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—¿De veras? —pregunta Gabriel, recogiendo su plato de comida.
Desde la conversación que han tenido esta noche al despertar él y Román no han vuelto a hablar, el chico simplemente ha ido a prepararse algo de comer y el vampiro se ha quedado en la habitación alicaído, pero ahora el corazón de Gabriel se estremece tras oír lo que ha dicho.
Román asiente y el muchacho traga saliva.
—En la ficha de la organización ponía que te alimentabas semanalmente, comiste hace nada ¿Por qué tienes tanto apetito? —pregunta sintiéndose nervioso mientras ve como el vampiro se le acerca.
Él siempre se ha sentido fuerte, siempre ha controlado la situación y, cuando no, sabía que la suerte le sonreiría, pero con Román siente que todo su mundo se pone patas abajo. Con él la situación le abruma y el enemigo le controla como a un muñeco de trapo. Literalmente. Román podría cogerle por el pescuezo y hacer de él un simple muñeco de carne del que chupar sangre cuando quiera, sin embargo, ha venido educadamente y le ha pedido permiso. Eso le confunde.
—Eres tú, te dije que sabías algo diferente. Tu sangre también huele diferente y hace tanto tiempo que no me emociono por comer que ahora estoy hambriento todo el día solo de tenerte cerca. —confiesa sin escrúpulo alguno, acercándose al chico que trata de irse disimuladamente y atrapándolo con sus brazos entre él y la meza. Le mira fijamente a los ojos y le dice. —Puedo oír tu corazón volverse loco ahora mismo.
—Felicidades. —se burla el otro con tono agrio, rodando los ojos. —¿Por qué tienes que decir esas cosas? —pregunta después con un leve sonrojo en sus mejillas. —Y deja de acorralarme, —espeta dándole un empujón que mueve unos centímetros a Román, los suficientes como para que Gabriel se escabulla lejos. — ya te dije que iba a darte mi sangre si no matabas, no necesitas estar cazándome, no soy una de tus presas. Yo podría patearte el culo si quisiera.
—¿Quieres intentarlo? —bromea el otro, siguiendo al chico de cerca y viendo como un pequeño tic de molestia empieza a apoderarse de su ceja.
—No juegues, idiota. —responde Gabriel en un chillido cuando el vampiro empieza a rodearlo con sus brazos como si realmente fuese una de sus presas, acercándolo a él.
A Gabriel no le divierte pensar en lo mucho que Román disfruta de dar dolor a los demás, de quitarles vida, así que solo golpea al tipo en el pecho con su codo y empuja, zafándose del agarre y alejándose andando más rápido. Entonces Román aparece justo delante suyo en un parpadeo y relame sus labios.
—¿Yo? ¿Jugar? Yo soy el único que está tomándose esto en serio. —ríe al notar que el otro tensa la mandíbula y prestamente le agarra por las muñecas y jala al muchacho hacia él, aunque este lucha haciéndole más difícil de lo que pensó la tarea.
—¡Para ya! No es divertido. —farfulla Gabriel tratando de manotearlo, cuando el vampiro se despista logra soltar una de sus manos y le da un puñetazo en la cara, uno que hace que su nariz se mueva para un lado, pero en un segundo puede ver el tabique recolocándose solito y el dolor llegando a sus nudillos. —¡Ah, caradura! —le grita, viendo su mano ponerse roja y su muñeca siendo atrapada de nuevo.
El vampiro solo ríe en voz alta, realmente disfrutando de la pelea que Gabriel le ofrece, y afloja un poco el agarre para darle ventaja.
—Vamos cazador ¿Eso es todo lo que puedes hacer? —pregunta abriendo sus ojos, mirándolo desde las cuencas infernales y sintiendo que su pecho arde tanto como sus encías al sentir los colmillos crecer.
Es extraño, hace años que no disfruta de la caza. La desesperación de las víctimas llegó a gustarle una vez, ahora le hastía, pero Gabriel... con su peculiar aroma y sabor ha hecho que sienta que, por primera vez, acecha a una nueva presa. Siente que hay algo nuevo en su vida, algo más allá de la horrible monotonía, y le encanta. Sus instintos se han sentido estimulados de nuevo y todo su torrente sanguíneo se ha inundado de adrenalina, de esa sensación maravillosa que le cosquillea en las venas y le hace sonreír cuando un humano lucha por su vida incluso si sabe que perderá. Además, Gabriel lucha duro ¡Y es tan divertido! No es solo su sabor, levemente sazonado con un toque exótico que no sabe de donde viene, sino su actitud. ¡Es un imbécil! Pero menudo imbécil más adorable, Román hace demasiado tiempo que no se encuentra ante algo que reúna tan caóticamente lo tierno de un niño asustado y lo temerario de un luchador testarudo.
Le fascina Gabriel y después de mucho tiempo siente ganas de jugar con su comida y devorarla después, aunque, claro, él prometió protegerlo y no puede matarle. Él espera que eso le entristezca, pero al pensarlo, no le hace sentir mal en absoluto y le extraña.
Sin embargo, Román no tiene mucho tiempo para cavilaciones, sus pensamientos se ven interrumpidos literalmente cuando una hoja metálica le llega al cerebro. Debería recordar ya que el chico lleva armas por todo su cuerpo, pero se ha distraído y el muchacho, aún con la derecha agarrada por el vampiro, ha liberado su izquierda, ha sacado la daga de su cintura y le a atravesado la cabeza al vampiro de una puñalada.
Y duele, Román sabe que duele como el infierno, pero su rostro no expresa más que diversión cuando ríe mientras se saca el filo de la sien. Está demasiado acostumbrado al dolor como para que eso le afecte, pero le hace sentir bien; tener una presa que logra apuñalarte cuando estás seguro de que la comerás es algo mágico, hace que Román tenga la leve ilusión de que puede perder, morir, y eso le enciende todos los instintos de nuevo. Le hace sentir que está vivo.
