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—Menuda locura... —murmura Gabriel cuando aterriza de nuevo en la realidad que conoce.
Ahora es poco más de media noche y sigue en el parque donde habían quedado con la anciana, solo que ahora están ambos de pie parados como monigotes en medio de la oscuridad, sin la mujer cerca suyo.
—Bah, cosas más raras he vivido. —le responde el otro, encogiéndose de hombros. —Estás sano y salvo ¿Ves? Te dije que iba a protegerte de ahora en adelante.
Gabriel solo rueda los ojos y se adelanta.
—No es como si necesitase que me estuvieses cuidado todo el rato. No necesito a nadie, menos aún a un puto vampiro.
—Eso ya lo veremos. —le responde el otro con simpleza, alcanzándolo y andando a su lado.
Gabriel solo lo mira con cierto recelo, pero recuerda la sensación de seguridad cuando el vampiro puso su mano sobre su piel antes de que Leoren les devolviese a su mundo. Sintió como si su caída fuese a ser amortiguada, como cuando su madre besaba una herida en su rodilla o su padre le tiraba del brazo para no dejarle cruzar la carretera sin mirar antes. Sin embargo, los ha perdido y Román no podrá nunca sustituir el calor de un humano.
Gabriel suspira.
<<Sigue siendo un asqueroso vampiro.>>
Llega a su casa después de una pequeña caminata, encaja las llaves en la cerradura y antes de abrir, se voltea.
—¿Por qué me has seguido hasta mi casa?
El vampiro no responde, solo empuja la puerta por él y pasa primero con ese aire de falsa inocencia, como si hubiese deambulado sin rumbo hasta toparse con su puerta sin quererlo.
—Usualmente pago el alquiler con el dinero de mis víctimas, pero al parecer no te parece bien que mate, así que si quieres que no lo haga deberás hacerte cargo de las consecuencias.
Gabriel entra detrás suyo dando un enorme portazo.
—¿Y además de darte mi sangre tengo que darte también mi apartamento? No jodas. Además, no sé siquiera si te daré mi sangre de nuevo ¿Por qué debería hacerlo?
—No deberías, pero al parecer te preocupa que mi alternativa sea matar a otros. —Gabriel pone una mueca de inconformidad ante el tono cínico y despreocupado del vampiro.
—Podría impedir que matases a nadie y no darte de mi sangre, el hambre se haría insoportable para ti, pero no morirías así que ¿Qué más da? Además...—Gabriel se acerca un par de pasos, su sonrisa aumentando en su rostro por la idea y esta escapando de entre sus labios. —quiero hacerte sufrir, que llores y te vuelvas loco por todo el daño que has hecho.
Román deja ir una minúscula risa y cuando Gabriel quiere darse cuenta su espalda duele y está siendo prensada con fuerza contra la puerta principal, el vampiro lo mira sin inmutarse, con una mano a uno de los lados de su cuerpo y la otra en su camino para alcanzar el cuello.
—Podría tomar tu sangre a la fuerza de todos modos. —murmura con cierta maldad, viendo como el otro se acalora por la repentina cercanía. Pero una vez se sitúa, Gabriel ataca: da una patada a las bolas del vampiro, a lo que este solo bosteza fingidamente. El humano hace una mueca y se pregunta si el vampiro tiene los malditos testículos hechos de acero —¿Qué? ¿Ya es mi turno de golpearte ahí? —pregunta con una sonrisa, bajando de repente su mano y agarrando con ella la entrepierna de Gabriel.
—¡Ah, cerdo, suéltame! —Chilla él, tratando de cerrar sus piernas de golpe y llevando sus dedos a la muñeca del vampiro. Tira fuerte de ella, pero parece inamovible y él se siente patético y débil por estar en esa situación.
—Apuesto a que a ti sí te duele si te golpeo aquí. —se burla, apretando en su puño la intimidad del pequeño y haciendo que este maldiga en voz alta mientras el cuerpo le tiembla completo. —Ahora ¿Qué decías sobre no darme tu sangre? Y deja de ponerte rojo y malinterpretar la situación, no estoy interesado en ti, ya lo dije. —exclama soltándole casi con repugnancia.
—De verdad, eres un ser asqueroso. —murmura Gabriel, negando con la cabeza mientras se pregunta cómo diablos ha podido sentirse protegido por él.
Se marcha a la cocina sin mediar palabra alguna, con la sonrisa socarrona del otro clavada en la cabeza ¡Y es que lo odia! Es un apático cabrón incapaz de sentir nada que no sea diversión por las tragedias ajenas. Es como si tuviese el corazón del revés y se sintiese bien por lo malo y mal por lo bueno, es completamente antinatural.
