—¡Oh, joder! ¡Tan bueno, eres tan bueno en esto!
Esteban rueda los ojos sin importarle que ella lo vea. Le duelen las caderas, lleva ya media hora moliéndolas para entrar y salir de la omega y ella no ha hecho más que quedarse quieta y gritar con una voz irritante y aguda. No está ni remotamente cerca de correrse, de hecho, cree que será mejor fingirlo y no dejar que ella vea el condón vacío después; no sería la primera vez que Esteban hace algo así.
Ella sigue gritando, sus uñas se aferran a la espalda del chico y este aumenta el ritmo; quiere joderla fuerte hasta que le duela por ser tan molesta, tan innecesaria ¿Por qué demonios está estropeando su piel con las uñas? Mierda, Esteban solo puede pensar en el asco que le da esa chica, en el asco que le dan las húmedas paredes de su vagina alrededor de su polla, mojándolo todo por la excitación, dejando ese aroma pegajoso y dulce en todos sitios; Dios, le está haciendo marearse.
Ella grita más alto y Esteban se muerde el labio para no gritarle alguna cosa horrible; aunque viendo lo fácil que se ha desnudado a los dos minutos de verle sabe que ella tomaría el insulto como un cumplido, solo porque viene de él. La toma del pelo con fuerza y tira de él, no soporta sus gritos y en vez e acallarlos, eso solo los hace más agudos, más altos y colmados de placer ¿Tiene que ser tan dramática? Le suelta los cabellos con desdén y baja la mano por su cuello, arañando levemente.
Mientras se folla a la omega él solo puede pensar en lo fácil que sería rodearle el cuello con las manos y asfixiarla hasta que dejase de ser molesta. No entiende qué sucede: prefiere matar a una persona que tener sexo con ella. Cierra los ojos tratando de no pensar en eso, de no pensar en el cuerpo pequeño y delicado debajo de él. Se está tirando a una omega y piensa llegar hasta el final porque eso es lo que los alfas hacen. Y si grita, mejor, así que Marcel se enterará de lo que es.
Marcel...
Su cuerpo quema como el diablo.
Sí, Marcel va a enterarse que él no es un estúpido omega. Se ha asegurado de que se entere porque no solo no ha echado el pestillo de la habitación, sino que además ha dejado la puerta entreabierta para que el otro oiga todo. Esteban se voltea hacia la puerta con una sonrisa fanfarrona, si está entreabierta sabe que el beta debe estar fastidiado por la omega chillona, si está cerrada es que ha logrado molestarle lo suficiente como para que tenga que actuar. Su boca se abre enormemente, el cuerpo se le paraliza y la omega bajo él se queja por la parada repentina.
La puerta está abierta de par en par, Marcel apoyado en el marco de esta con sus brazos cruzados y los ojos fijos en él, viéndolo follar a la omega con la misma impasibilidad con la que miraría la cama vacía.
—¿¡Q-Qué estás... —Esteban grita, pero su lengua se paraliza igual que el resto de él cuando el beta empieza a andar hacia él.
—Esteban... cariño, por favor, sigue, que se una si quiere, pero no pares... —murmura la chica, sus súplicas se vuelven un gimoteo y se le llenan los ojos de lágrimas; todo su cuerpo impetra por el alfa.
Ambos la ignoran. Marcel llega hasta el inicio de la cama, ahí se agacha hasta llegar a los ojos de Esteban y los mira fijamente. La polla de Esteban dura como una roca, clavada en las entrañas de una mujer cuyo nombre no recuerda y sus ojos no pueden apartarse del rostro más ecuánime que han visto jamás. Es de locos.
—Eres lo suficientemente alfa como para exhibirte como tal todo el rato, así que cumple con lo que eres hasta el final. Yo solo soy un beta, mi presencia no debería ponerte nervioso...
Esteban lo mira ojiplático ¿Él va a quedarse mirando... hasta el final? No puede imaginarlo, no puede siquiera pensar en todo lo que está pasando como algo real; pero si hay algo que no puede hacer todavía menos que esas cosas es dejar que le digan que es poco alfa. Frunce su ceño con convicción y mira a la omega, su rostro delirante está lleno se rubor y lágrimas. Luce hermosa, pero a Esteban no podría importarle menos.
—Bien, entonces cierra la boca y déjame disfrutar como un alfa, beta. —de nuevo usa ese tono mordaz. El aludido se retira solo un par de pasos, estando lo suficientemente cerca como para que Esteban no pueda ignorar su mirada.
¡A la mierda! Toma del pelo a la chica y cierra los ojos, tira su cabeza hacia atrás y baja a besar su piel y morderla mientras la embiste de nuevo. Los gemidos vuelven, para cualquier otro alfa eso sería caliente, pero a él esa chica le suena tan mal como uñas largas arañando una pizarra. Sube la mano a su boca y se la tapa con fuerza. No puede parar de pensar en ella dejando de respirar, de existir, de agobiarle con su deber de tener sexo con ella. Los embates se vuelven más fuertes, el orgasmo sigue siendo tan lejano como algo que ni siquiera está en el camino. Estaban se siente mareado ¿Cómo se supone que va ha hacer? La chica está babeando sus dedos, mordiéndolos y él solo siente nauseas por lo dulce que sabe el sudor de ella cuando desliza la legua sobre su cuello.
