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Tom suspira, la mordida será tan inevitable como dolorosa, no hay nada que pueda hacer más que perjudicarse si trata de engañar a su captor, así que se levanta y abre sus piernas para encajar sobre el ancho regazo. Se sienta al filo, pudoroso; la ropas holgadas y desbotonadas que llevan hacen que la posición se torne más insinuante y reveladora de lo que él querría. Mira abajo. Traga saliva al ver la tela acariciar sus caderas levemente, pero abandonar con una caricia sus muslos e ingles.
El tipo pone una mano en su pierna derecha y la otra en su espalda, acercándolo más. Abriéndolo más. Tom retiene una exclamación y tira de su pijama, tapándose todo lo que puede, entonces el vampiro sube los dedos por su rodilla, accediendo fácilmente al muslo. Con la zurda va de la espalda al hombro y ahí baja también el pijama, dejando las clavículas descubiertas.
Tomás cierra los ojos, rehusándose a ver su desnudez.
—No cubras tu delicioso cuerpo, necesito probar un poco antes de que se me abra del todo el apetito —ríe, aproximándose a su cuello con la lengua perfilando los colmillos. Besa la dermis y aprieta el muslo del chico. Sonríe en su piel al notar la tersa, pero abundante carne hundirse bajo sus dedos. El muchacho tiene las piernas delgadas, pero suficientemente llenas como para agarrarlas y amasarlas a su gusto. Se le antoja delicioso y todavía más cuando suelta un pequeño quejido. —, eres realmente exquisito... tu piel es tan hermosa y suave que quiero llenarla toda de mordiscos.
Tomás cierra los ojos fuerte, imaginando la escena que su anónimo amigo le ha descrito en el diario. Se ve a sí mismo con el cuerpo lleno de heridas sangrantes, marcas horribles de colmillos que lo vacían poco a poco hasta extinguirlo; de un momento a otro está aterrado.
—A-amo, no quiero que me muerda por todo el cuerpo, por favor, es muy doloroso y da miedo ¿El cuello no es suficiente? —murmura llevando sus manos a los hombros de Desmond y agarrando fuerte, buscando un punto de apoyo donde pueda clavar las uñas y hundir el rostro para llorar cuando el momento llegue.
Desmond se zafa del agarre empujándolo al suelo. Un chillido y el duro golpe de su cabeza contra la madera se escuchan, pero él no reacciona más que alzándose para tomar sus muñecas y traerlo de vuelta a su regazo. El chico aprieta los dientes.
—Tus manos fuera de mí, sabes que no puedes tocarme. —advierte entonces en tono sombrío, haciendo que el chico tiemble y asienta, buscando liberarse. No afloja su agarre ni un poco, sino más bien lo aprieta mientras sigue hablando. —Haciéndome castigarte cuando estoy hambriento ¿Acaso eres masoquista y me provocas para que sea malo contigo?
—No, señor, le prometo que n¡Ah! —grita cuando el vampiro le alerta succionando con fuerza su cuello.
No ha mordido, solo ha encerrado su piel entre labios y ha chupado ávidamente hasta dejarla morada y pulsante. Cuando se separa pequeñas gotas de sangre perlan el chupón, como rosas floreciendo. Por instinto, Tom ha vuelto a llevar las manos a los hombros de Desmond y este solo responde lamiendo su moratón y negando con decepción.
—Lo siento... —murmura el castaño tratando de no enfadar a su amo, pero este solo le mira con el ceño fruncido y aparta las manos de él con un propósito incierto.
El chico tiembla cuando le ve llevarlas a su pantalón y oye después el tintineo de la hebilla. El cuero hace un sonido escalofriante mientras el otro lo desliza fuera de sus pantalones y chasquea en el aire cuando Desmond lo estira tomándolo por ambos bandos. Tomás siente los ojos picarle mientras mira el grueso cinturón. Quiere suplicar a su amo, pero sabe que es inútil, sin embargo, su corazón ingenuo lo traiciona, haciéndole enviarle una mirada temerosa.
Desmond lleva las manos y el cinturón a la espalda del chico y se inclina hacia el hueco entre su hombro y su cuello, chupa la piel de nuevo, haciéndolo saltar. Ahora Tomás se hace heridas en la palma de las manos con las uñas con tal de pararse en su intento por aferrarse a su señor.
