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Han pasado tres días desde que vieron a Leoren y saben que posiblemente deban esperar más debido a las circunstancias, pero a Gabriel le preocupa lo extrañas que se están volviendo las circunstancias.
Acaba de despertar ahora, a las diez de la noche, y está en su cocina tomando un bol de cereales con leche y rascándose los ojos porque aun tiene legañas y a menos de dos metros está Román, vistiendo un pijama suyo de talla grande que compró por error y saludándolo casualmente.
—Mi casa, mi sangre y ahora me robas mi ropa. —se queja el chico, riéndose sin demasiada gracia mientras toma una cucharada de su desayuno.
—No soy tan desconsiderado. —le dice el otro. —He tomado ropa de tu armario, tan siquiera te he quitado la que estás usando ahora para ponérmela yo, creo que estoy siendo amable.
Gabriel abre la boca por la sorpresa. No puede creer que ese vampiro sea tan inútil en lo que respecta a interacciones sociales como para realmente pensar que está haciendo algo bien.
—Primero, no te cabe la ropa que llevo puesta, segundo... si tratas de quitarme la ropa te mataré, pervertido.
Román rueda los ojos, se le acerca un poco y lo mira ecuánime cuando el chico enrojece.
—¿Cuántas veces debo decirte que no estoy interesado en ti?
Gabriel chasquea la lengua y se rehúsa a mirar al otro a la cara mientras sigue con sus cereales, ahora notablemente más enfadado.
—Sí, claro. —dice con la boca medio llena. —Por eso —traga —estás todo el rato acercándote tanto a mí y poniéndote encima de mí cuando pretendes morderme. Porque no estás interesado.
Román suelta una gran carcajada y se lleva la mano a la cara.
—Eres tan virgen que es gracioso y todo. —responde con una enorme sonrisa en el rostro, entonces avanza un paso hacia él y Gabriel lo mira con desconfianza, alejando un poco su cuerpo e incluso el tazón de leche con cereales. —Mira, si quisiera follar contigo —Y sonríe al decir la penúltima palabra lentamente, pero sin aviso, haciendo a Gabriel enrojecer y toser porque se le han ido los cereales a los pulmones y la vergüenza a las mejillas. — no estaría mandando indirectas como un adolescente tonto, que es lo que eres tú, sino que simplemente te tomaría aquí y ahora mismo. —su voz se vuelve ronca y por un segundo Gabriel se siente totalmente débil, sus rodillas temblando, las manos del vampiro pasando por su cintura con dedos firmes que la estrechan y sus ojos clavados en el fuego de los ajenos.
Tiene armas por todo su delgado cuerpo, podría tomar una cualquiera y demostrarle al vampiro que no lo tomará en ningún lugar, nunca, sin embargo, se queda congelado mientras el tipo se acerca tanto que siente que se lo comerá, su aliento gélido poniéndole la piel de gallina, sus manos rudas haciendo diminuto su cuerpo entre ellas, su envergadura estrechándose contra su pequeñez, sus ojos fieros haciendo de los pardos de Gabriel una mirada mansa, hasta que...
—Pero no lo haré. —hábilmente, el vampiro pasa de estar prácticamente sobre Gabriel a estar a tres metros de él, cómodamente sentado mirando el techo con una inocencia más falsa que sus promesas. —Como ya te he dicho, no estoy interesado.
Gabriel siente la sangre hervir ¿Se está riendo de él? ¡Pues claro! Está montando toda una tragicomedia con Gabriel, solo que la comedia va para Román y la tragedia para el humano, que ya está harto de esa... de esa... ¡Labia, ese carisma! Aunque le fastidia demasiado admitir que un sucio vampiro tiene de eso. Pero, bueno, algo tendrá que tener Román en sustitución de sus sentimientos y su capacidad socia básica.
—¡Ya lo has hecho de nuevo! —se queja el chico, lanzándole a Román la cuchara con la que toma su desayuno, la cual es hábilmente esquivada con un mínimo movimiento de cabeza. —Te has acercado y me has tocado y ¡No tienes permiso para hacerlo! ¡Te odio! —brama acercándose a él con una mano en su cinturón, buscando una de las dagas.
—Si vas a iniciar una pelea recuerda que cuando pierdas me tienes que dar tu sangre.
