16

 —Tú, despierta, vas a tirar la basura.

Esteban se queja, abrazando su almohada y rodando sobre la cama para enroscarse en las sábanas. El lecho es cálido y suave, no quiere despertarse nunca.

—He dicho que despiertes. —la voz se endurece y el cuerpo del chico tiembla sobre la cama. Sus ojos se abren de inmediato y tiene que tapárselos y frotárselos con los dedos por la gran cantidad de luz que hay en la habitación ¿Por qué Marcel ha encendido las luces? ¿Por qué mierda Marcel le está despertando un sábado a las siete de la mañana?

El supuesto alfa ruge, desperezándose y moviéndose lento y torpe hasta acabar sentado en el borde de la cama.

—¿Qué coño quieres? —pregunta, su mirada se alza hacia el beta, quien lo observa desde arriba con un aspecto formal e impoluto.

Él, sin embargo, viste un pijama arrugado, tiene los ojos a medio cerrarse y llenos de legañas, el cabello revuelto y cree que un hilo de beba colgando de su mejilla. Estaban no es de esas personas que se despiertan frescas como una rosa; de hecho él mismo dudaba de la existencia de esa clase de gente hasta que ha visto a Marcel esta mañana.

—Que levantes tu culo y tires la basura. —dice con normalidad, pero se cruza de brazos autoritariamente.

El chico sentado en la cama está mareado y no entiende si al beta se le ha ido la cabeza o solo es igual de imbécil que siempre.

—¿Y no puedes hacerlo tú? ¿O esperarte a que me puto despierte? ¡Son las siete de la mañana! ¿Eres estúpido o que mierda? —pregunta, lanzándose de nuevo a la cama. No quiere escuchar la respuesta, solo quiere dormir un rato y que el beta recupere la cordura o no le moleste con sus tonterías.

De repente las sábanas se deslizan fuera de su cuerpo, dejando su piel expuesta al frío. Entreabre un ojo, viendo al beta sostener las cobijas que acaba de arrancarle. Mantiene esa expresión seria en su cara y lo mira desde arriba sin pintas de que vaya rendirse pronto. Esteban suspira.

—¿Si bajo la puta basura me dejas de joder? Tengo sueño. —el beta asiente, así que él rueda los ojos y se levanta. Visualiza entonces que Marcel trae la bolsa de basura en la mano y enarca una ceja, extrañado.

Sabe que buscar explicaciones sería una pérdida de tiempo y energías, así que únicamente le quita la bolsa de las manos y sale por la puerta en pijama y descalzo. A la mierda con Marcel, será gilipollas. ¡A él sí que lo voy a lanzar a la basura! Tira la basura mascullando por lo bajo cosas que Marcel agradecería no escuchar. La gente se lo queda mirando, algunos estudiantes madrugadores lo señalan y ríen, creyéndose discretos. Esteban no reacciona, solo aprieta la mandíbula y se jura, en el camino de vuelta, que le hará a Marcel pagar caro por ese oprobio.

—¡Ya está, ¿Contento?! —brama entrando en la casa.

Da un enorme portazo y dos zancadas después se sumerge de nuevo en la cama; Marcel sigue de pie delante del lecho, mirándolo con ese rostro ecuánime tan inquietante.

—¿Ahora qué quieres? Ya he ido a tirar la puta basura, que por cierto estaba medio vacía. —recrimina, echándose la manta sobre el cuerpo.

—Lo sé, lo importante no es cuantas cosas había en la basura, sino qué había. —¿Qué? El supuesto alfa gira sobre sí mismo y abre un ojo en dirección al beta, intrigado. Este s encoge de hombros y responde a una pregunta que no necesita ser formulada. —Puse tu viagra y tus hormonas de alfa dentro de la bolsa de basura. —explica con tranquilidad.

—¡¿QUÉ?!

El adormilado chico salta de la cama, el lobo en él tomando el control para atacar. No recobra la conciencia hasta que se percata de que está tomando al beta por las solapas de su camisa y acercándolo demasiado a él. Con los rostros a apenas un milímetro siente la respiración tranquila del otro y él retiene la suya. Abre los ojos grandes y lo mira directamente.

—Dime que es una broma.

—Si quieres que diga eso, puedo hacerlo. —responde el otro con indiferencia.

El hombre frunce el ceño y zarandea al beta, quien no parece afectado por la brusquedad del trato.

—Marcel, voy jodidamente en serio. Tenía pastillas suficientes para los cuatro años de universidad, no puedo costearme más ¿Es una jodida broma? ¿Cuántas has tirado?-

—Todos los tarros. —responde el otro calmadamente.

El beta traga saliva y escruta los ojos café de Marcel buscando en ellos el más mínimo indicio de que le está tomando el pelo. Una sonrisa, solo una sonrisa pequeña...Pero ese hombre jamás sonríe.

