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Tomás está saliendo el baño mientras tararea una canción alegremente. Entre el frío y las pesadillas sobre lo que pasó anoche no ha pegado ojo, pero tras un buen desayuno y una ducha larga y caliente se siente mucho mejor. Además, no puede parar de pensar en lo mucho que ha conversado últimamente con el vampiro, es agradable. Trata de olvidar la paliza de la noche anterior, aunque todavía duela su pierna, hombro y rostro, y de borrar cuando abusó de él; prefiere fingir que nada de eso pasó y centrarse en la cena o en aquel momento lejano en el que hablaron de libros.
En su pequeña cabeza donde pajarillos hermosos llevan los pensamientos de un lado a otro, está convencido de que está solo a un pequeño paso de hacerse amigo de Desmond y ser tratado bien. Está seguro de que podrá llegarle al corazón y de que despertará toda su compasión cuando le cuente cuan horrible se siente ser golpeado, mordido o abusado. Él sabe que escuchará porque es el primer vampiro que lo ha hecho hasta el momento.
Piensa en su salvador de hace seis años, un hombre cuyo rostro no logra recordar con exactitud, pero que siempre tendrá un lugar en su corazón. Él jamás logró evitar su cruel destino, pero intentó salvarlo y eso es lo que le importa. Sabe que hay vampiros de buen corazón y sabe que el de Desmond solo necesita que lo pulan para que brille.
Por suerte, el vampiro le ha dado permiso para ponerse de nuevo uno de los cómodos pijamas. Es extraño porque esta vez le ha pedido que lo abotone del todo y ha hecho hincapié en que debe asearse y ponerse cremas y aceites para lucir muy, muy presentable.
Presupone que quiere dar buena impresión delante de la tal Martha, aunque le duele un poco pensar que él es solo una mascota a la que asear para poder lucir de ella.
Cuando sale del baño Desmond apenas mira al chico, solo lo manda a la planta baja a limpiar hasta que lleguen los invitados y él se encierra en la habitación. Tomás baja con desgana, es cierto que hace un tiempo que no recibe palizas, aunque también es porque pasa cada segundo del día estresado, puliendo cada pequeño detalle de su conducta hasta dejarla impecable, pero aun así se siente tan maltratado. Las constantes humillaciones, el encierro, la soledad y el miedo lo atormentan a cada segundo y, por si no fuese poco, su cuerpo sigue sin curarse del todo, la quemadura, las marcas de mordiscos y visibles moratones siguen poblando su piel y haciéndolo ver penoso.
Suspira al pasar frente a la puerta principal, le gustaría tantísimo salir sin estar encadenado en el jardín, daría lo que fuese por un respiro de aire fresco, un pequeño paseo.
La enorme puerta principal truena, el sonido de nudillos golpeándola al otro lado alerta a Tomás, que se pone tieso y queda de pie frente al portón, planteándose qué hacer. ¿Debería avisar a Desmond o atender él mismo a los invitados? Ambas ideas le aterran por igual. No le da tiempo a tomar una decisión, la puerta se abre y él retrocede unos pasos, asustado.
Se tapa la boca al ver a un enorme chico tras ella. El joven es una bestia, su cuerpo enorme y fuerte podría rivalizar con el de Desmond, pero un detalle le llama la atención más que sus grandes músculos, sus ojos. Sus ojos castaños. Extrañado por ver al humano, Tomás mira un poco más allá y ve a una niña acompañarle, una niña de ojos rojos y colmillos enormes.
Se le eriza la piel al comprender la situación y empieza a temblar cuando la chiquilla y su enorme esclavo entran en el castillo fácilmente y se dirigen a él. Ella cierra sus ojos de forma graciosa y saluda ondeando la mano, tal como haría una niña humana. Tiene la tez oscura como la noche y el pelo negro trenzado a ras de su cabeza. Su sonrisa es tan blanca de deslumbra y su cuerpo delgado parece incapaz de siquiera empujar la puerta que acaba de abrir con una sola mano.
—Hola amorcito ¿Eres de Desmond? —el chico da un repullo al saber que le habla a él y asiente con lentitud. —¿Me puedes decir donde está tu dueño, por favor? —el chico se muerde la lengua, sabe que tiene prohibido hablar con nadie que no sea su amo e incluso se arriesga a que este le apalice por molestarle cuando le habla a él, pero la chica está siento tan amable que no quiere ignorarla y posiblemente enfurecerla.
