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 <<Lucas, soy Marcel. Este fin de semana no podremos vernos, lo siento. Tampoco creo que responda al móvil>>

Lucas arroja su teléfono al suelo nada más despertarse, después pone la cara contra la almohada y grita tan fuerte como puede. ¿Qué demonios? Marcel era su comodín, su única vía de escape para poder alejarse del mr. Soy-un-alfa-y-quiero-ser-tu-amigo. Lucas rueda sobre el sofá-cama, quedando bocarriba; mira el techo como si fuera interesante y bufa con fastidio, no sabe qué hará ahora. La idea de pasar un día con Damián le aterra y lo hace de muchas formas.

Con solo recordar como su cuerpo lo sometió en los vestuarios y pensar que podría hacerlo de nuevo y tomar de él algo que no le pertenece sus ojos se llenan de lágrimas y ruega por poder escapar de su cuerpo antes de que el otro lo posea.

Sin embargo, no solo eso le asusta. Damián es tan dulce, tan amable, tan... diferente a los otros alfas; es el único que se ha disculpado, él único que tiene una sonrisa aterradora, no por malintencionada, sino porque es tan sincera que uno podría fácilmente caer por ella. Y Lucas lleva toda su vida dejándose los dedos en trepar más alto de lo que se supone que un omega tiene permitido llegar, no puede permitirse caer a estas alturas.

Es viernes, ninguno de los dos tiene clases, pero Lucas olvidó quitar sus alarmas así que es pronto, está despierto y solo le queda aguardar a que Damián despierte también y ambos se queden solos. Su cuerpo tiembla, el omega se estremece. No quiere que suceda nada, pero algo dentro suyo de pregunta que, si sucede algo, ¿Qué será?

Su móvil zumba como un abejorro molesto y se levanta para recogerlo. Chasquea la lengua al ver lo pronto que es, después abre watsapp.

<<Por cierto, dile a Damián que su amigo tampoco a poder responder a nada este fin de semana>>

Si el primer mensaje ha sido desconcertante, este segundo da para una maldita novela de misterio. Lucas relee el mensaje unas tres veces y le es imposible hallar una conexión entre ambos textos que no sea inquietante o... demasiado explícita para pensarla por más de un par de segundos. Traga saliva y deja el teléfono en la mesa ¿Qué demonios? Es la segunda vez que se pregunta eso en el día y solo lleva cinco minutos despiertos, intuye que será un día —o más bien unos tres días— muy largo y que el lunes irá a por Marcel con una ametralladora de preguntas en la boca. Piensa hacerle un jodido interrogatorio porque no entiende nada y si su amigo va a abandonarle por tres días con un alfa —con Damián, además— necesita como mínimo una excusa coherente. Mira su teléfono de nuevo, ha pasado un minuto ¿Cuánto falta para que termine el fin de semana? Frustrado, golpea un cojín contra la cama y después se desploma sobre él.

Su cuerpo se tensa cuando escucha la puerta de la habitación de Damián abrirse.

—Buenos días, omega gruñón. —dice una voz masculina desde la penumbra. De ella emerge el cuerpo grande Damián, coronado por una desordenada y rubia cabellera; lleva un pijama holgado que cae sobre sus músculos y traza en su silueta líneas vagas e insinuantes.

—B-Buenos días. —responde el chico, inseguro. Normalmente le diría que no son buenos, pero sabe que ahora no puede solo ser malo y evitarlo después en clase; además, la última clase él se sentó a su lado y no le habló para no molestarlo, solo le regalaba sonrisas y una extraña seguridad con su presencia, así que Lucas siente quizá debería ser algo amable para agradecerle eso, pero nada más. Solo un poquitín amable. —Tu amigo Esteban dice que...

—Lo sé, también me ha mandado un mensaje. —le interrumpe el alfa. Da un par de pasos descoordinados y se frota los ojos, todavía no está despierto del todo, así que se sienta en el sofá junto a Lucas. —Parece que tenemos este fin de semana para nosotros solos. —bromea, guiñándole un ojo juguetonamente.

