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—¿¡Q-Qué haces?! ¡Bájame, no soy una princesita!
Gabriel cae al suelo de culo cuando el vampiro obedece de forma casi automática sus palabras. Se queja por el golpe y el hombre escucha lo que cree distinguir como un gruñido desde el suelo, después alza una ceja y mira distraídamente como el chico se levanta sacudiéndose el polvo y le apunta con el dedo acusadoramente.
—¡Tú, serás inmoral! Me pides que te ayude a acabar con tu vida pero me impides hacer algo solo porque es arriesgado.
—Se dice inmortal. —le corrige el otro tono frío y a Gabriel le da un tic en el ojo por culpa de eso.
—¡Deja de jugar conmigo! ¡Argh! ¿Ahora qué se supone que haremos?
Román se encoge de hombros, cierra la puerta principal de la casa de Gabriel y dice:
—Yo voy a comer ahora ¿Recuerdas?
—Oh...
En un segundo el chico parece quedarse dócil. Cuando se voltea lo ve desplomarse sobre el sofá con los ojos perdidos y un suspiro asomándole por los labios. No se molesta en andar hacia él como haría normalmente, solo aparece a su lado, sentado y con su torso levemente sobre el chico, acorralándolo entre los cojines del lugar. Gabriel deja ir un pequeño ruido de rechazo, casi como un gimoteo ahogado, y Román apenas puede procesar que ese chico que está sumisamente bajo él sea el mismo guerrero que ha hecho ya más de un hoyo donde va su corazón. Gabriel es el primero que logra apuñalarlo tanto, dispararle, retarle, vencerle y aun así mirar a otro lado con lágrimas en los ojos cuando va a ser mordido. No es normal.
Cuando pelea y su pecho sube y baja, como las gotas de sudor cayéndole de las sienes, su corazón jamás se altera tanto como cuando yace a la espera del mordisco.
Román tenia pensado divertirse como compensación por esa humillante escena en la que el chico le apuñaló el corazón y lamió pecaminosamente el fruto de su herida; ya tenía planeado tomarse la cacería en serio, ser rudo y humillarle para tener a un cazador iracundo y vengativo para la próxima, pero a un chiquillo suplicante ahora. Pero viéndolo así, tan roto sin que siquiera le haya puesto un dedo encima, sus ideas ya no parecen tan divertidas.
—¿Por qué te asusta tanto ser mordido? —pregunta de repente, retirándose un poco.
—No me asusta, hazlo ya y cállate —espeta Gabriel, girando el rostro hasta dejar su cuello libre.
Román ve como el elixir de Gabriel pulsa en sus venas, como resalta en la piel pálida y luce tan suave, tan dulce, quiere lamerlo con cuidado, bañar su lengua en su color y sabor, que sus ojos no vean más que ese rojo hermoso. Pero muerde su labio y toma aire largamente, forzándose a resistir.
—Te asusta. —le dice el otro, paseando un dedo por el camino serpenteante que hace la sangre en su cuello, trazando un escalofrío que deja su piel erizada. —Pero no entiendo por qué, eres un cazador, estoy seguro de que has sufrido peores heridas que una simple mordida, entonces ¿Cómo va a darte tanto miedo esto? Además, yo no voy a matarte ¿Por qué tener miedo si no hay riesgo?
—Déjalo, vampiro tonto. Solo muérdeme. —masculla, congestionando su rostro en una mueca de dolor y girándose, como quien no quiere mirar mientras le ponen una inyección. El vampiro no le obedece, como de costumbre, y el chico abre los ojos, laminados por una brillosa capa de lágrimas. —Maldición —se queja con la voz caza vez más débil y temblorosa. —¿Desde cuándo te importa si estoy asustado?
Cree que el vampiro le ha hecho caso y ha eludido la pregunta cuando baja a su cuello. Aprieta los dientes pensando en el horrible dolor que se vendrá ahora, pero solo nota los labios de Román besando su piel, prensándose con el cuidado de una mariposa que se posa en la dermis y alejándose con un tacto suave, húmedo y chicloso que le deja la piel hormigueando.
—¿Qué coño haces?
—Lo hago por ti. —susurra el otro sobre su piel, a la par sube una mano por el torso del chico, acariciando con la palma sus contornos, y la extiende por su brazo hasta llegar a la palma de Gabriel. Con una mano le sostiene la quijada y gira con su cabeza, con la otra entrelaza sus dedos como si fuesen un par de adolescentes acaramelados. —Para relajarte ¿No funciona?
—Ah, n-no, esto...
Gabriel acalla un gemido mordiendo su propio dedo, Román es bueno con su boca, no solo hablando cuando quiere, sino dejando besos que siente que le arrancan el alma; si sus colmillos pueden matarlo de dolor, sus labios pueden revivirlo con placer porque, Dios, se siente tan increíble. El cuerpo de Gabriel no conoce más contacto que el filo de un arma hundiéndose, la rigidez de los huesos cuando golpean o la quemazón de una bala huidiza rasguñándolo; para él las caricias son tan nuevas.