Después de cenar, Gabriel decide ir a dormir. Suspira de alivio al ver que el vampiro ya no está en el salón, pero se siente de nuevo más fastidiado que nunca cuando abre la puerta de su dormitorio y lo ve panchamente tendido sobre su cama.
Respira hondo, cuenta hasta diez, y lo tira al suelo de una patada.
—Eres un descarado. —le gruñe, metiéndose en su lecho y viéndolo levantarse desde el suelo.
El vampiro lo empuja de vuelta, con un solo dedo, y lo tira a la otra punta de la habitación haciendo que Gabriel se golpee las costillas cuando vuela hacia la pared.
—¡Serás! ¡Esa es mi maldita cama, voy a matarte! —le grita, lanzándose como un animal furioso sobre él.
El chico cae a horcajadas sobre el vampiro y este le sostiene las manos agarrotadas, impidiendo que le ataque de cualquier formal.
—Eso espero. —le sonríe el otro, después toma con fuerza sus muñecas, las atrapa en una sola mano y con un presto movimiento lo hace caer en la cama a su lado.
Román sigue sosteniéndole las muñecas desde detrás y ahora se tumba de lado, como él, teniendo su imponente cuerpo contra la menuda espalda del chico, que se retuerce y lucha contra su agarre. Gabriel trata de patearlo, pero Román pasa una pierna por encima de las dos del menos y una por debajo, atrapándolo y dejándolo del todo inmóvil, después cierra los ojos, suspira en su nuca y susurra.
—No hagas alboroto, pronto saldrá el sol y tengo sueño. Solo duérmete ya. —le dice, acomodándose en su almohada y estrechándolo más cerca, todavía restringido por su enorme poder.
Gabriel enrojece y le grita:
—¡Suéltame, maldito psicópata! ¡Qué te crees que haces, no somos una pareja! —chilla todavía más enojado cuando el otro solo contrae un poco su cuerpo, haciendo que el trasero de Gabriel y la entrepierna de Román queden tan pegadas como sus piernas o el pecho de uno y la espalda del otro.
—Cállate, ya te he dicho que no me interesas, solo quiero dormir. —murmura, y Gabriel puede sentir como pese a su resistencia el otro se va rindiendo a un intenso sopor.
Piensa que es el colmo de la chulería ¡Ese tipo se ha quedado dormido inmovilizándolo! Y mientras él estaba luchando con sudor y lágrimas por liberarse. La parte graciosa -aunque a Gabriel no le hace ni pizca de gracia- es que después de dormido, el vampiro sigue teniendo fuerza suficiente para retenerlo, así que no le queda más que resignarse y dormir en sus brazos.
Se odia a sí mismo, debería estar asesinando a chupasangres, no haciendo la cucharita con uno de ellos.
Y sin embargo, se siente un poco bien. Eso termina de confundirlo. Es lo más cercano a un abrazo que ha tenido desde que sus padres murieron y sinceramente se siente bien, él está acostumbrado a gritarse con la gente y a pegarse con los vampiros, no a recibir cariño de ninguna forma posible. Y Román no está siendo cariñoso, pero no puede evitar recordarlo, recordar como dormía con sus padres cuando era pequeñito y tenía pesadillas horribles. Ahora se siente tan parecido, con su cuerpo siendo minúsculo, arropando por una gran presencia que debe protegerle.
No sabe por qué, pero tiene ganas de llorar. Y de patearle el culo a Román. Por desgracia para él, ambas son imposibles.
Cuando logra conciliar el sueño, horribles pesadillas lo asedian. Las recuerda solo un instante después de abrir los ojos, mientras aún está danzando entre los mundos oníricos y el real, y aunque tras los parpadeos del despertar la claridad de sus sueños se va volviendo oscura, recuerda cómo le han hecho sentir.
<<Solo.>>
Se mira las muñecas, están algo enrojecidas por el agarre del vampiro, presente durante todo el día, pero están libres por fin. A su lado, el vampiro despierta también, luciendo tan fresco como antes de ir a dormir -aunque lo atribuye al hecho de que los muertos siempre lucen iguale en el ataúd- mientras él tiene el cabello desordenado y la ropa toda arrugada.
—¿Alguna noticia sobre Leoren? —pregunta el muchacho frotándose los ojos.
Román niega y se sienta en el borde de la cama junto a él, mirándolo con ojos fríos.
—La intriga me mata, quiero saber ya qué podemos hacer para acabar contigo.