Balbucea, siendo incapaz de articular ninguna palabra por temor a las represalias y acaba optando por señalar las escaleras del fondo de la sala.
—Martha... —Tomás escucha la voz de su amo justo detrás suyo y no teniendo otro lugar donde buscar protección corre hacia él y se oculta a sus espaldas temblando como un cachorrito.
La niña ríe un poco por el gesto, aunque se tapa la boca por educación. Desmond ignora a su mascota.
—Cuanto tiempo... —suspira, sonriendo con dulzura. —¿Todo anda bien por tu distrito? —pregunta el grandullón, acercándose a ella para extender su mano como un caballero. Tomás se aferra a la ropa de Desmond al verse tan cerca de la otra y el gesto le parece tierno a la niña.
La vampira, con su cuerpo menudo, debe ponerse de puntillas para tomar la mano de Desmond y estrecharla. Sin embargo, al hacerlo nota que Desmond hace una mueca de dolor por la fuerza de la diminuta chica, que solo le saca la lengua en respuesta.
—Bueno, ha habido algunos cambios, pero no hablemos de política, quiero distraerme del trabajo ¿Puedo sentarme por aquí? —pregunta señalando una de las sillas que hay cerca del fuego.
Tomás siente un escalofrío al ver la hoguera de nuevo, por lo general evita mirarla e incluso limpia esa zona con cierto descuido para ir rápido. Odia ese sofá donde el vampiro lo dobló para quemarlo, esas llamas que jura que siguen abrasando su piel. Todavía no se ha acercado y ya está sudando.
Desmond asiente y ambos se sientan uno al lado del otro en el sofá del comedor, Tomás sigue a su amo sin soltar la manga de su chaqueta. No parece peligrosa, pero la niña es también una vampira y además desconocida, tiene miedo y Desmond es lo único que conoce ahí. El vampiro hace un gesto y se zafa del agarre del menor, antes de mirarlo duramente.
—Al suelo y no molestes.
Tomás asiente con vehemencia ante el tono demandante y aunque muera de vergüenza se arrodilla. Ella palmea el espacio a su lado y el humano enorme le sonríe y se sienta junto a ella, entreteniéndose en mirar la habitación a su alrededor. La chica le lanza una mirada llena de preocupación, ve a través de la fina ropa horribles heridas sangrientas y moratones oscuros como pozos sin fondo.
—¿Qué te ha pasado, pequeñín? —pregunta señalando los vendajes y heridas que su pijama de satín nuevo deja entrever. —¿Y por qué te sientas ahí? El suelo no es cómodo...
Él se alarma y no es capaz de responder, siente que está recibiendo más atención de la que desea.
—Ugh ¿De nuevo con esas mierdas? —pregunta cuando el chico solo se queda en silencio y mira al suelo, solo que la chica se dirige ahora a Desmond. —Haz el favor de dejarle hablar, bestia malhumorada.
—No me llames así —le reprende Desmond con tono juguetón. —Y tú, puedes hablar. —le dice a Tomás, sonando frío ahora.
—Y-Yo me, me... porté mal y...
La chica asiente con una expresión demasiado madura para su rostro fino y de mejillas de bebé abultadas, pero Tomás comprende y deja de hablar.
—Entiendo, tu amo te castigó haciéndote eso ¿Es así? —Tomás asiente con pena y entonces la chica se pone de pie en el sofá, quedando un poco más alta. —¡Imbécil!
Junto al grito, a Desmond le cae un puñetazo justo en el centro de la cabeza y a juzgar por su expresión, el golpe de niña de Martha duele mucho más de lo que aparenta.
—¡Auch! —se queja el vampiro, mirándola con incredulidad. —¿Por qué mierda haces eso? ¡Duele!
—Apuesto a que a tu mascota también le duele todo eso. —replica señalándolo. —¿Cuándo va a recordar esa cabeza de chorlito tuya que una vez fuiste humano y que lo sigues siendo? No tienes por qué tratarlos así. —le rebate, haciendo un tierno mohín. —Y tus normas estrictas son estúpidas.
