dejando ver su mandíbula inferior levemente desdentada y labios finos, recogidos hacia adentro. Pese a ser una anciana, Gabriel no puede dejar de mirarla, sobre todo a sus ojos, son hipnóticos de un modo que le desconcierta.
—Es como si tuvieses dos hojas de papel una encima de otra, están ocupando el mismo espacio o, mejor dicho, están en el mismo lugar, pero a la vez están separadas, paralelas, la diferencia es mínima, pero es suficiente para que no se entremezclen. El mundo está compuesto por muchas, muchas capas, y las brujas a veces podemos añadir capas de realidad adicionales. Como con las hojas, lo que dibujes en una no se dibuja en la otra, por eso puedo borraros de una y traeros a otra sin que estéis en la primera. No puedo hacerlo demasiado, eso requiere un gran poder que yo no poseo, de ahí que solo pueda hacer esta pequeña habitación, pero en esta ocasión es indispensable. Necesito hablar con vosotros de cómo acabar con... contigo —sonríe, señalando con un dedo consumido como una cerilla a Román, quien asiente en silencio. —y no puedo hacerlo de cualquier modo, podrían oírnos.
—¿Quiénes? —preguntan al unísono sus interlocutores. Gabriel mira con molestia a su compañero, Román solo actúa con indiferencia. —Y por qué nos ayudas, que tiene que ver una bruja en todo esto. —añade Gabriel. —Porque eres una bruja ¿verdad?
—Así es, una corrupta.
—¿Corrupta? Sé que hay brujas de magia blanca y negra, pero ¿Qué significa eso?
—No, no tiene nada que ver con la magia, hijo, soy una bruja corrupta porque tan pronto os envié esa carta he traicionado a mi organización. —Gabriel la mira todavía con más confusión, pensando que ha encontrado tras las cartas más incógnitas que respuestas.
—¿Has traicionado a tu aquelarre?
—No, no tengo aquelarre, tenía uno y yo era la mejor, pero todas las demás brujas y brujos fueron asesinados y a mí se me ofreció vivir si era leal hasta el día de mi muerte a Urobthos. Es de Urobthos de quien trato de esconderme. —ambos se miran extrañados, la mujer ha pronunciado esa palabra altisonante como si todo ser en la tierra debiese temblar ante su mención, pero la realidad es que jamás han oído hablar de lo que quiera que sea eso. —Es la organización de vampiros más grande que existe, mucho más de lo que jamás podré o podremos imaginar. Ellos actúan desde las sombras y nadie fuera de la organización sabe que existen, pero son miles de integrantes, quienes mandan son los vampiros, pero tienen a seres de todo tipo entre sus filas. Nadie aquí sabe más de lo que tiene permitido, pero con saber que la organización existe ya estás cometido de por vida con ella, si hablas, te matan, a ese peligro me expongo. Ellos se lo toman muy en serio, solo tienen un propósito. Que tú —señala al vampiro, mirándolo con las pupilas clavadas en él y una expresión llena de severidad— no mueras.
—Uh ¿Y no tenían nada mejor que hacer con su tiempo? Menudo fastidio. —murmulla el vampiro.
—Entonces ¿Ellos saben cómo matarle? —la mujer asiente. —¡Bien! Nunca que pensé que sería tan fácil. —exclama el chico enérgicamente, alzando su palma para chocarla con la del vampiro, que solo mira el gesto extrañado, torciendo la cabeza como un perro cuando no entiende el lenguaje. Baja la mano, negando con la cabeza, y se dirige de nuevo a la bruja con una sonrisa de oreja a oreja. —¿Y qué tenemos que hacer para matarlo?
—No lo sé. Muy pocos lo saben dentro de la organización... Pero yo he formado parte de esto muchos años y quiero poner lo poco que sé a vuestra disposición para que lo descubramos.
El vampiro no luce muy impresionado, ya se mostraba escéptico desde el primer momento y en ningún momento creyó que sería tan sencillo como parecía, pero su acompañante humano aún es muy joven y estúpidamente crédulo, con esa facilidad propia de los adolescentes de absorber todo cuestionando casi nada: teorías conspiranóicas, amores a primera vista, atajos sospechosos para conseguir objetivos difíciles, etc. Por eso el chico solo suspira y se tira hacia atrás, queriendo abofetear a la bruja por no haber aclarado eso desde el principio ¡Se ha hecho ilusiones para nada!
—Así que tú tampoco no tienes ni idea, genial. —suspira el chico, desilusionado, entonces el vampiro lo detiene, pensativo y habla.
Algo chasquea en el cerebro de Román y, en un segundo, sus ojos se iluminan con una fe que creyó perdida.
—Espera... todo esto significa que hay un modo, que realmente existe una forma de matarme. —sentencia, con palabras cautelosas y la nuez temblándole cuando traga saliva.
—Urobthos no lucha en vano, tienen algo que proteger, algo que ocultar. Existe, existe una forma de matarte. —le dice la bruja, echándose para delante en su asiento y mirándolo profundo a los ojos.
Fuego y ceniza, Gabriel siente que sobra en esa batalla de miradas que tanto saben sobre consumirse hasta los cimientos.
Es entonces cuando Román estalla en risas y Gabriel da un salto por el susto. Lo mira con los ojos abiertos como platos, preguntándose por qué está carcajeándose alto como el diablo, pero de repente le interrumpe los pensamientos haciendo algo más sorprendente aún: abrazándolo y elevándolo del suelo para simplemente exclamar su risa con alegría y dar vueltas con el chico todavía flotando en el poderoso abrazo.
Gabriel enrojece los primeros segundos, pero después golpea y gruñe al vampiro, exigiéndole que lo baje.
—¡Oh, estoy tan contento! Había perdido la esperanza, pensaba que era falso, que no existía, que iba a quedarme en este mundo para siempre ¿No es maravilloso? ¿No lo es? —pregunta con los ojos llenos de luz, bajando a Gabriel y zarandeándolo por los hombros.
La cabeza del chico bambolea sobre sus hombros y siente que parte de esa felicidad se le contagia. El vampiro tiene razón, es genial que por fin vaya a poder cumplir su propósito, aquello para lo que ha nacido, su esperada venganza.
—Sí, sí, es genial.. —suspira, sonriéndole también, y en un subidón de alegría le abraza de vuelta. —¡Ah-ah, quita! —dice al darse cuenta de lo que hace, apartando al hombre a empujones.
El vampiro lo libera con una jovial risa y después ambos encaran a la anciana, que solo observa con la mejilla apoyada en sus nudillos y la expresión dulce, llena de ternura.
—Me alegra que estéis emocionados. —dice la mujer, dejando sus pequeñas manos unidas en una especie de rezo leve. Entonces alza una ceja y les mira con cierta diversión. —Pero hay que ponerse a trabajar, chicos.
—De acuerdo ¿Qué es lo primero que debemos hacer? —pregunta Gabriel, poniéndose serio y con su rostro fruncido por la concentración.
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