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Tomás está en la biblioteca, sentado en el suelo y con el diario entre sus manos. Antes de abrirlo inhala profundamente tratando de relajarse y de dejar de pensar en el vampiro para centrarse en el chico sin nombre.

Le cuesta demasiado. Desmond ha ocupado su mente los últimos días a través de una extraña ausencia. El vampiro ha estado esquivo o fuera la mayoría del tiempo, le ha oído hablar mucho por teléfono con quien él cree que es Vlad, nada demasiado preocupante, solo transacciones económicas y volúmenes bíblicos de burocracia. El vampiro ha estado ocupado y él muy tranquilo, ha podido comer tres veces por noche, limpiar a su ritmo, descansar algún día, desinfectar sus heridas y así, en menos de una semana ha logrado tener un aspecto mucho más saludable del que ha tenido en años.

Pero muchas dudas le carcomen y todas están relacionadas con su amo. Este solo ha establecido contacto con él para darle alguna que otra orden, chillarle y poco más; le ha pateado hasta derrumbarlo en el suelo un par de veces, aunque afortunadamente ha terminado pronto y Tom lo agradece, pero no ha habido más conversaciones, abrazos o caricias y se pregunta si no volverás a haberlos. Sigue queriendo llevarse bien con él.

<<Déjalo, no tiene sentido que estés pensando en él si para él no significas nada.>>

Tomás entonces deja la mente en blanco, convencido de que no le hará ningún bien llenarla de esa roja mirada, y abre el libro.

<<¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Unos días, semanas, meses? No sé cuanto tiempo llevo aquí, pero siento que los relojes se han detenido. Es el fin del mundo, del mío al menos.

Ha pasado algo horrible.

Huye, por favor, antes de que te pase algo horrible a ti también. Y no, no hablo de mordiscos, de golpes, de insultos, quemaduras, laceraciones, latigazos o infecciones, no hablo del daño que ese monstruo puede hacerte con violentas acciones o agresivas palabras.

Hablo de lo que puede hacerte con solo pasión.

Hoy he tenido sexo con él, si es que algo tan aberrante puede ser llamado así ¿Es sexo algo que se me hace tan ajeno, tan desconocido? La acción es la misma, pero nada tiene ver lo que ha pasado entre él y yo con lo que siempre ha pasado entre mí y mis amantes. No he tenido escalofríos, han sido arcadas, no me he acalorado, me he inmolado, no he disfrutado ni una pizca, he sufrido cada segundo.

Es la peor tortura, cuando ha acabado de romperte el cuerpo cada embate te parte más y más el alma, te divide en dos mitades inútiles, te jode hasta destrozarte la voluntad y te desbarata la cordura con la lengua. No somos amantes, eso no ha sido un acto de amor, ha sido un crimen de odio.

Es horrible.

Horrible.

Horrible.

Horrible.

Ha sido horrible la primera vez y lo ha seguido siendo cuando ha llegado a la veinticinco y he perdido el conocimiento. Me ha hecho contarlas y agradecerle por cada una de ellas y cuando me he despertado él seguía profanando mi cuerpo y simplemente ha pretendido hacerme el favor de llevar la cuenta por mí.

Cuarenta y seis.

Cada una mil malditas puñaladas para mi corazón, para mi orgullo, mi decencia, mi libertad.

No soy dueño ni de lo que guardo dentro.

Asqueroso, quiero vomitarme, sacar de mí todo lo que él ama. Arrancarme lo tocado por él.

Quiero... quiero... Huir. De él o de mi cuerpo, no importa ya.

Me sangran las entrañas y siento que si doy un solo paso me desmoronaré. Me ha roto por dentro, tengo el alma hecha pedazos y se me clavan en la piel, tengo mi interior tan destrozado que si me diesen la vuelta sería una enorme cicatriz que no se cura.

Siento que voy a sangrar por siempre, que si algo me mata será este dolor.

Y la piel, oh, la piel, está morada de todos sus agarres, pero allí donde hay heridas veo solo fango, tierra, mierda ¡Estoy sucio! Y froto y froto y froto hasta tener piel bajo las uñas y nada, la sangre no me limpia de sus manos.