Es tierna, como la muñequita que parece, pero también es posiblemente mayor que Tomás y se nota cuando habla. Suena elocuente, parece que sus palabras vengan de otro lado, como si ella solo fuese una marioneta.
—Hago lo que quiero con mis cosas, además ¿No se supone que los vampiros somos superiores? Siempre te enfadas por boberías. —Tomás baja la cabeza por ser llamado cosa.
—Pues claro que lo somos, por eso los humanos son nuestras mascotas. Pero te lo he dicho una y mil veces ¡No hay que tratarlos mal! Si se le rompe un plato, le regañas, si se escapa le pones correa unos días ¡Pero no le haces tanto daño, animal!
El corazón del humano duele, aunque lo que la niña dice suena mucho mejor que ser golpeado brutalmente, suena humillante de todos modos. Él no es un animal, aunque sabe que no puede negar que esos seres de ojos rojos y colmillos son superiores. Se siente confundido.
—Tú y tu estúpido amor por los humanos. —se burla el rubio.
—No es estúpido, tú eres estúpido. —le saca la lengua, haciendo que Desmond ruede los ojos. Tomás luce alicaído y mira al otro humano, que al darse cuenta le sonríe de forma amable, tratando de animarlo. —¡Por cierto! Me muero por no ir a la celebración de esta noche ¡Qué asco! pero he tenido un viaje agotador ¿Verdad que aún así me dejarás quedarme aquí una noche o dos?
Tomás frunce el ceño ¿De qué evento hablan?
—Claro, esto es como tu casa. Yo tengo algunos informes que hacer, pero empezaré en una hora y la fiesta no será hasta media noche, cuando llegue Vlad, hasta entonces, ¿Qué querrías hacer?
La misteriosa fiesta le da todavía más mala espina a Tomás al oír ese nombre. Se estremece y cierra los ojos, pensando en otras cosas y deseando no tener que ir.
La chica se pone pensativa un rato, pero después su rostro se ilumina y da un pequeño saltito para salir del sofá.
—Podríamos salir a pasear por tus jardines, yo no tengo plantas tan hermosas en mi frío pueblo. De paso así hablaremos un poco, me da curiosidad esa cosita hermosa que tienes ahí.
Tomás se sobresalta al ser señalado y velozmente aparta su rostro con vergüenza. El vampiro solo frunce el ceño y se resigna, asintiendo. Para él los humanos no son más interesantes que una bolsa de sangre, pero debe ceder a las demandas de su amiga, al fin y al cabo, ella es cabezona hasta la muerte con su estúpido interés por esas criaturas.
—Como quieras, aunque no sé qué pretendes averiguar. Mascota, levanta y síguenos. —ordena, levantándose rápidamente.
El chico no tiene tiempo a apartarse del camino de Desmond cuando esté ya está en pie, así que lo aparta pateándolo a un lado sin demasiada fuerza. Su carita choca con el suelo y frotándose la nariz se levanta y se disculpa, viendo como la chica se cruza de brazos y le asesta una mirada fulminante a su amo.
—Brandon, tú quédate aquí, has caminado más de lo que debías hoy. ¿Qué tal si te preparas una cena? Y hazle también algo al chico ¿Cómo te llamas?
—Pues... —Desmond piensa, pero ella le da un pequeño coscorrón y entonces se dirige al chico.
—Hablaba con él —reprende, después suaviza su tono y repite. —¿Tu nombre?
—T-Tomás. —responde con vergüenza, tratando de seguirla a ella y a su amo mientras se dirigen hacia la puerta.
Desmond se relame al escuchar el tierno nombre salir de sus labios. No sabe si es porque suena a ángel o si es por qué sus labios divinos han moldeado las letras en él, pero suena genial. Se arrepiente de no haber pronunciado su nombre antes o de no habérselo hecho decir más. Ahora mueve sus labios y lo dice demasiado bajito como para ser audible. Su corazón muerto prácticamente se dispara cuando pronuncia el nombre de su mascota y se pregunta...
<<¿Qué diablos me pasa?>>
Él renquea un poco y al salir ella se detiene al notarlo mientras Desmond simplemente no hace caso a la situación.
—¿Hay algo mal en tus piernas, Tomás? —cuestiona la pequeña, agachándose al ver que anda extraño.
—E-es solo que estoy herido y cansado, perdón. —se excusa el chico, e intenta esforzarse lo máximo que puede para ir más de prisa.
