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Román siente una leve presión en su estómago y eso le despierta, es una sensación débil, pero constante y punzante. Cuando abre los ojos ve un cuchillo de cocina clavado en su abdomen y a Gabriel acuclillado en frente suyo, observando de cerca.

—Anda, pensaba que habías muerto de verdad ¿Sabes que llevas dos días durmiendo?

Román despierta algo mareado y se sienta al borde del sofá. No le sorprende, el paso del tiempo para él es confuso y su reloj biológico debe estar ya más que muerto.

—Una vez dormí un año seguido y al despertar tardé dos años más en darme cuenta —explica con normalidad mientras el chico le mira raro y se sienta a su lado. —Me sorprende que mi desfase horario sea solo de días ahora.

—Oh, vamos, eso es una completa locura. ¿Dónde mierda pasaste durmiendo un año sin que nadie te despertase? —pregunta el chico, incrédulo.

—Fue en alta mar.

—¿Y los del barco no te despertaron?

—No, no —corrige él. —fue en el mar directamente, ya sabes, como flotando por un año. Es que el barco se hundió, tendrían que haber construido mejor el Titanic ese...

—Est... ¡Estuviste en el Titanic!

Gabriel se hecha a reír, cayendo hacia atrás en el sofá. El otro lo mira con una sonrisa pequeñita, no entiende qué es tan gracioso, pero le gusta ver al otro feliz.

—Me olvidaba de tu edad, eres algo así como un libro de historia, pero más completo. Y más peligroso. —ríe de nuevo.

—No te creas, pasé mucho tiempo distraído, lo que para ti es un momento histórico importante para mí en ese momento no significó mucho, era solo un día más.

—¿Qué más cosas has vivido?

—Bueno, estuve un tiempo en Alemania y traté de pasar desapercibido como un humano normal metiéndome en no se qué de política, acaba de haciéndome amigo de un tal Adolf, era un tipo excéntrico, a veces un poco loco... ¿Sabes? Fue antes de toda la locura del Tercer Reich, para entonces yo ya me había ido a otro país, pero cuando terminó la guerra me enteré de que el tal Hitler era mi antiguo amigo Adolf, menuda coincidencia. Es gracioso porque pensé en comérmelo durante nuestra amistad, pero al final no lo hice, él pintaba muy bien y pensé que podía llegar a ser un gran artista algún día, así que le dejé vivir. Menuda sorpresa me llevé luego.

—Normal que fueseis amigos, sois igual de malos. —Gabriel tiene que sostenerse la barriga por la risa, le duele como si las carcajadas que se hierven en su estómago le quemasen ¡Pero es tan divertido! Román no es solo un patán, un gran patán ¡Sino un patán histórico! — ¡Hail Román! ¡No puede ser! —chilla, todavía riéndose tan alto que Román se pregunta si los vampiros pueden quedarse sordos. — Espera, espera, espera ¿Una cena tuya pudo haber detenido la guerra? ¡Increíble! ¡Eh! En el fondo se puede decir que la guerra fue tu culpa ¿No? ¡Qué malo eres! —se burla Gabriel de nuevo, apuntándolo con el dedo e imaginando la cara de idiota que se le debió quedar a Román al saber que su amiguito pintor optó más por el genocidio que por las acuarelas —¿Cómo que te enteraste cuando se acabó la guerra? ¿Qué estabas haciendo mientras duró? No me digas que dormir, no puedo reírme más, por Dios.

—No, no, estaba en el desierto. Pasé unos años ahí para ver si el sol podía matarme, aunque fuese con tiempo. Y resultó que no, aunque no estuvo mal la experiencia, dormí en la punta de una pirámide, no fue muy cómodo, la verdad.

—No me lo puedo creer. —dice el chico abriendo grande sus ojos y su boca, teniendo un acceso de tos cuando una risa violenta trata de salir por su garganta cuando imagina a Román de pie sobre la punta de una pirámide, como una antena parabólica desubicada y con cara de sicario. Es demasiado gracioso. —¿Qué más cosas raras has hecho?