La boca del vampiro está en su cuello, sus manos y el peligroso cinturón a su espalda, donde no puede ver, pero puede oír y escucha el aire silbar. Muerde su labio, esperando el golpe. Nada le prepara para un azote justo en la quemadura.
Grita con la poca voz que le queda, las lágrimas se le saltan como si las sangrase y se retuerce sobre el hombre, llevándose las manos al cabello para tirar de él. Siente el látigo dentro de su piel, golpeando mil veces desde la carne pulsante. Es como un rayo que lo alcanza y lo clava en el lugar mientras descarga su furia dolorosa en cada uno de los milímetros de su ser.
—Por las manos en tu espalda —murmura en su oído, después toma las muñecas sin esperar a que cumpla la orden y las anuda con el cinturón, apretando con el áspero material. —, tienes suerte de que esté de bueno humor, la próxima vez te azotaré con la hebilla.
—Gr-gracias por no hacerlo ahora, mi señor. —responde el chico sorbiendo y logrando no romper en un histérico llanto otra vez.
Pese a que no ha recibido la horrible pena con el vampiro le hace marearse de miedo, estar atado mientras el mordisco sucede es igualmente aterrador y es por eso por lo que cuando este vuelve a su cuello él empieza a temblar y sacudirse sin remedio.
Desmond sonríe contra su piel haciendo notar los colmillos, ya que ama que sus víctimas estén conscientes del enorme peligro que él y su apetito suponen. Además, Tomás es la víctima perfecta: inerme y patético, pero con ese toque adorable que casi le hace sentir lástima en vez de asco por su debilidad. Le hace sentir tantas cosas que todas revolotean en su estómago formando una vorágine de sensaciones que pronto se pierden y se confunden con su insaciable sed.
Sin previo aviso los pequeños besos se transforman en una cacería consumada: Muerde. Clava sus colmillos y dientes contiguos, desgarra, rompe allá donde puede las barreras que lo separan del delicioso néctar rojo.
Tomás no tiene tiempo de gritar o llorar, su sangre es robada tan rápido que no es capaz de reaccionar siquiera un poco. Desmond está hambriento, pero se contiene después de drenar tan rápido la mayoría de su sangre. Sorbe despacio. Le amarga el banquete saber que ha cruzado un límite peligroso y que después de ello el muchacho estará tan débil y confundido como él ebrio de sangre.
<<Quiero comerlo entero, beber hasta su último respiro>>
Su voz resuena tentadora en su cabeza, él es su mismo diablo, su propia serpiente del edén ofreciéndole un fruto rojo solo que ahora no hay dios castigador más que él mismo. Nada le impide dar un muerdo y otro y otro más y terminar con la vida de una mascota como cualquier otra.
Nada se lo impide, salvo él mismo.
Lleva una de sus manos a su rodilla derecha y aprieta clavándose las uñas hasta que el dolor le hace volver en sí. Cuando se separa del chico con un gruñido de protesta se sorprende a sí mismo actuando como un animal salvaje, olfateando su cuello y lamiéndolo hasta limpiarlo de sangre.
Después, cuando ya no queda ni una sola gota brotando, lo suelta y percibe sus latidos débiles. Ha bebido más de lo que imaginó ¿Cuánto ha tardado? No recuerda que pasase más de un segundo, como cuando uno cae dormido y despierta largas horas después convencido de que acaba de cerrar los ojos. Y eso es la sangre para él: un sueño, un paraíso lejano a la tierra que lo arranca de su ser y lo hace delirar. Y esta vez se lo ha llevado lejos, tan lejos que casi mata a Tomás sin pretenderlo.
<<Hacía mucho que no me descontrolaba así.>>
Observa con detenimiento su rostro, cualquiera día de él que es un esclavo vulgar, agraciado a lo sumo, pero no una gran pérdida si es que uno lo mata cuando se le va la mano, sin embargo, a Desmond se le entrecorta el aliento de solo pensarlo.