Él tiene enemigos, no amantes, ni familia, ni amigos que hagan de su cuerpo un depositario de afecto. Su piel siempre ha sido el lienzo de moretones y cortes, pero ahora, es arte lo que siente dibujándose en ella.
Puede recordar a su madre dándole sonoros besos en las mejillas, de esos que las dejaban con una marca de pintalabios que no se iba ni echándole agua con jabón, y a su padre revolviéndole el pelo hasta que parecía un nido de pájaros, pero por alguna razón no puede recordar como se sentía. Los recuerdos son tan fríos... y pese a que la piel de Román también lo es, sus caricias sí se sienten cálidas. Él está aquí. Ahora.
—Creo que está mejorando, mira los ruidos que haces. —señala el hombre, notando la respiración jadeante del chico y lo fácil que sus músculos se han relajado, como derritiéndose.
Es entonces que Gabriel lo aparta de un empujón, aunque solo logra moverlo un poco, y lo mira a los ojos con enfado y el rostro rojo. Siente que sus cuerpos siguen todavía cerca, pero sus labios demasiado lejos.
<<Estúpido cuerpo de adolescente salido ¡Basta de pensamientos raros con el enemigo!>>
—¿Por qué mierda haces esto? ¿Para reírte de que nadie me ha tocado así antes?
Román solo niega y vuelve a hundirse en su cuello, pero ahora no besa, solo habla con voz rasposa y un aliento suave que parece lamerle la piel.
—Pero que inocente... no me río de ti, al contrario, me da ternura tu inexperiencia. Tampoco trato de seducirte —explica, después da un casto beso y siente al otro estremecerse bajo su tacto. —Solo quiero ayudarte, relajarte para que no sea tan difícil para ti que te muerda. Dime una cosa ¿Te gusta que bese tu cuello?
—Lo odio. —responde el chico a regañadientes, arqueando su espalda cuando el siguiente beso llega y maldiciendo internamente las traicioneras reacciones de su cuerpo.
—Pero que transparente eres a veces... Inocente humano. —susurra el otro, prensando los labios contra la piel. —No haré nada malo, te dije que iba a protegerte ¿No? Entonces lo haré hasta que te sientas seguro incluso aunque te muerda.
—Dices tonterías, deja de decirlas, eres tonto—murmura Gabriel, llevándose las manos al rostro y notando el calor que le ha subido a él. —Estúpido vampiro tonto.
¿Es que acaso Román tiene una boca demasiado grande como para mantenerla cerrada unos minutos? Si no es para morder es para decir cosas que hacen que la sangre de Gabriel viaje a lugares donde no quiere que esté ¿Acaso él controla su cuerpo? Porque empieza pensar que sí. Con esas palabras melosas... si no le da diabetes, le dará un ataque al corazón por todas las emociones que está sufriendo.
Protegerlo... Él dice que va a protegerlo y tiene tantas ganas de echarse a reír por lo muy falso que es eso como de creerle. Su padre también le dijo que le protegería y al final tuvo que matarlo para salvarse y no es tan diferente con Román, sabe que el final de su viaje juntos es la tumba del vampiro.
No, Gabriel no necesita a nadie que le proteja, no necesita a nadie que falle con esa promesa tan estúpida y, aun así, le alegra escuchar esas palabras del vampiro, como si tuviesen algún valor, algún peso... y hacen ligero el que siente sobre los hombros.
<<¿Por qué?>>
Los besos siguen y aunque no sabe casi nada de sexo, no puede percibir lascivia en ellos, quizá sí en las reacciones de su propio cuerpo, que hacen que su ingle pulse y que su cuerpo se caliente a ritmos alarmantes, pero los labios del vampiro son tan puros. Le besa de una forma gentil y amable, con un cuidado incompatible con el ansia frenética de la atracción. Román no está siendo sucio, solo está calmándolo como si fuese un pequeño niño que lo necesita.
Es tan patético encenderse por los besos del enemigo, de un enemigo que tan siquiera pretende más que hacer más tierna la carne a la que hincará el diente. Gabriel se siente patético y fácil.
<<Vencido.>>
—¿De qué estás tan asustado? —pregunta el otro retóricamente, acariciando con cariño la piel y empezando a hincar los colmillos para indicar al otro que será mordido.
Emite un pequeño ronroneo de gusto cuando las puntas perforan la piel y pequeñas gotas de sangre empiezan a acumularse ahí. No clava más los colmillos, solo los retira y pega su boca a la piel, chupando ávidamente hasta sentir que deja la herida seca y la piel morada.
Gabriel nota el mareo nublándole la cabeza y llenándole la boca de palabras; se siente débil, hechizado, no sabe si por los restos del conjuro de Leoren, por la sangre que está perdiendo o por que su cuerpo se muere sin esos besos tan agradables que Román daba en su cuello. Siente que vuela, ingrávido, sobre colmillos que le atormentan, en su piel, en sus párpados, tras cada mirada, tras cada parpadeo.