Esteban siente la tentación de girarse y mirar al beta, de ver esos ojos fríos, ese cuerpo enorme y esa boca seria, tan capaz de hacerlo sentir amenazado sin enseñar los dientes. Pero no puede, sabe que no puede y fuerza su cuello para que no gire y solo se enfoque en el cuerpo de la chica. En su cintura diminuta y los pechos turgentes y pequeños, en los huesos marcados de la clavícula o las costillas que emergen de la piel cuando toma una respiración profunda. Su pulso tiembla, la voz de ella se apaga, ambos dándose cuenta de que la erección de él se está yendo a la mierda.
Con un gruñido sale de dentro de ella y la chica se queja de nuevo.
—¡Largo! —grita, su dedo apuntando a la puerta con firmeza.
—P-Pero... —su vocecilla aún cachonda es incapaz de formular una frase.
Esetban se agacha a recoger el vestido floral y se lo lanza con desdén, ella lo recoge sin ponérselo, pero el alfa de todos modos la agarra del brazo, arrastrándola hacia la puerta.
—¡Largo, joder! —grita de nuevo cuando ella trata de aferrarse al marco de la puerta. La empuja haciéndola caer enroscada en su vestido.
Da un portazo dejándola atrás, incluso sabiendo que ha dejado a una omega desnuda en el pasillo su mente es incapaz de pensar en nada. Solo hay ira, ira y una frustración que no comprende de donde viene. Desnudo, se dirige hacia su habitación para encarar a Marcel. Con su pene flácido entre las piernas, balanceándose como un apéndice inútil de su cuerpo, da zancadas hasta aproximarse al beta y mirarlo directo a los ojos.
—¡Tú! Jodido hijo de puta... —amenaza, empezando a cerrar sus puños para el ataque.
Entonces advierte que el beta acaba de sacar la mano del primer cajón de su mesita de noche y está enseñando lo que lleva en ella. El botecito es meneado frente a sus ojos, pastillas azules chocando unas con otras. Esteban se queda sin habla.
El beta aleja del bote de la cara de Esteban y lee la etiqueta en él con falsa inocencia, fingiendo que no sabe lo que es.
—Los alfas no suelen necesitar viagra para follarse a omegas, quizá estás en la acera equivocada.
Marcel casi tiene ganas de sonreír, la cara de su oponente se pone roja como hierro caliente y siente en su interior la sangre hervir.
—¡Dame eso, no tienes derecho a hurgar en mis cosas! —grita, lanzando un zarpazo hacia el recipiente de las pastillas. El beta alza el brazo, dejándolo demasiado alto como para que el otro lo alcance. —¡Dámelo!
Grita de nuevo, da un patético salto y no logra alcanzarlo. Furioso, rodea el brazo del beta con la mano y clava sus uñas hondo en la piel.
—He dicho que me lo d—
No logra terminar la frase, la cara de Marcel se deforma, su ceño se frunce un poco y con solo eso su rostro se vuelve realmente aterrador; parece tener fuego dentro de los ojos. En un movimiento rápido baja el brazo, el bote cae al suelo, la mano contraria toma la muñeca de Marcel y la retuerce. El chico no sabe cómo ha sucedido, pero tiene una mano a la espalda y el agarre le duele como si fueran a partirle el brazo. Marcel lo empuja, sus rodillas flaquean y cae de lleno en la cama.
Sus pies están en el suelo, las rodillas algo dobladas, pero de pie, su torso y cabeza aplastados contra el colchón y la mano aún a la espalda, el agarre de Marcel inmovilizándolo. Esteban se pregunta cómo e cinco minutos ha podido pasar de estar montando a una omega a estar doblegado sobre su propia cama con la mano de un hombre en su espalda y sus caderas contra su culo desnudo. La idea le recorre la piel como un escalofrío, sin embargo, a su paso nada queda gélido: quema.
—Escúchame bien, beta. No me gusta que me toquen sin mi permiso, así que por tu bien no vuelvas a hacerlo si no quieres que yo toque tu cuerpo sin importarme tu opinión. —Esteban se estremece bajo él, las palabras le atraviesan y el terror lo inunda; forcejea tratando de liberarse, pero sus esfuerzos son en vano y solo logran que el beta afirme le agarre, haciéndolo aguantarse un chillido. La punzada de dolor lo llena de una sensación extraña que parece arrancar de él más que un grito; sin saber por qué, sigue removiéndose —Y deja de meterte químicos en el cuerpo. Las pastillas no van a cambiar lo que eres, a menos que quieras convertirte en un drogadicto en vez de en un alfa. Y ahora, buenas noches.
Después de decir eso el agarre desaparece por completo y también Marcel, el beta anda hasta la puerta y la cierra con tranquilidad, dejándolo solo en la habitación. Esteban mira por la ventana, la luna corona el cielo y siente que esta le mira en silencio. Sin juzgar. Lo agradece mientras una lágrima cae por su mejilla.
Con terror, se levanta y sus sospechas se vuelven ciertas. Su polla se yergue dura como una roca entre sus piernas, la punta brillante, las sábanas manchadas de semen justo ahí donde Esetban lo ha hecho doblarse y lo ha humillado. Esteban se obliga a apartar la vista de algo tan vergonzoso y cambia las sábanas, se acurruca en ellas, tapándose entero hasta que no se ve su cuerpo; entonces mira a la luna y sigue llorando, en vez de sentir ese irrefrenable deseo de aullar; ese deseo que solo tienen los alfas.
No soy esto, no soy débil, no soy tan débil como para que mi cuerpo arda por ser sometido.
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