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El chico se hecha a llorar y lleva sus manos al rostro, tapándoselo. Desmond siente esa agridulce mezcla entre sadismo y dolor que lo lleva al límite cada vez; y es que ese chico tiene el don de hacer despertar en él impulsos opuestos, inflama todos sus deseos oscuros y revive todas sus debilidades mortales, lo convierte en un campo de batalla donde, pese a que hace años que ganaron las bestias, los hombres siguen luchando con una esperanza que creyó haber perdido.
Y es que ver al chico taparse el rostro de desespero mientras lo fuerza a experimentar su sexo y las sensaciones que le puede proporcionar lo hace sentir a la vez miserable y magnánimo. Una parte de él quiere seguir haciéndolo sufrir, la otra quiere parar antes de que al chico se le vacíen los ojos de lágrimas y se le llenen de asco.
Mientras se debate su cuerpo actúa solo, acostumbrado a usar al mortal a su alcance lleva al chico a una sinfonía de gritos agudos y estremecimientos que son inconfundibles.
Desmond piensa en la delicia de robarle el primer orgasmo al chico; como un delicioso adelanto de lo que será robarle su flor. Pero luego piensa en la luz apagándose en sus ojos, en el chico viendo el semen derramado y odiando los frutos de su propio cuerpo con el mismo desdén que a su recolector.
Piensa en lo mucho que le odiará.
Para de golpe, llevando el pulgar a la húmeda hendidura del chico y apretando cuando el orgasmo está a punto de estallar por ahí. El chico parece morir, se queda estático, tieso y pierde entonces las fuerzas como si se le saliese el alma por los suspiros.
El orgasmo golpea, pero no rompe sus barrotes, vuelve a él, rebota en su interior dolorosamente y lo deja molido y todavía ardiente. Desmond lo suelta, ayudándolo a no caer mientras se pone de rodillas.
—No tienes derecho a sentir placer, humano —le dice, señalando su erección como si fuese algo prohibido incluso si es culpa suya. —, no pienso hacer que termines. Ahora, cumple tu cometido y compláceme o sabes cuales son las consecuencias.
Traga saliva, temblando al recordar la horrible intromisión de los dedos y el augurio de un infierno del que el diario le ha hablado. No quiere que Desmond le haga sentir sucio de nuevo, no quiere ese enorme miembro en su garganta, no quiere ser usado, que le robe algo que no pertenece más que a su cuerpo.
Puede imaginar todo tipo de atrocidades dolorosas que Desmond hará con él, locuras horribles que hacen del sexo algo no solo tan desconocido como siempre, sino más temible que nunca. Y lo peor es que sabe que no puede llegar siquiera a figurarse una pequeña parte de lo que la realidad le depara.
Tiembla horriblemente, se sacude con los dientes castañeándole, llorando a mares, las manos oscilando en el aire incapaces de alcanzar su emborronado objetivo de carne y sangre. Sabe que debe obedecer o Desmond lo tomará a la fuerza, pero está más aterrado que nunca.
—Tranquilízate un poco ¿Quieres? Es solo una mamada, no es para tanto... si sigues así tendrás un infarto. —dice el vampiro con fastidio.
—Pe-perdón, mi amo, estoy muy nervioso, no puedo respirar, no sé que hacer... —se disculpa el chico, alzando la vista un momento para pedir misericordia con ella.
—Ah, deja de estar aterrorizado y empieza a chupármela, harás que se me baje. Date prisa o te ataré y follaré tu boca hasta quedar satisfecho.
El chico gimotea, se muerde el labio y el corazón le enloquece.
Desmond suspira, vencido; no quiere matarlo del susto, así que en un tono algo dulce añade:
—Te diré cómo hacerlo ¿Si?
El chico asiente con inseguridad, pero más tranquilo.
—Primero cógela con una... no, necesitarás las dos manos. Bien, cógela, vamos.
Asiente, se enjuga las lágrimas con el dorso de la mano y lleva esta y su homóloga a la entrepierna de Desmond, rodea con sus dedos el enorme eje, notando que tiene dificultades. La sensación es extraña, no está caliente del todo, sin embargo, su venosa longitud se siente tan viva, tan excitada.
Cierra los ojos, esperando órdenes, y siente el olor almizclado picarle en las fosas nasales. No es desagradable, pero es nuevo. No puede quitarse de la cabeza el sexo de Desmond, es la primera vez que toca ahí a otro hombre.
—Muy bien, ahora empieza a chupar la punta, después lámela desde la base y trata de meterla toda en tu boca ¿Si?
Tom quiere decir que es imposible, pero sabe que el hombre está siendo más amable que de costumbre y no quiere estropearlo, enfoca la excitación hacia sus labios fruncidos, haciendo a su amo estremecerse al derramar cálidos y suaves suspiros sobre la punta con forma redondeada.
—¿Puedo... puedo tener caricias mientras lo hago? Me harían sentir mejor y no sería tan horrible s-¡Ah!
El hombre actúa rápido, forzándose dentro de su boca. Las mandíbulas del chico se expanden rápido y duelen, la cabeza del miembro se desliza hasta el final de su lengua y una mano le aprieta la nuca, haciéndole bajar poco a poco.