—Depende de lo que consideres raro. —se encoge de hombros, hablando con calma. —¿Es raro fingir ser un cadáver del depósito de cadáveres por una semana entera para gritar y hacer ver que revivía en medio de una autopsia? Después de eso el tío hizo una película sobre zombis, aunque era malísima.

Gabriel ríe tan fuerte y tan extraño que suena como una maldita oca y a Román le encanta lo explosiva y genuina que es la diversión del chico.

—¡Oh, Dios, es demasiado gracioso! Es como cuando yo fingí mi muerte en una misión para gastar una broma a mi equipo. Uno de ellos dijo ''¡por fin!'' y por la noche me vengué echando picante en toda su ropa interior. —Gabriel explica, con las comisuras en permanente tensión y hace que el vampiro ría también al escuchar eso. —¿No es genial?

—Deberías haber llevado la broma más lejos, incluso podrías haber fingido que realmente morías y que tu alma en pena le atormentaría por haberse alegrado de tu muerte.

—¡Mierda, es brillante! ¿Por qué no lo pensé? Solo debía ponerme unos polvos de talco en la cara, hablar fantasmagóricamente y ¡Boom! Se habría cagado en sus calzones, en sus calzones con especias picantes. —puntualiza, con una pequeña risa haciendo que sus ojos se achinen. —¡Pero sigue contando! ¿Qué más locuras has hecho? ¿Has estado en alguna secta antigua o algo así? ¿Has entrado en una guerra mundial sin siquiera enterarte? ¿Has dormido en la cama del rey o algo así? ¡Ya sé! ¿Te has hecho amiguito de Jack el destripador, has ido con Jason a tomar el té?

—Bueno, he hecho muchas cosas... Fundé algo así como una secta hace unos años, rapté a científicos y magos muy buenos y les pagué y, bueno, les amenacé también, para que investigasen sobre como matarme. No llegaron a nada al final y fue un lío, algunos de los científicos empezaron a necesitar materiales raros y no sé que pasó, pero el FBI se involucró y fue una masacre. Al menos comí bien, los agentes secretos tienen buena sangre, lo admito.

—¡Pero que inmoral! —grita Gabriel, entre el escándalo y la diversión, aunque le parezca mal que haya matado incluso a una mosca no puede evitar carcajearse hasta que duele imaginando al gobierno persiguiendo a un patán como ese vampiro, que solo quiere morirse y ni eso le sale. —¡No debería reírme! —exclama, limpiando una lagrimilla risueña. —Tu vida es una locura ¡Lo que daría yo por vivir esas cosas! —Gabriel grita, aun con el eco de la risa haciéndole carcajearse un poco y con las comisuras doloridas de tanto sonreír. —Excepto por eso de merendarse a agentes del FBI, prefiero las empanadas. —añade, todavía risueño.

Se siente como un niño pequeño al que le explican una emocionante historia de fantasía, quiere oír más de la vida de Román, saber más de él. Conocerle más.

<<Espera ¿Qué?>>

—Sí, algunas cosas fueron muy divertidas...

—Ah, quiero ir a ver esas pirámides algún día y pasar una noche encima de una de ellas, como tú.

—Necesitarás equilibrio. —bromea Román, haciendo que el otro ría y le golpee el hombro por lo mucho que le duele la panza.

—Oye, prométeme que me llevarás a una pirámide cuando acabe esto ¿Sí? Y que me llevarás a más sitios raros y que me ayudarás a gastar la broma perfecta a uno de esos idiotas de la organización de cazavampiros. —le pide, con ojos soñadores y un rostro tan hermoso y pueril.

El candor de Gabriel le deja sin habla, su corazón arde y quiere decirle que sí, pero...

—Gabriel, yo habré muerto. —le recuerda con calma.

—Oh, es cierto, perdona, solo... —el chico se da una palmada en la cara y niega, la risa se extingue rápido como un fuego fatuo y en su rostro la sonrisa se desdibuja sin dejar siquiera un solo trazo de la alegría que antes poblaba su boca. —Que incómodo ha sido esto, perdón. —dice de nuevo, apartando la vista y con los ojos perdiendo el brillo. —¿No te da miedo morir?