Los vampiros te tocan tan fuerte y tan profundo que sientes que incluso cuando no están los llevas instalas dentro, respirándote encima, taladrándote. Me muero, me muero, me está matando.

Ha sido horrible, por favor, escapa antes de que te pase a ti también porque este dolor es el mayor tomento. Siento que ese hombre me ha metido su veneno, me ha preñado con dolor y gesto todo ese inmundo sufrimiento que se enquista dentro de mí y crece y crece y me devora, el luto por mi alma muerta me roba las fuerzas; me ha matado sin quitarme la vida, es lo peor.

Ojalá hubiese en este mundo una forma de no sufrir. Mi amo dice que la hay, que quizá un día me la mostrará, después se ríe como un loco, pero no como un mentiroso.

Huye. Porque después no habrá forma de escapar de este dolor.>>

Tomás cierra el libro con las manos frías y las palmas sudorosas, lo deja en el cajón y retrocede lentamente, como si alejándose de tales palabras pudiese olvidarlas. Trastabilla, la carga de lo leído le hace flaquear las piernas.

Él tan siquiera sabía que dos hombres podían tener sexo, aún no sabe siquiera como funciona ni entre un hombre y una mujer ¡Es tan aterrador! Ni siquiera sabe a qué temerle. No puede imaginarlo.

La puerta se abre mostrando la imponente figura de Desmond y el chico da un repullo, chocándose con la estantería que tiene a sus espaldas.

El rubio se gira hacia él mirándolo con rabia al ver la avalancha de libros que caen por culpa del golpe haciendo volar algunas páginas viejas, estropeando la cubierta de algunos y doblando las páginas de la mayoría por la caída. Tomás cubre su cabeza para que el canto de un libro no le dé en ella, pero cuando todo termina y tiene a su amo delante sabe que sus pequeñas manos no podrán protegerle de lo que viene ahora.

—Estoy haciendo las cosas despacio contigo y el único trabajo que estoy dándote por ahora es limpiar y ni siquiera haces eso bien. —le reclama el vampiro, cogiéndolo del cabello y arrastrándolo fuera de la pila le libros.

El chico se lleva las manos a la cabeza jadeando. Las palabras del diario vuelven a su cabeza y se queda paralizado del terror.

<<¿Y si me castiga haciendo... eso?>>

—Amo, no era mi intención, lo siento mucho, lo recogeré ahora y ¡Ah!

Desmond da otro brusco tirón poniéndolo en pie de golpe y arrancando algunos cabellos por su fuerza desmedida. Las lágrimas colapsan en los bordes de los ojos miel y el chico respira agitado mientras el otro suelta un suspiro lleno de aburrimiento.

—Cállate, simplemente voy a darte una paliza por esto. —explica con normalidad, cerrando su puño libre. —Debería matarte.

Tom se horroriza, pero no puede objetar nada. Antes que palabras, de sus labios sale sangre. Su amo le ha dado un puñetazo en medio del rostro, se ha contenido para no aplastar su cráneo y asesinarlo en el acto, pero aun así ha roto su labio. El chico balbucea y sorbe sangre, tosiendo cuando el óxido le mina la lengua con tan desagradable sabor.

Lo toma del pelo de nuevo y lo tira contra el escritorio, desperdigando algunos papeles, salpicando otros. Cae de cara contra la mesa, golpeándose el abdomen con el filo.

—Oh, genial, ahora ensucias todo con tu sangre. —dice con ironía el vampiro, tomando sus cabellos.

El chico alza la cabeza, intenta protestar con espanto:

—¡Yo n-

Entonces Desmond empuja su cara contra el escritorio. Escucha un crujido y no sabe si es la mesa o la cabeza del chico, pero a esas alturas le da igual. Se siente tan bien abusar del pequeño, es tan fácil que le hace olvidar los momentos difíciles. Pero algo le molesta en Tom, es tan bueno que apenas parece merecer el castigo, le hace sentir culpable. Y eso solo lo enfurece más.

El chico queda inerte sobre la mesa, mareado por el golpe y derramando hilos de saliva sobre la madera mientras busca fuerzas para huir.