—Bien hecho, pero deberías haber intentado huir después de eso. —dice cruelmente, lanzando la daga ensangrentada lejos y tomando al chico por la cintura antes de alzarlo y arrojarlo contra el sofá. En un segundo ya está sobre él. —Podrías haber evitado que te comiese.
—¿Cuál es el punto de huir? Si no te doy mi sangre matarás a un inocente, así que por mucho que luche y me resista... estoy condenado a dártela. Simplemente tómala, pero no me trates como a tu presa, es humillante. —masculla el otro ente dientes, mirándolo desde abajo con la ira prendiéndole el rostro, pero su cuerpo sumisamente quieto, esperando a ser mordido.
—Hagamos un trato ¿Vale? Cuando tenga hambre voy a cazarte, si gano, te muerdo, si pierdes, pasaré hambre unos días. Será divertido.
Gabriel ríe mientras niega.
—Ah, eres un tramposo ¿Cómo se supone que voy a ganar si eres inmortal? —pregunta, dejando caer la cabeza hacia detrás e inflando sus mofletes.
—Si me das en el corazón ganas, como si no fuese inmortal ¿Te parece? —Gabriel entonces lo mira con los ojos brillando y una enorme y diabólica sonrisa en su rostro. Sonríe grande y lleva su mano derecha a su costado, rascándose perezosamente bajo la camisa. —Aunque esta vez creo que gano yo, estás indefenso ahor-
La boca del vampiro se abre de par en par cuando otra daga le atraviesa el pecho. Gabriel le mira a los ojos, parpadeando con fingida inocencia al vampiro, sintiendo la sangre caliente deslizarse hacia sus manos, y dice:
—Deberías estar más atento, ahora tú eres la presa. —el chico retuerce el filo dentro del pecho del hombre y lo arranca después, haciendo que este quede sorprendido y, finalmente, ría.
—Que emocionante, hacía tiempo que no me retaba nadie. —Gabriel sonríe triunfal cuando escucha esas palabras provenir del vampiro y aunque para él la vida no es un juego, no puede negar que, ahora que ha ganado, se ha divertido bastante luchando y apuñalando al vampiro, técnicamente esa es su pasión. —Para la próxima estate preparado, me lo tomaré en serio. —susurra con tono ronco, entrecerrando los ojos mientras ve como el muchacho recoge el puñal del suelo.
—¿Sí? Que miedo —ironiza, después le mira tajantemente a los ojos y añade: —ya hemos visto quien se come a quien en este juego.
Ve la sangre deslizarse por la hoja plateada, goteando en el suelo, para finalmente acariciar el filo con su lengua y beber la sangre de Román mientras le mira a los ojos, retándolo. Rojo en su mirada, rojo en su lengua, siente que ve al infierno de cara y le manda un beso coqueto, burlándose de sus llamas.
Sabe que para un vampiro que alguien beba su sangre es humillante, pero pese al sabor férreo, casi insoportable, Gabriel traga y sonríe grande, dejando unas gotas escurrir por sus labios, cayendo desde el filo de su comisura hacia el cuello. Román nota el ardor del oprobio y decide que quiere quemarse en ese maldito infierno, siente expectación, se muere de ganas de jugar de nuevo con Gabriel y tenerlo a su merced mientras le recuerda cómo tragarse sus palabras mientras él se traga su sangre.
Gabriel va entonces al baño a lavar sus armas y volver a colocarlas en la delgada carcasa que su cinturón empuja dentro de los pantalones. Mientras los frota bajo el grifo, eliminando las trazas rojas, se pregunta a sí mismo por qué ha hecho esa tontería, por qué ha provocado al vampiro sabiendo que solo encendería su mecha, en vez de apagar sus humos.
No quiere siquiera pensarlo, pero a veces se le escapa pensar que Román le divierte un poco, sin embargo, esa simpatía leve, casi residual, no puede competir contra la aversión que le posee el cuerpo cuando lo tiene cerca. Con solo recordar al vampiro sonriendo sádicamente mientras trataba de morderlo, haciendo uno de su fuerza para asustarlo aún más y prácticamente babeando por su sangre llena de miedo... Oh, Gabriel no es capaz de procesar lo mucho que siente al pensar en eso, el asco, el miedo, los recuerdos de su padre actuando de la misma manera y de su madre diciéndole que se escondiese y luchando por su vida ya perdida, le llenan el cuerpo. Y los hecha, se arrodilla frente al inodoro y una arcada violenta le sacude, como si algo le golpease, vomita dentro de la taza toda la bilis que le envenena las venas y, aun así, no logra sentirse limpio.
Nunca lo logra, ni cuando se frota en la ducha la piel hasta hacer que su sangre tape la de su madre. No entiende cómo, pero todavía la siente caliente, húmeda, correando por todo su cuerpo, todavía siente el horrible peso del cadáver de su madre cuando la intentó alzar en sus brazos y la zarandeó y le pidió una y mil veces que despertase. Todavía recuerda como apuñaló a su padre en la espalda y él ni siquiera pensó en salvarse, solo mordió a su esposa en el cuello, como si su último propósito en la vida, como si la única razón de su existencia, fuese matarla y sembrar en él un dolor tal que solo florecería pudriéndolo por dentro.
Román no es diferente a su padre, al vampiro que lo convirtió por la diversión de ver a una familia destrozada o a cualquier otro vampiro. No entiende por qué se confunde suficiente como para sentir con él lo que sentiría con una persona. Con un amigo.
<<¿Eres idiota?>>
Gabriel mira al espejo. Sabe que la respuesta es un sí, pero aun así no dice nada.
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