—Lo mismo digo. —responde el vampiro sin una pizca de ironía. —Si al menos supiésemos algo... Como por qué existo, eso sería de ayuda para saber cómo puedo dejar de hacerlo.
Gabriel se voltea hacia él y alza una deja, diciendo:
—Tú deberías saberlo.
—¿Yo? —se sorprende el otro y deja ir una risa. —Si lo supiese ya estaría muerto.
—Pero tú fuiste el primer vampiro, tú debes saber cómo te has convertido y cómo deshacerlo. —le insiste Gabriel, viendo el desconcierto en la cara ajena.
—Realmente no tengo ni idea. —se encoge de hombros.
—¿Qué? —espeta, con tono patidifuso.
—Tan siquiera sé si fui humano antes de ser vampiro, —explica, dejando al muchacho más descolocado, con la boca abierta y la cabeza hecha un lío. —no tengo recuerdos de ello. —continúa, bajando un poco el tono de voz y apartando la mirada. Gabriel jura distinguir cierta tristeza en sus ojos rojos. —El primer recuerdo que tengo es de las que se supone que fueron mis primeras víctimas, de antes de eso no sé nada de nada. Incluso eso está un poco borroso, hasta creo que no maté a mis primeras víctimas, sino que las convertí sin querer, ah, no sé. —se queja, rascándose la cabeza.
—Tienes amnesia entonces... que poco conveniente. —susurra curvando una de sus comisuras con amargura, entonces suspira dejando un incómodo silencio entre ambos que le deja tiempo suficiente para pensar en Román y añade: —Debe ser horrible ¿No recuerdas nada de nada de ser humano? —el otro niega. —Es como si no hubieses estado vivo nunca, realmente es triste. Lo... lo siento por ti, debes haberlo pasado muy mal. Si yo perdiese todos mis recuerdos y me despertase siendo un monstruo, ah, no quiero ni pensarlo. Olvidar a mi familia... ni siquiera sé cómo podría hacer eso. —Se mantiene en silencio unos segundos más y siente que su corazón punza—Querría morir.
—Bienvenido a mi mundo. —dice el otro con una sonrisa sarcástica en sus labios.
—No, pero...yo querría morir por que jamás podría asesinar a alguien.
—Asesinas a vampiros, no me digas que no es lo mismo. —arguye Román, mirándolo con una seriedad inusual en él, sus ojos nos están desdibujados, recorriendo perezosamente la estancia como de costumbre, sino que apuntan directamente a él mientras su boca se prensa en una fina línea, esperando una respuesta.
—No lo es, realmente no lo es. Ellos matan a humanos.
—Porque lo necesitan y tú los matas a ellos por venganza. —debate con una rapidez que Gabriel no es capaz de procesar. Entonces hace una media sonrisa agridulce y añade: —¿Qué te parece más egoísta? Además, los vampiros seguimos siendo personas ¿No es así? Aquello que me dijiste de que cuando muere un humano muere una vida irrepetible, unas ilusiones, unos logros, unos recuerdos. Cuando muere un vampiro pasa lo mismo ¿No? —mientras habla, puede ver como el muchacho agobia y bocea, se muerde el labio y parpadea rápido mirando al suelo. —Ah... Pero no estoy aquí para juzgarte, yo también mato por egoísmo, solo que es un tipo diferente de egoísmo.
—Pero no es lo mismo, los vampiros solo existís para matar, no tenéis bondad en vosotros, eso es monstruoso, no humano. No sois capaces de amar, solo pensáis en la sangre. Mi padre mató a mi madre sin pensárselo ni dos veces y siendo humano la amaba con todo su corazón ¿Cómo voy a pensar que es la misma persona si hizo eso al volverse vampiro? —habla acelerado, casi escupiendo las palabras como si le ahogasen, tomando una gran bocanada después y quedando agitado.
—Matamos, bebemos sangre, sí, hacemos lo que hacemos, pero sentimos igual que vosotros sentís. Dime una cosa. ¿A ti te parece que yo no puedo sentir nada por nadie?
—Lo dudo mucho. La única vida que te importa es la tuya y solo quieres terminarla. —Lo mira a los ojos, hallando en el otro un brillo peculiar que se extingue rápido, cuando él borra su mínima sonrisa y baja la mirada al suelo en una expresión demasiado humana para él.
—Parece que has olvidado lo que te prometí. —dice el otro, riendo sin gracia y negando con la cabeza.
<<Voy a proteger tu vida>>
—Solo lo prometiste por interés.
—Puede. —responde y empieza a reír cruelmente como siempre hace, solo que esta vez Gabriel se siente distinto.
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