—Voy a... Oh, Dios, voy a matarte, te mataré, te... Dios, tengo que recuperarlas. —el chico habla dificultosamente, parece no llegare suficiente aire a sus pulmones y siente que va a desmayarse en cualquier momento.

Suelta al beta inesperadamente y corre hacia el pasillo, todavía en pijamas y dando tumbos. Marcel lo sigo a paso ligero, viendo que se dirige a los enormes cubos de la calle donde ha lanzado la bolsa de basura. No se preocupa mucho, hasta que ve cómo alza la tapa de uno de ellos y se pone de puntillas como para arrojarse dentro.

—Es muy pronto para tirar tu vida a la basura, Esteban. —declara el beta, rodando los ojos. El aludido se siente confuso, hace solo un segundo estaba arrojándose hacia al interior de un contenedor y ahora está sobre el hombro de su peor enemigo, siendo cargado de forma vergonzosa.

Cuando asimila la situación se enrabieta, comenzando a soltar puntapiés y puñetazos diestro y siniestro. Que Marcel no se inmute por sus golpes solo logra molestarlo más.

—¡Suéltame, hijo de puta suéltame! ¡Tengo que recuperarlas! —grita, su mano tendida en el aire hacia el contenedor, pero ahora está tan lejos de él que parece que el objeto le quepa en la palma de la mano. —Que me sueltes ¡Ya! —sigue chillando, ahora opta por tirarle del pelo al beta para tratar de molestarlo. Debería estar haciéndolo ¡él odia que lo toquen!

Cuando ingresan de nuevo en el pasillo, Esteban pierde toda esperanza, la ira se apaga poco a poco dejándolo solo enfurruñado. Entonces se da cuenta de que el impasible beta no es tan impasible: lo ha molestado. Advierte esto en la presión de los dedos de este sobre su cadera; se clavan en su piel con severidad y empiezan a resultar dolorosos, pero el chico prefiere no decir nada. No está en su mejor momento. Entran de nuevo en la habitación, el beta deja al otro en el suelo sin demasiada delicadeza; este no se queja, solo mira al suelo con desánimo, quedándose sentado en él. Sus ojos lentamente se aguan cuando empieza a pensar en todos los efectos de las pastillas que ahora van a desaparecer. Seré débil, seré... yo otra vez.

—Por favor... —murmura desde el suelo, el otro detiene su camino hacia la cocina al oírlo y voltea la cabeza hacia él con curiosidad. —Por favor, necesito recuperar esas pastillas. Lo necesito.

El beta suspira pesadamente y sin mediar palabra cambia su rumbo y se sienta en el suelo frente a Esteban.

—¿Y por qué crees que las necesitas? —pregunta, su tono duro parece no creerle ya de entrada y el chico se descompone en un mar de lágrimas.

Hay tantas razones. Piensa en no ser una decepción, piensa en lo bien que se siente cuando los betas ven sus músculos y huyen o lo grande que es tener un aroma que incite a la peleas, no al abuso. Piensa en los estallidos de rabia que las pastillas le provocan, pero lo compensan con todo el poder que le dan. Las necesita, necesita sentirse poderoso de nuevo y ser lo que el mundo espera que sea.

—Yo... yo solo... —se tapa la cara con las manos cuando un sollozo se atreve a salir de su garganta. Es tan humillante, casi había olvidado la sensación de ser vulnerable frente a alguien y se siente tan horrible. Sabe que cada lágrima será después un arma que Marcel usará contra él. —No quiero estar condenado por lo que soy. No quiero ser todos los rumores que se dirán sobre lo me gusta y lo que soy. No quiero ser el chico al que los alfas miran por encima del hombro. Lo que soy... me da tanto miedo.

Un temblor aterrado recorre su cuerpo al recordar las sábanas sucias, intenta desterrar el recuerdo cómo se corrió al ser sometido por un hombre más grande y fuerte, como un beta, como un omega; pero no puede, su cuerpo se niega a olvidar y lo atormenta con calenturas acompañadas de ese recuerdo. Siente que su mente es un reproductor de música roto que no para de hacer sonar todo el rato la misma canción y lo está volviendo loco.

—No te das miedo tú, te dan miedo los demás. No puedes cambiar el mundo, pero definitivamente no debes cambiarte a ti. —Marcel suena duro y exigente.

Extrañamente sus brazos no se sienten así. Marcel se sorprende a sí mismo y a Esteban envolviendo a este último en un abrazo. Uno cálido. Cierra los ojos y respira lentamente, sintiendo el olor a alfa desaparecer poco a poco. Esteban siente que ya no tiene ese gran enjambre de feromonas delante suyo, protegiéndole, pero tampoco aislándolo de... de cosas tan bellas como sentirse pequeño en los brazos de alguien grande.

Comentarios