<<Y hacía mucho que no me importaba.>>
El chico balbucea una especie de lamento y oscila sobre su regazo como un péndulo. Mareado, se echa para atrás y se precipita hacia el suelo. Desmond es rápido y lo toma entre sus brazos, atrayéndolo hacia sí y no es hasta que lo ha salvado de caer que se da cuenta de que está abrazando al chiquillo. Lucen como dos amantes. Se queda paralizado por sus propias acciones, después las de Tomás se dejan todavía más sorprendido: el chico llora y se acurruca en su pecho hundiendo el rostro en él y diciendo:
—¡A-amo, amo, no sé que pasa, hace frío, está borroso y todo gira! Amo, por favor, no me suelte, tengo miedo... no quiero quedarme solo, no me suelte, por favor.
El corazón de Desmond se estruja y estrecha al chico con fuerza, pudiendo sentir en su tierna carne y su dulce aroma la amargura que provoca en él; lo ha dejado roto y delirante, como si no fuese más que un manojo de pensamientos y miedos sostenidos por un fino hilo de cordura. Se siente horrible cuando recuerda la ilusión con que el chico se subió a su coche por primera vez, chachareando sin fin como un niño pequeño; ahora lo tiene entre sus brazos, desmoronado y con la lengua adormecida buscando palabras que le faltan.
<<Si tan solo pudiese escoger no sentir compasión o, al menos, no sentir esa necesidad horrible por herirle...>>
—Mi señor, creo que me muero, no quiero morir, por favor, no quiero morir... ayúdeme —suplica mordiéndose los labios.
Lo mira a los ojos, la pupila temblorosa y descentrada busca con desespero la suya, como si fuese a hallar algo ahí.
Desmond vuelve a quedarse petrificado por culpa del humano. No por sus encantos, la belleza no es para él más que algo común, sino por esa dulce inocencia que le resulta tan familiar, que desearía no anhelar. Cada vez que mira a Tomás y este le mira de vuelta sin odio su cuerpo se siente perdido, ciego: no ha visto a alguien de tan buen corazón, capaz de ver un hombre donde habita un monstruo. Nadie más ha le ha mirado tras ser mordido buscando consuelo en vez de venganza.
Le desata las manos sin darse cuenta, actúa con la cabeza vacía de pensamientos y llena de esa mirada tristona y amable por igual. Se siente bajo un hechizo. Y tan pronto Tom tiene las muñecas libres, le abraza aferrándose a él con sus pequeñas manos como si fuese el único pilar estable de un mundo que se derrumba. Lo agarra como si fuese la única cosa a la que puede amar. Desmond siente un nudo en el estómago, de ser así, piensa, Tomás está terriblemente confundido porque ve fuego donde solo quedan cenizas.
<<Los vampiros no nacemos para amar ni para ser amados>>
—Amo, no me quiero morir, quiero ver a Todd algún día y saber qué pasó con el chico anónimo... —murmura fuera de sí, llorando como si solo sus lágrimas fuesen a salvarle.
—No estás muriendo. —dice disimulando su voz entrecortada con un tono rudo. El chico le sonríe grande y entonces Desmond no puede contener su lengua y esta desvela su prohibido interés por el humano. —¿Quiénes son Todd y chico anónimo?
—Todd... —murmura el muchacho esbozando una sonrisa bobalicona, como si la simple mención de su nombre le hiciese más real. Entonces su cabeza gira sobre el cuello y cae de lleno en el pecho de Desmond, como si se hubiese quedado dormido, pero a pesar de sus ojos cerrados, él intenta seguir hablando. —es mi amigo, de la casa de crianza... se lo llevaron a otra casa de crianza hace tres años, recibe mis cartas, pero nunca me contesta ¿Tú crees que estará bien?
—No me tutees —advierte el vampiro con tono ronco, alzándole la cabeza al chico con un tirón de pelo para hacerlo mirarle a los ojos, aunque los tenga solo entreabiertos; Tom derrama alguna lágrima, asiente un poco y sus labios esbozan una disculpa insonora. —, y no sé como estará, posiblemente haya sido comprado.
—Por eso le hablé a tu amigo... pensé... quizá lo conoce...
Desmond se muerde el labio y le vienen a la memoria los detalles explícitos de los que su ira cegadora le privó en el momento.
Iba a matarlo, realmente era su intención.