Están ahí, clavados en la parte trasera de su cráneo, proyectándose con luz fantasmagórica en sus cuencas cuando trata de dormir. Sus pesadillas nunca fueron más que sus recuerdos, su imaginación no sería capaz nunca de igualar el horror de su realidad y este le persigue. Se pega a su sombra, se oculta tras la luna, le susurra al oído cuando no oye, le mira cuando no ve, se ríe cuando Gabriel mata a un vampiro y siente el subidón de adrenalina pero baja de golpe, recordándole que jamás podrá recuperar quienes ya han muerto.
Gabriel empieza a sentirse mareado, con su cabeza como un globo de helio y su sensibilidad reducida a cosquilleos que salen de las puntas de sus dedos y van a sus labios, perdiendo intensidad en el camino. Todo está luminoso, vacío y con una frialdad estéril como la de los hospitales.
—De papá... —murmura con los ojos cerrados y la boca pegajosa y sincera por los nervios. Su voz suena aguda y chirriante, como un grito de socorro, como un niño asustado. —Papá mordía a mamá y él fue mordido... todo el daño que hizo un mordisco, todo ese dolor... yo me encerraba en el armario y lloraba y... Uh ¿Qué estoy diciendo?
—Ya está. —dice el vampiro separándose de su cuello y recostando al chico en el sofá con la cabeza sobre su regazo. —Ya está, no pasa nada.
Gabriel se revuelve en su regazo y se queja bajito, sin que el vampiro le entienda. Después cierra sus ojos y se queda cómodamente en la posición, con su mejilla aplastada contra la rodilla de Román y un hilo de baba cayéndole por la comisura hasta humedecer los pantalones de Román, y sus manos sobre sus piernas, cayendo sin fuerzas como ropa holgada.
—Mamá murió porque lloré cuando papá la mordía... —murmura, quejándose. —¿Soy un mal hijo?
Román se siente morir cuando el chico abre los ojos de nuevo y ve en ellos una lucidez que Gabriel oculta en su vigilia, una cruda culpa que lo atormenta tras cada mirada, que alimenta su odio, que lo devuelve al momento en que su infancia acabó cada vez que cierra los ojos.
Tiene los ojos de un niño, tan inocentes, tan soñadores, con esa fe ciega que le hace seguir adelante solo porque cree en la mentira de que un día su dolor será reparado. Román no quiere quitarle esa inocencia, no quiere tener que ser él quien le demuestre que el tiempo no sana, solo hace las heridas más profundas, llenándolas del goteo de los segundos.
No quiere ser quien le enseñe que las personas rotas jamás se arreglan. Si no fuese así, él buscaría un antídoto, no la muerte.
—No fue tu culpa. —murmura el otro, acariciando su cabello, aunque duda que Gabriel vaya a escucharle, está demasiado débil por la sangre perdida y el reciente embrujo como para poder razonar con él ahora mismo. —Nada lo es...
Gabriel hace algo parecido a un asentimiento y cierra los ojos nuevamente, quedándose dormido al poco rato. Román solo permanece con él y lo mira mientras duerme, apenado.
<<No es tu culpa estar en un mundo tan horrible, pequeño ángel, no es tu culpa que la única compañía que tienes ahora es un demonio. Lo siento.>>
Le acaricia la cabeza mientras le escucha respirar profundo, llenándose los pulmones y después desinflando su pecho como si dejase el alma salirle en un suspiro. No puede hacer más que eso para apaciguar su dolor, no puede deshacer una tragedia y lo sabe demasiado bien, pero con Gabriel es la primera vez en mucho tiempo que vuelve a sentir ese desespero, esa impotencia.
<<Creí que ya había superado que el pasado no tiene solución.>>
Cuando se hace tarde, Román lleva a Gabriel a su cama y duerme con él, dándole la espalda y trata de eludir las ganas que tiene de abrazarlo por detrás y mimarle mientras le dice que todo saldrá bien. Ya conoce la dulzura de esas palabras y la amargura de no saber si son ciertas, ya ha estado en el lecho con mil hombres y mil mujeres, ya les ha abrazado a todos, besado su nuca y susurrado sobre su oreja que todo irá bien. Y ni una sola vez ha podido ser verdad.
No quiere cometer el mismo error con Gabriel. Gabriel es el error, no quiere caer en él, caer por él y después hallarse solo en el fondo de un foso eterno. No quiere hacer la estupidez de siempre: amar y perder. Prefiere estar solo.
Se levanta en mitad del día, decidiendo que dormir en el sofá será mejor opción. Un rato después nota que Gabriel sale disparado de la cama a la cocina, con las tripas rugiéndole como perros encabronados, a la ida pasa tan rápido por el salón que ni le ve, a la vuelta repara en Román yaciendo ahí y este se hace el dormido, sintiendo como el chico se para en medio de la sala, mirándolo en silencio, dudando en si acercarse o no.
Finalmente, vuelve a su habitación.
<<Las cosas serán menos dolorosas así.>>
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