—Mis órdenes se cumplen y punto, sin estúpidas condiciones. —Advierte, yendo más al fondo.
Nota al chico abrir más y más la boca tratando de abarcarlo, la lengua buscando espacio, rozándolo, lubricándolo de forma deleitosa. Un hilo de saliva cae por su comisura, pero no tiene tiempo de prestarle más atención. Desmond se empuja más, aún sin entrar del todo en la boca del joven, pero este se resiste por una poderosa arcada y después se queda estático, aterrado al sentir el enorme bulto golpeando en su garganta y comprobar que con Desmond clavado en él no puede respirar.
Le entra el pánico al caer en la cuenta de que podría morir ahora mismo, asfixiado por la virilidad de otro hombre. Mira a Desmond con ojos llorosos, comenzando a ponerse rojo.
—Hazlo tú y hazlo bien —brama el vampiro saliendo de golpe.
Tiras de saliva le unen todavía con él y se agitan cuando el chico tose y busca desesperadamente aire.
Tomás trata de complacerlo tanto como puede, le gusta el Desmond amable, así que quiere tenerlo feliz para que él pueda ayudarle. Quizá si hace esto muy bien puedan ser amigos más adelante y él no le dañe.
Tom se siente feliz al imaginar algo como eso, así que se esmera por ser un buen chico. Además, si eso es el sexo, no es tan espantoso como el diario describía. Le hace sentir incómodo y sucio, pero está convencido de que pasará, solo debe cumplir órdenes y usar su boca, como chupando una paleta. Quizá si piensa en ello el trago sea menos amargo.
Masturba al vampiro como este lo hizo antes con ambos, solo que las manos del chico, poco acostumbradas a tal movimiento, son torpes, lentas e incapaces de seguir un ritmo placentero.
—Déjalo —dice el vampiro —, solo sostenla y céntrate en tu boca.
Tom asiente algo apenado por su poca presteza a la hora de complacerle. Sabe que es inexperto y cada uno de sus gestos lo delatan por mucho que trate de ocultarlo.
El chico no comprende muy bien qué debería hacer con su boca, así que solo separa sus labios y deja unos centímetros del miembro entrar y luego salir un poco, casi con desgana. No está seguro de qué hace, pero está experimentando demasiadas cosas nuevas como para darse cuenta de sus errores. Descubre que Desmond es salado, un sabor electrizante y curioso que logra distraerlo de su miedo unos segundos.
—Usa un poco la lengua y succiona también. Ah, así, mucho mejor.
Desmond relaja su postura, acomodándose en la butaca mientras el chico sigue sus indicaciones candorosamente. Su torpeza, a la par que le impide hacer un buen trabajo, le da a su amo un placer distinto al acostumbrado. Por lo general no suele dejar que sus esclavos tomen el control y simplemente se fuerza en ellos, rápido, profundo y muy violento, pero quiere darle un poco de tiempo a Tomás, dejar que aprenda antes de tomar el control y mostrarle qué es lo que se espera de él.
Como es obvio, el humano no está dándole el servicio que él demanda, apenas chupa unos centímetros, succiona a veces con demasiada fuerza y otras se olvida de hacerlo, dejando su polla sostenida entre los labios con la forma de un beso, su lengua no la recorre ávida, ansiosamente cubriéndola entera de su saliva, sino que da lamidas pequeñas y tímidas. Y aunque todo eso debería ser terrible, lo ama. El chico es tan encantador que logra que sus errores le brinden un nuevo placer.
Se siente caliente y cómodo, un poco cansado en manos de Tomás y, desde luego, muy expectante. El orgasmo queda lejos, pero el camino, aunque avanzado a pasos pequeños, le gusta.
Desmond lleva su mano hacia la cabeza del muchacho, por lo que este se asusta, separándose bruscamente de él y cubriendo su cara al recordar todos los golpes que han empezado así. Los dedos se enredan en su cabello un poco largo y Tomás traga saliva esperando violentos tirones.
—Buen chico —susurra el vampiro con voz ronca y empieza a pasar las yemas suavemente por el cuero, trazando después diminutos y relajantes círculos. —, sigue así, vamos. —le alienta al verlo detenido, mirándolo con los ojos como platos.
<<Me está acariciando...>>
Tomás asiente fervorosamente y vuelve a ponerse manos a la obra. Lleva el húmedo miembro de vuelta entre sus labios, no pudiendo hacer más que abarcar quizá un tercio de este a duras penas. Lo mete y lo saca de su cavidad, lo empuja contra las mejillas, lo besa con los labios hinchados de tanto juego y lo lame como cuando comía helados.
Se esfuerza y recibe la mayor recompensa que ha tenido en muchos años: las caricias. El contacto es tan maravilloso, le hace sentir profundamente querido, le recuerda a aquellos momentos de hace seis años donde no era un pedazo de carne desamparado en medio de un mundo hambriento, sino un niño bueno que recibía mimos y halagos todo el tiempo.