—Sí, sí, cállate, vas a perder ¡Te detesto! Eres un arrogante, un ¡Ah! —Gabriel grita cuando siente un mareo repentino y nota que ni tiene su arma en la mano ni el resto de ellas escondidas estratégicamente entre su ropa y su piel. Y tampoco está en la cocina, acercándose a Román.
Él verdaderamente se lo ha tomado en serio, Gabriel sabe que debe estar hambriento y enfadado por lo de la última vez, porque lo tiene contra la pared de la sala, con una mano al cuello y la otra lanzando la última de sus armas al suelo, donde están el resto. Ni siquiera se ha dado cuenta de cuando ha sucedido todo eso.
—Hora de comer. —dice el otro, sonriéndole con un sarcasmo que odia.
Le ladea el cuello, acerca los colmillos.
<<¿Papá? ¿Qué le haces a mamá?>>
<<Los colmillos...>>
Su corazón se vuelve loco, cree que estallará, cree qué... ¿Eso que ha golpeado la ventana es su corazón? ¿Ha salido disparado? Ambos voltean hacia el sonido, viendo a una pequeña cotorra argentina picoteando el cristal como si fuese su mayor enemigo. Tiene las plumas verdes de la espalda erizadas y el pecho gris totalmente mullido, pero sus ojos, por alguna razón están rojos y su pata se agarrota fuertemente entorno a un pedazo de papel.
Román desaparece y está en la ventana, abriéndola. El pajarillo parece que no aprecia su vida, pues al ver al vampiro en vez de huir volando solo salta graciosamente hasta posarse en su dedo. Ahí deja caer el papel y cuando está en manos de Román la ridícula rigidez de los miembros del animal, que parecen de alambre, se va. El bicho mira a todos lados, confundido, y al ver al vampiro se da a la fuga berreando una especie de graznido de horror que hace que Gabriel deba taparse los oídos ¿Cómo una cosa tan pequeña y tierna puede chillar como el diablo? Gabriel se pregunta si la gente se cuestiona lo mismo cuando él suelta por su boca rosada y atractiva mil improperios.
—Es Leoren. —dice el vampiro, leyendo la caligrafía estirada y corta de tinta. —Hoy en el mismo sitio, a la misma hora.
Gabriel traga saliva y asiente, sus ojos se desvían hacia el reloj de pared que cuelga cerca suyo y advierte que tienen media hora para llegar. Con prisas, se levanta a recoger sus armas y Román se agacha junto a él para ayudarle a sostenerlas mientras las coloca.
—Siento haberlo hecho así hoy. —dice Román, atisbando la marca enrojecida de sus dedos en el cuello del otro —Quería que luchásemos, como el otro día, y he sido un poco injusto, pero... ¡Me muero de hambre! Bueno, no literalmente, ojalá, simplemente es que me estoy volviendo loco. Pero ahora que he ganado... —sonríe, tomándole de la muñeca a Gabriel cuando este le alcanza la mano, para tomar su daga. Lo mira a los ojos y sonríe. —Cuando lleguemos voy a comerte.
—Suenas como un pervertido, aparta. —dice el chico zafándose de los dedos del otro y poniéndose en pie. —Vamos, no quiero llegar tarde. —farfulla, comenzando a alejarse. —A ver si por fin te matamos. —se burla.
El hombre camina detrás de sus pasos con una leve sonrisa.
—Espero que seas capaz.
—Oh, no te decepcionaré.
El vampiro le sonríe de nuevo, ahora con melancolía. El resto de trayecto es silencioso y una vez llegan al lugar no se molestan en buscar a la anciana, ambos saben que la discreción es su mejor traje y que aparecerá de entra las sombras para tocar sus pieles y desgajar su mundo. Aun así, Gabriel se siente algo nervioso.
Es poco probable que sea una trampa, pero teme que Urobthos les haya descubierto y planee hacer algo. Su ritmo cardíaco aumenta cuando llegan al lugar y empieza a sentirse asustado en la quietud de la noche.
—Oye —lo llama el vampiro, colocándose a su lado y tomando su mano con una naturalidad que le sorprende lo suficiente como para paralizarlo. —Aunque vaya a comerte, mi promesa de que te protegeré sigue ahí, tonto. —y le sonríe, le sonríe tan cálido que olvida lo fríos que están los dedos del vampiro.
—Menos hacer manitas y más ponerse manos a la obra. —dice una voz ronca detrás suyo, después una mano izquierda se pone en cada hombro y el mareo ya conocido le sobreviene al muchachito.
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