Víctor le suplicó que no lo hiciese, le dijo que se arrepentiría, que él jamás había matado a una mascota tan profunda e irremediablemente humana, tan desdichada de caer en sus manos. Y él le hizo caso, solo para que se callase, le dijo, pero sabe muy en el fondo que no es así. Sabe que aunque no pensó en las palabras de Víctor la sintió incluso antes de que este las pronunciase.
Ahora, recordando ese momento, todo es todavía más trágico: estuvo a punto de matar al humano simplemente por querer saber de su amigo. Posiblemente no tenga a nadie más en el mundo que ese chico del que llevaba tres años sin saber nada... pero ¿Acaso no desobedeció? Tomás se fue de la boca cuando pudo haberle pedido permiso, él habría dicho que no, pero al menos debería haberlo intentado, prácticamente buscó el castigo ¿No?
De nuevo, el corazón de Desmond está dividido, y es que se le parte cada vez que siente que necesita torturar un alma y, a su vez, perdonarla por sus pecados contra él. Es un Dios. Uno terrible y benevolente que se debate constantemente por qué faceta mostrar y, muestre la que muestre, la otra le carcome por dentro.
Siempre había sido sencillo para él, los humanos eran meros juguetes de usar y tirar y ninguna de sus dos naturalezas le objetaba nada: la sedienta de sangre se frotaba las manos esperando un baño de lágrimas y entrañas de la pobre víctima y la humana simplemente agradecía poder luchar y vengarse por primera vez de unos ojos que le miran con odio. Pero ese es el problema de Tomás: no le odia.
Es el primero que le trata como una persona.
—E-en la casa de crianza, se lo llevaron, les pedí que no, pero... se lo llevaron y yo le habría prometido... nunca me iría.
El muchacho gimotea y llora alto con gritos desgarradores, se aferra más fuerte al vampiro, tomándolo de las solapas de su camisa y apretándose contra su pecho como si quisiera llegar con sus labios al corazón.
<<Ya lo está mordiendo>>
—¿Era muy mala la casa de crianza? —pregunta él con verdadero desconcierto, solo ha ido a esos lugares a comprar humanos o atender quejas de los propietarios del local, pero jamás ha entrado más allá de la sala de exposiciones.
—Estábamos encerrados en habitaciones pequeñas... al principio con compañeros, pero hace tres años... todos solos, tan solo... Pensé que me volvía loco amo, que yo, que yo...
—No pasa nada —trata de consolarlo con tono monótono que pese a lo frío que suena sirve a Tomás de ayuda. —, no estás loco. Está bien.
El chico asiente más calmado ahora y se hunde de nuevo en su pecho, inhalando su aroma y adormeciéndose mientras su abrazo pierde fuerza.
—Gracias por escucharme, señor, es la primera persona que lo hace en años.
<<Persona...>>
La mano de Desmond se hunde en los mullidos cabellos de Tomás, los dedos juegan con él, las yemas rozan el cuero levemente, creando un hormigueo deleitoso. Tom hace un pequeño ruido, parecido a un ronroneo y después su voz se afina y dice:
—Oh, amo... ojalá sus manos siempre hiciesen esto ... Ya no recordaba como eran las caricias. Prométame... prométame que me acariciará más veces, por favor.
El vampiro se detiene de golpe, las palabras suaves penetran en su coraza con la facilidad que las miradas afiladas nunca tuvieron, con Tomás se siente desnudo, vulnerable. Tom jamás le ataca, solo suelta sonidos, palabras y suspiros tiernos que lo amoldan, que lo deshacen y lo ablandan. Ese humano hace que sea como esa parte de él que encerró con llave en el fondo de su ser, esperando matarla.
<<Me hace débil>>
El chico grita cuando es empujado del regazo del vampiro al suelo, golpeándose la cabeza contra este y cambiando de repente el sopor por alerta.
El vampiro se cruza de piernas desde su asiento, mirándolo desde arriba con los ojos ardientes y una mueca disgusto que confunde al chico ¿Acaso no estaba siendo amable hace un segundo?
—No te confundas, no estás aquí para ser mimado, sino para complacerme. Aquí tú no eres nada y nadie hará nada por ti, si te escucho es por aburrimiento, si te acaricio es porque me gusta pasar las manos por algo suave, pero tú... tú no me importas una mierda.
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