—¡Desmond, enorme idiota! Está exhausto, no le hagas andar ¡Cárgalo ahora mismo! Buscaremos un sitio donde sentarnos y así no tendrá que sobre esforzarse. —la chica berrea asiendo el puño en el aire como amenaza, pero su interlocutor solo se tapa las orejas, como si el sonido fuese insoportable.
—Gritona, tan siquiera debería quejarse.
—¡DESMOND! —repite, ahora en un tono tan alto que incluso Tomás tienes que llevarse las manos a los oídos.
—Ugh, vale, vale... —dice él para calmar el mal genio de la chica, que chilla más agudo y estridente que uñas arañando una pizarra.
Tomás siente que es tomado con brusquedad por los brazos del vampiro y llevado en volandas. No quiere admitirlo porque suena idiota, pero los brazos de su torturador le dan un poco de calma y calor a veces y eso le hace sentir un poco, solo un poco querido. Se siente tan solo, que trata de buscar migajas de afecto donde ya no queda.
El vampiro chasquea la lengua al tener que cargar al chico a la vez que abre la puerta que da acceso al exterior y de pronto la idea de salir que tanto le gustaba antes ahora le hace sentir ansiedad.
—L-lo siento, señor, no quiero ser una molestia ¿Pu-puedo volver adentro? —murmura, pegándose a su pecho y temiendo escuchar una respuesta violenta.
Desmond abre la boca, pero la dulce voz de la chica le responde antes.
—No te preocupes pequeño, ahora nos sentamos y no molestas ¡Al contrario! Quiero conocerte ¿Sí? ¡Oh, mira, rosas! Vamos a sentarnos ahí, adoro esas flores, en mi distrito hace tanto frío que esas nunca crecen ni, aunque las plante dentro de mi casa.
Tomás siente ganas de llorar cuanto más se acerca a la planta. En una carta le dijo a Todd que, si algún día pisaba el exterior y veía flores, le mandaría una por correo para que pudiese olerla y pensar en él ¿Lo habrá olvidado? Se lamenta, pensando en que si él nunca respondió a las cartas es por algo. Posiblemente se haya olvidado de él, no tiene caso que extrañe a Todd o su antigua vida, lo que tanto quiere es algo que jamás volverá: un hogar, una vida feliz, una familia, amor... Ya debería estar acostumbrado a no tenerlo, pero...
<<Aun así duele, aun así quiero sentirme querido y cuidado.>>
Desmond prácticamente lo avienta al suelo, haciendo que tenga que poner sus manos para no golpearse la cara cuando aterriza. Los dos vampiros se sientan con las piernas cruzadas en el suelo, junto a él. Desmond está callado y a la niña los ojos le brillan mientras pasa los dedos por briznas de hierba y sortea los pétalos de las flores para no arruinarlos.
—¿Y de dónde eres Tomás? ¿Cuántos años tienes? ¿Cómo has conocido a Desmond? ¿Te trata bien esté patán de-¡Oh! Estoy haciendo muchas preguntas a la vez, mejor paro, responde, responde.
—Yo, eh... —se siente nervioso bajo la mirada del vampiro. Los ojos de la chica son rojos también y tiene pequeños colmillitos asomando por las comisuras, pero no se ve amenazante, no porque sea una niña, aunque eso también le suma, sino porque es tan amable como si fuese humana. Desmond, por el contrario, lo mira por encima del hombro con ese rostro cruel y estoico que puede decir tanto del desinterés como del odio. —B-Bueno, tengo dieciocho años y yo era de aquí antes de que estallase la guerra, no aguanté suficiente tiempo fuera como para huir lejos así que acabé en una de las casas de crianza del distrito de mi amo. Él... M-mi señor, quiero decir, me compró hace poco en una exposición de ventas.
Se siente tan estresado, apenas puede hablar y no puede parar de pensar en el humano de la chica, que antes no solo lo ha matado de envidia sentándose en el sofá junto a ella sino también tomándole la mano y entrelazando sus dedos. Es lo que más desea ahora, alguien que le tome de la mano, que le acaricie y le calme, que le haga sentir seguro. Pero lo más cercano a eso que tiene es Desmond y él solo le quiere para hacerle sufrir.