Desmond hinca el antebrazo en la quemadura para mantener al chico en su sitio y entonces muerde a través del pijama. Tomás grita al sentir los dientes en su hombro, nota como si atravesasen la piel y royesen el hueso.

Desmond se despega con sus instintos inflamados por los tragos que acaba de tomar de él y la humanidad ahogada en las lagunas rojas de sus ojos. Se arranca el cinturón tan rápido que hace tronar el aire. Tom no quiere creerlo, hasta que la realidad le da un muerdo.

Aúlla de dolor cuando el hombre le azota con la hebilla y nota chorros calientes de sangre bajar por su muslo. No quiere mirar. De todos modos, sus ojos no podrían describir más explícitamente lo que ha sucedido de lo que su piel lo ha hecho. Ha notado el hundirse del el canto metálico de la pieza en su pierna.

Su pierna herida la falla y cae al suelo de rodillas, se arrastra lejos del vampiro, pero este le toma por el pelo, lo obliga a postrarse a sus pies y le alza el rostro con una mano, después la aparta, la cierra en un puño a un lado de su cuerpo y alza la otra. La del cinturón.

El golpe será en la cara.

Tiene que hacer algo, tiene que hacer algo o morirá. Entonces Tomás recuerda el consejo de su amo le dio días atrás.

—¡Espera! —chilla desesperado, lo que detiene al vampiro unos instantes, haciéndole sentir curioso por cual será el siguiente movimiento de su mascota.

El chico se lanza hacia su puño y lo desbarata, haciéndole extender lo dedos, entonces traga saliva, cierra los ojos y empieza a chupar su índice y su corazón, esperando que el extraño gesto pueda salvarlo: los recorre de una lamida, después se empuja devorándolos hasta que le dan arcadas.

Desmond lo aparta de un empujón y él entra en pánico.

—D-dijo que si hacía esto no me pegaría, a-amo.

El vampiro le sonríe, Tom se cubre el rostro, rezando por que la hebilla le dé en el antebrazo. Pero no sucede. Abre sus ojos con lentitud y el vampiro está ahora sentado en una de las butacas verde oscuro de la sala y le hace gestos con la mano para que se acerque, como si nada hubiese pasado.

Demasiado débiles como para no temblar y ceder, el chico decide no erguirse sobre sus piernas. Gatea hacia Desmond.

—Vamos, sigue, demuestra que eres un chico capaz de hacer todo lo que se espera de ti. Al fin y al cabo, los humanos no servís ya para otra cosa que no sea complacernos.

Las palabras le atraviesan como un filo, pero sabe que debe ser estoico y continuar.

El chico le coge la mano de nuevo y abre su boca, dispuesto a besar primero las puntas de los dedos y después enviarlas a golpear su campanilla de esa forma tortuosa que al vampiro tanto parece gustarle. No llega a dar más que un par de besos, Desmond lo empuja hasta sus sienes golpean el suelo y pisa su cabeza contra este acto seguido. Tom chilla por el dolor y tiembla al ver que el pie no se mueve y cada vez presiona más y más. Llora desesperado, pensando en qué ha hecho mal.

—No juegues conmigo, lo del otro día fue solo un adelanto, ahora quiero que lo hagas de verdad.

—¿D-de verdad? —pregunta asustado ¿Debe hacer algo peor? Lo sucedido hace unos días todavía lo persigue con dolores de garganta horribles y escalofríos que le dejan abrazándose a sí mismo, pero ¿Acaso eso no era en serio?

Tiembla pensando en qué puede ser el siguiente paso, Desmond no le da respuesta alguna, no habla. Pero sí escucha algo el atemorizante sonido del cuero del cinturón siendo dejado en la mesa y una cremallera.

Desmond aparta su pie de la cabeza del chico mareado.

—Vamos, empieza. —ordena, pero Tom aún está levantándose.

Cuando lo consigue, mira a su alrededor preguntándose que ha cambiado, grita cuando lo descubre. Desmond se ha desabrochado los pantalones y está plácidamente sentado en el sillón con las piernas entre abiertas y su enorme y carnoso pene colgando a la espera de que Tomás lo excite.