Si cierra los ojos y se concentra en el suave cosquilleo de su cabeza, ignorando el ardor de sus manos, el dolor de sus heridas y el pulso que nota en la boca cuando chupa a Desmond hasta ahuecarse las mejillas, puede pensar que esta en otro lugar, en uno lejano. Los dedos de Desmond pintan constelaciones hermosas y el cráneo se le convierte en un cielo estrellado que puede mirar, tendido en suave hierva; señala con el dedo a cada estrella y achicando los ojos ve en su furor un recuerdo hermoso que creyó haber olvidado.
Cada constelación es una muestra de cariño que creyó que no sentiría de nuevo y, ahora, el vampiro le ha enseñado que los seres de la noche también miran las mismas estrellas que él.
—A-amo, se siente muy bien... gracias por calmarme... —susurra el chico, despegándose un segundo de su miembro, pero atendiéndolo de todos modos con las manos.
—No uses tu boca para hablar. —ordena con voz contenida, mordiéndose el labio.
Desmond se lleva una mano a la frente cuando el chico sigue chupando obedientemente. Él no es muy bueno en ello, pero las sensaciones que le provoca sí. Son una maravilla de esas que debe saborear uno lentamente, cosa que él jamás hace.
Acaricia al chico un poco más, baja hasta la nuca y le pone la piel de gallina con las uñas, deslizándolas por la piel desnuda. El chico trata de llegar más al fondo, pero se rinde cuando después de una pequeña arcada le lagrimean los ojos.
—Vamos, trata de ir más profundo —le alienta, cerrando un poco su puño para coger los cabellos con firmeza, pero no demasiada fuerza, controlando un poco más el movimiento del chico.
Tomás trata de quejarse, aunque él no le permite sacar de entre sus labios su virilidad, así que solo se escuchan por su parte gemidos ahogados llenos de preocupación.
El vampiro lo mira con los ojos oscurecidos de placer, se hecha el cabello alborotado para atrás con una mano y después la lleva al eje de su polla, sosteniéndola. Muerde su labio al ver la tierna expresión de zozobra del menor.
—Las manos a la espalda —le ordena, el chico cierra los puños y los ojos con sus mejillas totalmente abultadas por la polla de Desmond y se ve absolutamente inocente y erótico al mismo tiempo, piensa en protestar, pero no quiere perder lo poco que ha ganado, así que simplemente cruza sus manos en su espalda, agarrándose con cada mano el antebrazo contrario. —, buen chico, ven, haré que vayas más profundo, iré despacio; estás siendo bueno, así que seré bueno contigo.
El chico respira entrecortadamente, quiere confiar en las palabras del otro, pero ahora que sus preciadas caricias se han acabado nada lo distrae de la cruda realidad. Y la realidad es que está siendo forzado por Desmond a darle placer, está siendo abusado y lo sabe, lo odia, pero también sabe que en ese mundo no hay lugar para sus derechos, su voz o siquiera su existencia.
Sabe que ahora ese es su lugar y nada puede remediarlo.
El hombre empuja desde la parte trasera de su cabeza, hunde su longitud hasta casi la mitad, haciendo que Tomás ya no pueda tomar aire. Nervioso, cierra los ojos y trata de no vomitar.
Desmond realmente quiere más, tomarlo de la cara, mantenerlo quieto y enterrarse hasta el fondo, follarle ese hermoso rostro que tiene hasta hacerle sangrar los labios y luego besarlo para sentir sus dos sabores juntos. Realmente desea romperlo, pero sabe que por otra parte quiere protegerlo. Además, la culpa le remuerde al mirarle el rostro ver algo tan erótico, herido a su vez. Los ojos que le miran se descentran y uno está amoratado, perpetuamente en llanto.
<<Pobre precioso ángel...>>
Se contiene todo lo que puede, muerde su labio hasta que la sangre le gotea por la barbilla y se pierde en el cuello, se masturba mientras se halla a medio camino en la boca del chico y mira hacia abajo, sintiéndose frustrado por la culpa que le susurra horrores en un oído y el instinto, que le incita a otros por el otro. El fuego de sus ojos derrite el caramelo en los del muchacho. Ve a Tom mirarlo y ni siquiera le parece osado o irrespetuoso, solo tan, tan bonito que no puede pensar en nada más.
Y nada más retrasa su orgasmo, tan pronto ve el rostro de Tom se desinhibe de cualquier cosa en el mundo que pueda molestarlo, incluso de sus dos naturalezas. Cuando le mira a los ojos y ve en esa dulce miel un brillo de duda, una pequeña luz que explora su mirada de vuelta, buscando algo que él niega, cuando ve lo hermoso que es tener entre sus brazos a una criatura que no quiere destruirte, su cuerpo estalla. Por unos segundos él ya no es más un hombre, un vampiro o Desmond, solo es carne y sangre, un cuerpo pesado que siente en cada fibra de su ser temblores que lo hacen caer, un cuerpo mortal que arde, que se inmola en un clímax perfecto.
Se siente morir y cuando toma aire tras el alto gruñido de placer con el que se descarga dentro del chico, se siente como la primera bocanada de un recién traído al mundo.
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