—Se-señor estoy nervioso, no me siento bien, lo siento, y-yo... ¿Puedo volver, por favor?
Ahí Desmond se da cuenta de algo. El chico ha hablado realmente poco para el tiempo que hace que lo tiene; otras de sus mascotas pasaron años sin emitir más que súplicas y maldiciones, pero Tomás, siendo el único que realmente se esmera por conversar con él, no ha podido lograrlo demasiadas veces. Ahora, intentando hablar con alguien desconocido, se le traba la lengua y siente que las palabras se le hacen una bola, no puede siquiera tomar el aire necesario para decir algo sencillo, está aterrorizado.
Está aterrorizado por su culpa.
—Respira y quédate aquí. Ya responderé yo por ti. —el chico asiente, abochornado y ciertamente liberado.
Desmond ha sido ¿Amable? Le ha dicho que respire al notar que se está ahogando y aunque ha sido una pequeña palabra, le ha ayudado a tomar una bocana profunda y sentir el aire llenar sus pulmones. Le gustaría que fuese así siempre.
—El humano cometió la idiotez de mirarme directamente en la exposición, pensé en castigarlo. El plan inicial era desangrarlo despacio, pero, ya lo ves, es hermoso, así que decidí conservarlo. Por lo que me ha contado no tiene familia viva y obviamente no tiene lugar al que ir ¿No es así? Ahora este es su lugar.
<<¿Mi... lugar?>>
—Pobre cosa adorable. Lo estarás tratando mejor que al resto de esclavos que has tenido ¿No? Es el único que no ha intentado matarme tan pronto me ha visto... —pregunta la chica frunciendo el ceño y mirando a Desmond.
Tomás siente que quiere desaparecer, le duele que incluso el vampiro se jacte de que ya no tiene a donde huir. Es realmente triste ser abandonado hasta por la misma suerte.
Tomás desliza sus dedos por el suelo hasta llegar a la mano del vampiro, también apoyada en la tierra. La mira con hesitación y miedo y cierra los ojos, pensando en los dedos de Brandon y Martha entrelazados de forma cálida.
Desmond nota la mano del pequeño rodear uno de sus dedos y apretar, en busca de algo que jamás encontrará en él. Es la primera vez que un esclavo se le acerca voluntariamente, que le toca suave, como si sus manos hiciesen algo más que romper todo lo que sostiene.
<<¿Por qué? ¿Por qué no me trata como a un monstruo?>>
No se aparta, solo sigue hablando mientras finge no darse cuenta y Tomás suspira con alivio, quedándose aferrado a su dedo e intentando no ser notado. Se siente un poco mejor así.
—Pobrecito, lo tienes lleno de heridas. ¿Qué te dije? ¡Así no se trata a los humanos! Ellos son frágiles y tiernos, necesitan que los fuertes les protejan. Aunque seamos depredadores no hay necesidad de ser malos. Sé para los de tu tipo es casi imposible, pero ¿Por qué no intentarlo?
Tomás esboza una pequeña sonrisita al escucharla oír eso, pero decae cuando Desmond solo niega con incredulidad.
—Yo ya fui bueno toda una vida y no me fue bien. Es más divertido y más fácil así. —murmura, despertando la curiosidad de Tomás.
No había caído hasta ahora en el hecho de que Desmond vivió una vez, fue humano, como él y sintió compasión, empatía, amor. Querría saber cómo era y se pregunta si se habían llevado bien de conocerse en ese entonces.
—Sé que fue duro, sobre todo por lo de tu creador, él no te enseñó buenas cosas...
—Cállate. —Ambos lo miran por sorpresa, la palabra sale afilada de su boca y Tomás podría creer que él y Martha son enemigos en ese mismo instante. Después el mayor parpadea apagando el fuego en sus ojos y tras aclararse la garganta añade: —Disculpa. Simplemente, no creo que sea buena idea que hables del tema. —la chica asiente, aún conmocionada y Tomás se pregunta si eso que tanto quemaba en su mirada era no ira sino tristeza. —Tomás, vete adentro. Y nada de hablar, ya lo sabes.
El chico siente su piel hormiguear tan pronto como el vampiro lo llama por su nombre, nunca pensó que lo oiría de sus labios.
Cuando se marcha no puedeevitar hacerlo con una tierna sonrisa.
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