Traga saliva, hesitante, el vampiro es enorme en todos los aspectos y este último en ser descubierto es el que más le preocupa. No sabe cómo funciona nada de eso, nunca obtuvo una explicación, pero sabe que un hombre arrodillado frente a la polla de otro lleva al sexo. Y sabe que las mascotas como él no lo disfrutan, lo sufren.

No quiere eso, pero tampoco morir golpeado ¿Es acaso no hay otra opción? Quiere, necesita, ver en los ojos de Desmond algo de misericordia para su pobre alma.

—A-amo, yo...

—Los esclavos bonitos sirven para esto, no para hablar, así que cállate y empieza, será peor si me haces obligarte. —le interrumpe en tono ronco mirándolo de esa forma tan inhumana, tan hambrienta que hace a Tomás preguntarse si de veras conoce a ese hombre. Si hay siquiera un hombre ahí adentro.

La carta le grita en la cabeza. Huye. Huye. Huye. Tiene que escapar de esa situación sea como sea.

—No entiendo que debo hacer y tengo miedo, por favor, a-amo, prefiero que me pegue ¿Podemos usar el castigo? Por favor, por favor...

Un bofetón le cruza el rostro, pero no hay más golpes que le sigan. Desmond ha elegido su castigo, él no puede cambiarlo.

—Por favor... —murmura, empezando a llorar desesperadamente y haciendo al vampiro fruncir el ceño. —Ni si quiera sé qué debo hacer... —prosigue con la voz rota y alzando la vista hacia la del vampiro, tratando de conmoverle con su llanto.

—Primero tienes que hacer que me excite, idiota, y tus lágrimas no están haciendo un buen trabajo. Desnúdate.

El chico lleva sus manos torpes a los botones de la camisa y los quita uno a uno, muy despacio, tropezando con sus propios dedos, respirando entrecortado en cada pequeña transición. Quiere alargar el momento, que su dolor no llegue nunca. Pero Desmond es impaciente y lo toma de la camisa para asirlo hacia sí, entonces la abre de golpe haciendo saltar los pocos botones que quedaban y se la arranca del cuerpo a cachos, lanzando los girones por la habitación hasta dejar a Tomás desnudo y arañado.

El chico sigue de rodillas y se abraza a sí mismo.

—De pie —farfulla el hombre, a lo que Tom obedece no sin dificultades para que las piernas no le fallen. —, ahora mastúrbate.

—¿Q-qué? —pregunta Tom totalmente desconcertado, jugando nerviosamente con sus dedos.

El vampiro se pone en pie de golpe, haciéndolo retroceder por su intimidante presencia, pero antes de que pueda dar un segundo paso le toma del brazo y lo atrae hasta que ambos caen en el sillón. Desmond está sentado de nuevo, Tomás está sobre sus piernas. Se tapa los ojos, escandalizado, cuando ve su pequeño miembro rosado al lado de la enorme virilidad de su amo.

—¡Se-señor, no sé que hacer, por favor, quiero irme!

De nuevo es callado a golpes, esta vez no es un bofetón, son los nudillos del hombre en su mejilla derecha. Sabe que le ha golpeado con gran contención, que podría haberle dislocado la mandíbula de haber querido, Dios, que podría haberle matado sin usar siquiera la mitad de su fuerza, pero aun así duele. La piel de su mejilla se siente hinchada y, por dentro, se la ha raspado contra los dientes haciendo que mane ese horrible sabor metálico que tiene pegado a los labios ya de antes. Un hilillo de sangre le cae por la comisura y ve a Desmond relamerse.

El vampiro lo toma de la nuca con una mano, con la otra encierra su enorme virilidad y la del chico, ambas suaves por el momento. Tomás da un repullo y trata de desviar sus ojos de la escena, pero tiene la vista clavada en ese movimiento extraño con el que el vampiro apresa y maneja ambas entrepiernas. Siente un cosquilleo desconocido en cada subida y bajada, le recorre la ingle, como sus escalofríos llenos de terror, pero con algo nuevo que no sabe explicar. Es como electricidad activándolo, chispazos pequeños que van desde su pubis hasta la cabeza en forma de hongo y las puntas de sus manos y pies. Desmond le toca solo abajo, pero él lo siente cosquillear por todo el cuerpo.