El omega tan siquiera responde, las palabras quedan atrapadas en su garganta por la forma en que el tono de Damián atraviesa su piel y la eriza entera; él se aleja del alfa en el sofá, quedándose en una esquina agazapado como un pequeño animal. Damián puede sentir el aroma dulce del omega y al verlo tan diminuto desea demasiado saltar sobre él y devorarlo hasta los huesos, pero en vez de eso solo muerde su labio, tratando de calmar el hambre de la bestia. Lucas traga saliva, su omega interior escondiendo el rabo entre las patas al olisquear la poderosa atracción de Damián. Los alfas siempre huelen de esa forma... cuando uno se te acerca su aroma te ahoga sin que sus manos te toquen, eso hace que Lucas se sienta atosigado siempre.

—Solo bromeo, pequeño omega, no tienes que sentirte asustado. —ríe, mirándolo con ternura.

—¡No estoy asustado! ¡Eres molesto! —reacciona al otro, lanzándole un cojín; Damián lo esquiva fácilmente y Lucas frunce el ceño, gruñendo como un cachorro enfurruñado.

—¿Y qué es tan molesto de mí? —insinúa, acercándose un poco.

Lucas alcanza un cojín y lo abraza, sintiéndose seguro; no deja de mirar al alfa en ningún momento, su ceño fruncido advirtiéndole del enfado.

—Lo mismo que en todos los alfas. Solo quieres seducirme y usarme. —Damián se siente herido al oír eso; no entiende a qué viene tanta desconfianza, pero le hace pensar que si Lucas piensa eso es tristemente por un motivo.

—No trato de seducirte. —se queja el otro, cruzándose de brazos.

—Tampoco podrías.

—Oh ¿Esto es un reto? —Lucas se pone rojo cuando el otro le guiña un ojo y se inclina levemente hacia él. Se siente extraño cuando cosas así suceden; él está acostumbrado a alfas bruscos, vulgares y sobones, a personas que tratan de robarle el derecho sobre su piel sin siquiera preguntar, sin embargo, Damián parece querer seducirle; al fin y al cabo, piensa, él es solo otro alfa más que quiere usarlo, pero hay algo en la seducción, en su sutileza, que lo desconcierta y le hace preguntarse si Damián no llegará a salirse con la suya.

—Es un hecho. —responde, contundente.

—Puedo refutarlo. —le saca la lengua el otro, bromando. Lucas considera esa discusión molesta, molesta y graciosa. Se sorprende a sí mismo con una pequeña carcajada cuando Damián le dice eso. Ambos se impresionan por el sonido; Lucas horrorizado, Damián complacido. Su lobo aúlla de emoción por el hermoso sonido y por lo bonito que se ve el chico cuando se ruboriza. —Bueno, si tan seguro estás de que no puedo seducirte ni intentándolo... no tendrás problema en venir a tomar algo conmigo ahora ¿No?

Lucas aprieta la mandíbula cuando el otro sonríe triunfal. Ese maldito alfa parece llevar la razón, así que no quiere por nada del mundo parecer asustado de los encantos de Damián —espera ¿Lucas acaba de pensar que un alfa es encantador?—; sin embargo, no piensa que sea buena idea ir. Sus labios se curvan en una sonrisa cuando la excusa perfecta viene a su mente.

—No iré, no tengo dinero como para gastármelo saliendo.

—¿Qué más da? Invito yo. —Lucas frunce el ceño, mirándolo certeramente.

—Pues iré, pero que conste que es únicamente por que quiero cosas gratis. —se cruza de brazos, inflando sus mejillas.

Damián le sonríe cuando acepta. Se levanta y alarga un brazo hacia él, con sus dedos pinza las mejillas mullidas de Lucas y tira de una de ellas para que se levante.

—¡Hey! ¡Que coño hac— el chiquillo intenta quejarse, pero el otro le corta.

—Eres tierno cuando te enfadas, que es siempre. Venga, vamos. —dice soltándole. Los dedos de Damián hormiguean, la piel de Lucas es tan suave... y esta vez nadie le ha mordido por tocarla. Siente que ha hecho una importante conquista.

—Cállate... —susurra Lucas, siguiendo Damián. Podría gritarle que cerrase la boca, pero muy en el fondo desea que no le escuche, que no le haga caso y que digas más de esas cosas vergonzosas que calientan sus mejillas y el corazón del lobo dentro de él.

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