—¿Por qué debería dármelo? —pregunta Román mirándolo con una ceja enarcada y la boca seria, sus gruesos labios se prensan a veces tan fuerte que pierden el color, como dejando su rostro liso cual lienzo.

—Ah... —Gabriel muerde su labio, titubeando al hablar. —Es curioso, no sé explicarlo, pero ¿Quién no le tiene miedo a la muerte?

—La muerte sí me da miedo, morir no. —le corrige el otro, desviando la mirada.

—¿Qué? —pregunta, haciendo una mueca de desconcierto. —Creo que, aunque tú no te mueras tus neuronas ya están extintas, amigo, porque eso no tiene lógica —se burla, pero el otro niega con seriedad.

—¿Sabes por qué siempre estoy solo? —Gabriel traga saliva y en vez de pensar en la respuesta, piensa en la pregunta, pero para él. Él siempre está solo y sabe el por qué, pero odia darle vueltas y una leve mueca de disgusto cruza su cara al pensar en ello. — ¿Por qué mato a humanos tan fácilmente? —Gabriel cree saber la respuesta, él siempre ha dicho que es por maldad, por pura maldad, pero aun así niega, como si en el fondo supiese que se equivoca y es que lo mucho que le duele la cara de sonreír no es compatible con sus labios, que hace nada emitían carcajadas, llamando demonio al dueño de sus risas. —Porque es más fácil matar que acercarse a las personas. Si te acercas a alguien lo suficiente acabarás encariñándote y cuando muera... cuando muera será tan horrible. De eso tengo miedo, de la muerte, pero no de mi muerte.

<<No sabes, no sabes, Gabriel, lo difícil que es decir a tus amigos, a tus familiares, a tus amantes, que siempre les amarás. Para ellos es fácil decirlo, su para siempre termina pronto, para mi significa amar perpetuamente a alguien que no está, que no estará. Para mi querer es más echar de menos que amar. Para ti es tan fácil, pequeño humano, tan fácil...>>

—¿A cuantas personas has perdido? —pregunta Gabriel, girando el rostro, apoyando su codo en el asiento del sofá y dejándose caer un poco más lejos del vampiro.

—No quiero contarlas. —responde el vampiro con voz amarga, el labio inferior le tiembla por el peso de las palabras que sostiene y entre la nariz y la boca una línea de expresión se hunde, como una mueca de dolor que ha cicatrizado ya en su piel. —Me gustaría pensar que no perderé a nadie más, pero ya le he fallado a mucha gente, no puedo permitirme creer que no le fallaré a más. He hecho tanto por no perderles, tantísimo... he luchado contra la vejez, contra la enfermedad, contra ejércitos enteros y, al final, siempre mueren.

—Cuando mis padres murieron —traga saliva, nota la voz quedándosele en la garganta atrapada como una enorme bola que crece y crece y le asfixia. Logra respirar hondo y parpadear suficiente como para ignorar la picazón de sus ojos. —cuando mis padres murieron yo prometí que salvaría a la humanidad entera de los vampiros. No quiero fallar, me asusta fallar, no puedo imaginar lo que sientes tú...

—No quiero que lo imagines, no quiero que nadie más lo sienta. —explica el hombre. —¿Sabes una cosa? Cuando mato a mis víctimas les tengo envidia en cierto modo. Ese terror a perderlo todo en un segundo es triste, sí, pero hace tanto que yo no siento nada similar que es como si ya no tuviese nada que perder.

Gabriel deja ir una sarcástica risa sin gracia y se pasa el dorso de la mano bajo los ojos, no sabe por qué llora.

—Siento haberte llamado inmoral. —solloza Gabriel.

Por un momento, siente que Román no es su enemigo, solo su reflejo. Otro niño perdido que no sabe a dónde ir o qué hacer con todo su dolor; al fin y al cabo, Román no pretende hacer todo el daño que hace, solo quiere lo que Gabriel tanto desea a veces: desaparecer.

—Se dice inmortal.

—Eres un tonto. —le responde, riendo y llorando al mismo tiempo.





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