No sabe lo que sucede, pero sea lo que sea, quiere que se detenga. Conoce el dolor, sabe qué esperar, pero le aterra esa nueva sensación que le dan las manos de Desmond. Tiembla cuando nota que su pene empieza a crecer un poco, endurece contra la firme longitud del otro, todavía algo blanda, pero increíblemente grande en comparación. Cierra los ojos e intenta pensar en otras cosas.

Querría estar en su casa ahora, haciendo los deberes antes de ir a dormir, pensando en la escuela del día siguiente, en sus amigos, en las vacaciones de verano. Quiere una vida normal, no tener que echarse a llorar cada vez que el único ser al que conoce extiende una mano hacia él. Quiere preocupaciones normales, no irse a dormir preguntándose si será la última vez que vea el cielo. Quiere amigos normales, no el testamento de un muerto que lee a hurtadillas para no sentirse tan solo.

Un escalofrió lo atraviesa desde la entrepierna y termina en su labio, allí donde el vampiro está lamiendo la sangre que cae. Muerde su belfo un poco, jugando con él mientras sigue bombeando su mano a un ritmo cada vez más veloz. Y la sensación es tan fuerte ahora que se siente como latigazos, no es su piel, sino desde su piel

Siente el calor envolverle el cuerpo y sus miembros empezando a hormiguear, su entrepierna está extraña, duele de forma dulzona. Se mira con rubor en las mejillas, hallando, para su horror, que ambas pollas están totalmente duras y erguidas, la suya apenas una imitación pobre del enorme e imponente falo de Desmond. Lo ve levantarse orgullosamente desde entre sus piernas y llegarle al vientre, casi rozando el ombligo; el vampiro necesita dos manos para poder envolverlos a ambo y masturbar su erección venosa y gruesa junto a la del chico, tan encantadora como sensible. Tiene la punta roja, perlada de gotas brillantes que la hacen lucir todavía más atractiva.

—Con esto bastará —dice el hombre entre jadeos roncos.

Entonces suelta su erección, que se bambolea en el aire y termina apuntando al cielo con una firmeza férrea, y dirige su diestra a la del chico, a quien sigue masturbando con facilidad. Entre sus enormes manos la virilidad del chico parece desaparecer y la punta emerge como una cereza que salta del puño cerrado. Ama la forma en que el chico se exalta por el placer que empieza a sentir y que no comprende.

Es encantador verlo con su hermoso rostro de pestañas negras llenas de lágrimas, sienes morenas sudorosas y mejillas alborotadas. Su cabello se mueve hacia atrás cuando se arquea, sus dedos se rizan cuando él afirma los suyos, su voz se pierde en un grito cuando aumenta el ritmo y llora cuando lo reduce. Es hermoso verlo siendo obligado a sentir placer.

Y es que ni aunque sea un sentimiento agradable tiene derecho a poseerlo más que como una tortura. Las mascotas solo sienten placer cuando eso divierte a sus amos, nunca una gota más ni una menos de la necesaria para saciar al vampiro que lo desea. Y pese a esa cruel concepción, es de las primeras veces que Desmond se está entreteniendo tanto en tocar a un chico sin dañarlo.

—Amo, s-se siente muy raro, por favor, pare... —suplica el chico resistiendo la tentación de llevar sus manos a las del vampiro para detenerle. No quiere volver a ganarse una paliza por algo tan osado como pedir permiso para tener el control de su cuerpo, en especial de partes tan íntimas como las que Desmond está manoseando sin vergüenza alguna. —Por favor... incluso si no duele... n-no está bien que usted lo toque, no quiero, no me siento bien, no sé qué sucede, pero quiero llorar, amo...

Él no sabe que pasa, pero su cuerpo sí y envía oleadas de tristeza a sus ojos. Se siente como si le arrancasen algo, como si robasen parte de él. Y sabe que esto que vive ahora y que le aterra no podrá vivirlo nunca más por primera vez, que, aunque no tenga nombre para esta acción impura, su cerebro siempre tendrá un recuerdo que lo hará pensar en lo horrible que se sintió. Y el placer que a su vez lo embriaga solo le hace sentir culpable, como si mereciese ese extraño castigo.

No puede seguir, no mientras su cuerpo mismo esté en su contra.


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